Con motivo de los 20 aniversario de la fundación de Hora Cero, a partir de la fecha se publicarán algunos de los mejores trabajos realizados durante las pasadas dos décadas iniciando con la primer -y única por varios años- entrevista realizada a Elías Orozco Salazar, un ex guerrillero quien participó en el intento de secuestro del empresario regiomontano, Eugenio Garza Sada en septiembre de 1973.
Elías Orozco Salazar tiene bien definido el significado del secuestro fallido del empresario regiomontano Eugenio Garza Sada, el 17 de septiembre de 1973.
Ese operativo, que él mismo encabezó, marcó el día que se suicidó la Liga 23 de Septiembre y el declive de la guerrilla en México.
Casi 30 años después de la balacera en la colonia Bella Vista, de Monterrey, en el que murió el industrial y por la cual purgó 11 años de condena, Orozco Salazar, alias “Ulises”, ahora dirigente estatal del Partido del Trabajo en Tamaulipas, confiesa sus pecados pero dice que no se arrepiente de nada.
Actor co protagónico del plagio frustrado, que será recordado como la pifia más costosa de la guerrilla en el norte del país, aclara que, contrario a la leyenda que hay en torno al crimen y las múltiples versiones de los hechos, él no fue quien le dio el tiro mortal al capitán de la industria regia que, al final de la refriega, ni siquiera pudo ser sacado del Ford Galaxy donde viajaba.
El plan nunca fue aniquilarlo, aunque en el fuego cruzado murieron, junto al industrial, sus dos escoltas, dos secuestradores… y la Liga misma, que había sido fundada cinco meses antes, con el gran aglutinamiento de células subversivas en el norte del país y que tras la muerte de don Eugenio, tuvo un final rápido y doloroso.
De hecho, aclara que la muerte del fundador de la Cervecería Cuauhtémoc determinó el fracaso total del operativo, cuyo único fin parecía desfasado con la inmensidad de la empresa y la magnitud del personaje: negociar con el Gobierno de Luis Echeverría la publicación de un manifiesto nacional para denunciar la política oficial antipopular, la antidemocracia de las instituciones y los crímenes de la represión.
El reconocimiento de ese grave error histórico se convirtió, años después, en el mea culpa de la mayoría de sus compañeros de generación.
El guerrillero del grupo Espartaco tiene actualmente casi 60 años, reside en el municipio de Mante, al sur de Tamaulipas y aunque su discurso es ya distinto al de la remota época clandestina, mantiene vigente la tesis anticapitalista, el repudio al neoliberalismo y la lucha ideológica -no armada- como vehículo para consolidar la Revolución.
Después de haber conocido de primera persona el mortal oficio de guerrillero, el sonido de las balas, el asesinato de su esposa, asaltos, secuestros, tortura y encierro, más allá del bien y del mal, Elías Orozco recuerda ahora con amargura los errores de juventud y los muertos inútiles en una guerra que, está convencido, el Gobierno Federal desató instigado por el capital transnacional en contra de la sociedad civil para medir su capacidad de respuesta.
A la distancia, el exguerrillero rememora el lunes negro en que murió de un tiro en el costado derecho el patriarca empresarial de 82 años.
“El operativo fue el suicidio de la Liga 23 de Septiembre. Fue un error político que le dio el pretexto perfecto al gobierno para exterminar a los guerrilleros. El Gobierno ya no quería presos, sólo guerrilleros muertos. Todavía hay como 900 desaparecidos”, dice con la herida otra vez abierta.
DE LA INDIGNACION A LOS TIROS
Nacido en el poblado de Comales, del municipio tamaulipeco de Camargo, Elías Orozco tuvo su despertar de conciencia motivado por la indignación.
Entrevistado en Reynosa el lunes 2 de abril, Orozco Salazar se muestra como siempre ha sido: un hombre de carácter. Habla pausado, pero seguro y sus ademanes son suaves. Viste camisa celeste, impecablemente planchada y pantalón azul. Sobre el escaso cabello cano lleva una estilizada boina de paño como un breve toque de distinción.
