El nombre de Gastón Santos está ligado completamente al rejoneo. Esta dinastía de ganaderos (don Gonzalo, don Gastón padre y Gastón hijo) se ha convertido en una marca, una referencia, una denominación que hoy también representa a los mejores caballos para la fiesta más brava, la tauromaquia.
La historia de toreo en México tiene en un lugar privilegiado a don Gastón padre, osado matador de toros, actor afamado que sedujo a actrices nacionales y de Hollywood, voraz lector de memoria prodigiosa y consumado cazador que lo mismo ha abatido rinocerontes que oso polares.
El epicentro de la dinastía es el rancho La Jarrilla, ubicado en Tamuín, San Luis Potosí. Un selvático y húmedo paraíso donde el generoso dúo de personalidades recibe a sus amigos y conocidos.
Ese lugar lo han convertido también en un santuario donde protegen caimanes, jabalíes, venados y peces que vagan libremente sin mezclarse con el ganado vacuno y equino que pasta en la mayor parte del rancho.
Hoy, la estafeta del toreo la lleva Gastón Santos hijo, quien se tomó muy en serio la labor de heredero y en 2008 fue el rejoneador con más corridas en todo México, solamente superado por un torero de a pie, Eulalio López “El Zotoluco”.
EL HEREDERO
Gastón Santos fue el segundo torero extranjero en tomar la alternativa en la plaza de toros Campo Pequeño de Lisboa, Portugal, la capital del rejoneo. El primero fue su padre.
Pero llegar a ese momento memorable no fue fácil. El joven Gastón sufrió el divorcio de sus padres y se fue a vivir a Tampico y posteriormente a estudiar a Estados Unidos, donde terminó una carrera en una escuela militar de Texas.
Fue entonces cuando decidió abrazar la pasión que ya corría por sus venas y volvió a La Jarrilla, donde su padre lo esperaba para convertirlo en un digno sucesor del apellido Santos.
“Mi papá me vio practicando todos los días, entrenando diario, montando varias horas al día y me dijo que si me quería dedicar en serio al rejoneo tenía que ir a donde están los mejores, a la cuna mundial del rejoneo y me envió a Portugal”, explicó Gastón.
Su debut lo tuvo el 15 de julio de 2001 en la plaza de San Buenaventura, en Coahuila, México, y en julio de 2007 tomó la alternativa como caballero de plaza en la plaza de toros Campo Pequeño, en Lisboa, Portugal.
“Aprendí el rejoneo a la usanza clásica portuguesa, portando la casaca y el tricornio (sombrero de tres picos)”, explica el matador de toros.
A base de mucha pasión y esfuerzo dedicados al arte de ser caballero en plaza, Gastón ya logró dejar de ser “el hijo de Gastón Santos”… ahora, lleno de orgullo dice que es a su progenitor a quien reconocen como “el papá de Gastón Santos”.
JINETE Y CABALLO
En el ruedo, desafiando al burel, jinete y cabalgadura se vuelven uno solo. El mítico centauro cobra vida y danza con una sincronía perfecta llena de velocidad y músculos en la cual cada centímetro cuenta y puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Ataviado a la usanza portuguesa, con casaca y tricornio, el torero y sus afamados caballos lusitanos recrean el antiguo arte de la guerra, buscando clavar los rejones y la espada en el momento preciso, en el lugar exacto.
Y si la faena se realiza con éxito no es cuestión de suerte ni de herencia, sino de una habilidad nacida del sacrificio, de las horas arduas de trabajo y paciencia, montando todas las mañanas de la semana a cada uno de los caballos y saliendo a torear sábados y domingos.
No es fácil mantener una vida sosegada y sobria cuando se tiene juventud, fama y fortuna. Gastón lo sabe y acepta el sacrificio con tal de convertirse en el mejor. Algún precio debía pagar Gastón para estar a la altura de la leyenda de su apellido.
Desde que debutó, hace 8 años, se pierde cumpleaños, bautizos y bodas familiares. Tradicionalmente torea el primero de enero, así que no disfruta del todo la fiesta de fin de año y es el gran ausente en las reuniones de sus amigos.
“Me pierdo mucha fiestas familiares, soy el gran ausente de las reuniones de mis amigos pero no hay de otra. Entreno de lunes a jueves, los viernes viajo y toreo los sábados y domingos.
“Es un sacrificio pero estoy dispuesto a hacerlo porque quiero ser el mejor en el rejoneo y es una labor que se debe tomar muy en serio. Mi familia y mis amigos lo entienden y lo que hacen algunos es venir al rancho y aquí convivimos pero de una manera muy sana, ni siquiera me desvelo mucho porque tengo que levantarme temprano para montar”, explica el matador.
Este hombre de caballos convive con ellos como si fueran sus familiares; madruga para atenderlos y conoce la personalidad de cada uno. Sabe si Umbroso está de mal humor, si Tenorio está fatigado o si Rayito se siente enfermo.
“Haz de cuenta que las caballerizas son como mi oficina, me la paso con los caballos y no te miento si te digo que paso más tiempo con ellos que con mis familiares”, cuenta.
Y tanto tiempo invertido tiene su recompensa. Apenas un mínimo movimiento de muñeca o la más leve presión con la pierna bastan para que su montura entienda lo que desea el jinete: saltar, correr, detenerse, realizar elegantes pasos de alta escuela o lanzarse a embestir al astado.
“Nos entendemos perfectamente, a veces antes de que le pida al caballo que haga algo él lo hace y es que es muy importante que estemos en la misma sintonía porque ellos ponen su vida en mis manos y yo también les confío mi vida a ellos”.
Por su parte, don Gastón es un hueso duro de roer, no se le da fácil el halago y por ello se muestra un tanto lacónico en las palabras, aunque con la mirada evidencia el orgullo que siente.
Este hombre de 78 años e imponente presencia le da total libertad a su hijo. Trabaja en una oficina aparte y lo deja manejar a su antojo su parte del rancho con los animales correspondientes pero no duda en regalarle un consejo cuando se lo pide.
Gastón hijo sabe que lleva sobre los hombros el estigma del junior que obtiene todo de su padre, por ello se formó al margen de su apoyo y trabaja duro en todas las labores del rancho, desde la producción de pastura, el cuidado de la tierra y todo lo relacionado con sus caballos.
Este joven, educado en colegios militares de Estados Unidos, es un hombre de campo que conoce la abundante flora y fauna de la Huasteca potosina pero, sobre todo, vive para la pasión heredada de su casta bravía.
“Es un arte reunir estos dos instintos, los del toro y los del caballo. El toro tiene la bravura y la valentía que tanto estimamos en la civilización y el caballo la nobleza que lo hace aguantar las ganas de huir cuando viene la embestida”.
Como completo enamorado de la fiesta brava, el rejoneador lucha por promoverla y ofrece lo mejor de sus actuaciones en cada plaza, sin importar tamaño ni relevancia.
“Yo invito a la gente a que acuda a las plaza de toros, que se acerque una vez al menos a presenciar una corrida porque no nada más estamos hablando de la parte sangrienta. También se puede disfrutar mucho viendo a los toreros, a los rejoneadores, el arte de los caballos que no bailan pero bueno, la gente dice eso, que bailan ¡pues los invito a que vayan a ver a los caballos bailar!”.
Después de todo, retar a la muerte en cada lance es un riesgo que sólo dura unos minutos y Gastón, para convertirlo en un arte, le ha dedicado a esta labor su vida entera.