
Definitivamente me será muy difícil olvidar todo lo que me pasó en junio del 2020. Apenas en su primera semana me notificaron que di positivo al Coronavirus y luego de 18 días recibí una noticia que me hizo brincar de la emoción: salí negativo en mi segunda prueba, vencí al virus y en solo un mes sumé a las estadísticas de recuperados.
Haciendo retrospectiva, aquella noche del 3 de junio a las 23:13 horas, cuando leí un mensaje de la Secretaría de Salud que decía: “pues tengo tu resultado… y es positivo para COVID”, quedará marcada como un suceso “destacado” en mis cortos 25 años.
Cabe señalar que jamás desestimé el virus o pensé que era un invento de los chinos para controlar a las masas, suficiente tuve tras ver los brotes ocurrido en asilos del área metropolitana y el Hospital Universitario para reafirmar su existencia.
Contrario a lo esperado, no perdí la cabeza ni entré en pánico, y al saber que la evolución de la enfermedad podía influir en base a mi estado de ánimo me ayudó a mantenerme tranquilo.
En todo momento mi mayor preocupación fueron mi familia nuclear y la de mi novia, ya que fueron las únicas personas con las que conviví fuera de horario laboral durante toda la pandemia, y en un lapso de una semana se realizaron la prueba y afortunadamente salieron negativos.
Mi periodo de aislamiento se resumió en tres puntos: Netflix, Xbox y trabajo. Por momentos llegué a pensar que iba a poder desconectarme de tantas noticias redundantes y aburridas del Covid-19, sin embargo, mi situación no impedía en lo absoluto cumplir con mi deber ni estar desinformado del panorama mundial.
Admito que con el pasar de los días llegué a cuestionarme cómo las demás personas habían aguantado todo este encierro desde aquel lejano “puente de Juárez” que jamás pude disfrutar debido a mi labor esencial.
Gracias a mis pocas habilidades sociales desarrolladas desde la preparatoria, no perdí la cabeza estando atrapado en el cuarto y además de las fuentes de entretenimiento ya mencionadas, realizaba media hora de ejercicio diario entre bicicleta, abdominales y lagartijas.
Otro aliciente que apareció en buen momento fue el regreso a puerta cerrada del fútbol europeo. Encuentros como el derbi sevillano, la final de la Coppa Italia o toda una jornada dominical de Premier League me cayeron “como anillo al dedo” después de tres meses sin ver un solo partido.
Desafortunadamente el 19 de junio me llegó la que puedo considerar hasta el momento como la peor noticia que he recibido en tiempos de pandemia: un tío, mayor de 60 años y con antecedentes de diabetes, perdió la batalla contra el virus, después de que en su casa se dio un brote donde todos -salvo él- lograron recuperarse.
La muerte de mi pariente dejó un fuerte vacío en mí ya que éramos muy llevados y nos encantaba “tirarnos carrilla” el uno al otro. Reconozco que su partida fue la última prueba que necesitaba para confirmar la letalidad del virus y cómo no discrimina a sus víctimas, aún y cuando él acató al 100 el quedarse en casa.
El 22 de junio exactamente a las 11:41 horas llegó el correo que tanto esperé después de realizarme la segunda prueba: “Coronavirus SARS-CoV-2 (COVID-19), Resultado Negativo”. Sin demorarme un solo segundo le hice llegar la noticia a mi grupo de familia, amigos cercanos y trabajo (en ese orden).
Viéndolo como un motivo de celebración decidí publicar el diagnostico en Instagram -mi red social más activa-, si bien no era un suceso que debía compartirse a los cuatro vientos, por esta ocasión me sentí en la imperiosa necesidad de hacerlo.
“Usted es una leyenda”, “eres un crack y un chingón”, “ah perro ni quién te detenga”, “pinche Covid te la peló” fueron algunos mensajes que mis contactos y amistades me dedicaron tras enterarse que superé un virus que ha cobrado más de 400 mil vidas y contando a nivel mundial.
Volviendo al presente, he de reconocer que sí hubo cambios en mis modales y hábitos de higiene; cada tres horas me acostumbré a limpiar con desinfectante los utensilios que más tocaba -los controles de la TV y Xbox, computadora, los cordones de las cortinas y las manijas de la recámara.
Mi consumo de agua aumentó en niveles que hasta yo desconocía, en tiempos normales llegaba a tomar tres litros diarios y el encierro, aunado al calor infernal de junio, provocaron que duplicara mi ingesta y en ocasiones hasta la triplicaba.
También me discipliné a realizar limpiezas profundas en mi habitación, diario le daba una aspirada y cada dos días una trapeada. Además, mejoré mi habilidad para lavar los baños y dejarlos con un fresco aroma a cloro y lavanda.
Por otra parte, y deseoso de poner mi “granito de arena” por más mínimo que sea, tomé la iniciativa -y si mis próximos exámenes y evaluaciones lo permiten- de donar mi plasma para contribuir en el punto más álgido de la pandemia.
Si a nivel nacional ya hubo un paciente curado con este tratamiento, además que el estado es pionero en aplicar este protocolo, no veo por quó no sumar a que el número aumente, sea cual sea mi aportación sanguínea.
Ahora toca volver a la “nueva normalidad” y estoy consciente que veré a más personas en las calles que la última vez que transité, resultado del fracaso de la estrategia del #Quédateencasa que se acrecentó en “la semana de récords” del 15 al 21 de junio donde todos los días se superaron los 200 contagios.
Ante el alto número de contagios y muertes no puedo decir que no me importa lo que pase en Nuevo León, pero tanta desobediencia provocó que mi mentalidad pasara a “cada quien haga lo que pinches quiera” y allá ellos si desean o no acatar las medidas, sabiendo que veré aglomeraciones en el transporte público, mares de gente en los mercados populares y en las calles del Centro de Monterrey.
Asimismo, no es nada contra mis connacionales, pero algo tuvimos que hacer tan mal que nos colamos en el Top 10 de muertes por Coronavirus en el mundo y al paso que vamos, “el cielo es el límite”.
Como alguien que cubrió, presenció, se contagió y recuperó del Coronavirus puedo afirmar que mi juventud, salud y buen estado de forma no me exentaron de contraer el virus e inclusive aporté a las estadísticas del rango de entre 25 y 44 años, el grupo con más contagios en el estado.
Da igual si me infecté en una rueda de prensa, en las calles, “por una colega” o si lo trajo alguien de Coahuila, buscar culpables es lo de menos y jamás pensé en ello. Se viene el pico de la pandemia y los números lo respaldan, si las autoridades fallaron está en nosotros aplanar la curva o hacer un ridículo internacional.