Woodstock, símbolo de libertad, es un sitio que perpetúa el nombre emblemático del festival de rock que congregó multitudes en 1969 en Nueva York, con su irrebatible mensaje de “Amor y Paz”; pero dicha referencia es también expresión de un movimiento contracultural –psicodélico y contestatario del arte- que el periodismo no puede ignorar en las cercanías de Monterrey.
Por el rumbo de la famosa carretera turística por excelencia que conduce a Villa de Santiago -declarado pueblo mágico por la Unesco-, apenas se despeja la vista del torrente automovilístico en las afueras de la urbe regiomontana, el Cerro de la Silla adquiere otra forma y dimensión en los verdes prados de la zona bañados por el sol o benedicidos por la lluvia, según la época.
Pero también el paisaje cobra otro significado de repente, pues a un lado de la autopista aparece el colorido de una figuras que evocan los bellos tiempos de una música que cautiva a las generaciones de mitad de siglo pasado y a las nuevas, al disfrutar, noche a noche, conciertos de bandas estruendosas.
Las muestras de las esculturas, cuadros a todo color y figuras logradas con toda clase de materiales, lo dicen todo. Los chispazos creativos plasmados a través, inclusive, de placas de automóviles o botellas de vidrio en árboles y paredes, hablan por sí mismos en un recorrido improvisado por todos los rincones de este espacio de 10 mil metros cuadrados, que se distingue, de golpe y porrazo, por una guitarra enorme de singular colorido.
Woodstock fue creado por Horacio Sánez en diciembre de 2007 y congregó en su inauguración apenas a 14 personas, pero luego a 40 y ahora rebasa las mil cada noche, los fines de semana. Sin embargo, cuando en marzo de 2008 se incendió su palapa pareció llegar a su fin y dar al traste con el proyecto, aunque, gracias al empeño de su propietario, prácticamente resurgió de sus propias cenizas y hoy es todo un espectáculo contracultural.
Woodstock es irreverente pero majestuoso. Es original pero indescifrable. Es museo pero también bar. Es arte pero con muchos interrogantes entre los críticos de élite que ni en los pintorescos mariachis hechos con alambres de colores, encuentran el sentido estético.
Y, sin embargo, la vista se embriaga al detenerse frente a la estatua de John Lennon, la más grande del mundo, dice el propietario de Amadeus, ésa sí una galería de postín en la prestigiosa colonia del Valle. “Está como récord Guinnes”, afirma.
Ese enorme John Lennon mide cuatro metros de altura y pesa cinco toneladas, lo que lo hace visible a cualquier distancia y provoca que los traileros accionen el claxon de sus pesadas unidades tanto al salir como al entrar a la zona, cual si quisieran ser bendecidos por el moderno “Cristo”, que, en opinión de Horacio Sáenz, fue asesinado por el imperio moderno, Estados Unidos, como lo fue, en su tiempo, el verdadero Cristo, flagelado por otro imperio, el de Roma.
“La obra fue fabricada de puro mármol en China y tardó un año en adquirir su forma espectacular”, comenta Horacio Sánez. “A eso agrégale lo que tardó en llegar a Los Ángeles en barco y de ahí a Nuevo Laredo en tren para luego traerla a su sitio definitivo en tráiler y grúas especiales”.
El precio fue lo que motivó recurrir a la mano de obra china, barata por excelencia, pues en Italia costaba el doble de lo que finalmente se pagó por ella. Y en México se elevaba tres veces más, según su promotor, que no dejó de ir a Beijin constantemente a comprobar la calidad y adelanto durante todo el año que se fabricó.
En Woodstock, los Beattles aparecen por todos lados, empezando por los nombres de las calles y la repetición de sus efigies aquí y allá, inclusive portando en sus manos una cerveza cada quien de la marca regiomontana. Claro que no podían faltar en el simulacro de su paso histórico en una de las calles de Liverpool en 1963. Las guitarras de todos colores adornan el espacio menos esperado. Y en el centro del escenario musical aparece Elvis Presley con su característico atuendo y su pose en frenética tocada.
“Quise que fuera un homenaje a esa generación musical”, afirma Sáenz, porque él nació en 1954, justamente cuando apareció el rock.
“Por eso quise extender mi afición entre todos los que aman el arte informal y la música esplendorosa. Finalmente al morir no te llevarás nada, y qué mejor heredar este sitio a mi ciudad y a mis paisanos”, afirma el promotor cultural, quien asienta que compartir la belleza de la música que él escuchó de niño y adolescente, lo hace muy feliz.
Por todos lados hay arte arrancado a lo que sea. Por ejemplo, dos enormes tractores y varias bicicletas son el encanto de quienes admiran la creatividad para obtener significados a fuerza de ingenio. Y los baños tienen una decoración muy sui generis. Lo mismo que la parte alta donde centellean las luces de guitarras y figuras artísticas del rock. Y recientemente se instaló la escena de una jugada futbolera con dos goleadores con el uniforme de Tigres y Rayados, respectivamente, pero con una alusión al próximo Mundial en Sudáfrica.
Las hojas de los árboles devanean con el soplo de los ángeles, y al frente -mirando hacia la carretera nacional- Benedicto XVI se sienta a tomar un baño de sol, en tanto la imagen de la Virgen de Guadalupe bendice a los paseantes. También un Buda y un Extraterrestre (ET) contemplan a quienes ven sin mirar el arte que inunda Woodstock.
En el interior del inmenso salón adaptado como oficina-bar hay una variedad de obras como –de nuevo– la Virgen de Guadalupe sobre el globo terráqueo derramando bendiciones. Y pinturas, muchas pinturas: la de Witney Houston y, obviamente, de Alex Lora, sobresaliendo otra efigie de John Lennon en franco apapacho con sus seguidores actuales que al empatarse en épocas con los venerables hombres y mujeres de la tercera edad, le ponen un toque especial a este lugar tupido de arte, música y ambiente de libertad, amor y paz, a unos cuantos kilómetros al sur de Monterrey, la capital del Estado de Nuevo León.
Para los periodistas es un sitio que reta a describirlo con la pluma en ristre y sin condicionamientos de edad, género o gusto por lo estético y psicodélico. Es, simple y sencillamente, un reto a la crítica especializada y al arte elitista, como sello distintivo de una expresión contracultural. Es, para decirlo de un plumazo, el medio underground de los que no tienen educados los sentidos para desentrañar significados de obras que llaman la atención más por su forma que por su contenido.
Es un espacio donde la creatividad de Horacio Sáenz no tiene límite, y encuentra cauce en artistas y artesanos de todas partes de la región y de México, desde que se empeñó en lograr algo especial, por primera vez, de unos troncos convertidos en sillas y bancas rústicas. Después, su ingenio no ha parado de llenar de figuras los rincones de estos 10 mil metros cuadrados de terreno.
Por eso está por estrenar la “Capilla-Rock” donde irreverentemente emulará la Última Cena pero con Lennon ocupando el espacio central, y a sus lados, otros famosos músicos de fama mundial, que tendrán veladoras ex-profeso con las letras de sus principales canciones. Ah, y podrán venir aquí a casarse simbólicamente las parejas que lo deseen.