“Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia llegué a la conclusión de que por mi avanzada edad ya no tengo la fuerza para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”, dijo Benedicto XVI el día 11 de febrero al argumentar el motivo que lo orilló a tomar la sorpresiva decisión –anunciada hablando en latín– de renunciar al papado el próximo 28 de febrero.
Valiente, sensata, absolutamente condivisible fueron sólo algunos de los múltiples adjetivos con los que los miembros de la iglesia católica, periodistas de todo el mundo y la mayoría de los fieles comentaron esta trascendental declaración con la cual, de hecho, se abrieron las negociaciones y acuerdos destinados a identificar, entre los miembros del Colegio Cardenalicio, los candidatos más viables para suceder al hoy casi ex Papa.
Durante la rueda de prensa que siguió al clamoroso anuncio de Benedicto XVI, el portavoz de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, para frenar eventuales especulaciones, afirmó que “ninguna enfermedad influyó en la decisión del Santo Padre”, recordando enfáticamente que en los últimos meses las energías del Papa Ratzinger habían disminuido, “como es normal en personas de avanzada edad, lo cual el mismo Benedicto XVI reconoció con gran lucidez en su declaración”.
Pero, ¿realmente el motivo de la renuncia fue la vejez?
Entre las pocas veces que no se unieron a esta benévola aceptación de la renuncia del Papa, estuvo la del historiador Claudio Rendina, quien en una declaración “en caliente” dijo que la decisión de Benedicto XVI “no es una señal en línea con la historia de la iglesia de Roma” y que si bien no le había sorprendido, “desde hace tiempo se veía muy disminuido”, la misma no era otra cosa que “una admisión del error cometido cuando quiso ser elegido Papa”.
Refiriéndose concretamente a la decisión del Pontífice, el historiador aludió, con un poco de maldad, al terrible calvario vivido por Juan Pablo II en sus últimos años de Pontificado: “Papa Wojtyla decidió seguir adelante hasta el final porque su ministerio, como lo hizo Cristo, está antes hasta del más grande sufrimiento”.
A este primer crítico comentario se unió, horas después un desconcertante, pero ilustrador comentario hecho por Georg Ratzinger –hermano mayor del Pontífice– a un diario alemán: “Lo que pasa es que Benedicto XVI ya no soportaba los problemas, en ocasiones humillantes, ligados a la difícil administración de la iglesia”, afirmó el también sacerdote.
Esta declaración no sólo comenzó a cambiar radicalmente las cosas, sino que de inmediato propuso un nuevo razonamiento en relación a la renuncia del Papa. La misma, de golpe, comenzó a ser vincularla directamente con la crisis de credibilidad que experimenta la iglesia desde hace algunos años debido, sobre todo, pero no sólo, a los escándalos de pedofilia en los que ésta ha sido involucrada.
EL PAPA EN EL MIÉRCOLES
DE CENIZA
Aun cuando no relacionó estos hechos a su renuncia, durante su homilía en la simbólica misa del Miércoles de Ceniza, con la que dio inicio a la Cuaresma, Papa Ratzinger sorpresivamente habló de los graves problemas por los que atraviesa la iglesia, confirmando así, en alguna forma, las hipótesis que ya se hacían sobre el verdadero motivo de su renuncia, que al parecer no era ni su vejez ni su perdida de energía.
Dirigiéndose a los ocho mil fieles que llenaban la basílica de San Pedro, el Pontífice dijo con énfasis que el rostro de la iglesia aparecía en ocasiones “desfigurado” por “los atentados contra la unidad de la Iglesia y las divisiones en el cuerpo eclesial” y, en razón a ello, invitó a los presentes y al universo católico a superar “individualismos y rivalidades”, no sin antes recordar que esta manera de proceder era un “signo humilde y precioso para aquellos lejos de la fe o indiferentes”.
