En marzo se cumplen 90 años del nacimiento en Aracataca, Colombia, de Gabriel García Márquez, y en mayo llega a 50 años la obra cumbre de la literatura española moderna Cien años de soledad, la novela de novelas equiparable a El Quijote, que catapultó a la fama a su autor, quien por esas fechas de 1967 esperaba ver circular el fruto de su inspiración y fervor literario, cuando, protegido a piedra y lodo en la “Cueva de la Mafia” -como le llamaba al espacio de su casa-, tecleaba en su vieja Olivetti mañana y tarde, embelesado con su narrativa, en un México que también lo encandiló con su cine de entonces.
En efecto, la pasión por el cine es algo también muy significativo en la biografía de Gabo, al grado de que inicialmente creyó que era su vocación primaria en Colombia, y llegó a México en julio de 1961 pensando en hacer una gran carrera cinematográfica; lo que encontró finalmente fue la motivación para escribir el novela río que también traía en su mente desde 1955, al iniciarse como periodista debido a su pobre situación económica.
La primera edición de Cien años de soledad fue un trancazo sorpresivo en mayo de hace 50 años al darla a conocer en Buenos Aires, Argentina, la Editorial Sudamericana, con una gran acogida por parte de la crítica y del público, que agotó el tiraje inicial de ocho mil ejemplares, y que con el transcurso de los años ha llegado a vender más de 30 millones de copias, con traducción a 35 idiomas.
Lo curioso es que ni él sabía lo que le esperaba a su llegada a México el 2 de julio de 1961, donde el 9 de julio escribió su primer artículo para el suplemento cultural de Novedades al recibir la noticia sobre la muerte de su admirado escritor norteamericano Ernest Hemingway. Poco conocido en nuestro país, fue su paisano Álvaro Mutis quien le tendió la mano, le dio a leer a Juan Rulfo, lo llevó a Xalapa para que la Universidad Veracruzana publicara en 1962 sus cuentos de Los funerales de la Mamá Grande, y lo relacionó en el medio en el que pudo incrustarse como redactor de dos revistas que no le llamaban la atención (La Familia y Sucesos para Todos) de Gustavo Alatriste, productor cinematográfico, editor, mueblero, inversionista inmobiliario y entonces famoso conquistador de las más bellas actrices, como Silvia Pinal Hidalgo, con quien estaba casado y cuya hija, Viridiana, fallecería en un accidente automovilístico en 1982.
García Márquez, además de soñar con su exitosa novela, inicialmente quería encaminarse por el sendero del cine, y creyó que con Gustavo Alatriste se le facilitarían las cosas para hacer carrera. Pero no. El ricachón mexicano simplemente le sacaba jugo para sí a una supuesta amistad con el famoso cineasta español Luis Buñuel, quien dirigió en 1950 la que ha sido una película histórica de México, Los olvidados, ganadora en el Festival de Cine en Cannes gracias a los buenos oficios del embajador en Francia, el escritor y poeta Octavio Paz. Y al establecerse aquí, dirigió en 1954 Ensayo de un crimen con Ernesto Alonso y con la hermosísima checoslovaca Miroslava Stern, quien se suicidó en marzo de 1955, en plena juventud.
En dicha película sobresalió también la actriz Ariadne Welter, quien terminaría siendo la primera esposa de Gustavo Alatriste, y de quien se divorció tras ser padres de cuatro niños. Para cuando Gabo lo conoció, había consumado el divorcio de su segunda esposa para unirse en terceras nupcias con Silvia Pinal, estrechando ambos su relación con Buñuel a fin de concretar con el español el trío de filmes que han quedado para la historia: Viridiana (1961), filmada en España y que fue ganadora de la Palma de Oro en Cannes, estelarizada precisamente por Silvia Pinal al lado de Paco Rabal; El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1964).
Con esas disipaciones de Alatriste, pocas expectativas abrigaba en su ánimo García Márquez de ser el escritor cinematográfico que también soñaba ser. Así es que en esos días en que no veía la luz al final del túnel, siguió con sus cuentos y ganó en abril de 1962 un premio por La mala hora, además de escribir su primer guión, El Charro, en abril de 1963, y aunque escapó de las revistas de Gustavo Alatriste, no pudo alejarse de éste porque pretendió seguir contando con él al darse cuenta de que Álvaro Mutis lo había relacionado con otro productor cinematográfico, Manuel Barbachano Ponce, deseoso éste de hacer película la historia de Juan Rulfo, El Gallo de Oro.
