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Hace 40 años, Tigres enfiló al campeonato

12 de abril de 2018 por José Luis Esquivel Hernández


¡Gooooooooool de Roberto Gómez Junco a pase de Walter Daniel Mantegazza… Goooooooooooool!…
El grito de los cronistas en la radio y la televisión de Monterrey en el Estadio Universitario se confundía con el grito de los aficionados. Y la euforia se entendía a plenitud porque iba apenas el minuto once del Clásico contra Monterrey la tarde del 14 de enero de 1978. Geraldo Concordia “Iauca” anotaría el 2-0 a los 37, y dos minutos después Mantegazza pondría el 3-0 hasta que en el segundo tiempo descontaría dos veces el entonces símbolo de los Rayados: Rubén Romeo Corbo, y su paisano Mantegazza cerraría el marcador de 4-2, a los 91.
Yo estuve ahí en el Estadio Universitario. Hacía las veces de reportero y fotógrafo en la cancha. No grité ni hablé para algún medio electrónico, pero escribí la crónica en El Norte, como lo hice en los anteriores ocho clásicos, desde julio de 1974. Ausentes de la alineación Jerónimo Barbadillo y Juan Ramón Ocampo, vi antes del partido cómo animaban a sus compañeros. En el otro frente, el brasileño Milton Carlos no jugó y se quedó en las tribunas. Presencié de cerca la forma en que el árbitro Marco Antonio Dorantes expulsó al entrenador de Tigres, Carlos Miloc. Fui testigo en esa tarde fría cómo se calentó el rostro iracundo del presidente del Monterrey, Ignacio Santos de Hoyos. Le dolió en el alma la segunda derrota en este tipo de choques por el orgullo. Y me fijé muy bien en lo que se dijo, en medio de una desbordante algarabía, dentro del vestidor de los felinos, porque en ese tiempo se permitía el libre acceso a la hoy zona íntima de los futbolistas. Se prometieron, de ahí en adelante, apretar el paso en busca del título.
Así fue. Para marzo, el optimismo del grupo, bajo el liderazgo de Osvaldo Batocletti y Tomás Boy, se tradujo en un ascenso rápido en la tabla de posiciones. Hace exactamente 40 años, por estas fechas, a partir de ese enfrentamiento “fraterno” los Tigres se enfilarían, jornada tras jornada, a su primer campeonato de liga de la mano de Carlos Miloc, obtenido el 27 de mayo de 1978 contra los Pumas, aunque en la Finalísima no alineó Gómez Junco, el jugador más joven del equipo, nacido en Monterrey en marzo de 1956 y recién contratado por la UANL en 1977.
Hoy, a 40 años de distancia, el recuerdo de semejante hazaña mete en el túnel del tiempo a Gómez Junco y a toda la pléyade de sus compañeros futbolistas de Tigres para evocar cientos de escenas teñidas por la nostalgia. No es para menos, pues se trató del primer campeonato de liga del futbol profesional mexicano que ponía en tal sitio de honor a un equipo de aquí, el mismo que también obtuvo el primer título de copa el 4 de octubre de 1975, pero que luego se desfondaría, al grado de tener que despedir a su entrenador Claudio Lostanau y al sustituto de éste, Mario “El Flaco” Pérez, para recurrir al húngaro Arpad Fékete.
Los Tigres venían de un torneo fatal, pues terminaron en el sótano de la tabla general y se libraron de caer a la Segunda División el sábado 11 de junio de 1977 en el último partido contra Zacatepec, con gol de “Iauca”, en el Estadio Universitario. De ahí que, aunque el presidente del Club, don Ramón Cárdenas Coronado, y su vicepresidente don Rogelio Cantú Gómez deseaban la permanencia como entrenador de Fékete, pero fue la intervención de Cayetano Garza, director de Deportes de la UANL, la que hizo que el rector Luis Eugenio Todd Pérez aprobara la contratación de Carlos Miloc Pelachi, timonel del equipo de San Luis Potosí, hasta donde viajó varias veces el cronista Roberto Hernández Jr. para convencerlo de hacerse cargo del plantel recién salvado de la “quema”.
El director técnico uruguayo pidió la permanencia de algunos jugadores claves, como Jerónimo Barbadillo, Tomás Boy, Alejandro Izquierdo Bueno, Mateo Bravo, Roberto Gadea, Salvador Carrillo y el brasileño “Iauca”, además de proponer, en una negociación a préstamo con San Luis, a Raúl Ruiz, José Luis “Pillo” Herrera y al paraguayo Juan Ramón Ocampo, mientras que se compraría la carta de transferencia del portero José Pilar Reyes Requenes.