Al término de su liturgia, todos los presentes –unas ocho mil personas–, que avalaron totalmente lo escuchado, era imposible no hacerlo, le tributaron un largo aplauso conscientes de que el emocionado Papa había decidido abandonar la nave vaticana, dejándola en una delicada y riesgosa situación, por causas que sólo marginalmente tenían que ver con su edad y salud: “Se ha conducido como el capitán del crucero Concordia quien, para salvar su vida, abandonó a los pasajeros atrapados en su nave cuando ésta se estaba hundiendo”, escribió alguien con un rencor maligno que de inmediato muchos criticaron.
Difícil resulta, sin embargo, saber si la renuncia del Papa tuvo un carácter estratégico, pero lo que es claro es que con la elección de nuevo Pontífice, que supone un radical cambio en la plana mayor de la administración vaticana, tocará a ésta y al sucesor de Papa Ratzinger la responsabilidad de enfrentar los grandes retos que la Santa Sede tiene por delante, muchos de cuales, huelga decir, son parte de la difícil herencia que dejará Benedicto XVI.
EL LEGADO DE BENEDICTO XVI
Como muchos han escrito, no se recuerda una crisis tan profunda y devastante como la que se experimenta hoy la Sede Pontificia y la misma iglesia católica. Ambas echan agua por todos lados y esto, en buena parte, es atribuido a los casi ocho años de gestión del casi ex Papa.
Desde que se conoció su nombre como jefe de la iglesia católica, aquel 19 de abril de 2005, cuando fue elegido sucesor de Juan Pablo II al término de uno de los Cónclaves más cortos de la historia vaticana (duró poco más de 24 horas), dentro y fuera del Vaticano mucha gente consideró que este austero purpurado alemán no era la persona más indicada para dar respuesta a las múltiples necesidades que exigía la Iglesia Católica en el naciente siglo XXI.
El hecho de que fuera un teólogo reconocido y un hombre crecido en el seno de la curia romana le hacía, sin embargo, entrever una especie de aureola de buen administrador –cosa que no había sido Juan Pablo II– y de gran defensor de la liturgia y los principios de la iglesia de Cristo –de hecho había sido la sombra del Papa polaco en este ámbito–.
Nada se le podía reprochar en este sentido. De hecho, su pontificado se ha caracterizado por los equilibrios teológicos de la iglesia, pero, desafortunadamente para Benedicto XVI, no será esto lo que la gente recordará de su paso por la Santa Sede, sino más bien lo polémico de su intervenciones y otros aspectos no menos polémicos que también mancharon su Pontificado.
Lo dicho en la universidad alemana de Ratisbona, al usar una cita de un emperador de Bizancio, “Muéstrame lo que Mahoma ha traído de nuevo y encontrarás solo cosas deshumanas, como difundir por medio de la espada la fe que predicaba”, y la no menos controvertida afirmación hecha en su visita a Brasil, “la evangelización en América no fue una imposición”, son sólo dos ejemplos de sus desafortunadas intervenciones, que tuvo que rectificar ante la indignación musulmana y latinoamericana.
El universo hebreo también lo llenó de criticas por su decisión de beatificar al Papa Pío XII, a quien se le acusa de no haber denunciado los terrores del nazismo, pero también por haber revocado a excomunión a cuatro obispos lefebrianos, entre ellos el negacionista británico Richard Williamson, quien pocos días después del “perdón” escandalizó al mundo al afirmar que no creía que hubieran “existido las cámara de gas en la Alemania nazi”.
Estos hechos hicieron que la prensa desempolvara que durante su adolescencia fue integrante de las juventudes hitlerianas: con 16 años, siendo seminarista, fue llamado a reforzar las filas de la contraérea alemana, de la cual desertara al final de la guerra.
LA PEDERASTIA SaCERDOTAL:
LA PRUEBA MAS DIFiCIL
La prueba, sin embargo, más difícil que enfrentó Papa Ratzinger fue el haber sido involucrado en los casos de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, en Estados Unidos y en muchas otras naciones del mundo, al haber sido –por años– el Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, el dicasterio que recibe todas las denuncias relacionadas con esta deleznable perversión.
