
La palabra es su herramienta y sabe cómo usarla. Juan Villoro es todo un especialista de la narración y por ello sus seguidores disfrutan de sus conferencias y charlas del mismo modo que de sus novelas y crónicas.
El miércoles 9 de septiembre (el triduo de nueves fue una coincidencia que fue observada por el propio expositor ) el escritor ganador del premio Herralde 2004 por su novela El Testigo, ofreció a manera de testimonio un resumen de su amplia trayectoria a un nutrido grupo de sus lectores que se reunieron en el auditorio del Museo Marco.
Hijo de profesores universitarios, el también aficionado al futbol dijo que su acercamiento a la literatura fue en forma fortuita, ya que al realizar su educación básica en un colegio alemán, le dio la oportunidad de valorar mejor el español.
“En mi caso ocurrió de manera incon-sciente, yo naturalmente no pensaba en ser escritor cuando era niño, pues creía que era una profesión que me era totalmente ajena y quizá el primer gusto por el idioma vino en el colegio alemán, al que yo fui a dar por un enigma que no he acabado de resolver, porque en mi familia nadie hablaba alemán y no teníamos amigos alemanes.
“Entonces era un mundo totalmente ajeno a mí y esto ocurrió además en un momento en que los alemanes no eran muy populares en el planeta, ya que en las películas de la época, a principios de los años 60, siempre eran los villanos que querían exterminar a la humanidad”, recordó Villoro provocando las risas de los asistentes.
Continuó narrando el inexplicable hecho de que sus padres lo hubieran enviado a estudiar “el idioma de los malos de las películas”, pero finalmente reconoció que conocer una cultura tan opuesta a la mexicana, lo acercó poderosamente a la lengua de Cervantes.
“Todas las materias las llevaba yo en alemán salvo la de lengua nacional. Entonces para sobrellevar esta educación tan extravagante y tan difícil, -porque me costaba mucho más trabajo estudiar las materias-, fue que descubrí que nada me gustaba tanto como el español”, dijo quien años más tarde fuera agregado cultural de la embajada de México en Berlín.
LOS CUENTOS DEL FUTBOL
Otra de los signos que encontró Juan Villoro en relación a su conexión insospechada con la escritura, fue la afición por el futbol, pues el escuchar la narración de los juegos abrió en él la puerta de un mundo paralelo que estaba a su disposición para ser plasmado en un cuento, poesía, novela o crónica.
“Me permitió asociar por primera vez y para siempre el gusto por un deporte, por el futbol y por la palabra. Además saber que las cosas valen mucho más cuando las narramos. Narrar es inventar un mundo o poner una realidad paralela a la que ya tenemos”, argumentó el autor de Dios es Redondo.
Destacó que llegó a esta conclusión cuando escuchaba atentamente los partidos en voz del locutor Ángel Fernández, una institución en el gremio de los comentaristas deportivos en México, quien sin proponérselo fue la inspiración del joven Villoro.
“Ángel Fernández reinventó el juego a un nivel tan extraordinario que todavía recuerdo algunas de sus narraciones. Cuando un partido transcurría de una manera por demás aburrida, Fernández lo convertía en una guerra de Troya. Era un auténtico rapsoda que utilizaba al público del Estadio Azteca como su foro griego y reinventaba la realidad ante nuestros ojos”, aseveró el novelista.
DOLOR SE ESCRIBE CON TINTA
Según Villoro, un escritor nace desde el momento en que desea transformar una rea-lidad, transmitir un suceso importante o simplemente porque tiene el gusto de contar historias y que éstas tengan invariablemente cierto grado de complejidad.
“Creo que en el fondo escribimos porque el mundo está mal hecho, el mundo está incompleto para nosotros. Si el mundo fuera perfecto no requeriríamos pensar que podría ser distinto.
“Vívimos siempre en dos velocidades: en lo que nos pasa en el mundo de los hechos y en las cosas que nosotros anhelamos y soñamos; las ilusiones que tenemos. Las historias que nos decimos, porque cuando nos pasa algo singular, de inmediato tenemos la necesidad de transmitirlo, de contarlo, es muy difícil que guardemos el secreto, por eso yo creo que el gusto de contar historias es irrenunciable”, manifestó el también profesor de literatura en la Universidad Autónoma de México y también ha impartido cursos en la Universidad de Yale.
Observó que la escritura es un auxiliar en un proceso de sanación espiritual, ya que la persona que está atravesando por una situación amarga y dolorosa puede plasmar este sentimiento en un texto literario.
“Una manera de sanar el dolor es empezar a contarlo, es empezar a decirlo; lo hemos hecho en momentos de duelo, cuando perdemos a un ser querido, cuando alguien cercano está en el hospital. La literatura no existiría sin los problemas, no existiría sin el dolor, sin la imperfección del mundo.
“De los amores no correspondidos ha surgido maravillosa poesía amorosa; de las pérdidas han surgido historias sobre el mundo de los muertos, entonces, estas compensaciones son las que nos puede dar la literatura”, subrayó.
LECTOR ORGULLOSO
Otro de los puntos que el autor consideró esencial en su charla fue el de la importancia de la lectura para quienes tengan la intención de escribir, pues en su caso el libro El Perfil, de José Agustín, tuvo tal impacto, que estaba convencido que mientras lo leía revivía su propia historia.
“A un escritor lo precede un lector. Creo que lo que más debemos estar orgullosos es de los libros que leemos, no de los que escribimos. Un libro nunca está completo hasta que no tiene un lector que le agrega algo. Hay lectores fabulosos que mejoran los libros a través de lo que ellos interpretan.
“La lectura es el grado máximo del placer estético y un escritor no puede dejar de ser un lector y que esto es lo que lo antecede, lo que lo justifica. Me tardé en leer libros y quizá esa es una de las razones en las que hoy en día escribo libros para niños”, reveló el autor de El Libro Salvaje.
Confesó también que su gusto por la lectura inició entre la secundaria y la preparatoria y que al descubrir el libro El Perfil se sintió plenamente identificado con el personaje, porque además estaba escrito en primera persona.
“La historia de un muchacho adolescente que atraviesa por el periodo de entre la secundaria y la preparatoria, y era justo la misma circunstancia en la que yo estaba porque también los padres del protagonista se divorcian y mis padres se habían divorciado. Esta y muchas otras coincidencias que me hicieron pensar que el libro estaba escrito para mí”, enfatizó el escritor nacido el 24 de septiembre de 1956.