
El 23 de marzo del 2017, como parte de mi posición como entonces escritor en residencia en el Colegio George Brown de Toronto, llegué temprano al campus Casa Loma para impartir dos conferencias a estudiantes del instituto.
Para mi sorpresa, los pasillos al tercer piso, lugar de mi primer evento, estaban copados por dos líneas de personas cuya emoción era contenida por robustos hombres vestidos con trajes oscuros y un discreto distintivo dorado en la solapa izquierda.
Entre empujones, finalmente llegué a la puerta del salón donde me esperaba el maestro titular de la clase, quien emocionado me contó que en pocos minutos esperaban la visita del primer ministro de Canadá.
Esa mañana tuve la oportunidad de ver el tratamiento de “rockstar” que los canadienses, en especial los jóvenes, le daban a Justin Trudeau, quien dos años antes había llegado al gobierno como líder del partido liberal (En Canadá, el primer ministro es el líder del partido que más asientos conquista en las elecciones para diputados federales).
Justin, hijo de Pierre Elliot Trudeau, uno de los políticos más influyentes en la historia moderna del país, ya no es el rey de los selfies después de nueve años al frente del gobierno que ha anunciado renunciará una vez que su partido elija su reemplazo antes de la elección de este año. En lo personal y en lo político, el que en varias ocasiones fuera considerado entre los hombres más atractivos del mundo ya ha perdido su encanto, al menos entre la mayoría de sus gobernados y sus compañeros de partido.
En su toma de posesión como primer ministro, Justin Trudeau entusiasmó al país al presentar a un gabinete con paridad de género, con la primera procuradora general de justicia de origen indígena, y con la promesa de “días soleados” en el futuro.
En los primeros años, la exitosa negociación de Canadá en temas ambientales y la acogida de 25,000 refugiados sirios en 100 días fueron celebrados local e internacionalmente, cimentando la popularidad de Trudeau en el mundo.
De a poco, el Justin cercano al pueblo se fue diluyendo por el Trudeau promovido por la “Laurentide”, término creado en 2011 por el escritor John Ibbitson para describir a la élite canadiense concentrada mayoritariamente en el Este del país y formada por miembros de la política, la academia, la cultura, los medios y los negocios. Al ser Canadá un país relativamente pequeño en población, los integrantes de esta selecta comunidad muy frecuentemente intercambian posiciones dentro del círculo, además de que en una sola familia se diseminan entre los sectores, expandiendo así su influencia en las palancas que mueven al país.
En 2019, Jody Wilson-Raybould, miembro de la comunidad nativa Kwakwakaʼwakw, renunció sorpresivamente a su cargo de ministra de atención a los veteranos (en Canadá, el gabinete federal es seleccionado de entre los diputados del partido que obtuvo más asientos en el parlamento).
La salida de Wilson-Raybould cimbró al gobierno no solo porque abandonó el puesto meses después de su nombramiento, que fue considerado un retroceso en su carrera política después de que iniciara la administración como procuradora de justicia; además, la exfuncionaria denunció públicamente haber recibido presiones del primer ministro y de varios de sus colaboradores cercanos para relajar un acusación criminal en contra de la empresa SNC-Lavalin Group, en ese momento bajo investigación de fraude y corrupción por pagos en sobornos a oficiales del gobierno de Libia para obtener contratos.
Una investigación independiente de la Comisión de Ética determinó que Trudeau si buscó cambiar las sanciones de criminales a económicas para SNC-Lavalin, lo que trajo una disculpa pública de parte del primer ministro, pero redujo su grupo parlamentario tras la renuncia de la presidenta de la Junta de la Tesorería, Jane Philpott, quien abandonó el gobierno y el partido liberal en protesta por la clara intervención del primer ministro en favor de un grupo de empresarios.
Previo a la investigación sobre SNC-Lavalin, Trudeau ya había sido señalado por violaciones éticas luego de que se comprobara que entre finales del 2016 y principios de 2017 el primer ministro y su familia disfrutaron de unas vacaciones pagadas por y en la isla privada en el caribe propiedad del Agha Khan, líder espiritual de la misma fundación que ya recibía fondos federales. La investigación halló culpable al líder canadiense pero no hubo sanciones.
A pesar de la crisis interna, Justin Trudeau sobrevivió la elección federal del 2019 y se mantuvo en el cargo soportando la presión del bloque conservador, que tomó un nuevo impulso en las urnas.
Durante la pandemia, la administración Trudeau retomó popularidad de manera directa con el manejo de las vacunas, así como los apoyos emergentes para empleados y negocios. Indirectamente, el primer ministro se fortaleció tras la protesta de miles de simpatizantes de la derecha radical que bloquearon la frontera con Estados Unidos en la provincia de Alberta y desquiciaron la capital del país con toma de calles alrededor del parlamento en el 2022.
