
Su sueño es ser arquitecto, pero la necesidad lo llevó a las calles, a construir un futuro para poder sobrevivir donde el que paga manda, sea hombre o mujer.
Su nombre es Roberto García Martínez, de 26 años, es estudiante, cursa el cuarto semestre de Arquitectura, su mayor ilusión es formar una familia, tener cuando mucho tres hijos y desde luego, graduarse de arquitecto.
Por las mañanas es un alumno más en una escuela pública, por la noche se transforma en todo un gigoló dispuesto a ofrecer sus servicios a quien traiga suficiente dinero para pagar.
Cuando llegó a Monterrey, Roberto era el hombre más feliz del mundo, la suerte le sonreía, tenía a sus padres que en todo momento metían el hombro si algún problema se avecinaba.
Nunca conoció la necesidad, no fue rico, pero tampoco pobre, “teníamos lo necesario para vivir, con ciertas comodidades, sin llegar a lo ostentoso”.
Todo eso sonaba bien, nada ambicioso, salvo que Roberts, como le dicen sus más allegados, tuvo que enfrentar los reveses que da la vida cuando sus padres perecieron en un accidente y él se vio en la necesidad de trabajar… en lo que sea.
“Y cuando digo en lo que sea, es en lo que sea, bien puedo trabajar en una carnicería como en una tienda de aparatos, de esas grandes, donde se venden todo tipo de artículos para el hogar”.
Roberto es alto, atractivo, de cuerpo de gym, bien estructurado, y de una sonrisa que según él “destruye corazones”.
Gusta de vestir bien, mas no ropa de marca, “eso no va conmigo, no gastaría una feria sólo por traer una marca colgada en mi cuerpo”.
Es vanidoso, no lo puede negar, “porque gracias a esta vanidad es que he logrado tener una apariencia agradable”, revela con cierta gracia.
La entrevista se dio en la calle, en una de esas calles donde el farol anuncia “la mercancía” en cuestión.
No tiene empacho en preguntarme “¿qué onda güey, a dónde vas?”. Le comento abiertamente que ando en busca de una historia de alguien que viva de la noche, de sus placeres y sus encantos.
“Pues no es que estés con la persona adecuada, pero yo te puedo echar la mano, siempre y cuando no me alejes a mis clientes, si ves que alguien se acerca, retírate, ¿sí?”.
LA NOCHE: CÓMPLICE
DE SU NECESIDAD
Deambula por las calles de la ciudad, o bien, su porte de galán le da para meterse a un buen restaurante y salir con compañía.
“No soy prostituto”, se apresura a informar, “aunque la historia está por demás trillada, lo hago por necesidad”. Me mira fijamente a los ojos para encontrar eco a sus palabras o para ver un índice de incredulidad.
“¿No me crees, verdad?”, me cuestiona con voz rasposa.
“No es lo que yo crea”, le digo, “es lo que tú creas y me quieras contar”.
Se acomoda en una pared cercana, deja entrever que el ejercicio es un ritual para él.
> ¿Cuánto le dedicas a tu físico?
“El suficiente para que ellas o ellos volteen a verme”, se estira para que quienes pasen por ahí admiren ese cuerpo bien trabajado a base de rutinas diarias en algún gimnasio de la localidad.
> ¿Por qué trabajar así, ofreciendo tu cuerpo?
“Porque nunca pensé que ganarse la vida fuera tan difícil, en todas partes te piden experiencia cuando realmente no te dan oportunidad”.
SU PRIMERA VEZ
Roberto asegura que entró al negocio de la prostitución cuando conoció a Joel, otro chico de la misma edad que gusta de ir a los bares a ganarse la vida, con quien sea.
“Joel es stripper, él se gana el pan bailando, además, tiene un buen cuerpo, las chavas y los chavos siempre quieren estar con él y cobra bien, a veces se lleva hasta 3 mil pesos por noche”.
