
Catalogada por algunos como el “Studio 54” de Monterrey, el local ubicado en Padre Mier 837, comenzó como un restaurante-bar sencillo, pero con el paso del tiempo terminó encumbrándose en el espacio de esparcimiento obligado para cantantes, escultores, pintores, deportistas, bailarines, poetas, políticos e intelectuales nacionales y extranjeros.
Joaquín Sabina, Francisco Céspedes, Eulalio González “Piporro”, Eugenia León, Celso Piña, El Gran Silencio, Pablo Milanés, Amaury Pérez, Guadalupe Pineda, Tania Libertad, Fernando Delgadillo, Alejandro Filio, Los Platters, Gloria Lasso, Julio Galán, Marcos Huerta, Guillermo Ceniceros, Gerardo Cantú y Eloy Cavazos, son tan solo algunos de los personajes que desfilaron por sus pasillos, pero no solo para degustar de su rica cocina, sino para ofrecer conciertos, palomazos y hasta presentaciones exclusivas de sus obras.
Abierta al público el 26 de noviembre de 1987, La Casa de Pancho Villa nació por la inquietud de su primer propietario, Jorge Cuéllar Montoya, quien buscó crear un lugar impregnado de bohemia y cultura.
El nombre del negocio se debió a que la palabra “casa” denotaba calidez del seno familiar y “Pancho Villa” por su admiración al revolucionario duranguense.
“El nombre tuvo mucho éxito. Yo no sabía que había mucho culto por Pancho Villa tanto así que la gente me empezó a llevar veladoras para que las pusiera en la imagen que teníamos de Pancho Villa. Siempre tuvo veladoras sin que yo las comprara”, aseveró el oriundo de Matamoros, Tamaulipas.
Desde su inauguración, la antigua casona del siglo XIX o XX, que fue rehabilitada para albergar el restaurante, contó con presentaciones artísticas para amenizar la visita de los clientes, un sello que la distinguiría por casi dos décadas.
“Abrimos en esa fecha e invitamos a los principales exponentes locales de esa música como grupo La Trenza y grupos universitarios que participaban en los certámenes de canto.
“Fue algo que le gustó mucho a la gente, como que había necesidad de un lugar de estas características, y desde un principio tuvo mucho éxito”, comentó el egresado de la UANL.
Corría la década de los ochenta y casi al final, Latinoamérica vivía el auge de los espacios constestatarios, aquellos en los que los artistas “rebeldes” desafiaban con su música, letras, cantos y pintura a los regímenes autoritarios de la época. Eso fue en lo que se convirtió también La Casa de Pancho Villa, en un centro de difusión cultural para los “disidentes”.
Ubicado en el corazón de la zona de La Purísima, el local era de fácil acceso, más que el Barrio Antiguo de la capital, por lo que rápidamente se convirtió en el favorito de los regiomontanos.
“A mí me gustó aquel barrio (La Purísima) porque llegaban de todas partes muy fácilmente, en cambio, en Barrio Antiguo era muy complicado porque estaba todo concentrado y había problemas para estacionarse.
“Llegó a ser un lugar concurrido por políticos, artistas, periodistas, empresarios, músicos, aunque Jorge lo denota un lugar muy democrático porque podían ir todos”, afirmó Cuéllar Montoya.
El éxito del negocio fue tanto que Cuéllar Montoya tuvo que ampliarlo, al grado que llegó a tener espacio para cerca de 750 personas.
“El lugar tenía un estacionamiento muy pequeño, casi nada y la gente se estacionaba a varias cuadras, pero se generó otro negocio porque había los que cuidaban los carros. Llegó a crecer mucho y tuvimos mucho personal, muchos meseros, muchos músicos.
“Se fue dando de manera gradual, el lugar fue creciendo tanto que empezó en la casa y su patio central y luego tuvo la necesidad de abrir el traspatio para hacer los conciertos, y llegó a tener capacidad para 750 personas cómodamente sentadas”, comentó.
La Casa de Pancho Villa se convirtió en el espacio de “after” para los regiomontanos, pero sin duda, la magia del lugar la aportaban todos los artistas que ahí convergían (nacionales e internacionales).
Se podía ver a Pablo Milanés en sus mesas, también a Joaquín Sabina, Eugenia León, Antonio Eduardo Parra, Ofelia Medina, Margarito Cuéllar y un largo etcétera de prodigiosos artistas.
