Quienes hoy admiran la estabilidad política y el prestigio académico de la Universidad Autónoma de Nuevo León, ni siquiera imaginan que hace 40 años el rostro de esta institución educativa estaba tan masacrado como el de un boxeador a punto de caer en el rin de una lucha social encarnizada.
“Veníamos de una sacudida universitaria tremenda que hizo desfilar por la universidad nuevoleonesa, entre 1967 y 1971, a siete rectores y un coordinador ejecutivo”, afirma el maestro Samuel Flores Longoria, autor de una Historia de la Facultad de Derecho y Criminología y lleno de vivencias por su larga trayectoria en esta escuela.
“Desde su nacimiento en 1933, la Universidad de Nuevo León nunca había tenido tantos rectores, y por lo que corresponde a aspectos demográficos, la población escolar de la Uni, en el periodo 1966-67 ascendía a 14 mil 695 alumnos, atendidos por mil 200 43 maestros, de los cuales 244 eran de tiempo completo, 165 de medio tiempo y 646 por horas”, consigna Samuel Flores Longoria, tomando los datos del Informe ante el Congreso del Estado del gobernador Eduardo Livas Villarreal, en su sexto año de gobierno (1967, p. 19).
El presupuesto para el año lectivo 1966-67 fue de 62 millones 299 mil 354 pesos con 18 centavos (cuando faltaba todavía tiempo para quitarle tres ceros al peso, en 1992). “Qué diferencia de estas cifras con las actuales si tomamos en cuenta ahora también el crecimiento de la UANL al rebasar en 2012 los 140 mil alumnos y 12 mil maestros, bien atendidos por cierto”, advierte Flores Longoria.
Algunos profesores de aquella época inclusive lo que más recuerdan es que muchas veces el tesorero de la Universidad sufría la gota gorda para conseguir dinero y la incertidumbre era enorme porque había quincenas en que no recibían su sueldo por falta de recursos. “Simplemente no nos pagaban”, relatan varios jubilados cuando evocan esta época en sus charlas al acudir a firmar hoy con toda tranquilidad sus recibos de nómina en la Librería Universitaria.
Entre estos “jóvenes de espíritu” pero entrados en años, abundan las anécdotas y recuerdos de los movimientos internos que fueron parte de la lucha por la Autonomía Universitaria que se consiguió en junio de 1971 y que tuvo repercusiones en la capital al suscitarse una marcha de apoyo que culminó en el tristemente “Jueves de Corpus”, cuando muchos jóvenes estudiantes de la UNAM y del Politécnico fueron víctimas de “Los Halcones” del Gobierno del Distrito Federal, cuyo jefe fue destituido de inmediato por el Presidente Luis Echeverría debido a estos hechos lamentables en la historia política de México.
Ese jefe del gobierno del Distrito Federal fue Alfonso Martínez Domínguez, quien luego, en 1978 fue “destapado” descaradamente y hecho candidato a la gubernatura de Nuevo León, como se acostumbraba entonces en el PRI, por el secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles, quien le dijo telefónicamente al entonces rector Luis Eugenio Todd que él era el primero en conocer la noticia para saber su opinión al respecto, contestando éste con un “por supuesto que no tenemos ningún inconveniente”, comprometiéndose en dar todo el apoyo y colaboración de la universidad. (8o. Piso. Un sexenio en la Universidad, p. 32).
Tal era la forma en que la UANL, ya con su autonomía y estabilidad política, desde 1973 empezó a ser comparsa del todopoderoso Partido Revolucionario Institucional, dejando atrás el fragor de las contiendas internas universitarias, fruto de los trágicos acontecimientos de 1968 en la ciudad de México y que tuvieron su clímax el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, además de sellar el capítulo con la masacre o “halconazo” del llamado “Jueves de Corpus” en junio de 1971.
RECTOR DESTITUIDO
Antes de la autonomía universitaria en junio de 1971, el rector y los directores de las dependencias universitarias en el Estado de Nuevo León eran designados directamente y sin ambages por el gobernador en turno, quien podía o no nominarlos de las ternas que le presentaban las diversas escuelas y facultades a través del consejo universitario, de modo que la batalla contra el autoritarismo la centraron los luchadores sociales en conseguir un marco teórico-juídico a fin de elegir a sus propias autoridades con absoluta libertad a través de sus órganos representativos.