> ¿Y así es tu forma de vivir, no?
“Sí, así como me ves, buscando clientes, el que pague mejor es el que me tiene”.
> ¿Cuánto cobras por noche?
“Depende de lo que quieran hacer… tengo clientes que me pagan mil pesos por sólo acompañarlos a una cena o a una fiesta, sin nada de nada”.
> ¿Y cuando la cosa pasa a otros terrenos más íntimos?
“Ah… pues no bajo de mil pesos… ¿a poco no los valgo?”, dice mientras presume ese cuerpo con el cual ha logrado sobrevivir noche tras noche.
> ¿Tus tarifas cuáles son?
“A las chicas les cobro mil pesos, servicio completo, a como ellas quieran. Pero hay quienes sólo quieren hacerme sexo oral, a ellas 500 y hay unas que de plano no les cobro nada porque están buenísimas”.
> ¿Pero no trabajas sólo para mujeres?
“El dinero no tiene sexo, el dinero es el dinero, si viene un tipo y me late, me voy con él, hoy tengo cita con uno que se ve que es de lana, se ve bien, con él sí me late, es más, vamos para que veas que esta vida no es nada fácil como la tuya”.
> ¿Has llegado a decirle que no a una chica o a un chavo?
“Claro, esto lo hago por necesidad, pero también por gusto. No me meto con cualquiera. Me considero un poco selectivo”.
> ¿Algún cliente te ha dado alguna sorpresa que te haya asustado o dejado mal sabor de boca?
“Siempre que vas con un cliente a su casa, al hotel, en su carro, siempre es una sorpresa porque no sabes cómo vaya a ser la experiencia, puede ser buena, puede ser mala, puede ser agradable, hasta ahora no tengo nada malo que contar, todo ha sido bien dentro de lo que cabe”.
> ¿Si las cosas marchan bien, dejarías este trabajo para seguir con tus estudios?
“Sí, desde luego, cada noche me la rifo, no sé con qué tipo de persona me vaya a encontrar, no sé qué tipo de enfermedad me puedan contagiar, porque aunque soy muy cuidadoso, uno nunca sabe de la otra parte”.
> ¿Qué dicen tus amigos de tu trabajo?
“Nada porque ninguno de ellos sabe, no es algo para presumir ni para sentirme orgulloso”.
> Pero… ¿lo dejarás algún día?
“Quizá cuando ya no me busquen, cuando ya no les resulte atractivo, cuando no me den un peso por mis servicios”.
> ¿Eres feliz con lo que haces?
“Intento verle el lado amable. A veces me desespero y me pongo a buscar otro trabajo, pero es como si cada vez pusieran más trabas para trabajar y es cuando vuelvo aquí, esta noche me ves aquí, pero mañana allá o por otro rumbo, donde me necesiten ahí estoy yo”.
La mirada de Roberto en ocasiones es retadora, en otras tantas interrogativa, pero cuando habla de su pasado, esa mirada se cubre de tristeza.
“Si mis viejos vivieran, si mis viejos estuvieran aquí, ahora mismo yo estuviera en mi cama, viendo la tele, sólo preocupado por saber qué ropa me iba a poner mañana para ir a la escuela. Pero no… eso es del pasado y ese no vuelve”.
Alguien pasa a nuestro lado, para su automóvil, le hace señas a Roberto, este le grita con un dejo de cansancio, “estoy con un cliente, ya nos vamos”, me mira, se ríe como cuando un niño hace una travesura.
“Ya estuve con él varias veces, mejor espérate un rato y vas a ver venir a una chica que es un forro. Ella me paga pero yo hasta de gratis lo hacía…”, expresa en tanto se levanta la camisa de manera “descuidada” con el fin de que un futuro cliente lo vea y caiga seducido por ese abdomen de lavadero que tiene, “ves, ya me tengo que ir, ven cuando quieras, búscame, esta historia apenas empieza…”.