Dentro de las situaciones que más destaco tras no haber cumplido el quedarme en casa por cuestiones laborales, fue que pude apreciar la escalonada transformación de la entidad.
Aunque los días ajetreados donde evidenciar a la población inconsciente eran mi sustento de hace un año, hoy en día ver a la gente transitar con total tranquilidad ya no me causa conflicto.
Durante el transcurso del 2021, he observado en mí día a día un notorio cambio de humor en los transeúntes, principalmente en la zona Centro de Monterrey que en su momento fungió como un reflejo de nuestro comportar ante la contingencia.
Sorprendentemente, hace un año ver a cientos o miles de personas caminar por las calles del primer cuadro de la ciudad eran un sinónimo de “valemadrismo” ante la crisis.
Cualquier usuario de redes sociales con sacar su teléfono y tomar una foto de las calles aglutinadas se podía convertir en un agente noticioso, y fiel a la costumbre de aquel entonces, la imagen obtenía una inmensurable cantidad de reacciones y comentarios ofensivos.
El tema de negocios y establecimientos con permiso de operar se volvió un frecuente en las conversaciones cotidianas; ese eterno dilema entre lo esencial y no esencial causó un sinfín de conflictos.
Representantes del gremio restaurantero, mariachis, dueños de gimnasios y salones infantiles fueron algunos de los tantos perjudicados que hicieron sentir su descontento con una simple consigna: que los dejaran trabajar.
En la que para mí fue “la madre de todas las protestas” ocurrió el 2 de junio, cuando cerca de 2 mil trabajadores del “giro negro” y comerciantes informales vestidos de blanco coincidieron en la Explanada de los Héroes y en lugar de pelear por la plaza, sumaron esfuerzos para arremeter al unísono contra el gobierno estatal.
Una decisión que terminó por detonar al sector productivo fueron los cierres dominicales implementados a partir de enero del 2021, aplicados ante los récords de contagios, muertes y hospitalizaciones tras relajar las medidas por las fiestas decembrinas.
No solo provocaron durante dos meses los fines de semana reflejaran una “cuidad en silencio”, también predominaron cientos de negocios que de una forma u otra sucumbieron ante la nula productividad.
Al día de hoy, su suerte cambió radicalmente. Pese a no registrar los ingresos y clientela de antes de la pandemia, el contar con un aforo entre el 40 y 60 por ciento y poder operar después de las 00:00 horas significó la esperanza que tanto anhelaban.
Además, la reactivación económica provocó un incremento en el turismo en una Semana Santa sin incidentes y eventos como las bodas, quinceañeras y fiestas infantiles supieron adaptarse a la “nueva normalidad”.
Otra situación que implicó discusiones interminables fue la restricción a la denominada población vulnerable: adultos mayores de 65 o más, menores de 12 y mujeres embarazadas.
Era evidente que el encierro a largo plazo causaría desesperación y dejaría secuelas entre este grupo, los cuales pese a la delicada situación sanitaria, deseaban salir a fin de “tomarse un respiro”.
Principalmente, los ciudadanos de la tercera edad eran los más inconformes con la medida, quienes incluso en contra de la orden estatal salían a centros comerciales, parques y casinos.
Para su fortuna, la restricción total a la población de riesgo quedó eliminada a finales de febrero, aunque les dieron un horario limitado, mismo que con el pasar de los meses incrementó y hoy en día pueden transitar tranquilamente por la entidad.
La cacería de bares y antros clandestinos también fue una constante en los momentos más álgidos de la crisis, sorprendía como el querer recobrar la vida nocturna se convirtió en algo indispensable.
Irónicamente, el municipio de San Pedro encabezó la mayoría de estos establecimientos, en los que los clientes pasaban a oscuras por la entrada de proveedores y en algunos, como El Secreto, tapaban las cámaras de los celulares para evitar fotografías.
Tanta era la obsesión por evidenciar establecimientos que operaban en la ilegalidad que llegué a estar en grupos de WhatsApp donde compartían su ubicación con el fin de que les cayera todo el peso de la ley.
Entre los tantos clausurados, el Sr. Mostacho de Paseo Tec se convirtió en un “cliente frecuente” de la Secretaría de Salud, ya que acumuló tres multas que rondaron el millón y medio de pesos, así como suspensiones temporales, cierres muy celebrados entre la comunidad.
Afortunadamente la vida nocturna “revivió”, aunque los daños derivados por un año fuera de funciones siguen latentes, y lugares como Barrio Antiguo y Centrito Valle tendrán un semestre más para recobrar el ambiente que los caracterizó.
Finalmente, el tema de los viajes y vuelos nacionales dejó de ser estigmatizado por la sociedad, ya que en primera instancia todo aquel que estuviera vacacionando era llamado “covidiota”.
De inmediato, las redes sociales se encargaban de satanizar a todo mexicano que exhibiera su estadía y para la mala fortuna de los viajeros implicados, muchos de estos daban positivo a Covid.
Con el pasar de los meses y ante el cambio a amarillo y verde del Semáforo Epidemiológico Federal en estados como Quintana Roo, Yucatán, Sinaloa y Baja California, propició que aquellos críticos también se dieran una escapada del encierro.
Aunado a ello, la necesidad de propiciar la reactivación derivó en un sinfín de ofertas y descuentos en agencias de viaje, y en complicidad con el hartazgo por la contingencia, contribuyó a que la capacidad hotelera de los destinos turísticos superara el aforo permitido.
Asimismo y en vísperas de la temporada de verano se espera otro periodo de “vacaciones Covid”, impulsado aún porque muchos sectores de la población ya están vacunados, situación que además de generar derrama económica, dará relajación a una nación que vivió “un 2020 de pesadilla”.