Pero el proceso no fue nada sencillo para conseguir esta supuesta autonomía en la elección del rector sin la intromisión del gobierno, pues a un año de distancia -en junio de 1972- el ejecutivo de Nuevo León, Luis Marcelino Farías, ordenó la destitución de Héctor Ulises Leal Flores para designar a un amigo del gobernador, Lorenzo de Anda y de Anda, de limpia trayectoria y fino trato.
Eduardo A. Elizondo, primero rector de la Universidad de Nuevo León de mayo de 1965 a febrero de 1967, ascendió por el PRI a la gubernatura del Estado el 4 de octubre de 1967 pero, debido a presiones del Presidente Luis Echeverría, renunció a su cargo el 5 de junio de 1971, justamente por no estar de acuerdo con la propuesta de quienes pusieron condiciones para alcanzar la autonomía universitaria y oficialmente fueron rechazadas sus sugerencias.
Carlos Ruiz Cabrera, quien fuera secretario General del Sindicato de Trabajadores de la Universidad de Nuevo León en la época del conflicto universitario, señala que éste tuvo como protagonistas a tres fuerzas internas y dos externas, destacando la participación de los funcionarios de la rectoría, así como la de los estudiantes y de los trabajadores de la universidad, mientras que de fuera se apuntaron el gobierno del Estado y diversos organismos de interés social que se pronunciaron sobre este proceso.
“Al día siguiente de su toma de protesta, el gobernador Eduardo A. Elizondo nombró rector al doctor Héctor Fernández González, lo mismo que a directores de escuelas y facultades, y echó mano del fuerte apoyo que le dio su suegro, el empresario Manuel L. Barragán, presidente del Patronato Universitario para el sostenimiento de la institución”, asegura Flores Longoria.
Pero la oposición de Carlos Ruiz Cabrera y de Tomás González de Luna, además de otras figuras universitarias de la época, encontró eco en el movimiento de los últimos días del mes de mayo de 1969 cuando alumnos de Ciencias Químicas tomaron la rectoría para presionar a las autoridades a fin de conseguir la construcción de su edificio en terrenos de Ciudad Universitaria.
Después vinieron choques decisivos en las calles por parte de otras agrupaciones estudiantiles y las crónicas periodísticas dan cuenta en las hemerotecas de los diarios de cómo la lucha derivó en vandalismo, al grado de incendiar camiones del transporte urbano alrededor de las calles Juárez y Washington.
Al llegar a la rectoría el Ing. Héctor Ulises Leal Flores se le estigmatizó como feroz comunista y la universidad verdaderamente ardió en llamas de autodestrucción, por la confrontación directa con el gobernador Eduardo A. Elizondo, quien renunció a su cargo en junio de 1971 y dejó el camino abierto para que su sustitito Luis M. Farías hiciera las paces, sin resultados inmediatos.
Hasta que se decidió a destituir al Ing. Héctor Ulises Leal Flores, quien ha dejado su testimonio por escrito en un documento titulado “¡AL BORDE DEL PRECIPICIO! La lucha olvidada de la Universidad de Nuevo León (1971-1973)”, justamente el año en que llegó a rectoría Luis Eugenio Todd, al frente de la llamada “Bata Blanca”, pues le sucedió otro médico brillante, Alfredo Piñeyro López.
A partir de entonces la UANL se ha mantenido estable y con una administración financiera, no ajena a fraudes y escándalos en la prensa, pero sin la zozobra de la era en que no había a veces ni un cinco para pagar a los profesores y administrativos, o por lo menos para retribuirles a tiempo su sueldo, ni darles el cúmulo de prestaciones y beneficios de que ahora gozan.
La UNAM, quinto lugar entre las mejores universidades de América Latina y 41 lugar a nivel inernacional, se mantiene muy lejos en resultados de la UANL, es cierto, pero al menos ha contado con el vigor de sus últimos rectores en la continuidad por la superación y el prestigio, a pesar de los múltiples problemas internos de los que nunca dejará de hablarse en una sana crítica social y autocrítica en su afán de mejorar.
Hoy no se ven manifestaciones atropelladas y el fragor de las ideas está muy ajeno al fragor de los golpes que encumbraron el nombre de “porros” de aquella era en que campeaba la toma de rectoría y de escuelas universitarias, con saldo de sangre retratado en los medios masivos de información local y nacional.
Hace 40 años un rector, Leal Flores, fue descaradamente sacado del juego político interno por la fuerza de un gobierno del PRI, representado por Luis M. Farías, con miras a darle estabilidad y destino a la UANL a partir de 1973 con Luis Eugenio Todd como primer rector de la época de paz.