En la emergencia sanitaria por el Covid-19 existen muchas clases de héroes. Están los que portan batas, mantienen las ciudades funcionando y quienes cuidan de la seguridad de las personas. A todos ellos hay que agregarle una categoría muy especial de heroínas: las mamás, quienes durante esta cuarentena han tenido que multiplicarse y convertirse en maestras y enfermeras. Aquí presentamos las conmovedoras historias de otro grupo de jefas de familia.
Oda a una vida lenta
Por Amalia Mendoza
Llevar una pandemia en casa no es cosa fácil, pero llevarla con 2 hijos menores es un catalizador a la locura.
Soy madre de 2 pequeños: Jorge de 6 (casi 7) y Sofía de 4 y medio. Nuestra cuarentena (de más de 40 días), nos ha dejado buenos y malos momentos, pero hemos decidido a que los buenos sean más. Lo más curioso de todo, es que hemos logrado crear una rutina, lo cual nos ha dado cierta estabilidad mental y estructura a nuestros días.
Empezamos esta aventura llamada cuarentena-confinamiento 2020 pensando que sería solo algo de 40 días. Nos llenamos de libros de colorear, de rompecabezas, arcilla y otras materiales para hacer trabajos manuales, pero fue un fracaso.
Las clases en línea comenzaron a consumirnos mucho tiempo. No es sencillo estar toda la mañana tomando clases en línea con Jorge de primero de primaria y tener que correr para conectar 20 minutos a Sofía que está en primero de kínder.
Mañanas y tardes llenas de actividades escolares comenzaron a devorar nuestro tiempo y a mermar nuestra energía. Pero a todo se acostumbra uno menos a no comer, y decidimos bajarle al ritmo de nuestras actividades, porque si no me mataba la enfermedad, me iba a matar el estrés. Así que adoptamos una vida más lenta (o slow life).
Y no hay nada que represente mejor la vida lenta que los caracoles. Con el clima, más húmedo de lo normal, los caracoles han proliferado en nuestro jardín. De seguro esto ya había sucedido antes, pero pocas veces tenemos la oportunidad de poder detenernos a contemplarlo.
Con este confinamiento en casa, hemos buscado nuevas maneras de entretenernos, y una de esas es la jardinería.
Para nuestra sorpresa, una de nuestras macetas ha estado llena de caracoles. Caracoles de todos los tamaños. Para deleite de los pequeños, pudimos verlos andar, ver sus cuernos y apreciar que no son tan lentos como creíamos.
Les pusimos nombres, y hasta generamos parentescos: los más grandes eran abuelos y hasta teníamos bebés.
Nos declaramos fanáticos de estas lindas criaturas.
Mamá de adolescentes
Por Claudia Deándar Robinson
Después de mis primeros pensamientos de frustración, temor e incertidumbre, busqué la manera de sacarle el mejor provecho a la situación.
Mis hijos son adolescentes: Manuel de 18 años, Paulina de 15, y Santiago de 13. Ellos sienten la misma mortificación que yo pues están plenamente conscientes de esta pandemia, que les ha privado de muchas cosas muy importantes.
Mi papel como mamá ha sido darles tranquilidad emocional; tanto su papá como yo estamos haciendo lo que está en nuestras manos para salir bien librados de esto.
Sin embargo, mis hijos dicen que “solo me falta meterlos a ellos en una cubeta de cloro”. Aún así estoy segura que todos mis cuidados les brinda una sensación de seguridad en nuestro hogar.
Ya le corté el pelo a Santiago, a Paulina y hasta Gigi, nuestra perrita. En cuanto a la escuela, ellos son muy independientes con sus clases, solo el chico de 13 años a veces me pide ayuda, pero gracias a YouTube encuentro la manera de apoyarlo.
Para mi este tiempo ha sido muy valioso en cuanto a la unidad familiar. El Monopolio, dominó cubano y ping pong han sido nuestros juegos familiares, los que nos han hecho pasar interminables noches de juego, risas, peleas y mucha emoción.
Antes de la cuarentena nuestros adolescentes ya no nos pelaban, pero ahora he gozado largas pláticas, “pool parties”, carnes asadas (por cierto, terminando esto no las vamos a querer comer por un rato).
