
La principal línea de investigación que se sigue en torno a un suceso insólito para el sur-centro de la Unión Americana como lo fue el siniestro deliberado de dos santuarios religiosos, apunta a vandalismo como primera instancia, sin que quede desechada la posibilidad de daño con animadversión o intolerancia religiosa (muy de moda después del atentado el mes pasado en una Iglesia de Carolina del Sur), confirmaron las autoridades.
En Hargill, un pequeño pueblo de 900 habitantes, en el que gran parte de su población se dedica a la agricultura y ganadería, nadie sabe quién esté detrás de los ataques contra ambos templos (uno católico y otro evangélico), los cuales ocurrieron casi de manera simultánea.
Tampoco tienen idea si el agresor radica en el lugar o es foráneo. De lo que sí están convencidos es que a raíz de tales hechos nadie se encuentra tranquilo. El que solía ser un muy calmado municipio, con apenas tres escuelas y una oficina de correos, se respira un ambiente de inseguridad.
Sus calles lucen solitarias y en ellas no se observa ninguna patrulla de policía. El sitio no cuenta con oficinas de gobierno y los pocos habitantes no se animan a hablar del tema.
Después de llamar varias veces a la puerta, se animó a salir de una antigua vivienda rodante de aluminio el señor Juan Sánchez. Al principio desconfiado, paulatinamente accedió a contar el antes y después desde que la Primera Iglesia Bautista, a una cuadra de su sector, quiso ser destruida.
“Yo vivo aquí desde hace 20 años. Siempre ha sido un pueblo tranquilo, pero recientemente se han presentado algunos hechos violentos. Y ahora estamos todos con miedo.
“Está muy mal que nuestras iglesias estén siendo atacadas. Nuestros hijos y nietos han crecido aquí y tenemos temor de que esto vaya a afectarnos. A cualquier hora del día estamos atentos cuando oímos ladrar a los perros y de inmediato salimos a revisar, porque no sabe uno lo que puede pasar”, describe.
El señor Sánchez, quien es agricultor, señala que nunca se había suscitado un acontecimiento similar que asustara a esta comunidad.
“Necesitamos que nuestras autoridades nos pongan mayor vigilancia y que también se pongan de nuestro lado, porque los primeros días vinieron a investigar, pero anduvieron poniendo infracciones de tránsito a los habitantes del barrio por traer los vidrios oscuros y por cualquier pretexto.
“De hecho a mí me pusieron un ‘ticket de 130 dólares (alrededor de dos mil 150 pesos mexicanos) y después se marcharon, dejándonos otra vez solos, y sin encontrar al responsable de los incendios en nuestro pueblo”, lamenta.
ALEJADO DE CASI TODO
Para llegar a este poblado en el que predominan viejas casas de madera, hay que avanzar al norte de la autopista 28 y transitar por la carretera 490 hacia el este, junto al Aeropuerto Internacional de Edinburg. A medida que transcurre el recorrido se pierde la fisonomía urbana y es posible observar rancherías y campos extensivos de cultivo.
En el trayecto no hay tiendas ni estaciones de gasolina, sino hasta arribar a Hargill, donde justo a dos cuadras de cruzar la carretera 493 se localiza una de las iglesias atacadas, en la esquina de la avenida S. Harding.
En el sitio aún es posible mirar vestigios de aquel ataque de viernes por la mañana: cristales rotos en el suelo y una hoja de ‘triplay’ martillada a la ventana por donde rociaron gasolina y le perdieron fuego a la Iglesia de la comunidad.
La pared de madera del costado izquierdo del recinto religioso quedó manchada de tizne. Aquí algunos miembros de la Iglesia se reunieron para limpiar los escombros y restaurar algunos daños, con lo que ya es posible realizar reuniones bíblicas.
A pesar de eso los residentes de este lugar no se explican cómo alguien se atrevió a transgredir una congregación de 90 años de antigüedad, que en su placa principal menciona haberse erigido en entre los años de 1923 y 1926.
ATAQUE SISTEMaTICO
Conduciendo sobre la misma carretera 490 noreste, a cuatro cuadras de este lugar, se ubica la parroquia católica Nuestra Señora de Guadalupe, en la esquina de las calles Coach y Cuatro, donde el escenario es más desafortunado.
