
Hay ciertos lugares donde tienen cabida los más bajos instintos, la lujuria o, si se quiere ver desde otra perspectiva, la pasión.
Los cines para adultos son, para algunos, sitios donde se desbordan esos sentimientos, como santuarios sagrados.
Para otras personas estos locales representan sinónimos de perdición y condenación del alma.
Desde el origen de los tiempos han existido zonas donde el amor carnal no tiene límites, desde zonas de tolerancia, burdeles, clubes nocturnos e, incluso, colonias enteras nacidas de lo prohibido.
A la fecha los tres establecimientos de este tipo que sobreviven en la zona metropolitana son todo menos un cine, pues sirven como puntos de encuentros clandestinos en donde el que tiene más fortuna vive un rato de placer carnal.
En los años setentas y ochentas existían los autocinemas. Un compañero de amplia experiencia me contó que estos sitios eran muy populares por permitir que se desbordara la pasión, pues quienes acudían buscando un rato placentero, acomodaban los coches contrarios a las pantallas y colocaban parasoles en los parabrisas.
Por ello era común ver coches con rítmicos bamboleos y vidrios empañados, convirtiendo estos espacios en los primeros cines para adultos en Monterrey.
Quise entrar a estas salas… aquí les dejo mi experiencia.
EL COMETA
En la ventanilla de la taquilla hay un letrero que advierte que hay que pagar los 100 pesos de acceso.
Me dirigí a la dulcería buscando palomitas, pero sólo encontré un mostrador con amplios vidrios y algunas golosinas como papas Adobadas, Ruffles, Chetos, Tostileos, Chocolates Snickers, paletas Tutsi Pop, cacahuates, Canelitas y bombones cubiertos de coco, entre otras cosas.
La luz neon en color rosa y los dulces me hicieron pensar que estaba entrando a un sitio de videojuegos para niños, pero no, era el Cine El Cometa, ubicado en Félix U Gómez y Segunda de Magnolia en la colonia Reforma en Monterrey.
Aún con la alegre luz, el lugar es lúgubre y cuando me dijeron que no vendían palomitas, la oscuridad se apoderó más de mi.
El interior de la sala de proyección luce vieja y abandonada, de no ser por las lonas donde anunciaba que el cine estaba abierto, hubiese pasado sin advertencia.
En su fachada aún permanece la vieja marquesina llena de polvo donde alguna vez se anunciaron películas y hoy sólo se puede leer la frase: “Cine para Adultos”.
Tres lonas de grueso plástico colocadas en el acceso al local impiden la vista hacia el interior, por dentro, en un rincón, una tenue luz rosa y los posters de bellas mujeres como Karely Ruiz acentúan el ambiente lujurioso.
En otro rincón pueden verse tres love seats, mismos que alguna vez fueron cómodos, pero hoy alejan a cualquiera por sus agujeros y sospechosas manchas en el tapiz.
En la dulcería estaba Carlos, un viejo conocido de mi época como trabajador en el Cinépolis VIP en San Agustín.
Hizo un esfuerzo por recordarme pero no lo logró y antes de que dijera cualquier cosa, le pregunté dónde estaba la sala.
Antes de abandonar el lobby observé que junto Carlos una pantalla transmitía el partido de Juárez contra Pachuca, un buen escape a las imágenes que siempre están presentes en el inmueble.
Finalmente me armé de valor y entré a la sala donde me topé con tres misteriosos hombres quienes estaban parados en el acceso y los que al verme entrar, rápidamente me voltearon a ver.
Ignorando a los “guardianes” del acceso, me abrí paso en la sala, me senté en una de las sorprendentemente cómodas butacas desde donde de reojo vi a una pareja.
No parecía que se estuvieran dando caricias de más, ella estaba ligeramente recostada sobre el hombro de su compañero quien permanecía inmóvil, observando la película que, por cierto, tenía una muy mala calidad.
Y es que el proyector no era la típica máquina de 35 milímetros, sino un aparato digital asegurado dentro de una jaula e instalado en lo alto de un tubo de metal.
Dos pequeñas bocinas instaladas en los costados de la sala funcionaban con el volumen muy bajo lo que, en realidad, no importaba, pues la película que se proyectaba no solamente carecía de diálogos, sino de trama.