Junto con mi hijo mayor he experimentado nuestras facetas de chef y entrenamiento con pesas; con Paulina y Santiago he disfrutado largos paseos en bicicleta.
Le hemos sacado mucho provecho a la pandemia, yo he gozado a mis adolescentes, a los que les tengo que organizar todas estas actividades porque, si no, estarían cada uno encerrado en su habitación la mayor parte de el día ocupados con sus redes sociales y videojuegos.
Volví a empezar
Por Armida Serrato Flores
Cuando creí que había medio organizado mi vida como mamá, esposa, amiga, ama de casa y mujer que trabaja fuera, llega el Covid-19 y empecé de nuevo. Soy mamá de Emma, alias Armida Serrato Flores.
La pandemia que estamos viviendo no sólo vino a darnos una cachetada con guante de acero para mostrarnos que estamos haciendo las cosas mal, sino que vino a sacar todo lo que teníamos dentro y no lo sabíamos; me refiero, en mi caso, a la paciencia, fuerza, tolerancia y sobre todo amor.
Soy mamá de Emma, una pequeña de un año 11 meses. Sí, los “terribles dos” (ahora entiendo a quienes nombraron así a esa etapa de la vida). También tengo un trabajo que me consumía cada minuto cuando estaba en la oficina; ahora, ese minuto lo tengo que buscar durante las 24 horas del día.
Mi día de cuarentena inicia a las cinco de la mañana. Me levanto, voy a la cocina, pongo la cafetera, dos tazas y media para mi esposo y para mi, y mientras se escucha el pi pip de que está listo, prendo la laptop, agarro mi libreta de apuntes y empiezo a trabajar.
Me levanto, tomo mi café (negro sin azúcar); primero aspiro su fuerte olor de café de grano mexicano y despierto. Al último sorbo me dan las 8:20 y escucho esa voz que ningún café o balde de agua fría superaría para hacerme levantar: “¡Mamá!”.
Es Emma, trato de terminar el párrafo del documento, cuidando no poner en lugar de que “la Constitución ordena en su artículo…”, la canción que dice “soy una taza, una tetera, una cuchara, un tenedor…chu chu”.
Subo y veo a ese sol que me ilumina, con sus rizos definidos que le llegan ya por debajo de los ojos porque estamos en cuarentena y no ha salido ni a cortarse el pelo. Me da los brazos y bye, se me olvida que no terminé el documento, que mandé el “whats” a mi jefe y, justo en ese momento, me está contestando y preguntando cosas. Lo dejo a un lado y empiezo a platicar con ella.
El día continúa, mi esposo saca a nuestra mascota a caminar 10 minutos y él es quien hace de almorzar. Yo tiendo la cama con ayuda de Emma, preguntándole qué soñó y qué quiere hacer ese día, mientras escucho el tin tin de mi celular. Lo veo de “reojo”, es mi jefe que ya puso signo de ¿? y pienso: “Puede esperar”.
Tengo un día pesado, reuniones que sigo en línea a las 10, 12, 15, 18 horas, y pienso: “okey, ya tengo todo listo”. Y lo que no, pues algo se me ocurrirá. ¿Clases en línea?, claro, me llegan al correo, y ahí se quedan sin abrir.
De las cosas que he aprendido en estos días es a no estresarme por cosas que tienen solución o un plan b. Mi trabajo no tiene plan b, tengo que responder o lo pierdo. ¿Y el plan b de las clases en línea?
El tiempo, sí, el tiempo que abrazo a mi hija, que juego con ella, que le digo cuanto la amo y que le hago saber que es la reina y dueña de mi vida; el tiempo que le digo que no debe aventar las cosas, que le ayudo a ordenar su cuarto, que pintamos; el tiempo que me multiplico para esconder el celular debajo del libro de Mickey y Minnie Mouse para colorear, y contestar mensajes de trabajo; el tiempo y amor que no viene como actividad escolar.
Y es así como pasa un día Covid ordinario: trabajar, tender la cama, limpiar los fomies con toallitas desinfectantes, poner ropa a la lavadora, cerrar mis ojos unos segundos, jugar, bailar, ver Masha y el Oso, descubrir una cosa más de Mi villano favorito, cuestionar porque los Pica Pica son tan adultos para cantar canciones para niños.