García Márquez se incrustó entonces también como publicista en varias agencias internacionales y en septiembre de 1963 se animó más en su espíritu al ver en Editorial Era a El Coronel no tiene quien le escriba, hasta que a fines de noviembre de 1963 conoció a Rulfo para concretar el plan fílmico que le habían propuesto.
Es un hecho probado que la bienaventuranza de Gabo se completó a fines de 1963 cuando Álvaro Mutis le presentó en persona a Carlos Fuentes, recién desempacado de Europa, desde donde había difundido en enero una reseña sobre El Coronel no tiene quien le escriba, y ambos se pusieron a cumplir los planes de Manuel Barbachano Ponce, además de charlar los domingos toda la tarde en la casa de aquél en el San Ángel Inn, hasta que en 1964 completaron la escritura de El Gallo de Oro, la cual se rodó entre el 17 de junio y el 24 de julio para estrenarse en diciembre del año de 1964, aunque a fin de cuentas Juan Rulfo se inconformó con la adaptación de su historia y hablaba pestes de ambos en sus reuniones en la cafetería de Las Américas, pues la palabra “fracaso” le quedó corta al filme, a pesar de ser dirigida por Roberto Gavaldón, uno de los más prestigiosos realizadores mexicanos, y de contar en la fotografía con el mejor director artístico de la lente, Gabriel Figueroa. No valió tampoco haber tenido en la actuación a Ignacio López Tarso y a Lucha Villa.
Luego, a finales de octubre de 1964, el colombiano participó en el rodaje de su relato En este pueblo no hay ladrones, de Alberto Isaac, donde hizo el papel del cobrador del cine local, y tuvieron también un rol secundario sus amigos Luis Buñuel, Juan Rulfo, Abel Quezada y Carlos Monsiváis, además de Emilio García Riera, José Luis Cuevas y María Luisa Mendoza. Se estrenó el 9 de septiembre de 1965, en el marco del Primer Concurso de Cine Experimental Mexicano, donde obtuvo el segundo lugar.
Posteriormente, García Márquez reescribió El Charro, con el apoyo de Carlos Fuentes en la adaptación de los diálogos, que rodó el joven cineasta Arturo Ripstein, de apenas 21 años, con el título Tiempo de morir, en los Estudios Churubusco y el pueblo de Pátzcuaro, entre el 7 de junio y el 10 de julio de 1965, y cuyo estreno ocurrió el 11 de agosto de 1966 en el cine Variedades de la Ciudad de México. Todavía en 1965 escribió el guión Lola de mi vida, sobre el cuento de Carlos A. Fernández, en colaboración del escritor Juan de la Cabada y el realizador Miguel Barbachano, quien ese mismo año dirigió el filme.
Como lo había hecho en 1964, hasta la mitad de 1965 Gabo se la pasó compaginando sus guiones cinematográficos por cuenta propia con su trabajo en Walter Thompson y otras compañías norteamericanas. Ahora ya vivían bien él y su esposa Mercedes Barcha, y sus hijos iban a colegios bilingües.
CIEN AÑOS DE SOLEDAD
Eran las vísperas del parto de Cien años de soledad, en sus inicios formales en esas fechas de 1965, pero también eran los días de chismes en el ambiente de la farándula porque el primer gran exjefe que Gabo tuvo en México -el mujeriego Gustavo Alatriste- se la pasó acosando todo el año a la escultural Sonia Infante López, de 19 años de edad, para promoverla con grandes sueldos en sus películas, hasta que se casó con ella en marzo de 1966, una vez divorciado de Silvia Pinal. La pareja construyó un imperio de producciones fílmicas, salas cinematográficas y empresas de diversos giros, antes de que su matrimonio tronara escandalosamente en 1982. Él murió en el 2006 y ella ahora sufre el desprecio de sus dos hijos que la han despojado de sus bienes y vive de la caridad.
Es difícil imaginar a García Márquez –desligado del guionismo cinematográfico y atraído ahora por el mundo de la literatura latinoamericana que empezaba a cambiar con celeridad– metido en plena creación de su novela río, pero al mismo tiempo distraído con el zumbido de estas notas de la prensa rosa alrededor de quien le abrió las puertas laborales en México y que por necesidad debió atenerse a sus dictados en dos revistas que no eran las que el futuro Premio Nobel de Literatura hubiera preferido. Pero después de todo, a través de él obtuvo lo suficiente para empezar a sobrevivir cuando llegó aquí en 1961 y logró codearse con el mundo literario hasta que entró en trance y se dedicó de tiempo completo a Cien años de soledad.