Su actitud es retadora, reactiva. Cuando alguien le habla, si tiene que voltear, no solamente gira la cabeza, sino también mueve los hombros para estar siempre de frente. Nunca entrelaza los dedos, como si necesitara siempre tener las manos libres y dispuestas.
Nostálgico, evoca sus inicios, antes de la masacre de Tlatelolco, cuando le correspondió vivir una época violenta en la que prevaleció gracias a su espíritu suicida.
A los 22 años, primero intentó ingresar a la Universidad Nacional Autónoma de México, para estudiar Economía, pero fue rechazado. Tuvo que regresar al Mante para estudiar en la recién creada Escuela de Agronomía por Cooperación, donde inició el proceso de solidaridad con los movimientos campesinos y obreros, que pedían tierras, exigían derechos y que eran reprimidos con bayonetas.
Los héroes nacionales con los que había crecido: Morelos, Hidalgo, Zapata, Juárez, Villa, así como el fervor patrio, no correspondían al México de derecha que prohijaban los gobiernos del Partido Revolucionario dinero. Nos metimos a pequeños comercios, después dábamos golpes mayores en los bancos. Nosotros no les decíamos asaltos, les llamábamos expropiaciones. Menciono estos operativos sin ningún orgullo, más bien como parte de una tragedia provocada por el Gobierno por su intolerancia, fanatismo, su cerrazón política y abuso de poder”, lamenta.
Empezaron por organizarse en Monterrey con pequeños grupos, como ocurrió en el resto del país en ciudades como Guadalajara, Ciudad de México y en Guerrero.
El grupo al que se integró fue el Movimiento Espartaquista Revolucionario, organización de izquierda que se había desprendido del Partido Comunista.
“Primero nos organizamos con movimientos foquistas tipo Che Guevara o Emiliano Zapata en la montaña para organizar núcleos armados y hacer gestiones sociales, y defendiéndonos con balas. Después, al igual que en Sudamérica, empezamos a formar organizaciones urbanas, sobre todo en Monterrey, Nuevo Laredo y con extensiones en Sinaloa, Durango y Chihuahua”, explica.
Con las acciones sobre las instituciones crediticias financiaban la compra de armas.
“Les quitábamos pistolas y fusiles a los policías y a los soldados cuando se podía. Pero más las adquiríamos mediante la compra. Traíamos las armas del mercado negro de Estados Unidos y las pasábamos por Nuevo Laredo y Reynosa. A veces los compradores nos venían a poner las cajas hasta la puerta, en Monterrey, porque había aduanales corruptos que no sabían de qué se trataba y pensaban que éramos contrabandistas”, sonríe.
Para entonces, su nombre de combate ya era el de “Ulises”, como el del estratega militar que planeó la infiltración del Caballo de Troya en la Iliada y que, en la Odisea, añoraba regresar a su patria.
EL SECUESTRO
Consolidada ya la Liga 23 de Septiembre -llamada así en conmemoración a la fecha en que ocurrió el golpe guerrillero encabezado por el profesor Arturo Gámiz en Chihuahua, en contra del cuartel Madera del Ejército Mexicano-, su dirigencia decide efectuar el golpe mayor de la guerrilla en México.
El plan era secuestrar a uno de los hombres más ricos del país, el industrial Eugenio Garza Sada, fundador, entre otras empresas, de Cervecería Cuauhtémoc, Hylsa, Aceros Alfa, Cartón Titán y del prestigioso Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.
Todo un pez gordo.
Durante el gobierno de Pedro G. Zorrilla Martínez, en Nuevo León se registraban tantas “expropiaciones” guerrilleras que numerosos empresarios asumieron la costumbre de cargar pistola y de rodearse de guardaespaldas.
Don Eugenio, un hombre discreto, alejado de los medios de comunicación, se desplazaba cotidianamente acompañado por coches escoltas, con guardias profesionales, por lo que el riesgo del operativo se duplicaba.
Pero una vez decidido, nada detuvo a los ejecutores.
El compañero “Ulises” relata como se gestó su propia odisea.