¿Cómo lograrlo? El secreto de Cuéllar Montoya fue fincar una relación de amistad con los invitados más allá del trato entre cliente y empresario. Jorge gustaba de recogerlos en el aeropuerto e invitarlos a comer a su propia casa.
“Tuvo mucho que ver la relación personal con los artistas, fincar una amistad en la confianza. Yo pude hacer amistad con Eugenia León, con Pablo Milanés y su gente, me llevé muy bien con el equipo de Joaquín Sabina. Entonces, haces amistad con los promotores y los artistas.
“Yo me preocupaba mucho por ir por ellos al aeropuerto, muchas veces los invité a comer a la casa con mi familia y les hacía comida en un restaurante o los tenía con medios de comunicación y con intelectuales de la ciudad”, expresó.
La gran cantidad de artistas que se congregaban en La Casa de Pancho Villa la convirtieron en una fuente de información para la prensa. Así que, sin planearlo, el matamorense se fungió por muchos años como un agente de relaciones públicas entre las celebridades y los medios de comunicación.
Incluso, el mismo Joaquín Sabina celebró su cumpleaños en el lugar. Durante su festejo, el español se aventó un palomazo en el que sorprendió a los asistentes con una canción inédita, aún sin grabar, pero que después se convirtió en todo un éxito: Peces de Ciudad.
“Empezó a crecer tanto lo del Pancho Villa que después me tuve que convertir yo en empresario artístico para otros escenarios y otras ciudades como el Teatro de la Ciudad.
“Joaquín Sabina se festejó en La Casa de Pancho Villa, ahí le organicé un festejo en una sección privada del restaurante. Estuvo hasta las 7:20 de la mañana y como a las 6:00 subió al escenario y se puso a cantar”, expresó.
Y no fue el único que echó primicias en el icónico sitio, el escritor mexicano más traducido (incluso más que Alfonso Reyes), David Toscana, también presentó algunas de sus obras “en exclusiva” para La Casa, lo mismo que Antonio Eduardo Parra.
Anécdotas en sus cuatro paredes, un sin fin, tantas como la cantidad de copas que ahí se bebieron. Sin embargo, unas de las actividades que más trascendieron fueron: un desfile de modas, un evento de la lucha libre y la colecta de fondos para apoyar la fundación de Ofelia Medina.
“Ofelia Medina organizó un baile en el que el público pagaba una actividad y fichaba con los artistas que estaban ahí, entre ellos Edith González. Se reunió más dinero que en cualquier otra ciudad de México”, mencionó.
Y aunque fue uno de los “Hot spots” de Monterrey de 1987 a 2004, algunos artistas que quedaron sin visitarlo fueron Silvio Rodríguez y Juan Manuel Serrat, mismos a los que Cuéllar Montoya le hubiera gustado invitar.
La política no quedó fuera de los límites de La Casa de Pancho Villa, para nadie es un secreto que muchas de las conversaciones que dirigieron el rumbo del estado se llevaron a cabo en sus mesas.
Sin embargo, todo lo que tiene un principio llega a su final, por más doloroso que sea.
El éxito del restaurante-centro de difusión cultural no fue impedimento para que Cuéllar Montoya aceptara un cambio profesional en 2004 tras la llegada a la gubernatura de Natividad González Parás.
El empresario fue invitado por el mandatario priista como subsecretario de Educación Media y Media Superior, por lo que tuvo que traspasarla.
Los nuevos dueños cambiaron el concepto del negocio y tras cuatro años más de funcionar sin la batuta del matamorense, finalmente cerró en 2008, dejando tristeza entre sus clientes.
Sin embargo, la nostalgia que provoca aún transitar por Padre Mier 837 podría ser saciada próximamente, ya que su primer dueño y propietario legal del nombre, no descarta la idea de reabrirlo, ahora, con el apoyo de sus tres hijos.
“El Pancho Villa pudo haber sido más famoso, pero tenía otras inquietudes profesionales”, mencionó.
La idea de La Casa de Pancho Villa no es descabellada, al final de cuentas, muchos artistas fueron reconocidos por la crema y nata de Nuevo León en las cuatro paredes del restaurante.
El impulso que el sitio le dio a muchos cantantes, escultores, escritores e intelectuales regiomontanos fue tal que el mismo “Rebelde del Acordeón”, Celso Piña, inmortalizó a Cuéllar Montoya en una de sus canciones: Nos dieron las 10.