
Para Adriana Macías Hernández su vida era normal como la de cualquier otra persona que estaba a su alrededor; sin embargo, no había brazos en ella como en el resto de su familia.
Esto no fue impedimento para la originaria del Distrito Federal, quien llegó a pensar que al igual como le crecía el pelo y los dientes, también pronto le crecerían los brazos.
“Cuando se me dificultó fue en la adolescencia porque, como todos, pues te empiezas a comparar con personas que han logrado un sueño como el que tu quieres y de repente te empiezas a sentir insuficiente.
“Fue cuando dije ´y mis brazos nunca me salieron´, por que yo tenía la idea de que me iban a crecer, porque si mis papás tenían brazos, mi hermana, mis compañeros de la escuela tenían brazos, me crecían el pelo, los dientes, los huesos, se me hizo muy fácil pensar que a lo mejor todavía no me habían crecido”, dijo la mujer de 31 años de edad.
Con una sonrisa que contagia a todos a su alrededor, Macías Hernández considera que la parte más difícil fue para sus padres, ya que como cualquiera que espera un bebé, confía en que nazca bien, aunque admite que después de superarlo ellos más bien se abocaron a ayudarle a salir adelante.
“Ha sido una carrera larga y ha sido mucho trabajo de ellos y gracias a su ejemplo y a cómo me han motivado y gracias a Dios yo en esa época no sufrí, tuve una niñez feliz, todavía conservo a mis amigos de la primaria, afortunadamente no viví una situación de discriminación, yo era feliz”, explicó mientras complementa sus palabras con el movimiento de sus pies.
Desde niña su principal herramienta han sido los pies, por lo que todo lo que necesitaba lo tomaba con ellos.
Macías Hernández los califica como “sus tablas de salvación”, ya que gracias a ellos ha logrado su independencia, tan es así que ahora con ellos se maquilla, peina, cocina y hasta maneja el automóvil.
“Lo más difícil desde luego es vestirme, mira hacer las cosas con los pies no es tan difícil, lo que es difícil es la disciplina, el ejercicio por que se requiere una flexibilidad que sólo tienes a base de ejercicio y de dietas, y pues ni me gusta hacer ejercicio ni estar a dieta, me encantan los tacos, el pozole, la pizza y pues, ni modo, me propongo estar a dieta, todo el mundo tiene que hacer un sacrificio”, mencionó.
Acomodando con los dedos de sus pies su cabello tras la oreja, explica que mientras cumplía su meta de convertirse en abogada la invitaron a dar una conferencia y rápidamente aceptó pensando que sería una bonita experiencia sin imaginar que ahí estaría su futuro laboral.
“Yo me dedico a dar conferencias, este diciembre cumplí ya 11 años de estar dando conferencias, cuando yo tenía cinco años de dar conferencias, alguien me empezó a pedir material escrito y la gente comenzó a insistir y me daba un poco de miedo porque, para empezar, yo no soy escritora.
“La gente me motivó a escribir este primer libro, que lo escribí de forma cronológica, pero no me gustó mucho, se me hacía algo aburrido así que lo volvía a escribir. Tardé dos años en escribirlo y ahorita está como muy práctico porque está en capítulos, es un poquito de mi vida y lo que yo he aprendido de la vida de las demás personas”, mencionó en referencia a su primer texto Abrazar el éxito.
La también poseedora de un Postgrado en Administración de Recursos Humanos tiene un segundo libro titulado La fuerza de un guerrero, que es una historia más bien dedicada al público infantil.
Con un año y medio de casada, espera que su siguiente obra literaria sea contando la experiencia de la maternidad, y es que dice que espera pronto poder cumplir ese anhelo.
Su notable discapacidad física es compensada con la autoestima que irradia a todos los que la rodean, incluso las bromas hacía su condición no pueden faltar al confesar que maneja como cualquier mujer: “con las patas”, y que nunca se imaginó que algún día pedirían su mano.
DOÑA LUPITA: SU BRAZO PRINCIPAL
Desde que nació doña Guadalupe Hernández Macías ha sido la compañera inseparable de Adriana por dos razones: la más importante es por que le dio la vida, además de que ha sido la encargada de guiarla en el camino que considera no ha sido fácil.
“Hemos tenido muchísimos momentos difíciles, cada etapa de ella era difícil, sobre todo por lo inexpertos que somos, pero pues Dios nos iluminó para que tuviéramos la visión de observarla y ver lo que le gustaba, desde chiquita ella agarró su biberón con los pies y para nosotros esa fue la luz de cómo apoyarla y le dábamos todo en sus pies.
“Nosotros desde chiquita nos acostumbró a querer hacerlo todo y lo difícil para nosotros era detenernos, dejarla, por que veíamos que batallaba y como papás queríamos ayudarla, pero nos mentalizamos a que era por su bien”, mencionó mientras su hija atendía a todo aquel que se le acercaba con su libro en mano.
Doña Guadalupe menciona que para ellos lo más importante era ver por la preparación de su hija, aunque siempre tuvieron la seguridad de que se iba a recibir de abogada ya que era lo que más anhelaba; sin embargo, admite que esta faceta de escritora es toda una sorpresa para ellos.
De lunes a viernes, ella sigue siendo su compañera fiel, mientras que los fines de semana le cede la estafeta a su ahora esposo, quien mientras Adriana sale a promocionar sus conferencias o textos, se desempeña como director del Centro de la Cultura de la Discapacidad en Guadalajara, estado que desde hace ocho años es su hogar.
Con la sonrisa casi tatuada en el rostro, Adriana atiende a todo aquel que se le acerque, sus ganas de salir adelante se notan en cada momento, y aunque la vida la llevó a no poner en práctica como quisiera su carrera de abogada, el amor por lo que hace es algo que no pasa desapercibido. Ella pone la muestra de que es posible alcanzar los sueños, aún sin tener brazos.