“El operativo era secuestrar a don Eugenio. Era un hombre muy influyente, representaba el poder económico nacional y nosotros decíamos que teníamos que doblegar al gobierno federal tan prepotente, abusivo y criminal con un acto de estos. Por eso vimos a varios candidatos para secuestrarlos, plantearle exigencias al gobierno y después soltarlo”.
“Lo que queríamos con esta acción era que nos publicaran un manifiesto a la Nación en el que denunciábamos la política del gobierno antipopular, antidemocrática y criminal del gobierno y, de paso, pedir algún dinero”.
“Desgraciadamente, nuestra organización no tenía capacidad militar. Eramos buenos para la expropiación y de una manera cautelosa llevarnos dinero de los bancos y organizarnos en la sierra. Pero éramos novatos, impulsivos, muy vehementes. Y en esos días, los personajes tenían guardias de primer nivel, como guardias presidenciales, la seguridad era tremenda”, reconoce.
Cuando tomaron la trágica decisión de plagiar al poderoso industrial, decidieron como fecha el lunes 17 de septiembre de ese violento 1973, en el cruce de las calles Luis Quintanar y Villagrán, en la colonia Bella Vista, en la zona citadina de Monterrey.
El compañero “Ulises” encabezaría el operativo. Con 29 años era el más veterano del grupo, el más fogueado.
Lo que ocurrió esa mañana, según versiones periodísticas de la época, fue lo siguiente:
El automóvil Galaxy negro placas RHK 588, en el que viajaba de copiloto don Eugenio, se desplazaba poco después de las 9 de la mañana por la avenida Villagrán. El conductor era el escolta Bernardo Chapa y en el asiento posterior iba otro guardia de nombre Modesto Torres.
Contrario a lo acostumbrado, en esa ocasión no los acompañaba otro auto escolta.
Repentinamente, una camioneta Ford Pick up modelo 72, placas ES 2951, le salió al paso al Galaxy. De la caja descendieron armados con metralletas y pistolas cuatro de los secuestradores y otro de la cabina, mientras el chofer permanecía en su sitio, con la unidad en marcha.
Uno se situó delante del Galaxy, otro por detrás, dos cerraron el paso de los vehículos y otro abrió la puerta para bajar a Garza Sada.
Pero el operativo salió mal, se cayó.
Describe Elías: “Al momento de la acción, cuando menos pensábamos ya teníamos dos compañeros caídos. Los guardias eran bastante eficaces. Y el enfrentamiento se dio. Eramos seis en el operativo. Murieron dos compañeros al instante. Uno resultó muy mal herido”.
Algunas versiones dicen que Elías fue uno de los encargados de disparar por en frente del Galaxy y que su misión fue neutralizar al conductor que, pese a estar mal herido, alcanzó a repeler la agresión.
Sin embargo, el objetivo no pudo ser cumplido porque, cuando menos pensaban, Garza Sada ya estaba muerto y el mundo se les vino encima.
Los diarios señalaron que uno de los secuestradores, después de abrir la puerta del lado derecho, forcejeó con el empresario que opuso resistencia, por lo que tuvo que darle un tiro.
Sobre la marcha, el plan parecía que iba a funcionar. Los guardias habían sido anulados, porque repelieron la agresión, como era de esperarse. Sus propias bajas también eran una posibilidad bastante real. Pero no esperaban el deceso de su objetivo.
Elías niega la autoría del disparo contra el magnate y, por el contrario, responsabiliza de ello al chofer del industrial, un hombre de 32 años llamado Bernardo Chapa, quien tenía la orden de impedir, a cualquier precio, que lo secuestraran.
“El que disparó el tiro mortal contra don Eugenio fue el guardia -asevera pausadamente Elías, quizás cansado de la acusación recurrente-. Lamentablemente, en el cruce de disparos de los propios escoltas, el señor recibió un balazo. Él iba adelante, uno de los guardias lo protege, y en el cruce de balazos, resulta herido. Después supimos que el mismo don Eugenio había dicho que no dejaran que lo secuestraran, por nada y los guardias tenían instrucciones de que resistieran hasta el último, aunque ello le costara la vida”.
Técnicamente, afirma, nadie más que el conductor pudo infligirle la herida con las características que presentó.