En el camino ocurrió que Miguel Gómez Collado dejó de ser vicepresidente de los Rayados de Monterrey, justamente cuando tenía casi amarrados a los jugadores del León, Osvaldo Batocletti y Walter Daniel Mantgazza, pero al ser contratado como directivo por los Tigres, ambos futbolistas sudamericanos fueron aprobados por Miloc para integrarse al plantel, al que llegaron también Roberto Gómez Junco, Mario Carrillo y Sergio Orduña.
La temporada 77-78 arrancó el 27 de julio y en agosto los Rayados perdieron lo invicto en los clásicos por 1-0 en un partido jugado en el Estadio Tecnológico, porque, aunque los universitarios eran locales, su casa de juego estaba siendo sometida a una remodelación para dejarla lista con motivo del Premundial. Pero más adelante, los Tigres se empezaron a rezagar en la tabla. De hecho, en este torneo llegaron a tener una desventaja de ocho puntos en la jornada 21 con respecto al Monterrey (segundo lugar de grupo), por lo que se veía complicado que el cuadro auriazul pasara a la liguilla por el título en aquel grupo llamado, por algo, “de la muerte”.
Así las cosas, en ese segundo Clásico de la temporada en enero de 1978, los Rayados se presentaron con una solvencia muy entendible, si se toma en cuenta que sumaban 12 partidos sin perder. Y claro que los pronósticos estaban a su favor. Pero el sorpresivo resultado final no sólo hizo que el conjunto dirigido por Carlos Miloc refrendara el orgullo de la camiseta como en cada enfrentamiento “fraterno” en la Sultana del Norte, sino que desde entonces comenzó poco a poco a reducir la ventaja que le llevaban los albiazules y logró calificar a la liguilla como segundo lugar de grupo, al sacarle cuatro puntos de ventaja a su acérrimo rival deportivo.

AMERICA, SUPERLIDER
En dicha temporada, de 38 largas jornadas, cuando se ganaban dos puntos por victoria, ocurrió también algo insólito en otro frente: el América, superlíder de la tabla general con 51 puntos, fue derrotado en los cuartos de final por el colero de la liguilla, Tampico-Madero (35 puntos). Los capitalinos fueron al puerto muy confiados, pero regresaron con un empate a dos goles, y cuando pensaban imponer su categoría en el Estadio Azteca los jaibos les empataron a uno, mandando el juego a tiempos extras, sin que se hicieran más daño. Pero en la tanda de tiros de castigo los visitantes se impusieron por 4-2.
En esa misma serie, la UNAM (48 puntos) dejó fuera a la UdeG (41 puntos) por marcador global de 3-2, en tanto que Cruz Azul (43 puntos) mandó a su casa al Toluca (47 puntos) al son de uno a cero y empate a dos. Por su parte, los Tigres de la UANL (44 puntos) le recetaron dos derrotas a los Tecos de la UAG (46 puntos), de ida por 1-0 y de vuelta por 2-3, avanzando a la fase de semifinales en que Tampico-Madero volvió a ilusionar a sus seguidores en el primer juego al vencer a la UNAN por 2 goles a uno, aunque en el siguiente los capitalinos hicieron de las suyas (4-0), en espera de lo que ocurriera entre los dirigidos por Miloc y los de la Máquina Celeste.
Era mediados de mayo de ese inolvidable año de 1978 en los anales de los Tigres. El partido lucía muy parejo, pues ambos contendientes habían terminado en quinto y sexto sitio de la tabla general. Y la lógica se impuso en el juego en casa de los cementeros que con la mínima diferencia pensaban llegar al Estadio Universitario a defenderse a ultranza. Los anfitriones no se lo permitieron y desde el principio estuvieron martillando la portería contraria hasta alzarse con un contundente 3-1, en medio de la algarabía de los aficionados que echaron a volar sus sueños de ser campeones.
La Copa del Mundo en Argentina estaba en puerta. La programación de 38 partidos entre 16 selecciones (de un total de 106 países concursantes) fue programada del 1 de junio al 25 del mismo mes, de modo que ya para el 24 de mayo en que tendría lugar el primer juego de la Finalísima del futbol mexicano, los Tigres no tenían al portero de México, José Pilar Reyes Requenes, pero la UNAM también cedió al conjunto tricolor a cuatro de sus mejores futbolistas: Hugo Sánchez Márquez, Arturo “Gonini” Vázquez Ayala, Leonardo Cuéllar y Enrique López Zarza.