Para muchas de las víctimas Ratzinger hizo poco o nada para castigar a los responsables de estos actos y menos aún para extirpar este cáncer que invade desde hace decenios la Iglesia Católica. La sanción con la que “castigó” al tristemente famoso padre Marcial Maciel, fundador de la Congregación de los Legionarios de Cristo, en opinión de sus críticos, es ridícula: no lo excomulgó, por su edad, simplemente le prohibió volver a oficiar la misa en público y lo obligó a permanecer recluido haciendo penitencia.
Benedicto XVI, es importante recordarlo, condenó no sólo con fuerza esta aberrante práctica sino que también anunció ante el mundo que la iglesia colaboraría con las instituciones civiles en estos casos, pero sólo en los países en los que la ley la obliga a denunciarlos la iglesia ha seguido su recomendación.
EL INFIEL EX MAYORDOMO
Cuando parecía que el problema de los sacerdotes pedófilos comenzaba a pasar a segundo término, un nuevo escándalo estalló en el Vaticano. En un programa de televisión y posteriormente en un libro, fueron difundidos documentos secretos, tanto del Papa como de la Secretaría de Estado, extraídos ilícitamente de los departamentos pontificios.
A través de los mismos y de “el cuervo”, como la prensa definió al responsable de este robo, cuya voz modificada se escuchó en un programa televisivo, el mundo pudo saber de la corrupción en la Santa Sede y, de paso, las intrigas, envidias y luchas intestinas que tienen lugar dentro de los muros vaticanos.
Con la detención de Paolo Gabriele, el hoy ex mayordomo del Papa, se conoció la identidad de “el cuervo”, en cuya casa fueron encontradas cuatro cajas de documentos secretos de la Santa Sede, algunos de los cuales terminaron publicados en el libro ‘Sua Santità’ del periodista Gianluigi Nuzzi.
Pero lo que parecía el inicio de una historia de intrigas y luchas de poder, en la que también aparecían involucrados algunos cardenales, terminó con un rápido proceso en el que Gabriele se declaró culpable, “lo hice para ayudar al Papa y para hacer emerger la podredumbre que hay dentro de la iglesia”. Durante el proceso, ante la sorpresa del mundo, jueces y fiscales pontificios nada hicieron para aclarar quién estaba detrás de este robo. Aceptaron acríticamente todo lo dicho por el infiel mayordomo sin preocuparse de ordenar investigaciones más profundas al respecto.
Para gran parte de los vaticanistas fue claro que la Santa Sede no quería involucrar más gente en el caso, porque esto significaba desprestigiar –aún más– al Vaticano y a sus miembros. Tan es así que, después de pronunciada la sentencia, de inmediato se comenzó a hablar de una posible gracia del Papa a su ex colaborador.
La misma llegó puntual meses después con lo cual el caso quedó definitivamente cerrado sin que se aclarará nada de sobre el real motivo del robo y de los presuntos cómplices de Gabriele. El Papa y la Santa Sede lograban así mantener, no tan secretamente, las no pocas divisiones, intrigas y corrupción presente dentro de los muros vaticanos.
Lo mismo sucedió con el caso del Instituto de Obras Religiosas, IOR, el banco vaticano. Luego de que la Procuraduría de Roma descubriera que a través del IOR habían transitado fuertes sumas de dinero, posteriormente transferidas a un banco suizo, del que no se sabía ni el nombre del titular ni el origen de este dinero, que según la procuraduría era de dudoso origen, el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, cortó por lo sano. Despidió al presidente del IOR. Para la Santa Sede, con la salida de Ettore Tedeschi, todo quedó resuelto, pero no así para la Procuraduría de romana, la cual todavía ahora sigue investigando sobre este delicado caso que, no sería extraño, podría sacar a la luz nuevas sorpresas: el ex director de este banco ha sido implicado en otros casos de corrupción cometidos cuando trabajaba para otras instituciones de crédito.
HACIA EL CONCLAVE
Entre el 15 y 20 de febrero, con todos estos precedentes, iniciará el Cónclave del que tendrá que salir el nombre del nuevo Pontífice. Las negociaciones destinadas a identificar, entre los miembros del Colegio Cardenalicio, los candidatos más viables y el sucesor mismo de Benedicto XVI iniciaron, sin embargo, al menos informalmente, el día que Benedicto XVI hizo el anuncio de su renuncia que se formalizará el próximo 28 de febrero, a las 20:00 horas, por disposición expresa de Benedicto XVI. A partir de ese momento, la sede pontificia quedará vacante.
