
Las Tortugas Ninjas atacan de nuevo.
Los anfibios mutantes, eternamente adolescentes, regresan a la pantalla grande después de más de 20 años con una versión digitalizada que no le aporta ni un ápice a la tradición de las cintas de aventuras infantiles.
La nueva versión de los singulares seres verdes de caparazón, adictos a las pizzas, es una exhibición sosa de dos horas de saltos, piruetas y giros de gimnasta, en medio de coreografías conocidas de peleas con artes marciales.
Exasperantemente, el show presentado se aprecia a medias. La producción hizo que predominaran en esta entrega las escenas oscuras, por el hábitat de los quelonios gigantes que habitan las cloacas neoyorquinas, pero también por una generación de imágenes abigarrada, con tomas vertiginosas de acción atropellada, que impiden apreciar qué es lo que realmente ocurre.
Nickelodeon, la empresa que las presenta, no se tomó la molestia de darle claridad a las progresiones de las tortugas y las condenó a ser subapreciadas en las escenas de acción.
Michael Bay, como productor, metió numerosas escenas de desastres en la ciudad, como lo ha hecho con los Transformes, pero no consigue que la emoción despegue.
La aventura sigue a Abril, una voluntariosa reportera que tiene deseos de trascender y no quedarse, únicamente, en la cobertura de noticias superficiales. Ella quiere jugar en las grandes ligas del periodismo, y para ello sigue los pasos del cuarteto de vigilantes que se enfrenta a la temible Banda del Pie, que aterroriza la ciudad.
La reportera y las tortugas entran en contacto y juntos hacen equipo para combatir a los malvados y destruir un plan para provocar una masacre en masa.
Aunque el origen de los saurios es ya conocido, la producción tiene el acierto de presentar, junto con los créditos de inicio, una explicación sobre su leyenda. Es como si se tratara de un episodio más de la serie de TV.
El filme se concentra en destacar los aspectos cool de los animalejos de 2 metros de estatura, más que en resaltar sus cualidades como superatletas de combate. Leonardo, Rafael, Donatelo y Miguel Ángel son chicos hiperactivos que no se toman nada en serio y son inmunes al peligro.
Temerarios hasta la autoinmolación, toman todo a juego y no conocen el miedo. De esta manera, cantan mientras enfrentan hordas de rufianes vestidos de negros y que portan pavorosas armas automáticas, que no les sirven de nada porque tienen pésima puntería.
Su compañera de aventuras es Megan Fox que es extremadamente bella, pero también extremadamente limitada como actriz. Imposibilitada para decir una línea dramática y expandir su rango emocional, todo el tiempo modela el lipstick y contonea sus gráciles caderas.
Aunque la cinta no implicaba algún reto histriónico, se esperaba que la heroína demostrara algo más de habilidad ante la cámara.
Hay demasiado diálogo entre las escasas escenas de acción. Aunque Splinter, la gran rata le aporta algo de seriedad y equilibra los impulsos hiperactivos de los anfibios luchadores, la producción no consigue adoptar un ritmo que mueva las secuencias.
Los malvados no son atractivos. Hay un mentor científico loco que quiere apoderarse de la ciudad y un temible samurái, que utiliza una impresionante armadura para destruir a las tortugas. Pero su maldad queda únicamente en sus planes perversos, ni siquiera en su actitud.
En la década de los 90 hubo una espantosa trilogía, de acción real, de las Tortugas Ninjas, con artemarcialistas enfundados en botargas. Después hubo series animadas, hasta llegar a esto.
Hay una sólida mercadotecnia con cajitas felices, incluidas, que han hecho exitoso en taquilla el relanzamiento de la franquicia. Por ello ya viene una secuela que, se espera, sea mucho mejor que esta entrega.