
Después de “La patria insomne”, la escritora Carmen Boullosa saca a la luz un nuevo libro de poemas titulado “Hamartia (o Hacha)”, que concibió durante su reciente estancia en Francia, alejada de su familia y de la atmósfera que siempre la rodea, tanto en Nueva York como en la Ciudad de México.
> Tengo entendido que este último libro lo escribiste cuando estabas lejos de casa, en otro país, ¿cómo estuvo eso?
Me invitaron a dar un curso en la Universidad Blaise Pascal en Francia, y me hospedaron en un lugar muy lindo, es una casa que tiene la universidad para sus huéspedes, pero no era mi casa; estaba yo sola, no estaba mi marido, y no estaba en ninguna de mis dos ciudades porque la ciudad donde vivo es Nueva York y la ciudad de donde soy y donde también vivo parte del año es México. Estaba fuera de base y era un curso muy diferente de los que suelo dar porque estoy muy acostumbrada al método americano: al tipo de muchas lecturas, interactuando mucho con los alumnos. Era un curso muy diferente el sistema francés, de lectura incluso es distinto, la lectura textual, no se trataba de leer mucho y hablar a la distancia de los textos, sino que se trataba de leer una novela en todo el semestre, y una novela además mía, “El complot de los románticos”.
Originalmente yo creí que me iba a desviar por todos los personajes que aparecen, hablar de los autores que estaban ahí, había fantaseado que iba a ser como una historia no autorizada de la literatura latinoamericana, iba a contar quiénes eran esas autoras, y contar solamente la historia y la literatura latinoamericana con las escritoras y las escritoras. Ese era mi plan.
Pero mi plan no operaba porque la profesora que me había invitado me dijo que debía leer el texto y los alumnos muy respetuosos no hacían preguntas, no interactuaban, no interrumpían, entonces todo esto me envolvió en un ánimo muy especial; yo estoy acostumbrada a la voracidad neoyorquina en que está uno leyendo quién sabe cuántos textos al mismo tiempo, buscando interpretaciones y además era la primera vez que daba un curso de una novela mía y fue rarísimo. Y eso me forzó a una actitud contemplativa, pensar y a bajar la velocidad y así fue como surgieron los poemas.
> En este libro se asoman varios poemas que se advierten de momentos muy comunes de la vida de cualquier persona, como por ejemplo: “Microondas”, “La mosca panteonera”, “Niño en el metro”, etcétera, son chispazos de la vida cotidiana.
Todos son poemas de la vida cotidiana; todos los poemas surgen de lo extraordinario de lo que no es extraordinario. Todo es tratar de entender el verdadero valor o la joya escondida detrás de un instante. Y no es que estuviera yo con un ánimo de exploradora, así estaba mi humor mientras estaba escribiendo estos poemas y ese humor tan especial, como “La mosca panteonera” que es un poema terrible, también es un poema cómico; tiene mucha ironía, y al mismo tiempo que son irónica son crueles.
Por eso la segunda parte del título lo explica muy bien, el hacha es lo que nos ilumina, lo que nos da luz, pero también el hacha es lo que corta. Tiene estos dos sentidos tan opuestos, tan terribles, y creo que eso lo hay a lo largo de todo el libro.
> Carmen, ¿tú formas parte de ese cliché de escritores que viajan y escriben mientras viajan?
Yo escribo en todos lados. Yo he aprendido a trabajar en los aviones muy bien. Me cuesta trabajo las habitaciones de los hoteles, pero también lo hago porque es parte del trabajo de un escritor, así se ha vuelto el trabajo de un escritor, pues viajamos por nuestro propio trabajo, entonces habría dos alternativas: ser un escritor que viaja sin ser escritor -no escribir-, o ser un escritor que viaja siendo escritor y yo prefiero la segunda opción.
Siempre traigo mi libreta, siempre ando haciendo anotaciones, siempre estoy pescando cosas, traigo mis libros, voy con mi propio trabajo, el viaje alimenta mucho; proporciona mucho ideas, materiales y a mí, en lo personal, excepto por este libro que estamos hablando hoy, siempre la velocidad me ha alimentado mucho.
Me acuerdo de cuando era joven escritora y me atoraba en un poema -cuando estaba escribiendo mi primer libro de poemas “La Salvaja”- tomaba el camión foráneo -me dejaba el maestro (Alejandro) Aura en la estación de autobuses y tomaba mi camión para ir a Querétaro y retornar en el que venía de regreso. Y el vértigo del vértigo y la soledad, yo entonces corregía mis poemas, remediaba el verso que no funcionaba, repetía, volvía a ver y ya de regreso me recogía Alejandro y ya nos íbamos a la casa.
En general, a mí el vértigo me sirve, me ayuda, me da oxígeno. Yo creo que en el fondo soy un insecto volador; hay insectos voladores que necesitan volar para poder respirar ¿no? o peces que necesitan nadar porque si no se ahogan, que necesitan que les pase por la tráquea el agua, bueno, yo soy de esos, yo lo necesito.
Extrañamente en este libro del que hablamos hoy, “Hamartia”, me quedé varada y lo escribí digamos con mis “agallas vacías” y yo creo que es un libro que está cargado de sentido, pero es una sensación que siempre rehúyo; no me gusta sentir mis agallas vacías o mis branquias no llenas del aire que vuela, pero en este libro me vi forzada a un suspenso.