Como señaló el portavoz de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi, el proceso de selección o identificación de los cardenales papables será seguramente breve, al parecer, la proximidad de la semana mayor. Si es así, el nuevo Papa podría inaugurar su Pontificado presidiendo uno de los eventos más importantes del cristianismo.
Si bien prematuras, las hipótesis sobre el posible sucesor del Papa alemán han comenzado a conocerse: los nombres más acreditados y que más se escuchan son los de los cardenales Angelo Scola, arzobispo de Milán, Christoph Schoenborn, arzobispo de Viena, y el del canadiense Marc Ouellet, pero ninguno de ellos puede considerarse hasta el momento como el favorito en absoluto,
También suenan, pero con menos intensidad, los nombres de dos cardenales africanos, el del nigeriano Francis Arinze y el del ghanés Peter Turkson, y los de algunos cardenales latinoamericanos: Jorge Bergoglio, de Argentina, Oscar Andrés Rodríguez Mardiaga, de Honduras, Pedro Shcerer y Joao Braz de Aviz, de Brasil.
Pero según parece la única posibilidad de que sea elegido un Papa no europeo es que durante el Cónclave el Colegio Cardenalicio opte por seguir la línea de internacionalización de la iglesia de Roma, iniciada con la elección de Juan Pablo II.
Si bien muchos vaticanistas no excluyen esta posibilidad, la verdad de las cosas, no todos al unísono sostienen que esta opción parece muy lejana aunque, como señaló uno de estos, “los Cónclaves siempre nos reservan sorpresas”.
¿CUAL SERA EL DESTINO
DE JOSEPH RATZINGER?
El 28 de febrero, a las 17:00 horas, Benedicto XVI se trasladará en helicóptero al Palacio Pontificio de Castel Gandolfo y ahí, sin emitir ninguna otra declaración, el anuncio de su renuncia es suficiente, esperará las 20:00 horas, momento en el cual dejará de ser Papa para convertirse, no se sabe muy bien, en Papa emérito o simplemente en el cardenal Ratzinger.
Como no participará en el Cónclave, el ex Papa seguirá desde Castel Gandolfo el desarrollo de la elección de su sucesor y una vez que éste haya tomado posesión de la Catedral de San Pedro y completado todas sus actividades de inicio del Pontificado, el ex Papa se trasladará al Vaticano donde al parecer vivirá definitivamente.
Su residencia será el convento de clausura “Mater Ecclesiae”, ubicado cerca de los jardines vaticanos, donde se “dedicara a la oración, a leer, escribir y seguramente a tocar el piano, que es una de sus pasiones”, hizo saber el portavoz de la Santa Sede.
La estadía en Castel Gandolfo del futuro ex Papa se debe al hecho de que el monasterio donde residirá, construido en 1992 por voluntad de Juan Pablo II e integrado a lo que fuera la casa residencia de los jardineros, está actualmente en proceso de reestructuración.
Corre, sin embargo, el rumor de que este monasterio no será la morada definitiva de Papa Ratzinger, sino que permanecerá ahí por un tiempo para después trasladarse, de manera definitiva, a Alemania para vivir en la región que lo vio nacer, Bavaria.
Por ser un caso único en la historia vaticana, nadie sabe cual será el efecto y el impacto de la presencia de Papa Ratzinger dentro de los muros vaticanos. “Al nuevo Pontífice podría pesarle el hecho de saber que su antecesor esté tan cerca de él”, nos comentó un vaticanista, pero como dijo el mismo Papa, el pasado 14 de febrero ante los párrocos de Roma, “permaneceré escondido para el mundo”.
Independientemente de esta aclaración, las especulaciones sobre este insólito hecho seguramente continuarán por mucho tiempo, tiempo, siempre sabio, que nos hará saber a ciencia cierta cómo y en que forma se desarrollará esta extraña e inédita convivencia de dos Papas dentro de los muros vaticanos.