Al tiempo que recuerdo cómo me hubiera gustado ir a un programa de Chabelo y terminar de escribir: “la Constitución establece en su artículo 63 que corresponde al Congreso…”.
Mi vida es así, como la de muchas madres que, por cierto, antes de ser madre y a la fecha escucho la frase de “ella es una mamá luchona”, refiriéndose a las mujeres solas que trabajan y cuidan a sus hijos.
Creo que el concepto está mal definido, porque las mamás luchonas somos todas, no importa cuál sea nuestra circunstancia, de pareja, económica, laboral, familiar, todas. Todas damos todo por nuestros hijos, incluso lo que hacemos mal para otras personas lo hacemos pensando que es lo mejor para ellos.
Así que yo, mamá de Emma, alias Armida Serrato, no soy una mamá luchona, soy mamá y punto.
Vivir con el Covid-19
Por Emely Edith Rodríguez Manzano
Ante la pandemia mundial del Covid-19 que estamos viviendo, a nosotras, las madres de familia, nos toca enfrentarnos a diferentes situaciones, escenarios y retos que estoy segura nos marcarán para toda la vida.
En mi caso, soy madre de dos niños: Héctor, de 11 años y Miquel, de ocho. Tengo carrera de periodista y también me desempeño como docente, coordinadora de eventos y -más que todo lo anterior- ama de casa por la situación de contingencia que estamos viviendo.
Lo anterior lo subrayo porque el Covid-19 nos ha obligado a estar encerrados por nuestra seguridad y la de los demás. Hasta el día de hoy, hemos cumplido con la tarea de quedarnos en casa y sólo salir cuando la situación lo amerita.
Como mamá me correspondía explicarles a mis dos hijos el por qué debemos resguardarnos. Al principio lo tomaron bien; sin embargo, fue a Héctor, el mayor, al que más le afectó esta decisión, pues tuvimos que cancelar el festejo por sus 11 años. La tristeza se reflejó en su rostro por varios días, y el hablarle a cada uno de sus invitados para avisarles de lo sucedido fue aún peor. Lo bueno fue que todos entendieron la situación. Él tuvo un pequeño festejo en casa, con dos pasteles y su regalo. Le cantamos las mañanitas con la firme promesa de que en cuanto pase todo esto, prepararemos su fiesta de cumpleaños.
Durante esos tres meses de confinamiento hemos aprendido a vivir en familia, sabiendo que afuera está el Covid-19. Llenamos las gavetas con gel antibacterial, cloro, pinol, sanitizante, mascarillas, tapabocas, Lysol, y todo aquello que sabemos puede ser de utilidad para evitar contagiarnos.
Durante la cuarentena me ha tocado preparar las tres comidas: desayuno, comida y cena; es más, hasta meriendas. Anteriormente no lo hacíamos tan seguido, eso me ha obligado a enseñarme a cocinar y hornear para darle mayor variedad a los platillos.
Por las mañanas el deber me exige levantarme temprano de lunes a viernes para dar mis clases de Composición Escrita a más de 70 estudiantes de nivel preparatoria. Mientras hago mi trabajo en línea, bajo la Estrategia Digital que implementó la Universidad Autónoma de Nuevo León, debo poner en silencio mi micrófono para darme unos minutos y despertar a mis dos niños para tomar las clases que les corresponden de nivel primaria.
Durante mis clases en línea me ha tocado dejar a los estudiantes trabajando para poder preparar el desayuno de mis hijos. Lamentablemente todo el mes de abril y mayo los dos tuvieron que tomar con audífonos solitos sus clases, ya que los tres teníamos que estar conectados al mismo tiempo y en el mismo horario. Fue un proceso difícil para mí, pero los dos pequeños lo entendieron.
Esta es mi experiencia
Por Verónica Cerda
Cuándo empezó esto de la pandemia no pensé que fuera a llegar a México, lo veía muy lejos y cuando se registraron los primeros casos no imaginé que hubiera tantos contagios, que fuera a alargarse tanto.