> ¿Y cómo armaste el orden de los poemas?
Digamos que traté de ser mucho más rigurosa, tiré muchos poemas, escogí, les puse un orden por intuición, el que creí que funcionara, pero no es el tipo de orden al que estoy acostumbrada porque al empezar una novela hago como un mapa, como un plan; y mis libros de poemas también tienen como un plan, suelen ser poemas muy largos, tienen un plan, un ideario.
El libro de poemas que publiqué aquí con la Universidad Autónoma de Nuevo León titulado “La patria insomne”, tenía el plan de revisitar a López Velarde contando la tragedia mexicana. Había un plan, un trazo, un orden; y aquí no, aquí fueron los poemas que son estas instantáneas de estos momentos habituales y milagrosos que yo después organice casi diría yo por color, más que por orden racional.
Diría que es un libro muy intenso, muy fuerte y muy cruel, muy rudo. Creo que tiene cosas súper crueles. Me agarró distraída pero me encontré con la verdad. Yo solamente había salido con que moras me encontraba en el camino y me salió el hacha.
> Cuando presentaste aquí tu novela, “Texas”, recuerdo que mencionaste que no habías visitado esa ciudad fronteriza a pesar de que ya estabas viviendo desde hace un buen tiempo en Estados Unidos, ¿en qué otros lugares no has estado nunca, pero que te gustaría ir para inspirarte?
Cuando escribí mis novelas de piratas (“Son vacas, somos puercos: filibusteros del Mar Caribe” y “El médico de los piratas: bucaneros y filibusteros en el Caribe”) y yo nunca había ido a Santo Domingo a La Española, no la conozco, y ya he estado, pero no en la parte de la costa donde ocurre la novela. Y mi novela que escribí de “Sofonisba Anguissola” (La virgen y el violín) sí he ido a Madrid, pero nunca he ido a Cremona donde nació ella.
Ahora estoy escribiendo un libro sobre unas bolivianas maravillosas – a ver si me sale, no debiera hablar de él porque se apestan los libros, pero ya ni modo, ya empecé- y ocurre una buena parte en Cuenca, yo nunca he estado ahí.
Lo tengo súper bien visto, y en todo caso es Quito en el siglo XIX, no es el de hoy, entonces lo veo en los libros, lo veo en los textos de ellas, lo veo en lo que se escribe sobre ese mundo, es que leer es sensacional porque uno viaja mejor, porque viaja de una manera más afocada; incluso diría yo que el escritor que viaja no conoce porque muchas veces estoy un día y medio en un lugar y me regreso, entonces me dicen es que viajas mucho, digo: no, trabajo mucho, no viajo mucho. La gente que viaja va y ve y se dedica a pasear. Yo lo que tengo es una profesión, que demanda mucho tiempo, mucha concentración, que es la profesión de escritor y que es una profesión creo que muy hermosa.
> La historia de “Las paredes hablan” me hace pensar que la escribiste porque crees en la reencarnación, ¿es así?
No, yo no creo en la reencarnación, lo que sí creo es en el poder del mito. El poder del mito que yo quería recrear, con el que curé un poco menos en la película- porque la película no la hice yo, la dirigió otra persona-, era el mito de los volcanes de la Ciudad de México, el amante perpetuo y la amante perpetuo frente a él. La vigilia de ese amor eterno.
Sobre la reencarnación tengo mis objeciones, porque los países que creen más en esto de la reencarnación, son los que tienen más ingreso per cápita y mi interpretación es que ellos de esa manera justifican ser privilegiados porque creen que ya se lo ganaron en las vidas anteriores, y justifican que la gente se esté muriendo de hambre en otros países porque eso quiere decir que ellos se ganaron estarse muriendo de hambre. No es así, no creo que nadie se gane el derecho de morirse de hambre y que nadie se gane el derecho de vivir en la absoluta opulencia mientras el resto padece hambruna, digamos que esa es mi confesión política con respecto a la reencarnación.
> ¿Qué disfrutas más, escribir novela histórica o fantástica?
Disfruto más lo que esté escribiendo. Y no sé por qué a veces escribo novelas históricas y a veces fantásticas y siempre disfruto mucho escribir. Y creo que es muy diferente el trabajo del historiador riguroso y ellos tienen una satisfacción muy grande que no tenemos nosotros, los humanos no historiadores y es que la historia- sobre todo la historia marxista- explica los hechos como con una coherencia, y la verdad es que la vida es muy incoherente.
> Carmen, ¿de niña llevaste un diario?
De niña llevé un diario, claro.
> ¿Aún lo conservas?
No, mi madrastra, que en paz descansa, tiró todas las cosas nuestras de niños, nuestras libretas, fotos, todo lo tiró. Nos odiaba con toda su alma. Y a mí ella me había tirado antes a la basura, mi papá ya me había corrido de la casa. Era muy mala persona, pobrecita, de veras ya descansa en paz, espero realmente que esté en paz, porque nadie merecería no estarlo, pero fue una persona muy vil, muy mala onda con nosotros, pero sobre todo con mis hermanos chicos.
Entonces conservo mis diarios y mis libretas desde que soy escritora, desde que salí de mi casa a los 16 años hasta mis 60, casi 61.