Y todo empezó de repente, cuando el entonces desconocido Gabriel García Márquez, inesperadamente fue tomado en cuenta por Luis Harss durante su visita a México en junio de 1965, a fin de entrevistar para su libro Los nuestros a quienes formaban parte del nuevo fenómeno literario y que luego se llamaría el “boom” latinoamericano. Por otra parte, del 5 al 8 de julio de 1965, el Club Suizo de la colonia del Valle en la Ciudad de México fue escenario de un encuentro de escritores latinoamericanos famosos con motivo de la visita de una agente literaria de Barcelona, España, que había venido desde Nueva York a promocionar internacionalmente a las figuras del momento que tenían lectores en Latinoamérica pero nada más, principalmente Alejo Carpentier, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Su nombre: Carmen Balcells, a partir de entonces ligada a los éxitos de Gabo, como se le llamaba amistosamente al colombiano. Según la firma del contrato de agencia, su relación data del 2 de julio de 1965.
En un rinconcito de esa casa de la colonia Del Valle, con cara de aburrido, distanciado del bullicio intelectual que al parecer le incomodaba, se acercó a dialogar brevemente con Vicente Leñero Otero, quien no conocía bien a bien al bigotón que empezó a hablar de libros y de un autor común que ambos admiraban: Graham Green. Hasta que el mexicano cayó en la cuenta de que hablaba con el autor de La hojarasca, El Coronel no tiene quien le escriba, Los funerales de la Mamá Grande y La mala hora, además de los artículos que había empezado a publicar desde 1955 en la Revista Mexicana de Literatura que dirigían Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo, así como en el suplemento cultural del diario Novedades.
Y cuenta la leyenda que al salir de esa reunión que lo ligaría de por vida con Carmen Balcells, planeó un viaje a Acapulco con su familia para pasar un fin de semana en la playa jugando con sus dos niños: Rodrigo, nacido en 1959 en Colombia, y Gonzalo, quien nació en abril de 1962 en la capital mexicana.
Iban en su viejo Opel blanco rumbo al paradisíaco puerto guerrerense cuando al pasar por Chilpancingo se le presentó íntegra, de golpe, su lejana novela río, la que había soñado desde sus 18 años de edad y que estaba escribiendo o quería escribir ya bajo la influencia del estilo del mexicano Juan Rulfo, pues lo impactaron de lleno Pedro Páramo y El llano en llamas, que leyó apenas había llegado a la Ciudad de México en julio de 1961.
Juan Villoro ha llamado “la vuelta en U más famosa de la historia literaria” a ese retorno inesperado de Gabriel García Márquez rumbo a la capital mexicana, ante la resignación de la esposa de éste, Mercedes Barcha, y la decepción de los chiquillos que ya se sentían en el vaivén de las olas. Habló y habló con su mujer, se hundió en las evocaciones de la abuela materna que le contaba sus historias partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre a conocer el hielo y soltó los amarres de su imaginación al teclear su vieja Olivetti.
“La vuelta en U significaba un regreso al origen, a la mujer con la que había crecido y que explicaba lo habitual con claves fabulosas (según ella, cada vez que llegaba el electricista la casa se llenaba de mariposas amarillas). Pero esa vuelta también fue un retorno al periodista que García Márquez había sido en sus tiempos costeños, cuando cubría la vida cotidiana como si fuera una leyenda”, escribió Juan Villoro.
Según el propio Gabo, “tenía tan madura la novela que hubiera podido dictarle ahí mismo el primer capítulo, palabra por palabra, a una mecanógrafa”. Y añadía que no se despegaba de la máquina durante ocho horas diarias y sin detenerse para que no se le fuera la idea. Pero tenía que acudir a su trabajo diario, lo que le obligó a salir poco de su casa, excepto a platicarle su proceso de creación durante muchas tardes a su amigo del alma Álvaro Mutis así como a Jomi García Ascot y a la esposa de éste, María Luisa Elio, a quienes dedicó la obra y a quienes debe la primera reseña en la prensa mexicana en 1967 cuando se puso a la venta el primer tiraje de Cien años de soledad.
A principios de septiembre de 1965 interrumpió una tarde de escritura para asistir al estreno de su película En este pueblo no hay ladrones, así como a una charla que daba Carlos Fuentes a propósito de su nuevo libro Cambio de piel, aprovechando después una reunión de amigos para platicarles sobre su novela. Y también en ese mismo mes tuvo una entrevista con el periodista venezolano Domingo Millani, de El Nacional de Caracas, además de aceptar participar en una lectura literaria unos meses después, a solicitud de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Pero a fines de diciembre decidió no salir más a la calle para dedicarse por completo a su novela al grado de que se acumularon las deudas y su esposa Mercedes debió sortear la situación a como se le ocurriera. Cien años de soledad estaba siendo concebida en la poderosa mente de Gabo, ya con Macondo en su mapa literario desde 1955 en las páginas de La hojarasca.
