Durante 25 años, la vida de los padres de Sara Alderete, quien llegó a ser llamada “la sacerdotisa” por su participación en los infames crímenes de los “narcosatánicos” en Matamoros, ha sido un verdadero calvario.
La tristeza por la forma en la que se ha desarrollado su vida, es evidente en el rostro de Israel Aldrete, el padre de Sara quien, a punto del llanto, recuerda como la familia ha padecido, en libertad, la sentencia de su hija.
Renuente a hablar con los medios de comunicación, que en cientos de ocasiones le han solicitado una entrevista y a quienes siempre ha dicho que no, este hombre de 78 años de edad acepta romper el silencio bajo la condición de que no le tomen fotografías o video.
De entrada relató que se mantiene en comunicación con Sara por medio de cartas que aunque llegan un mes después de haber sido escritas, “es la forma más económica de estar en contacto, porque las llamadas salen muy caras. Ella marca por cobrar a casa de sus hermanas en Brownsville, Texas, pero sale a más de 60 dólares por diez minutos”.
Entre las primeras cosas que llaman la atención al hablar con
Israel, es el enorme parecido que su hija tiene con él.
Sin ocultar su pena, relata que desde hace tres años que no ha visto a Sara tanto por la falta de recursos económicos como porque ha sido cambiada de reclusorio en varias ocasiones.
En el otro reclusorio que estaba podíamos llevarle sus cosas, además que trabajaba y ganaba su dinerito por lo que ya no nos molestaba a nosotros”, recuerda.
Relató que después de 15 años y seis meses de permanecer en el Reclusorio Oriente, Sara fue trasladada al Centro Femenil de Readaptación Social de Santa Martha Acatitla, ubicado en la delegación Iztapalapa, que se convirtió en su “hogar” por siete años.
Cada seis meses Israel recorría más de mil kilómetros en autobús para convivir con su hija durante las siete horas que duraba la visita, además de que aprovechaba para llevarle algunos productos necesarios para su estancia.
Tras varias horas de viaje, Israel llegaba a la capital del país para después trasladarse en metro y camión a la cárcel.
El escenario se tornaba infernal cuando hacía fila por más de hora y media bajo el sol o el frío sólo para llegar a la entrada y anunciarse. Después de pasar ese filtro se encaminaba a otra fila para que se le autorizara su ingreso. Luego a otra fila donde le revisaran los productos que le llevaba a su hija para evitar el ingreso de artículos “prohibidos” que, curiosamente, podían comprarse dentro de las muchas tienditas que hay dentro del penal.
Después de una hora y tras otra de revisiones, intercambiar su identificación oficial por un tarjetón color amarillo, Israel debía cruzar un largo túnel, subir y bajar escaleras, para finalmente poder estrechar a su Sara.
En Santa Martha Acatitla duró muchos años, la ventaja de ahí era que uno estaba todo el día conviviendo con ella, aunque me tardaba para ingresar por tantas revisiones tenía más oportunidad de verla, platicar y abrazarla. Además Sara trabajaba como maestra, daba clases de inglés, hacia sus manualidades y pintaba cuadros para solventarse sus gastos.
“Tenía un sueldo mínimo por las clases, hacía cerámica, arreglos, entre otras cosas. Mi hija es muy buena para la pintura, vendía sus cuadros, además hizo el libro y los guiones de las obras de teatro que escribe, le dejaban ganancias para mantenerse ella sola. Es muy inteligente y era muy activa”, menciona.
Por un momento la conversación se torna nostálgica, pues Israel comparte que busca distraerse con los vecinos del barrio de la colonia Delicias en Matamoros para no deprimirse y morir de tristeza.
Añade que su esposa se encuentra muy enferma, pues padece enfisema pulmonar. Sus males la orillaron a irse a Brownsville, Texas con sus otras dos hijas por lo que no ha visto a Sara en muchos años.
ES INOCENTE
A 25 años de los terribles acontecimientos que les cambiaron la vida, Israel sigue alegando la inocencia de su hija.
“Ella esta ahí sin ninguna culpa porque Sara mandó el recado para que la policía los encontrara cuando la tenían secuestrada. Le pusieron delitos habidos y por haber. Toda la familia está sufriendo junto con ella la condena”, dice con un nudo en la garganta y al borde del llanto.