“El tiro le cruzó el tórax de banda, de arriba abajo, de derecha a izquierda. El chofer iba ya moribundo cuando aventó a don Eugenio abajo del tablero y el señor quedó muerto ahí, de frente al asiento. Los dos guardias murieron en la refriega. Nos quisieron echar la culpa para efectos de mayor castigo. Pero para saber la verdad, ya es cuestión de un peritaje, algo técnico, pero en ese tiempo las autoridades se negaron a hacer eso”, se defiende.
Luego del breve intercambio de fuego, los agresores levantaron tres heridos y escaparon sin obstáculos. El Galaxy quedó agujerado, dijeron las autoridades, con 16 impactos de bala calibres .9 y .45 milímetros.
“Nosotros teníamos muros humanos de contención preparados, había retaguardia para apoyar el operativo en caso de que llegara una patrulla del Ejército o la Policía. Nadie nos iba a detener. El operativo no debía ser alterado, excepto por eso, que fue un operativo caído, con compañeros muertos y con el personaje también muerto. Nosotros sí salimos con vida y, a la distancia, veo que lo que nos salvó fue el espíritu suicida, lo que siempre nos hizo que presentáramos rendimiento”, afirma convencido.
El comando abandonó la camioneta, robada días antes, en las calles Justo Sierra y Lima, de la colonia Industrial. Ahí abordaron un automóvil Ford Falcon Gris, placas sobrepuestas RRZ 92, que abandonaron posteriormente en la calle Aramberri, frente a los panteones. Ahí dejaron muertos a los compañeros Javier Rodríguez y Bernardo Martínez.
(Las fotografías de los guerrilleros ultimados fueron publicadas en primeras planas de los periódicos del día siguiente con intenciones evidentemente disuatorias e intimidatorias. Un mensaje directo a la guerrilla.)
Después abordaron otro automóvil y se perdieron.
Orozco hace el inventario de la acción: “El resultado fallido del operativo no tiene otra explicación: éramos unos adolescentes, adolecíamos de preparación política y militar. Yo era el mayor, tenía 29 años. Los demás compañeros tenían entre 25 y 23. Teníamos mucha desventaja, porque éramos el reflejo de una impaciencia juvenil indignada por los crímenes del gobierno, crímenes impunes. No había autoridad que detuviera las atrocidades, ni siquiera la opinión pública, por eso actuamos y lo hicimos precipitadamente”.
“Fue también el suicidio de una organización. Fue el principio y el fin de la Liga 23 de Septiembre.
Fue un error político. Habíamos sobrevivido del 69 al 73 como grupo Espartaco, haciendo gestión social, evadiendo los enfrentamientos, como le hizo Marcos, que duró 10 años en la montaña. Esa era la tarea, pero nosotros nos fuimos a las armas. Hicimos lo que Flores Magón. No supimos pulsar el estado de ánimo de la gente, ni el nivel de organización ni disposición de la gente, creíamos que nos iban a seguir, pero nos equivocamos”, traga hiel con la autocrítica.
Días después iniciaron los arrestos. El 1 de octubre, el director de la Policía Judicial de Nuevo León, Carlos Solana, declaró que el homicidio triple había sido resuelto. Los autores materiales habían sido, según los nombres proporcionados por el jefe policíaco, Armando Iracheta Lozano -supuesto autor del disparo contra don Eugenio- y Héctor Gutiérrez, junto con los prófugos Edmundo Medina, Maximino Madrigal e Hilario Juárez, además de los dos guerrilleros muertos.
Nadie mencionaba a Elías Orozco Salazar. Al ingeniero del Mante no se le relacionaba con el sonado secuestro. La había librado.
La campaña posterior que emprendió el gobierno de Luis Echeverría fue de exterminio sistemático, como una respuesta cruenta a la audacia guerrillera y como una manera de indemnizar a la lesionada iniciativa privada que había perdido a uno de sus pilares.
“El gobierno es muy perverso. Te va provocando para que salgas, pero al final, la provocación le salió contraproducente. Pese a que tuvieron un pretexto, la muerte de Garza Sada le trajo un gran desgaste y le costó mucho políticamente al gobierno. Lo que querían era provocarnos y sacarnos a despoblado y lo consiguieron”.