Y en enero de 1966, cuando ya su esposa no tenía con qué cubrir el pago de la renta y empezó a vender el Opel blanco y a empeñar sus enseres domésticos, Gabo pidió no distraérsele para nada y solo se entretuvo un poco para platicar con Mercedes el 15 de febrero sobre la muerte en combate de su excompañero de la universidad en Bogotá, Camilo Torres, sacerdote de izquierdas metido en la guerrilla colombiana y quien había bautizado a su hijo mayor.
Pero el 1 de marzo de ese 1966 viajó a Colombia, con gastos pagados, a presentar la película Tiempo de morir, por ser el guión de su autoría, ganando el premio del Festival de Cine de Cartagena. Asimismo, aprovechó la ocasión para saludar a sus grandes amigos y platicarles sobre su nueva narrativa, cuyo primer capítulo se publicó en El espectador el 1 de mayo, y se embebió en evocaciones íntimas al visitar Aracataca, después de tantos años ausente de ese sitio mágico para él.
Ese mismo mes supo del matrimonio de Gustavo Alatriste con Sonia Infante sin darle mayor importancia. Y a fines de marzo ya estaba otra vez pensando en el final de Cien años de soledad. Hasta que en julio de ese año concluyó las mil 300 cuartillas y una de sus dedicatorias a mano fue para su gran amigo y compatriota el también escritor y poeta Álvaro Mutis, una vez que le dieron su visto bueno su editor Francisco Porrúa, de Editorial Sudamericana en Buenos Aires, así como el crítico mexicano Emmanuel Carballo y su gran amigo Carlos Fuentes, quien había enviado desde París un artículo para el suplemento cultural de la revista Siempre! en que anunciaba el 29 de junio la llegada de la gran novela, sin que aún estuviera terminada, pues el escritor da cuenta de su término el 22 de julio de 1966, en una carta que le mandó a Bogotá a su casi hermano y compañero en tantas correrías periodísticas, Plinio Apuleyo Mendoza.
Y al terminarla en 1966 todavía tuvo arrestos para escribir por encargo de Ripstein el libreto del mediometraje H. O., el cual integró el filme Juego peligroso, junto con Divertimento de Luis Alcoriza. El escenario es paradisíaco, pues se trata de la bahía de Río de Janeiro.
Endeudado a más no poder, en las fiestas de Navidad de 1966 se frotaba las manos soñando con las regalías que podría obtener y más cuando su amigo Germán Vargas, después de leer la obra completa, igual que otros colegas de Gabo en su tierra natal, se adelantó en Colombia a reseñar en abril de 1967, en el semanario Encuentro Liberal, la novela “garcíamarquiana” con el título Un libro que hará historia.
Al salir Cien años de soledad de las prensas en Argentina en mayo de 1967, el éxito de inmediato rodeó al colombiano, que ganó tanto dinero que se compró una casa en Barcelona, otra en París y una más en Cartagena, e hizo olvidara sus días de penurias y de incertidumbre.
Pero todavía después del trancazo que significó la publicación de su novela, García Márquez siguió escribiendo guiones, como Patsy, mi amor, dirigida por Manuel Michel, que contaba con un gran reparto: Ofelia Medina, Julio Alemán, Héctor Bonilla y Julián Pastor. Y ni con el éxito en las espaldas y sus residencias en Barcelona y París, ya lejos de la pobreza, el Gabo aficionado al cine dejó de escribir en 1974, con Luis Alcoriza, el guión de Presagio, para una película del cineasta.
Finalmente esa pasión por la que creyó era su vocación, antes que la escritura, lo llevó a crear con su propio peculio la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) en Cuba, además de dictar durante dos décadas un taller de guión y financiar proyectos iberoamericanos.
La faceta menos glamurosa de García Márquez, sin embargo, es digna de tomarse en cuenta, pues las adaptaciones de sus obras suman 17 largometrajes de ficción, a los que hay que añadir nueve más, entre guiones y argumentos propios, y dos libretos escritos por él, a partir de obras literarias de otros narradores. En total, son 28 largometrajes los que colocan a Gabo como autor de la obra base –ya sea argumento, cuento o novela—o del guión.
Como dice la costarricense María Lourdes Cortés, la escritura cinematográfica del novelista colombiano, tanto original como adaptada, no solo ofrece una enorme riqueza intertextual y variedad de interpretaciones, sino que es indispensable para entender la evolución de su poética y trayectoria como escritor. (Amores contrariados. Gabriel García Márquez y el cine. Ariel, México, 2015).