Tengo tres hijos, el mayor con autismo, el segundo está en facultad y el tercero está en tercero de primaria. Cuando dijeron que se iban a suspender las clases y que iban a ser virtuales en un principio no hubo mayor problema, pero conforme pasaron los días mi hijo mayor, Óscar (el que tiene autismo), empezó a tener más ansiedad pues cambiaron todas sus rutinas.
Esto iba creciendo y pues cada uno con sus preocupaciones. Mi segundo hijo me preguntó: “¿Y qué va a pasar con mi semestre?”, el más pequeño quería salir, no le gustan las clases virtuales; mi esposo con casi nada de trabajo y yo con las preocupaciones de todos.
Siento que le transmitimos todo ese estrés y como mi hijo Oscar tiene autismo, es muy sensible y todo le afecta más, pero me ha demostrado que se puede adaptar a las circunstancias, porque así es su vida.
Él siempre tiene que adaptarse a todo, así tuvo que ser, adaptarse a nosotros y no al revés, y poco a poco se fue acostumbrando a tener a toda la familia 24/7.
A veces uno los llega a subestimar y puedes pensar que no van a poder, pero la gran mayoría de las veces nos demuestran lo contrario, así como todos aquí estamos aprendiendo día a día a sobrellevar la situación, él junto a nosotros lo demuestra.
Para ellos estar encerrados, no salir ni siquiera en el carro a dar la vuelta es muy difícil, pero gracias a Dios él está muy tranquilo y eso ya es mucha ganancia; siento que el hablar con ellos y explicarles les ayuda mucho a entender, tomarlos en cuenta y decirles que no sabemos cuándo va a terminar, pero va a acabar.
El más chiquito es quien se preocupa y ve que pasan y pasan los días y esto no termina, y yo les digo la verdad: que yo tampoco sé cuándo se va acabar, pero esperemos que ya sea muy pronto.
Esa es mi experiencia.
Yo les digo la verdad, les explico a su manera que vamos viviendo el día a día y cómo se van presentando las cosas, esta pandemia nos ha enseñado a aprender nuevas cosas como tener otra convivencia en casa, a estar relajados sin prisa, a tener empatía con los maestros, también a valorar todos los momentos y a tener esperanza; estamos viviendo como en una película, pero es la vida real y nos tendremos que adaptar a esta nueva “normalidad”.
Mis dos empleos
Por: Mariel Sánchez
Nuestro hogar se convirtió en oficina, salón de clases, área de juegos, cine, consultorio, restaurante y algunas veces gimnasio, debido a las medidas preventivas contra el Covid-19.
Soy mamá de una pequeña de 3 años –Alison- y desde el mes de marzo nos vimos en la imperiosa necesidad de restablecer nuestras rutinas, prioridades y adaptarnos al cambio radical que llegó con la cuarentena.
Ahora las llamadas telefónicas, el uso de correo electrónico, las videoconferencias y los mensajes de WhatsApp se convirtieron en nuestro mejor aliado para preservar la salud, pero a la vez en nuestro peor enemigo cuando de mantener la cordura se trata, pues la accesibilidad ante dichos medios de comunicación te convierten en una persona disponible 24/7.
Actualmente trabajo como empleada bancaria en un horario de 9:00 a 18:00 horas con la modalidad de home office y no importa si estoy en llamada, en conferencia o respondiendo algún email, durante la jornada mi hija se acerca en varias ocasiones para preguntarme si ya terminé o si ya puedo ir a jugar; para ella no hay horarios y demanda mi atención, ya sea para que vea lo bonito que coloreó su dibujo o que admire la gran pirámide que armó con sus cubos.
También “soy maestra” de Español, Matemáticas, Inglés, Computación, Educación Física y Música, situación que ha sido desafiante a pesar de que sólo tengo una alumna: Alison.
Sus clases en línea inician a las 13:00 horas y mis funciones se limitan a encender la computadora, activar o desactivar el micrófono cuando es su turno de participar o acercarle el material/ libro que necesita.
Pero las clases no terminan ahí, cuando acaba mi jornada laboral, no me puedo despegar de la silla porque es momento de revisar el correo institucional de mi hija para acceder al classroom, el correo personal para los avisos del colegio y sobre todo el grupo de WhatsApp de los padres de familia, donde nos facilitan la información o nos resuelven dudas.