Agrega: “Ella es inocente. Nosotros tenemos la esperanza en Dios y en Horacio (García Vallejo), su abogado, para que dejen a mi hija en libertad, él le esta ayudando mucho. Es cierto, no tenemos ni influencias ni dinero. Hace cuatro años unos abogados de adentro (del penal de Santa Martha Acatitla) le pedían 50 mil dólares para sacarla. Imagínese de dónde agarrábamos ese dinero, no tenemos, al tercer día los corrieron por corruptos”.
Sosteniéndose de la reja del portón de su casa, Israel asegura tener mucha fe en Dios para aguantar y seguir adelante.
En febrero de 2011, Sara fue enviada al Centro de Reinserción Federal de Tepic, Nayarit; en agosto la mandaron a Mexicali, Baja California para posteriormente ser regresada a Tepic, donde actualmente permanece.
“Hace tres años, en su cumpleaños 46, nos quedamos con la carne asada y el regalo para visitarla, en ese entonces estaba en Santa Martha Acatitla pero días antes fue cambiada de reclusorio y luego a otro, ya no pude ir a verla”, narra consternado.
Con su avanzada edad y varias enfermedades a cuestas, este hombre vive sus días embargado por la tristeza de no poder ver a su hija.
Abrumado por la imposibilidad de viajar a Nayarit dice: “Tengo más de tres años de no ver a mi hija…(silencio) pero Dios es muy grande y me da fuerza”.
Pensionado por la Comisión Federal de Electricidad, relata que mensualmente están obligados a enviar 600 pesos al penal de Tepic, ya que ahí Sara no pude trabajar por lo que no tiene sustento propio.
Le mandamos 600 pesos por mes para sus gastos en el reclusorio y se los van fraccionando por semana para que compre su comida y lo de su aseo personal, ahí dentro les venden todo. No le podemos llevar o mandar algo. Es muy diferente este reclusorio en ese penal no la dejaron trabajar ni hacer nada.
“No ganamos nada con ir porque solamente te permiten 45 minutos y por el cristal, ni siquiera podría abrazar a mi hija, además que hay que enviar un montón de documentos primero para que autoricen verla y Estafeta te cobra mucho.
“Quisiera estar al lado de ella, pero ir por tan pocos minutos no tiene caso, además tuviéramos dinero hasta en avión me iba cada rato pero no tenemos, es poquito lo de mi pensión, apenas me alcanza para comprar algo de despensa. Hace poco estaba pensando pedir un préstamo para ir pero no sé, porque cobran muchos intereses y no alcanza”.
El hombre alto, de tez blanca y de ojos azules comparte que su más grande el anhelo en la vida es ver a su hija Sara en libertad.
Hoy eso no hubiera sido nada
Para el ex jefe de Servicios Periciales en la Procuraduría General de Justicia en la entidad, Luis Alberto Salinas, lo descubierto en abril de 1989 es una caricatura para los horrores que suceden en la actualidad.
Protagonista en la exhumación e identificación de 13 de los 14 cuerpos encontrados en el Rancho Santa Elena, asegura que lo descubierto en abril de 1989 era único para esta época.
“En su momento fue algo extraordinario porque nunca nos habíamos topado con algo de esa magnitud. Incluso fue la primera vez que tuve que pedir apoyo de Servicios Periciales de Reynosa pues eran demasiados los cuerpos encontrados”, menciona.
Recordó que esas fechas la entonces Policía Judicial Federal (PJF) andaba tras un grupo de narcotraficantes que operaba en Matamoros. Al realizar un retén cerca del rancho Santa Elena se encontraron con los hoy detenidos, quienes reconocieron que habían enterrado a varias personas en un corral del rancho por lo que al hacer las excavaciones se encontraron trece cadáveres.
Para ese entonces había un reporte de la desaparición del estadounidense Mark J. Kilroy, quien se esfumó durante las celebraciones del Spring Break. Su cuerpo fue encontrado mutilado en ese lugar.
Como la delegación de la PJF en Matamoros no contaba con Servicios Periciales, se solicitó el apoyo de la Procuraduría General de Justicia del Estado para que coadyuvaran en las labores de identificación. Salinas acudió con su equipo al lugar de los hechos e iniciaron la exhumación de los 14 cadáveres.
“Con cinco años dentro de Servicios Periciales nunca había tenido una labor con tantos cuerpos. El olor muy desagradable por la descomposición de los cadáveres, unos eran osamentas, otros estaban en proceso de putrefacción y algunos aún reconocibles. Entre los médicos legistas y los peritos pudimos conformar las partes de los cuerpos para que las familias que habían reportado personas desaparecidas acudieran al proceso de identificación”, indicó.
