ENVIADOS: Erick Muñiz y Moisés Gómez
Peñitas es un minúsculo caserío enclavado en el extremo Oriente de El Salvador, en la frontera con Honduras. Un poblado de hamacas en los cuartos y hormigas invadiendo los pisos durante el sopor de las tardes.
Sopor de puerto y sudor de costa que apenas se mitiga bajo la sombra de los almendros y tamarindos que resguardan, inmóviles, las 80 viviendas del lugar, en el municipio de Pasaquina.
A escasos 50 kilómetros de ahí se encuentra El Tablón, otro poblado cubierto por el mismo sol inclemente e idénticos aires de abandono. Es el departamento de La Unión.
Esta entidad está muy lejos de la vida moderna que transcurre en San Salvador.
Aquí los relojes bostezan su aburrimiento y el tiempo se escurre entre las manecillas, entre las moscas zumbando, pasa a un lado de las motonetas convertidas en taxis y se acumula en los ancianos que sobreviven como pueden.