“De cualquier manera, nuestra acción provocó un endurecimiento y la justificación del Gobierno Federal y de los empresarios para desaparecer guerrilleros. Así como le ha pasado a los indígenas y los apaches, indios y pieles rojas, se dio un exterminio de compañeros. Al compañero que encontraban lo asesinaban, nada de presos, puro guerrillero muerto”, dice.
Después del operativo, el compañero “Ulises” se reincorporó pronto a las labores de la conspiración.
Sin embargo, 19 días después de la balacera, fue apresado en la Ciudad de México, durante un encuentro de jefes de la Liga, quienes debían ser, en teoría, los más capacitados eludir cercos policíacos.
“Yo seguía en la misma dinámica de acción. Hubo otros operativos de secuestro y asalto. Me llevaban a las reuniones para que observara los planes, aprovechando mi experiencia, para que no se cometieran errores. Se suponía que yo era de los experimentados”.
“Y en el Estado de México fui capturado. En una reunión nacional de instructores de la Liga. Yo era parte de ellos. Qué ironía -aprieta los labios, incrédulo todavía de la manera en que le echaron el guante-. A los instructores nos copó la Policía Federal. Fue en un motel de campo por el rumbo de Amecameca. Simples errores de seguridad”.
Durante los interrogatorios de los detenidos, el nombre de Elías surgió como el de uno de los participantes en el caso Garza Sada.
“No puedo decir que alguien nos delató en esa reunión de instructores. Y nadie me traicionó mencionando mi nombre. En esa investigación, conocí los rostros y los colores que ni en el infierno me imaginaba. La tortura es algo atroz. Te lleva al borde de la muerte y de la locura. Te desdoblan tu personalidad”, hace un gesto de horror.
“Te investigan torturadores profesionales. Son médicos y están entrenados para eso. Conoces la peor perversión de gente que hasta siente placer torturándote, hasta eyaculan. Tu hueles su semen, cuando te están haciendo pedazos con la corriente eléctrica, con el agua, un sinnúmero de maneras de torturarte”, evoca.
Fue enviado a Monterrey y recluido en el Penal del Topo Chico. La sentencia fue, inicialmente, de 54 años de prisión, pero salió mucho antes. De haberse cumplido el mandato del juez, actualmente estaría descontando apenas la mitad de su condena.
“No fui amnistiado porque se daba ese beneficio a los que no estuvieron en hechos de sangre, pero había presión de movimientos sociales para negociar mi preliberación. Me habían dado 54 años, pero con las reformas de ley me dieron la máxima de 24 y medio. Pero legalmente por buena conducta e incorporarme a tareas internas, lo que me valió 17 años y medio de descuento, lo que me dio el derecho a la preliberación”, dice.
Once años, del 73 al 84, estuvo en la cárcel. En cautiverio se casó con María Olga Treviño Arizmendi. También tras las rejas concibió a dos de sus hijos. En el interior del reclusorio conoció también del fracaso de la Liga 23 de Septiembre.
“Cuando muere el dirigente nacional de la liga, Ignacio Salas Obregón, en abril del 74, supe que estábamos finalmente aniquilados. Después del secuestro, no duramos más que seis meses, cuando mucho. Salas fue uno de los desaparecidos. Desde el momento en que uno sufre una derrota, que está capturado y que se le va deshaciendo todo, se conoce la debacle. Así me ocurrió en prisión”, dice.
Al ser liberado por presión social, dice, generada por Alberto Anaya y “Tierra y Libertad”, Rosario Ibarra y su lucha por los desaparecidos y el diputado federal Valentín Campa y ayudado por su esposa, litigante de profesión, se tuvo que incorporar a un mundo desconocido, en el que su hija ya tenía diez años y el otro hijo cinco.
Poco más de tres años después de la liberación, su esposa fue asesinada en un lamentable incidente.
“Apenas me estaba acoplando a la vida familiar con mi esposa. Tenía apenas 3 años y diez meses de haber sido liberado, cuando ella fallece trágicamente, asesinada; el que la mata, se suicida después de matar a su esposa. Él era un personaje muy conocido en el país, que había sido incluso de las fuerzas contrainsurgentes, Florentino Ventura, jefe de la DEA. Eran muy amigos”.