La iglesia luce completamente quemada en su ala izquierda y dentro de las instalaciones es casi imposible caminar, mucho menos oficiar servicios. Los perjuicios se encuentran casi por todas partes, con una estructura de madera que puede derrumbarse en cualquier momento, debilitada por el poder de las llamas.
El techo, el plafón, las bancas, los libros y algunas imágenes que pendían de la pared, lucen quemadas, mientras el olor a quemado es completamente penetrante. De hecho uno de los accesos se encuentra abierto y cualquier persona puede observar el daño que uno o varios desconocidos causaron.
María Esquivel, quien llegó a esta comunidad a los nueve años de edad (hace 38), no puede creer que la capilla en la que solía congregarse, donde hizo su primera comunión y se bautizaron todos sus hijos, ahora esté en ruinas.
La desazón de los vecinos por ambas iglesias quemadas resulta patente, al mismo tiempo que se percibe el miedo entre los lugareños de Hargill, que se rehusan a realizar comentarios.
“Pues estamos atemorizados, pero qué quiere que le diga, aquí casi no viene la ley, sino cuando los criminales ya cometieron sus fechorías. Me da mucha tristeza por ver la Iglesia así.
“Ese día como a las seis de la mañana el papá de mis hijos, que vive en un solar atrás de mi casa, me tocó la puerta. Mi nuera se levantó para hablarle al 911 y después de un rato llegaron los bomberos para apagar el incendio, en todo tiempo las llamaradas estuvieron dentro de la Iglesia”, recuerda.
Esta mujer que cuida de sus gallinas y pasa la mayor parte del tiempo en casa, no acierta en saber lo que sucede en Hargill.
“Sí me sorprende bastante lo que está pasando aquí en el pueblo. Supe que después vino el sacerdote George, el encargado, y ahora los servicios tienen que hacerse en un salón anexo a la parroquia, porque es muy peligroso estar ahí, por el miedo de que se vayan a caer las vigas.
“Necesitamos que la policía venga para acá antes de que sea demasiado tarde, porque los vecinos tenemos miedo de quedarnos dormidos y nos incendien nuestras casas. Primero fueron las iglesias, y luego qué será…”, se cuestiona preocupada la señora María.
LA POSTURA DE LA IGLESIA
José Jesús Galván, diácono de la Basílica de Guadalupe, en la ciudad de San Juan, Texas (perteneciente a la Diócesis de Brownsville), describe como desafortunados los hechos que envuelven a la comunidad de Hargill. En su opinión, considera que se trata de actos vandálicos y no anticristianos.
“Ojalá y que no sea un ataque directo contra la Iglesia. Esto es muy triste y preocupante, porque ¿dónde se van a reunir las familias para escuchar la Palabra de Dios? Quiero pensar que se trata de jóvenes o adolescentes que hicieron esto como un travesura y Dios quiera que no se vuelva a repetir una situación así, sobretodo para las personas que viven en los alrededores.
“A veces las malas compañías echan a perder los buenos consejos de los padres y cuando uno está chamaco se nos hacen fáciles las cosas. Pienso que la policía se va a dar cuenta qué fue lo que pasó, por curiosidad, vandalismo o atentado directo, que lo dudo”, considera.
El religioso originario del estado de Guanajuato manifiesta que el hecho de incendiar iglesias puede ser visto como un ‘ataque al pueblo de Dios’.
Además esto significa un delito por el que se alcanza prisión de entre 180 días y dos años y una multa de hasta 10 mil dólares (de aproximadamente 160 mil pesos).
Por lo pronto, al último reporte, las autoridades no han detenido a ninguna persona vinculada con los hechos y a más de dos semanas de este acontecimiento aislado, pero raro al mismo tiempo, no existen pistas ni filmaciones que ayuden a la oficina del sheriff a esclarecer los hechos.
Se solicita la ayuda de los residentes del Valle de Texas que sepan información al respecto llamando a la Línea Contra el Crimen (956) 387–8477.
Mientras tanto, los habitantes de Hargill, Texas, desean se resuelva el enigma de las iglesias incendiadas en su pueblo y piden se llegue a las últimas consecuencias. v