Relata que en el lugar había una bodega donde escondían los paquetes de droga, pero los cadáveres estaban enterrados en el corral ubicado a unos pasos de la casa de madera donde hacían los rituales.
“El hecho llamó mucho la atención por ser algo fuera de lo normal por los rituales satánicos, además de la cantidad de cuerpos encontrados en un cementerio clandestino.
“Entre la jefatura de Matamoros y
Reynosa nos dividimos el trabajo para armar el ‘rompecabezas’ e iniciar la identificación mediante la ropa, tatuajes, dentadura, huellas dactilares, cicatrices, entre otras cosas. Se lograron identificar a 13 de los 14 cadáveres y el restante se fue a la fosa común. Todos eran originarios de Matamoros y sus alrededores, la mayoría de ellos estaban relacionados con el narcotráfico”, narra.
Indicó que entre las mayores sorpresas que se llevaron fue encontrar entre los cadáveres los restos de Mark Kilroy.
“Eso llamo mucho la atención de la prensa nacional e internacional por lo que se hizo más grande el asunto”.
El ahora agente del FBI considera que periodistas de México y Estados Unidos hicieron más grande de lo que realmente era ese acontecimiento.
“Llamó mucho la atención que no sólo se trataba de narcotráfico sino que hacían rituales satánicos con los cuerpos, los torturaban y desmembraban.
“En el caso de Mark lo mutilaron, le sacaron el cerebro y el corazón. De las investigaciones federales se mencionó que los involucrados hacían este tipo de ritos para hacerse invisibles y no toparse con las autoridades. Incluso para la suerte en sus negocios utilizando la santería y el Palo Mayombe.
El entrevistado asegura que por su participación en ese caso recibió amenazas de muerte.
“En varias ocasiones nos llamaron a las oficinas de Servicios Periciales advirtiéndonos que nos iban a matar a todos.
“Afortunadamente no pasó a mayores, aunque tomamos las medidas de seguridad y precauciones debidas, la Policía Judicial del Estado nos brindó protección mediante sus agentes que nos acompañaban, ya que nosotros no andábamos armados, pero todos salimos bien librados y nunca hubo una represalia”, finalizó.
Los “narcosatánicos”: el hecho que marcó la historia de los crímenes más espeluznantes de México en la frontera de Matamoros también inició una pesadilla en la vida de los padres, hermanos, hijos, amigos y vecinos de los implicados en ese acontecimiento.
El 9 de abril de 1989, una revisión de rutina por parte de la Policía Judicial Federal obligó a David Serna Valdez, “La Coqueta”, a confesar que en el rancho Santa Elena, ubicado en el kilómetro 39 de la carretera Matamoros-Reynosa tenían una fosa clandestina con 13 cuerpos mutilados con fines satánicos, entre ellos el estudiante estadounidense Mark J. Kilroy.
A partir de ese día las familias de los involucrados quedó marcada al ser señalados como “narcosatánicos”, además de ser discriminados a causa de hechos en los que no estuvieron envueltos y por los cuales sus familiares o vecinos han pagado la mitad de su sentencia.
Inculpados de los delitos por trafico de drogas, secuestro y asesinatos, las víctimas encontradas en aquella propiedad están pagando su condena.
El grupo de jóvenes bautizados como los “Ahijados de Satán”, por utilizar los cuerpos para rituales de santería y Palo Mayombe fueron detenidos entre ellos: Elio Hernández Rivera, de 23 años de edad, nacido en Brownsville y dueño del rancho Santa Elena; Serafín Hernández García, de 22 años, y David Serna Martínez, de 22 años, ambos de Matamoros; Sergio Martínez Salinas, de 23 años, de Weslaco, Texas; y el velador del rancho, Domingo Reyes Bustamante, de 35 años de edad, de Querétaro.
Un mes después, el 6 de mayo, en la Ciudad de México fueron ubicados Sara María Aldrete Villarreal, “La Madrina” o “sacerdotisa”; Alvaro Darío de León Valdez; Omar Francisco Orea Ochoa, mientras que el líder de la secta, Adolfo de Jesús Constanzo, “El Padrino” y segundo en jerarquía, Martín Quintana Rodríguez, aparecieron muertos en un armario, posterior a una balacera en la colonia Cuauhtémoc.