
El escritor Jorge F. Hernández visitó recientemente la ciudad para presentar su libro “Un montón de piedras”, en el marco del Festival Alfonsino 2013. El autor de la columna “Agua de Azar”, reflexionó sobre su pasado; compartió su gusto por viajar y su pasión por los trenes. Defendió a capa y espada el género del cuento, al que considera tan importante como la novela.
>¿Qué se siente tener entre sus amistades a personalidades como Silvia Lemus y en su momento al maestro Carlos Fuentes?
Trato siempre que no se oiga como muy mamón. En el caso de Fuentes es que yo lo conocí cuando era niño. Mi papá era diplomático, yo vivía en Washington y sabía de Fuentes porque está retratado en la escalinata de lo que es ahora el Instituto de México, antes la embajada y a él lo pintaron vestido de charrito cuando era niño.
Y lo que siento es que estoy envejeciendo. Me tocó conocer a Octavio Paz y trabajar con él en la revista Vuelta y conocí a Adolfo Bioy Casares, conocí a Rulfo. Yo llegué a ir a cafés en donde estaba Rulfo y platiqué con él, y con Fuentes toda una vida. También en una ocasión vi a Julio Cortázar en una librería, es decir, en este mundo anduvieron ellos, pero lo que pasa es que ya no están, y da mucha nostalgia y da tristeza porque quiere decir que estoy envejeciendo yo.
>Por cierto, ya que toca el tema de la edad, en el prólogo de “Un Montón de Piedras”, menciona que con esta antología celebra sus 50 años de vida.
“La idea venía de la Secretaría de Cultura de Colima, que hicieron una edición novenal y la idea era precisamente que se acercaba mi cumpleaños número 50, pero Alfaguara decidió que se publicara cuando ya estaba muy próximo a cumplirlos, porque además yo tuve dos infartos y digamos que sobreviví. Yo he bajado 34 kilos de peso en los pasados seis meses y fue una celebración de vida.
Fue hacer un corte y ver qué es lo que yo he hecho hasta ahora y luego también proponerme entender qué puedo hacer de aquí en adelante.
>Y en este medio siglo de vida, ¿qué quita y con qué se queda?
“Yo digo, ojalá se pudiera corregir el pretérito, pero en realidad como yo estudié historia, yo sé que no se puede, entonces sí es muy lamentable; yo soy alcohólico y creo que muchas cosas las eché a perder por mi alcoholismo en el pasado, entre ellas mi matrimonio.
Pero bueno, también se rescataron muchas cosas muy positivas. Nunca he publicado cuentos y mucho menos esta antología. Mejor dicho: sí llegué a publicar cosas ebrio, pero no valían la pena. La verdad es que la peor versión de mí mismo es estar alcoholizado, entonces yo creo lo que hay que quitar son todas las cosas malas que venían aparejadas con el alcoholismo y a contra pelo de eso, hay muchísimas cosas buenas, muchas; yo he escrito mucho más de lo que he publicado.
>Y escribir puede ser una buena terapia.
Sí, sin duda y lo que hice ahora en la universidad (UANL), fue enseñar además mis libretas, porque no solamente escribo sino que hago dibujos, la portada, etcétera.
>Y para escribir un cuento, ¿qué pesa más: la imaginación, la inspiración, la casualidad o qué exactamente?
Bueno todo eso metido en la licuadora; para simplificarlo digamos que hay de tres sopas: una sopa es la pura imaginación. Es decir, sacó la libreta y lo que soñé, lo que imaginé y lo que se me ocurrió y ahí empieza la historia.
La otra es que es que dibujo una carita, un personaje, le pongo nombre por ejemplo, Evelio Rebolledo, lo digo varias veces, entonces cobra vida y luego a ver qué va a pasar con él. Según Nicolás Alvarado, lo decía la semana pasada en Televisa, que yo soy muy cruel con el destino de los personajes, porque siempre les toca un destino muy cagado, muy hilarante, que eso tiene que ver con lo que me pasa a mí. Esa es la otra sopa: y es que a mí me pasan cosas que parecen cuentos, entonces lo único que hago es narrar lo que me pasó. Las ocurrencias vienen por otro lado, pero suceden.
>Entonces su familia tuvo que ver en eso, porque en otras entrevistas ha comentado que siempre tenían anécdotas, charlas de sobremesa, es decir, se encontraba en un ambiente propicio para ello.
Sí claro, tenía que ver muchísimo. En mi familia somos 54 primos hermanos y tenemos la costumbre de que los cuentos son como chismes o como chistes y si no sabes contarlos bien, los echas a perder. Un chiste mal contado no produce risa, aunque nos da mucha risa el ridiculizo, se hace un silencio del carajo; y un chisme mal contado, terminas echándole la culpa a alguien que no la tiene.
>Entonces un cuento trágico ¿puede resultar y un chiste y al revés?
Claro, exacto.
>Pero los suyos también son un poco melodramáticos.
Lo que pasa es que son pequeñas venganzas algunas. Por ejemplo, dentro de la antología están considerados una muestra de lo que yo hice dentro de una época que fueron historias apócrifas de historiadores inexistentes.
Yo cada ocho días publicaba en Reforma un cuento que narraba la dizque vida de un historiador, y era una manera de burlarme de mis maestros; me burlé de todos, menos uno: don Luis González y González, que sigue siendo como un papá para mí. Y me divertía mucho. Y la gente creía que eran semblanzas verídicas, que esa gente existía y lo peor de todo es que en la época que lo hacía -hace como 20 años- me dio por ir a la radio y hacía voces en donde yo entrevistaba a esos personajes; lo peor es que la gente se lo creía, la gente se cree todo.
