Además de ser la capital de Islandia, la “bahía humeante” de Reikiavik es la ciudad más septentrional debido a su cercanía con el círculo polar ártico y sus temperaturas menores a los 13 grados.
Con una población que apenas rebasa los 121 mil 960 habitantes -una tercera parte del país-, en los últimos dos años ha visto un notorio incremento en la actividad turística, la cual incluso llega a cuatriplicar a los pobladores.
UNA NOCHE EFÍMERA Y MEMORABLE
El 24 de septiembre, luego de recorrer la Península de Snæfellsnes, Sergio, David y yo nos dirigimos a Reikiavik, donde pasaríamos nuestros últimos días antes de volver a casa.
Nuestro amigo alemán optó por no salir esa noche y lo fuimos a dejar al Hostal Loft, ubicado en el corazón del centro histórico, mientras que ambos compartiríamos habitación en el Kex, uno de los lugares más baratos para hospedarse en Islandia (24 euros/573 pesos la noche).
Inmediatamente fui invitado a Kiki, el bar queer más popular de la ciudad, lugar donde volveríamos a ver a las chicas alemanas de Brú, con quienes personalmente nunca logré congeniar debido a mil y un razones.
Sin embargo, el plan cambió abruptamente, ya que todas ellas eran menores de 20 años -edad mínima para consumir alcohol en el país- y en la entrada pedían identificación, situación que las orilló a pasar su noche en otro lugar.
Tras enterarnos de lo ocurrido, decidimos ir solo nosotros y disfrutar la noche como la “excelente dupla mexicana” que fuimos durante cuatro semanas y durante la revisión, los guardias se quedaron anonadados al ver nuestra nacionalidad.
Cabe aclarar que esta era mi primera vez en un recinto abiertamente LGBT+ y al entrar, las luces magenta neón, el ambiente armonioso y la compañía de Sergio contribuyeron a que la noche iniciara con el pie derecho.
Cuando el inmueble se llenó, pude apreciar un sinfín de colores, nacionalidades, vestimentas y personalidades que, sin importarles un carajo los prejuicios, bailaban y gozaban acompañados por canciones icónicas de la cultura pop.
Mientras mi querido amigo -quien es abiertamente gay-, disfrutaba del “paraíso”, yo merodeé por el lugar en busca de historias para el anecdotario, cuando de pronto alguien jaló mi bufanda.
La culpable: una rubia con ojos de color quien lo primero que preguntó fue si hablaba español, lo que facilitó toda la conversación e inmediatamente atrapó mi atención.
Al responderle que sí, se presentó: Snædis, una islandesa de 30 años quien tras vivir por 14 años en Ecuador aprendió a hablar castellano, aunque con un acento sudamericano bastante marcado.
Para seguir con la conversación, salimos a tomar un poco de aire fresco cuando me topé con Sergio socializando con estadounidenses y apenas dio la medianoche, la fiesta en Kiki terminó y la noche continuó en Kaldi, un café/bar inglés bastante popular en la ciudad.
Sin saber cómo, Snædis me invitó las últimas cervezas de la noche y en un abrir y cerrar de ojos llegó la policía para ordenarnos que desalojáramos el lugar y a modo de broma, unos oficiales me pidieron que me “largara”, a lo que segundos después también se sorprendieron al enterarse que era mexicano.
Ya con todos los bares cerrados se me ocurrió la “brillante” idea de caminar por las frías calles de la capital a altas horas de la noche, plan que ella aceptó sin problema alguno, además de que fungió como guía.
Nuevamente la fortuna estuvo de mi lado y me pagó la cena: el tradicional “hot-dog islandés” hecho de carne de cordero mezclado con cerdo y res, acompañado de cebolla caramelizada y condimentos, el cual disfruté en su totalidad.
Continuando nuestro recorrido, descubrí que los islandeses desde pequeños aprenden a hablar inglés y danés, mientras que al avanzar en la escuela les ofrecen un tercer idioma, siendo los más populares el alemán, español, francés y ruso.
La noche se volvió más internacional cuando nos topamos un grupo de amigos bastante globalizado; compuesto por dos españoles, dos alemanes, dos suizos (uno de la parte francesa y otro de la italiana) y un islandés, quienes al escuchar que era mexicano me dieron sus últimas cervezas.
Ante mi completa ebriedad y para cerrar la noche, Snædis me invitó a quedarme en su departamento, por lo que antes de aceptar le envié un mensaje a Sergio avisándole que no llegaría al Kex.