De hecho cuando entré a la sala cambiaron de film y le adelantaron hasta las escenas eróticas.
Frente a mi no había absolutamente nadie. Fue entonces cuando noté que entre la pantalla y las butacas había un enorme espacios alfombrado que me hizo pensar en una pista de baile.
El aire central aquí no existe, en su lugar hay dos enormes aparatos que apuntaban a las butacas.
Aunque no logré ver nada fuera de lo normal, un amigo me contó de la existencia de un cuarto oscuro donde se desbordan las más bajas pasiones.
“Nada más fui un par de veces a ese cine a cubrir descansos, en una ocasión de la nada salió un tipo desnudo pegado al vidrio y si me dio miedo”, me contó.
Saliendo de la sala Carlos ya me estaba esperando y me confesó que estuvo tratando de averiguar quién era hasta que, finalmente, pudo recordarme.
Ya con más confianza, me platicó que los sábados son los días cuando más parejas de hombre y mujer acuden a la sala.
Fue entonces cuando noté un curioso letrero que se veía, a lo menos, fuera de lugar: “Toda persona que sea sorprendida cometiendo actos inmorales será remitida a las autoridades”.
Esa frase contrasta en la página de Facebook del Cine El Cometa prometen: “Se vale de todo hasta donde tú lo permitas”.
CHAPLIN
Decepcionado de mi experiencia en El Cometa me trasladé al Chaplin, que se encuentra sobre la calle Héroes del 47 en la colonia Centro donde, debo reconocer, si hubo más “acción”.
De entrada es un lugar más alumbrado, su fachada luce limpia, iluminada con la leyenda “Solo Adultos” y, en medio, la silueta del icónico cómico que le da su nombre al establecimiento.
La taquilla se encuentra en una especie de cochera y el Lobby también era diferente, no por la falta de una máquina palomera -aquí tampoco venden- sino por la iluminación.
Contrario a los sillones rotos y con hundimientos del Cometa, en el Chaplin las bancas están en buen estado, un muro estaba adornado con un cuadro de Marilyn Monroe y en la dulcería existe un pequeño mostrador con papas fritas y dulces.
Un hombre ya entrado en años y quien funge como encargado me informó que ya iba a cerrar, tuve que rogarle que me permitiera el acceso al menos por cinco minutos.
Dentro del sala comprobé que aquellos que acuden a estos lugares van a todo, menos a ver una película.
En una esquina poco iluminada se encontraban dos hombres, uno de ellos parecía Majin Buu (el personaje de Dragon Ball), absorbiendo a su oponente.
O quién sabe, tal vez un animal ponzoñoso picó a uno de ellos y su compañero le estaba sacando el veneno… a quién engaño, estaba frente una felación.
Rápidamente, al verse sorprendidos, uno de los amantes se quitó del sitio y caminó al fondo de la sala a una especie de baño, donde permaneció unos segundos y luego salió como si nada hubiera pasado.
Al igual que en el Cometa aquí tampoco había un cácaro encintando y acomodando la película, otra vez estaba ese proyector digital como encerrado en una cárcel.
Aquí no había parejas, pues son pocos los que asisten para calentar motores antes de irse a otros lugares más íntimos.
Armándome de valor, decidí acercarme al hombre que había salido del baño, a quien le expliqué mi presencia en el local y le pedí su testimonio, por supuesto cuidando su identidad.
Me sorprendí cuando sin dudarlo, comenzó a contarme:
“La idea es venir a ver qué gancho, llego, me siento y espero a ver quien se acerca para platicar.
“Si la persona es muy atractiva yo me acerco primero, pero la conversación no dura mucho si ambos estamos en sintonía”, dijo sin ningún tapujo.
Aunque reconoció que en el lugar no es para conocer al amor de tu vida, si puedes darle rienda suelta a las perversiones que se ocultan ante la sociedad.
Al día siguiente de mi recorrido por estos pecaminosos sitios me fui a confesar, pero el padrecito no estaba disponible.
Que Dios me perdone por andar en esos lugares… todo sea por el trabajo.