
Rufino Tamayo tenía un sentido de lo sublime que expresaba a través del color en su pintura; su temática recurrente era el ser humano, el cosmos y la relación entre ambos, por lo que alcanzó un lenguaje propio que lo distingue en todo el mundo.
Así lo afirmó Sylvia Navarrete, directora del Museo de Arte Moderno MAM en la Ciudad de México quien se encargó, con la asesoría de Juan Carlos Pereda, de la curaduría de la exposición Rufino Tamayo, el éxtasis del color, que desde el pasado 24 de noviembre se exhibe en la planta baja del Museo de Arte Contemporáneo.
Esta muestra que procede del MAM, reúne 54 piezas de las diferentes etapas del artista, quien inició pintando bodegones, pero después fue experimentando con su trazo hasta convertirse en uno de los más grandes exponentes de la pintura mexicana en el mundo.
“Durante mucho tiempo Tamayo fue considerado como el último gran clásico de la pintura mexicana, el último gran pintor mexicano vivo, y entonces lo que quisimos dar fue otra imagen de Tamayo, redescubrir para las nuevas generaciones, las que no alcanzaron a ver esta exposición que tuvimos en 1976”, señaló Navarrete.
Destacó que Tamayo propuso dentro de la abstracción un lenguaje súper mexicano, utilizando como base el rosa, que aparece mucho en su obra, pero finalmente dejó de usarlo para aprovechar el resto de los colores.
“Tamayo llegó en 1939 a Nueva York y ya pensaba que ese rosa mexicano ya se había hecho una fórmula, y esa es una de las razones por las que investigó el color y por las que se dio cuenta que lo que quería era adentrarse en una ciencia del color.
“Se le recuerda también como un gran colorista, de hecho, no hay ningún artista mexicano que se le pueda igualar, no ha habido ninguno y no creo que haya otro y es a través del color que logra estructurar el cuadro, y por eso yo creo que su pintura gusta tanto, porque proyecta una intensidad emocional”, añadió la curadora.
El pintor oaxaqueño dijo en alguna ocasión: “mi sentimiento es mexicano, mi color es mexicano, mis formas son mexicanas, pero mi concepto es una mezcla; ser mexicano, nutrirme de la tradición de mi tierra, pero al mismo tiempo recibir del mundo y dar al mundo cuanto pueda, ese es mi credo de mexicano internacional”.
EL HOMBRE Y EL COSMOS
La exposición está compuesta por tres núcleos temáticos: En busca del arquetipo, De México al Cosmos y Por una Geometría del Espacio.
“Tamayo empieza pintando indígenas y mestizos, espacios cerrados y poco a poco se va orientando hacia una figura completamente esquemática, las figuras pierden sus rasgos individualizados y poco a poco se asemejan a unos robots”, indicó la directora del MAM.
Refirió que la pintura de Rufino Tamayo está dividida en antes y en después de la guerra, pues en estos dos periodos es notable el cambio en la figura y en la composición.
“Hay un antes de la guerra y hay un después de la guerra; después de la guerra ¿qué pasa? pues es la amenaza nuclear, es la conquista del espacio, la guerra fría y todos esos factores históricos, van a influir muchísimo en la pintura de Tamayo en el sentido que lo van a pulverizar esos espacios cerrados y esos bodegones que hacía cuando tenía veintitantos años”, abundó.
Señaló que en muchos de los cuadros en los que incursiona en la nueva figura y un nuevo formato, se puede apreciar que aparecen uno o dos personajes frente al universo, de tal forma que la perspectiva en cuanto a contenido y forma cambió totalmente al pasar del tiempo.
“Es un hombre solo por lo general, o de una pareja – también hay mucho la relación de pareja que está evocada en la pintura de Tamayo- que están frente al universo, que contemplan con asombro el universo.
“Esto responde a una voluntad de forma que es introducir el dinamismo dentro del cuadro, dentro de la abstracción por medio de esos puntos de fuga, ya que la perspectiva se va para delante para que el espectador se sienta incorporado al cuadro”, apuntó Navarrete.
La narrativa de la exposición no se realizó en orden cronológico, pues la idea es que el visitante encuentre esta diversidad de la obra del artista oaxaqueño y en un mismo espacio conviven piezas realizadas en 1945 o 1978.
Entre las más representativas se encuentran: El mural transportable, homenaje a la raza india (1952), El Líder (1973), Retrato de Francisco I. Madero (1948), Autorretrato (1946), Desnudo en gris (1931), Frutero azul (1939), el Rockanrolero (1989), por mencionar algunas.