¿Y LA PANDEMIA?
Otra de las situaciones que me sorprendió desde mi primer hasta el último día en la ciudad es que por momentos llegué a olvidar que la crisis sanitaria derivada por el Coronavirus seguía vigente.
He de confesar que otra de las razones por las que llamó mi atención Islandia fue su manejo de la pandemia, que si bien no ostenta los elogios de Nueva Zelanda o Taiwán, hasta la fecha cuenta con tan solo 33 muertes.
Inmediatamente y contrario a lo que estaba acostumbrado en México, noté como casi nadie portaba una mascarilla en vía pública y en momentos me llegué a sentir “sumamente observado”, ya que en ningún momento me la quité.
En uno de instantes más inesperados de mi estadía llegué a pasar por el Hospital Nacional de Urgencias, donde por escasos segundos pude observar al que en ese entonces era el único paciente hospitalizado en todo el país.
Incluso, en los supermercados el uso del cubrebocas no era obligatorio ni para empleados o clientes, al tiempo que el distanciamiento social y los dispensadores de gel antibacterial seguían vigentes.
Sin embargo, quedé sorprendido que pese a sus pocos contagios y hospitalizados, la nación se encontraba en la lista roja de Estados Unidos y diversos países de la Unión Europea, debido a que excedían los 200 casos por cada 100 mil habitantes.
Por su parte la mayoría de restaurantes, tiendas de conveniencia y souvenirs cerraban sus puertas entre las 18:00 y 20:00 horas, mientras que los bares y clubes nocturnos hacían lo propio después de la medianoche, máximo a la una de la mañana.
GLOBALIZACIÓN POR DOQUIER
Del 25 al 27 de septiembre presencié las despedidas de cinco nuevos amigos: primero, cuatro de los alemanes con los que más socialicé (David, Henry, Josh y Luis) partieron en la madrugada del domingo 26, mientras que iniciada la nueva semana mi querido compatriota Sergio partió con dirección a Inglaterra.
Mi travesía en solitario inició con el pie derecho, ya que una de mis nuevas roomies procedente de Alemania llamada Ellie, me invitó al Lebowski’s, uno de los bares más populares de Reikiavik nombrado en honor a la película “El Gran Lebowski”, con tres españoles, un danés, una estadounidense y una boliviana.
Al día siguiente salí desde temprano a recorrer las calles para tomar fotos alusivas al multiculturalismo y el “clima islandés” nuevamente se hizo presente y en un lapso de 30 minutos presencié sol, ventisca, lluvia y granizo, sin embargo, esto no impidió que hiciera mi labor.
Ya en el Kex, la sorpresa fue que tendría cuatro nuevos compañeros franceses: Lena, Louise, Matisse y Antoine, esté último vivía en Nueva Zelanda, pero debido a las restricciones impuestas en aquel país no podía volver, por lo que se tomó un “tiempo de viajero” en lo que le permitían reingresar.
Aunque entre ellos sí hablaban en francés, cuando estaba con ellos cambian de inmediato al inglés y rápidamente pude congeniar con ellos, principalmente porque cuando descubrieron que era mexicano se volvieron más abiertos.
Para mi tiempo restante decidí que mis comidas serían internacionales y el primer elegido fue la prueba viviente de lo globalizado que está el mundo: un restaurante griego donde una joven de Palestina me atendió en inglés y que se encontraba alado de un establecimiento vietnamita.
Llegada la mitad de semana, mis roomies me invitaron a pasar la noche en el bar del hostal y la convivencia se extendió a tal punto que los trabajadores del lugar nos pidieron que siguiéramos la convivencia en nuestros cuartos.
Cumpliendo mi palabra tuve la oportunidad de probar platillos de Turquía, Camboya, Reino Unido y el Himalaya, e incluso dos tradicionales de Islandia: sopa de mariscos y estofado de pescado.
Finalmente, utilicé mis últimos días para comprar souvenirs y nuevamente el “efecto globalización” se hizo presente y en las múltiples tiendas que acudí fui atendido por personas provenientes de Afganistán, Brasil, la India, Canadá, Irlanda y Sudáfrica.
Así, mi travesía terminó no sin antes visitar la pizzería Devito’s, lugar donde tuve mi primera cena en Islandia y mientras disfrutaba el último platillo concluí que Reikiavik es y será “una ciudad multicultural”.