Para realizar sus actividades, proyectos o responder las páginas de su libro, debo llenarme de mucha paciencia para explicarle lo que debe hacer o para no desesperarme si se distrae, y en todo momento la creatividad debe salir a flote para cumplir con los proyectos como una computadora de cartón que le encargaron hace días, la alcancía con material reciclado o para sus clases de educación física donde improvisamos con el material que tenemos en casa.
Al terminar ella es libre pero yo no, debo tomar fotos a cada actividad y subir las evidencias a Drive para su evaluación semanal. Y ahora sí, cuando por fin me levanto de la mesa es momento de jugar con mi pequeña, en los juegos en casa la hemos hecho de estilistas, maquillistas, bomberas, policías, vendedoras de supermercado, hasta chefs.
Los juegos de mesa como memoramas o rompecabezas también nos han ayudado a pasar tardes amenas y las noches de karaoke y cine también han sido un éxito para su entretenimiento, pues sus frases de ya quiero ir al parque, al cine, o a fiestas, ya no son tan recurrentes como al principio.
El comedor al que parece que ya estoy adherida, es el espacio que me apropié para trabajar y para apoyar a Alison con sus clases y entre “mis dos empleos”, los deberes y el tiempo de juego, la carga se torna pesada.
A pesar de los esfuerzos he valorado mucho el tiempo en casa, con el home office y las clases en línea de mi pequeña, me siento más comprensiva y creo que mucho menos regañona con Alison, creo que los traslados casa-colegio-oficina y el apoyo de su abuela –Tita Nena- son de los factores más importantes que me han ayudado a sobrellevar la contingencia.
Un palo y jabón al cielo
Por Isabel Haros
Mi rutina es distinta al resto de las mamás. Por mi trabajo no puedo hacer home office, tengo que salir a trabajar y por ello dejó encargada a mi niña con mi marido y mi mamá.
A diario regreso “mega cansada”, solamente a hacer comidas para el día siguiente, además de aprovechar el tiempo con mi hija entre la cena, el baño y hacer la tarea que ya no soporta.
Anoche, antes de contarle su cuento de todos los días (el mismo de cada noche), mi niña me dijo:
— ¿Por qué yo vivo aquí?
Le expliqué que necesitábamos estar en casa de su abuelitos pues necesitaban que los cuidáramos. Ella me volvió a preguntar:
— Pero ¿por qué yo vivo aquí? ¿Se va a ir el virus ya?
Es obvio que ya está cansada del encierro y, por ello, sólo atiné a contestarle:
— Pronto, mi amor.
A veces mi nena me dice:
— ¿Y si salimos al parque? me llevo un palo y le pego al cielo para que se vaya el Coronavirus.
Cuando eso pasa le explico que la cosas no funcionan así, que al virus lo destruye el jabón y el cloro, que por eso hay que lavarnos siempre las manos, no tocar cosas en la calle y mucho menos tallarte los ojos, la nariz o boca.
Un día saltó de la cama muy contenta y casi gritando me dijo:
— ¡Ya sé! Tengo una buena idea ¿y si aventamos jabón al cielo para destruir al Coronavirus y nos llevamos el atomizador de güelita? — Estaba hablando del que tenemos en la entrada para limpiarnos los zapatos.
Me dio mucho sentimiento y risa a la vez, por eso solo le dije que pronto podríamos salir al parque.
Por lo pronto y a cambio de lograr que haga las tareas, busco la formas para evitar que sienta este fastidio. Debo confesar que varias noches me he dormido con el corazón apachurrado pensando en opciones de cómo lograrlo.
A veces salimos en la camioneta y ella se sale por el quemacocos, disfrutando de la música y diciéndole adiós a todo mundo.
Cada semana la niña se inventa una fiesta. Nos hace poner globos por todos y todo lo que se encuentre, por eso las paredes de la casa están llenas de estrellas pegadas.
Aunque es pequeña, hay ocasiones en que “se pone a hornear” pues, en realidad, lo que sabe hacer es la mezcla para pastel.
Aun así, pone los capacillos y mi mamá los rellena.
Al final, cuando están listos los pastelitos, ella los decora y pone música, pues ha empezado la fiesta. v