Melenas blancas brillan en la sala de televisión de la Casa Hogar María Esperanza Nuestra. Ahí, sentadas, se encuentran a diario María Ignacia Ávila García de 83 años y Lucía Montemayor Vidaurri de 88 años, junto a un grupo de 23 mujeres que viven la vejez en ese centro.
Ellas forman parte de los 407 mil 278 adultos mayores -personas de 60 años y más- que residen en Nuevo León, lo que representa el 8.8 por ciento de la población total, según datos del Censo de Población y Vivienda 2010.
El envejecimiento demográfico al que se enfrenta la sociedad, señala el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, es un proceso que caracteriza la dinámica poblacional de gran parte del país, y el Estado no ha permanecido al margen de él.
En base al estudio más reciente del instituto, se registra un aumento en los años de sobrevivencia de los seres humanos. Por consiguiente, un mayor número de personas logran vivir hasta edades avanzadas.
Para Nuevo León, según datos censales, entre 1990 y 2010, la población de las personas de la tercera edad pasó de 188 mil 520 a 407 mil 278 en dicho periodo, y su proporción respecto a la población total creció de 6.1 a 8.8 por ciento.
Pero el ascenso de adultos mayores continuará, según el Consejo Nacional de Población (Conapo) al indicar que durante el primer tercio del siglo XXI, la población de adultos mayores crecerá hasta alcanzar 16.6% de la población total en 2030.
UNA ETAPA INESPERADA
María Ignacia y Lucía no se imaginaron llegar pronto a esa edad. Desde hace dos años, aproximadamente, la longevidad se manifiesta gradualmente al empezar a perder sus capacidades motrices y cognoscitivas; la dependencia es mayor.
“Se pasó el tiempo muy rápido, no pensé que llegaría a tantos años”, coincidieron las mujeres que con tinte esconden la canicie de su cabello, y que acarician sus manos, mientras contemplan sus arrugas.
La prevejez, detalla el estudio, abarca de 60 a 64 años; vejez funcional de 65 a 74; vejez plena de 75 a 79 años y la vejez avanzada de 80 y más. Sin embargo, las mujeres en el ocaso avanzado superan a los hombres.
En el Estado se infiere que en la etapa de prevejez (60-64 años) hay 91 hombres por cada 100 mujeres y disminuye a 72 en la etapa de vejez avanzada (80 años y más).
Las “Doñas”, como las llama con respeto y aprecio, María Luisa Ruiz, encargada de la Casa Hogar María Esperanza Nuestra, asumen su nuevo estilo de vida y sus familiares o personas a su cargo ayudamos a que asuman su nuevo estilo de vida.
VIVE PREOCUPADA POR SU MANUTENCIÓN
María Ignacia Ávila García tiene 83 años, es soltera y no tuvo hijos. El tiempo pasó y disfrutó de su trabajo. La senectud se hizo presente y desde hace un año llegó a su nuevo hogar porque su sobrina ya no podía cuidarla.
Pero hay algo que la inquieta mucho: la cuota mensual que su familiar tiene que pagar para que la atiendan, es “elevado”, dijo María Ignacia. Y aunque se siente a gusto en el lugar, se la pasa piense y piense en qué hacer para ayudar a su sobrina.
“No sé qué hacer. Ya ni puedo trabajar y tampoco puedo estar sola en casa, necesito alguien que me cuide y eso cuesta. Agradezco el esfuerzo que hace por tenerme aquí, pero sé que se las ve duras porque además tiene sus hijos y los gastos de la casa”, expresó.
Acongojada, pensó en voz alta: “a la larga soy una carga, nunca me imaginé que la vejez llegara pronto y estuviera sola; mucho menos que mi familia batallara conmigo”.
“Nunca me vi en un asilo pero es natural que pase. Entiendo que ella tiene su propia vida y ocupaciones. Debe trabajar y atender a sus hijos, pues le demandan atención”, comentó.
A sus 83 años luce fuerte. “No me siento tan vieja”, recalcó. Incluso, le gustaría trabajar, hacer algo o sentirse útil, y más ahora, insiste, porque su sobrina gasta mucho en su estancia en la casa hogar.
EL TIEMPO SE LE FUE VOLANDO
Mientras piensa en una solución, mencionó que además de los problemas económicos, se siente un poco triste. No se realizó como mujer y en la actualidad extraña a su única familia.
“Era feliz soltera, trabajando y viajando. Era secretaría y me encantaba mi trabajo, claro, sí tenía pretendientes pero nunca les hice caso; ahora me doy cuenta que hubiera sido bueno casarme o tener hijos: no es agradable estar sola”, manifestó.
Durante su estancia en la casa hogar, María Ignacia podrá tener a sus amigas pero no es lo mismo que la visite alguien cercano. Al principio, añadió, iban todos los días a verla.
Contuvo el llanto. “Ahora viene dos veces al mes o cuando pueden, me da melancolía pero así es. Sé que tiene a sus hijos y cosas por hacer. No hay más. Esperar a la muerte pero estoy tan bien que no tengo para cuándo”.
Es la hora de la novela y la longeva se dirige a la sala de televisión. Toma asiento y mientras hay anuncios, dice: “aquí la paso muy bien, platico con las chicas, hacemos ejercicio, rezamos y nos cuidan: estamos tranquilas”, detalló.
NO QUIERE SER UNA CARGA
Lucía Montemayor Vidaurri cuenta con 88 años de vida. Tampoco contrajo matrimonio ni tuvo hijos. A diferencia de María Ignacia, la solvencia económica de la que goza le permite estar sin pendiente en la casa hogar, a la que llegó desde hace dos años, pero se deprime mucho porque extraña su casa.
“No soy rica ni millonaria pero hay recursos con qué pagar una estancia. Me salí de la casa porque no quiero ser un estorbo o una carga para mis hermanos y sobrinos. Es difícil pero tampoco me quise ir con nadie”, expresó Doña Lucía.
La longeva mencionó una y otra vez, a punto de llorar que le es muy difícil no estar en su hogar y aunque también añora a sus familiares, indicó que considera que es lo mejor para no molestar a nadie.
“Nadie estamos preparados para la vejez. El tiempo pasó rápido y ahora no queda más que aprender a aceptar que somos viejos”, manifestó.
Sí, sus hermanos la visitan, ve a sus amigas casi a diario pero no es lo mismo que antes. Se quedó soltera y no tuvo hijos. Siempre trató de vivir al máximo.
“Estudié, trabajé, tomé clases de cocina, de corte y confección. Siempre me mantuve activa y ocupada. No pensé o me cerré a casarme y tener una familia”, dijo Lucía.
Añadió que quizás se acomplejó. Tuvo un accidente que le dejó cicatrices en gran parte de su cuerpo y ahora piensa que pudo haber sido eso lo que la orilló a no enamorarse.
Lucía está sentada en su habitación, que comparte con otra longeva. Teje un chal café, para contar con una prenda más en su guardarropa y procurar que la tarde se haga menos pesada.
“Me mantengo en actividad. Planchó mi ropa, la acomodo, tejo, leo y también me dedico un rato a mi arreglo personal. Me pinto el pelo, me maquillo y todo; no puedo dejarme morir”, indicó.
Trata de darse ánimo sola. Además, tiene que estar lista porque todos los días ve a alguien. “Si no vienen por mí mis hermanos, ya tengo compromiso con mi amigas”, recalcó.
Los años no pasaron en vano. Ella le agradece eternamente a Dios haberle dado una vida bonita con los suyos y ahora que enfrenta la vejez, como muchas otras mujeres, las invita a disfrutar el “último estirón de la vida”.