Entre mayo y diciembre de 1996 se destapó la cloaca de la corrupción en la Universidad Autónoma de Nuevo León durante la gestión del ex rector Manuel Silos Martínez. Doce años más tarde, el economista quiere que la Máxima Casa de Estudios le restituyan sus derechos, pero se le olvida que en el tiempo que estuvo en ese puesto permitió que se relajaran los controles financieros.
Silos Martínez, originario de Matamoros, Tamaulipas, llegó a ser rector protegido por el entonces gobernador, Sócrates Rizzo García; recomendado por el ex secretario de Hacienda y Crédito Público, Pedro Aspe Armella (cuya foto presumía en su oficina del octavo piso de Rectoría), y obviamente palomeado por Carlos Salinas de Gortari, pero en especial por su hermano Raúl, quien -después se conocería- tenía metidas las manos en la UANL a través de una institución superior de Estados Unidos.
Aun cuando -según él- la justicia lo exoneró gracias a las argucias legales que terminan con transformar a culpables en inocentes, Silos Martínez no puede salir a la calle con la frente en alto y presumir ser una blanca paloma que no se manchó las alas cuando los zopilotes devoraban los dineros de la UANL.
En esos años, de 1991 a 1996, la Universidad se convirtió en un verdadero botín, como fue comprobado por los periódicos El Porvenir, El Norte y el Diario de Monterrey (hoy Milenio), en una investigación editorial que sirvió de apoyo para las denuncias penales que presentó la Procuraduría de Justicia de Nuevo León contra varias personas.
En mayo de 1996 fui contratado por Ramón Alberto Garza, en sus últimos años como director de El Norte, para pertenecer a la planta de reporteros de la sección Local junto a ex compañeros como Juan Manuel Alvarado, Zenón Escamilla y Hugo Gutiérrez, entre otros que siguen en esa empresa.
Eran días de presión, pues los editores Reynaldo Márquez y Humberto Castro trabajaban con los nervios de punta, ya que El Porvenir empezó a ventilar pruebas sobre compras sin justificar (como pantimedias) y otros excesos que hubo en la Universidad, donde el responsable era Valentín Ovalle Faz.
Durante la rectoría de Silos Martínez, el susodicho Ovalle Faz, un fracasado estudiante de la Facultad de Economía, llegó a convertirse en el poder tras el trono. Vivía con sus parientes en una modesta casa en la calle Serafín Peña y Treviño, pero las órdenes que daba en todos los departamentos de la UANL no se discutían.
Como secretario particular del rector, Ovalle Faz mantuvo el control absoluto de varios departamentos, direcciones y secretarías, entre las principales: la Dirección de Compras y la Secretaría de Finanzas, según declararon a los medios de comunicación algunos de los funcionarios relegados, entre ellos Jorge Tanos Kuri.
La renuncia de Sócrates Rizzo García antes de terminar su sexenio por pruebas de abuso de poder de familiares, puso en el ojo del huracán a la Universidad.
El Porvenir empezó a publicar facturas de compras, entre ellas pantimedias, con dinero autorizado desde la secretaría particular, directamente por Ovalle Faz, quien a finales de 1996 fue arrestado y acompañó en la prisión a Silos Martínez y al ex tesorero, hasta que sus abogados lograron su liberación.
A mediados de mayo de ese mismo año, Humberto Castro me hizo tomar el tema de la corrupción en la UANL como parte de mi agenda diaria de trabajo –según me confió- presionado por Martha Treviño, entonces subdirectora editorial de El Norte, quien a su vez no había tenido éxito con otros reporteros para superar a la competencia.
De esa forma, El Norte comenzó a investigar. Empecé a recolectar datos y, en el mejor de los casos, los primeros documentos que suponían anomalías financieras en la gestión de Silos Martínez, ya para ese entonces recluido de nuevo en la Facultad de Economía como investigador y catedrático.
Como bola de nieve, El Norte empezó a publicar y a comprobar lo que era un secreto a voces: que Ovalle Faz hacia negocios en la UANL usando vecinos y amigos de prestanombres y pasaban como proveedores, siempre con la autorización del rector que vivía en un departamento de los condominios Constitución, mientras su secretario particular, amigo y protegido, se convertía en millonario.
Los controles financieros relajados, como lo dictaminó un despacho contable, permitió que en la UANL todos metieran las manos en su presupuesto; entre ellos la hermana del entonces gobernador, Sandra Rizzo García y su esposo, frecuentes viajeros al extranjero con facturas pagadas por la Máxima Casa de Estudios, sin que ambos fueran maestros o investigadores.
Como los anteriores casos, durante 1991 y 1996 -cuando Silos Martínez despachó en el octavo piso de Rectoría- hubo excesos, corrupción, peculado, enriquecimiento inexplicable y desvío de recursos. Uno por uno bien documentados, en una investigación periodística que luego fue “blanqueada” por la justicia mexicana.
Porque en nuestro país un pobre que roba un kilo de barbacoa para llevar a sus hijos en un rato de desesperación y hambre, sin abogados que compren conciencias de jueces, es sentenciado a diez años de cárcel, mientras un rector, su secretario particular y otros que se hartaron de saquear a la UANL, ahora creen merecer la santificación.
(Continuará…)