“Después de eso, me enfrento a una viudez que me deja en el vacío muy grande, con dos hijos más o menos grandecitos y una niña de tres años de edad. Tuve que hacerla de padre y madre y tuve que atorarle”, dice entristecido. Su regreso a la política ocurrió en 1994, después de que se reveló el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Alberto Anaya lo invitó a trabajar a la dirección nacional del Partido del Trabajo.
Y a partir de 1997 regresó a Tamaulipas, donde ha estado desde entonces en puestos directivos y, más recientemente, como dirigente estatal.
EL RECUENTO DE LOS DAÑOS
“Lo que ocurrió con Garza Sada fue una situación trágica y lamentable”, hace una mueca de contrición Orozco Salazar, a casi tres décadas de los sucesos. Dice que en todo este tiempo no ha visto a los deudos del empresario malogrado, y aunque no se arrepiente de lo acontecido, sí lo considera un suceso terrible del que todos salieron lastimados.
“Cuando voy a Monterrey, paso desapercibido. Yo no llego en un plan provocador. Por el contrario, actúo como queriendo no mover esas cicatrices que ahí quedaron por la intolerancia de un gobierno criminal. Quedamos lastimados los de abajo y también los de arriba. Es una imprudencia hablar con lenguaje provocador, hasta el sólo hecho de pensarlo”.
“Fue una situación trágica y lamentable. Nada más. Si lo entiendes de otra manera no es política bien entendida. La política es el arte de hacer lo posible y ahí teníamos que conciliar intereses. Nos equivocamos. Nosotros, como jóvenes universitarios, estábamos aprendiendo la ciencia en las aulas, pero, fuera de ellas, aprendiendo política con un trato salvaje y despiadado. Esto generó un resentimiento que nos enloquecía. Fue algo terrorífico, terrible”, dice afligido.
“No me arrepiento. Se hizo lo que se tenía que hacer en su momento. El arrepentimiento tiene connotación religiosa, algo que no soy. Si me arrepiento no cambia nada y entonces no tiene caso. Vale más asumir la responsabilidad, con todo el dolor que nos causa. Aceptarlo como es, y que eso nos sirva como una lección presente para no hacer lo indebido. Si uno fue incendiario, se convierte en un apagafuegos de lo más eficaz, porque uno detecta los detalles donde está el error, lo que nos puede inducir a errores”, filosofa. Su paso por la guerrilla fue el mismo que el de miles de académicos bisoños que optaron por las armas como una opción equivocada. “Te imaginas, un joven pacífico, buen ciudadano, que empieza a participar en asaltos. ¿Cómo crees que tu espíritu evangélico y pacífico va a conciliar eso? Pero te ubicas en la realidad: ni modo, tienes que hacerlo, porque el gobierno no se tienta el alma para robarte y matarte. Y ya para cuando entramos en la lógica de la Liga, entramos a un concepto bastante tremendista, anarquista, tumultuoso, mesiánico. Era un fanatismo y sectarismo terrible”, acepta. “Habían compañeros muy valiosos, inteligentes que, sin embargo, en ese momento estaban ofuscados. Con una obsesión terrible de contestar a la represión. Pero no era así -menea la cabeza impotente-. Teníamos que pensar en un proyecto a largo plazo, construir fuerzas sociales de alternativa y respuesta a un sistema que nos oprimía por todos lados”.
El colofón de su experiencia es -siempre lo ha sido- amargo. “Lo que estuvo bien de todo esto fue haber sido rebeldes sociales. Pero lo que estuvo mal fue que no alcanzamos a ser buenos políticos, no pudimos conectarnos con el pueblo. Teníamos mucha impaciencia y quisimos crear organizaciones populares por la vía armada. Fuimos derrotados y, sí, queda mucha frustración y amargura. Daña y duele el haber derrochado tantas oportunidades en nuestra juventud y tantos recursos de jóvenes abnegados y entregados. Fueron miles los que murieron”, puntualiza.