>Entonces ¿además de escritor, tiene algo de actor?
Sí claro, me encanta. Hago voces y hay cuentos que leo con voces. Me encara leer cuentos; ahora en la Universidad estuve leyendo uno y es bastante histriónico cómo lo hago.
>Y por otro lado, ¿qué opina de la popular frase entre los escritores: que la musa te encuentre trabajando, es cierta?
Totalmente. Es mejor que te encuentre trabajando; de hecho yo tengo un pequeño texto que se llama: Milonga para una intrusa de la loquísima serie que hizo Alejandro Zenker, bajo el sello de Solar Editores, donde nos metió a 30 escritores al rollo de fotografiarnos con una mujer desnuda. Y la onda era que escribieras un texto.
Yo fui el único escritor que no volteó a verla, porque me puse muy nervioso ahí de ver una mujer desnuda, más bien de saber que estaba desnuda porque yo no quería voltear a verla. Y el texto que se me ocurrió es uno que se llama Milonga para una intrusa que es eso, la frase parece que originalmente es de Goethe: “Si es que existe la musa, cuando llegue es mejor que te vea trabajando”.
Yo sí creo que existe la musa, desde luego, yo no puedo negar la presencia de una mujer desnuda, está ahí. Ahora, de que yo volteo, la veo y la estoy esperando, estaría yo mal del melón. Yo prefiero que se aparezca y cuando se aparezca que esté claro que yo ya tenía una idea de qué hacer, pues todos los días yo trato de tener clara una idea de lo que voy a hacer.
>Ya sea para la columna o para un cuento.
Sí, ya sea para la columna periodística… aunque a veces se me va ¡eh! A veces es miércoles a las 12 del día y mis hijos me preguntan: ¿sobre qué es la columna de mañana? Y les digo: no tengo n i puta idea, no la he escrito.
Ha habido peores ocasiones que es cuando hablan del periódico y entonces me preguntan si les mandé la columna y les digo: claro, claro, pinche internet es una mierda y en ese instante me tengo que sentar. Mi récord ha sido 11 minutos; una que está recopilada en “Escribo a ciegas” que se llama “Paisaje de escritorio”, la escribí porque ya iba a imprimirse.
>Pero la ventaja en México es que siempre hay un tema digno que escribir.
Bueno, a mí me va bien también en Lisboa ¿eh? O en los trenes. Yo soy muy de trenes y me jode que en México ya no hay trenes, este viaje (a Monterrey) lo hubiera hecho en tren, feliz.
>¿Cuántas veces viaja al año?
Yo viajo muchísimo. Yo llegué de Los ángeles el lunes, llegué aquí, me regreso mañana en la mañana a las seis, agarro el coche y voy a Taxco y regreso el sábado; es probable que el lunes próximo me tenga que ir a Chicago, viajo mucho. Me volví muy ambulante.
Lamentablemente estoy ligado a dos programas de televisión y dos programas de radio y se graban en la ciudad de México y me apena mucho porque luego queda uno mal.
>Y sobre sus lecturas infantiles, ¿qué nos puede comentar?
Yo crecí en Estados Unidos y crecí en inglés, antes de hablar español. De niño me volví loco con Charlotte’ s Web, que en español es La Telaraña de Carlota y con Stuart Little, que ahora son películas, pero yo esa serie la conocía leyéndola. Muy pronto gracias a una maestra me hice fan de Mark Twain por Huckleberry Finn, pero en realidad me caía mejor Tom Sawyer que Finn.
Y gracias a eso entré por la puerta a la gran literatura norteamericana y cada Navidad leo a Dickens y desde niño soy fan de la canción “Christmas Carol”, y me gusta leerla con voces y hago la voz de Scrooge y de Tom Cratchit.
Pero luego hubo un hueco, porque en realidad dejé de ser buen lector y cuando llegué, quise ser novillero porque era una manera de sentirme mexicano y de creer que iba a hablar mejor el español y hasta en la prepa un amigo, Gonzalo Canseco, me regaló “El Principio del Placer”, de José Emilio Pacheco, que es un extraordinario libro de cuentos. Y entonces ahí se abrió el universo, porque me cuestioné si eso se vale, si eso se puede hacer y puedes vivir de eso, por lo que desistí de ser torero. Además porque me daba miedo el toro, el público y el traje era muy incomodo, entonces estudié historia, pero tenía el gusanito de dedicarme al cuento y soy puro cuento.
El cuento es un género muy provechoso, porque lo puedes leer en lo que dura el trayecto de autobús, de metro, en lo que se maquilla ella; el cuento dura lo que dura, y en cambio la novela es una navegación que dura un mes, semanas.
>¿Y qué hay sobre la invasión de la tecnología en la literatura?
Me gusta la noción de que estamos mucho más conectados en el mundo a través de la palabra. Lo que me preocupa es que una generación entera se va a conformar con 140 caracteres en lugar de 6 cuartillas escritas a mano.
Las cartas de amor que había antes eran mucho más creíbles de las de ahora. Los 140 caracteres equivale a un faje, y yo pertenezco a una generación que le tiraba a toda la noche. Un faje no está mal, pero son 140 caracteres, y yo prefiero El Quijote.