Recuperado de la crisis de salud pública, el desgaste para Trudeau continuó no solo dentro de la política. Después de 18 años de matrimonio y tres hijos, el matrimonio de Justin con Sophie Grégoire terminó en agosto del 2023 con una publicación conjunta de Instagram en la que anunciaron su separación.
Además de los desafíos globales que demandan compromisos de Canadá como la guerra en Ukrania o el regreso de Donald Trump, el país enfrenta una crisis de vivienda, de elevados costos de alimentos e impuestos, empleos mal pagados y la llegada de estudiantes internacionales que en su mayoría buscan quedarse en el país en condiciones muchas veces infrahumanas. El descontento social ha sido mayoritariamente canalizado por los conservadores y la frágil alianza que los liberales mantenían con el Partido Nueva Democracia se terminó el lunes 16 de diciembre pasado.
Ese día, cuando el país esperaba el anuncio del nuevo presupuesto federal, la ministra de Finanzas, Chrystia Freeland, sacudió de nuevo al gobierno al anunciar en X su renuncia al cargo en un muy duro reclamo a Trudeau, quien -se supo después- le había anunciado a la que era considerada su mano derecha que sería removida del puesto y nombrada en una dependencia de menor impacto político.
Freeland, quien había estado en la administración desde su inicio, era considerada hasta el día de su renuncia como la potencial sucesora de Trudeau. Aparentemente, el primer ministro habría determinado que quien tendría más posibilidades de ganar la elección del 2025 sería el exgobernador del banco de Canadá y de Inglaterra, Mark Carney, quien hasta ese momento estaba fuera de la política en activo y quien finalmente no habría aceptado el puesto en el momento tras la escandalosa renuncia de la ministra.
La salida de Freeland reavivó la rebelión interna en el grupo parlamentario liberal que Trudeau había sofocado medianamente semanas atrás, y exacerbó las salidas previas de ocho ministros, entre ellos Pablo Rodríguez, argentino de nacimiento que dejó el gobierno para buscar el liderazgo del partido liberal de Quebec en el 2025.
Tras días de zozobra política entre los liberales, la mañana del seis de enero Trudeau anunció que renunciaría a su asiento en el parlamento, a su posición como líder la bancada liberal y al cargo de primer ministro de Canadá. La renuncia no es inmediata debido a que el parlamento se encontraba de vacaciones y el partido no ha realizado una elección interna para definir a su próximo candidato.
En el calendario electoral se tenía programado el proceso federal en octubre de este año, pero con la renuncia de Trudeau se determinó extender el receso de fin de año hasta el 24 de marzo. Una vez reunido el pleno, los partidos de oposición acuerdan un voto de no-confianza en el gobierno y le piden al Gobernador General (el representante oficial del rey de Inglaterra) la disolución oficial de la administración, lo que arranca la campaña. La expectativa es que, entre la selección de candidato liberal y el proselitismo nacional, los canadienses deberían estar votando incluso a finales de marzo.
Hasta ahora, y a reserva de cuantos legisladores se inscriban en el proceso interno, todo parece indicar que si se decide, el exgobernador de los bancos de Canadá e Inglaterra, Mark Carney, lleva la delantera en las preferencias internas del partido liberal. Sin embargo, esta historia se está pareciendo mucho a la de elección presidencial del 2024 en los Estados Unidos: un candidato oficialista emergente, con poco tiempo para convencer a un electorado muy descontento y en contra de un populista de ultraderecha canalizando las inconformidades de la clase media.
Para desventura de Canadá, el líder conservador y muy probablemente futuro primer ministro, Pierre Poilievre -casado con la venezolana Anaida Galindo- ha demostrado en múltiples ocasiones su incapacidad para gobernar al país.
Justin Trudeau está a punto de irse -injustamente quizá- por la puerta de atrás en la historia de Canadá. Cuando Donald Trump jure de nuevo como presidente de los Estados Unidos, Trudeau seguirá al frente del gobierno con la responsabilidad de responder a la amenaza comercial del vecino.
Si en algo quiere ayudar a su partido y a reparar su maltrecho legado, el que fuera el “rockstar” de la política tendrá que demostrar liderazgo ante sus todavía gobernados, fortaleza ante el mundo, y humildad para alejarse cuando llegue su momento, aún y si la reacción de Canadá ante los desparpajos de Trump le devuelve a su desangelado primer ministro algo de lo mucho que perdió en el complejo y desgastante uso del poder público que, como la fama a las estrellas, terminó por acabarlo.