Muy a su pesar, tuvieron que dejar a sus equipos y viajar a Buenos Aires. No les quedaba otra más que estar al tanto de las incidencias de los dos últimos encuentros en busca del anhelado título y del trofeo que iría a engalanar las vitrinas de uno de los dos clubes universitarios. El segundo lugar de la tabla general (48 puntos) parecía encaminado a ceñirse el cetro por su capacidad goleadora y su historial de triunfos, mientras que el quinto lugar (44 puntos) contaba con el antecedente de su paso firme en el torneo después del Clásico Regiomontano de enero de ese año, además de la motivación que Carlos Miloc sabía inyectar a sus jugadores.
Y se hizo la luz en el Estadio Universitario. O la noche de ese 24 de mayo fue más intensa al salir con más brillo el resplandor de las lámparas para alumbrar las tribunas. O el ambiente de fiesta así permitió que se percibiera, pues al minuto 20 Walter Daniel Mantegaza ponía el 1-0 y él mismo selló su actuación sobresaliente con otro gol a los 75 para un 2-0 que los expertos no presagiaban como signo de laurel en el podio. UNAM tenía con qué remontar ese marcador. Y en el Estadio Olímpico su afición se convertiría en el jugador número 12.
El uruguayo Washington Olivera, ídolo de los seguidores de Tigres una temporada antes, ahora militaba con los capitalinos, y no dejaba de alardear que conocía el lado flaco del equipo de Miloc. Por tanto, alardeaba que lo iban a apabullar. Que desde el primer minuto se iban a dejar ir con todo para el empate. Pero no. Los Tigres resistieron los embates e inclusive los gritos del Rector de la UANL, Luis Eugenio Todd Pérez desde la tribuna, se volvían eco en la voz del técnico uruguayo que sudaba a chorros y casi se quería meter a la cancha a ayudar a los suyos en la férrea defensa del marcador. Hasta que respiró hondo y casi descansó al anotar de nueva cuenta Walter Daniel Mantegazza, casi al inicio del segundo tiempo (minuto 57). Por tanto, el gol de Olivera, a los 78, pesó menos, sin que se tomara en cuenta que les dio a los locales más bríos para atacar desde todos los flancos en busca de no dejar ir el gallardete.
Sin embargo, lo que había tomado vuelo en aquel Clásico Regiomontano de enero de 1978 culminaría felizmente para los Tigres la noche del 27 de mayo en el Estadio Olímpico de la Ciudad de México. Fue meritorio el empate a un gol del equipo de la UNAM. Pero más meritorio fue que Miloc y sus pupilos retornaran a la ciudad de Monterrey con el regalo a ésta de un primer campeonato de liga del futbol profesional en México.
El que esto escribe, enviado especial del diario El Norte, fue testigo de las incidencias en la cancha de ese vibrante juego, y de la fiesta en el hotel de la capital, porque entonces no había vuelos a Monterrey tan noche ni charters especiales, de modo que todos los protagonistas debieron esperar el amanecer para entregarse a los suyos al pie del Cerro de la Silla, haciendo el viaje casi inesperado desde el aeropuerto en un autobús viejito hasta el Palacio Municipal, porque no existía la Macroplaza.
Las camisetas amarillas adornaron todos los sitios del recorrido de los campeones. La celebración tuvo un tinte cívico porque, después de la gesta de los Niños Campeones de Beisbol en 1957, nunca había sucedido nada que levantara en lo deportivo el ánimo de la gente de aquí, dado que el campeonato de Copa en octubre de 1975 contra el América no tuvo el glamour del de liga.
Como reportero y fotógrafo en aquella época, doy fe de la entrega y pundonor del equipo durante las 38 jornadas del calendario regular. Y no niego que la UNAM jugó la Final sin cuatro de sus pilares del cuadro titular. Pero el mérito de los Tigres fue, aun así, superar los pronósticos de los especialistas, porque sus gladiadores apenas empezaban a escribir su nombre en el mapa del futbol mexicano, mientras que los Pumas ya tenían una trayectoria de reconocimiento unánime y sus jugadores eran cabalmente materia prima de la Selección Nacional.
Un año después, en 1979, los Tigres volvieron a ilusionar a su gente con el bicampeonato, después de una temporada de gran altura, pero factores extra cancha derrumbaron la ilusión. Para colmo, sobrevino un choque entre el Luis Eugenio Pérez y don Carlos Miloc, por una gira a Europa del equipo, que el uruguayo no aprobó, y entonces se llamó a Carlito Peters y a Dagoberto Fontes para que cumplieran el compromiso de tan anhelado viaje con destino original en París y después en las canchas de la antigua Yugoslavia, en Budapest, Hungría, y en Viena, Austria, en cuyos recorridos mi trabajo con la cámara y la redacción se surtieron de energía por dar cuenta de los resultados de esos juegos amistosos en las páginas de El Norte.

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