
A casi tres años del fallecimiento de Humberto Leal García, de 38 años, quien murió a 10 minutos de que comenzó a fluir sobre su organismo la inyección letal que le suministraron el jueves 7 de julio de 2011, en la prisión de Huntsville, Texas, los familiares aún sienten dolor y sufren su ausencia.
La pena de muerte a la que fue sometido el mexicano, originario de Monterrey, Nuevo León, tras haber sido acusado en 1994 por la violación y asesinato de Adria Sauceda de 16 años, en San Antonio, Texas, es un acontecimiento que no se olvida.
Sus tíos paternos Alberto Rodríguez y Lucila García consideran que fue una muerte injusta, lamentan no “haber ganado la batalla” contra la justicia estadounidense, ante el nulo apoyo del gobierno mexicano para frenar su ejecución y por la falta de pruebas para que lo absolvieran.
“Lo queríamos vivo pero no se pudo hacer más. Teníamos la esperanza de que saliera libre porque siempre, y hasta ahora, creo en su inocencia”, expresó Alberto, tío político de Leal García.
Alberto, su esposa y cuñadas, quienes residen en Nuevo León, lucharon incansablemente por 17 años para obtener ayuda legal con el fin de que dejaran en libertad a su sobrino. Sin embargo, no se logró nada.
Dicen que el tiempo lo cura todo, pero para esta familia tres años son poco y más cuando no aprueban la forma en que les arrebataron al hijo, sobrino o primo de su lado.
Los momentos de angustia se han revivido. Con la ejecución de Edgar Tamayo el pasado 22 de enero, Lucila García, tía materna de Humberto, recordó los momentos de incertidumbre que pasaron a horas del deceso de “Tito” -como le llamaban de cariño-.
En eso, el silencio inundó la habitación. Cuando comenzó a hablar sus palabras se quebraron, de sus ojos estuvieron a punto de salir las lágrimas pero se contuvo. Su dolor es tan grande que sus manos empezaron a temblar, mientras observaba una foto de su sobrino.
“Estuvimos en oración todo el día, siempre tuvimos la fe de que iba a salir y que no lo matarían. Fueron días de angustia y de los que no nos soltamos de las manos de Dios, pero todo cambió cuando nos confirmaron su muerte”, dijo Lucila.
Recordó el timbre del teléfono aquella tarde de julio… -hizo una pausa- escuchar que “Tito” ya había muerto, fue un momento muy difícil para todos.
“Es una situación que no le desea a nadie”, recalcó, “se siente una impotencia enorme perder a alguien por no haber podido comprobar su inocencia: todo cambió”.
El tic tac del reloj que marcó las 16:21 horas de aquel jueves se detuvo. Hasta ese momento estuvo presente la esperanza de que la Corte de Estados Unidos revocara la decisión de ejecutar a “Tito”, dijo.
“No asimilamos la idea de que ya no está pero más por la manera en que se lo quitaron a mi hermana. Es fecha que me deprimo… aún estamos tristes pero hemos tratado de seguir adelante, recordándolo con mucho cariño”, comentó.
Lucila, vive en la casa de su madre Francisca García -falleció hace 6 años-, a donde hace 19 años “Tito”, sus padres y hermanos llegaban de visita cada Navidad o Año Nuevo. No hay ruido, sólo se percibe la soledad y el dolor.
“No dejo que pongan música y hagan mucha fiesta. Sigo guardando luto a mi madre, hermano y a mi sobrino porque es un dolor muy grande. La casa se siente vacía sin ellos… los extraño mucho”, dijo.
Y aunque físicamente se siente sola, cada mañana que despierta y se arregla frente a su tocador, conversa con su madre y “Tito”; tiene ahí las fotos de ambos.
“Esperamos mi hermana cumpla
la última voluntad
de Tito”
Lucila y Alberto vieron poco a “Tito” durante su estancia en la prisión de San Antonio y Huntsville, Texas. Ella, junto con sus hermanas, tuvo la oportunidad de ver a su sobrino por última vez en el velorio, antes de la cremación, pero desde entonces esperan que su hermana cumpla la voluntad de “Tito” y lo traiga a Monterrey.
“Él como nosotros, tenía fe en que saldría en libertad pero en una ocasión dijo que si lo mataban quería que sus cenizas la dispersaran en El Barrial o presa porque ahí vivían sus abuelos paternos y que otra parte la sepultaran con mi mamá”, expresó Lucila con sentimiento.
Han pasado casi dos años y medio y siguen esperando que Francisca García, madre de “Tito”, lo traiga. “Le ha sido difícil desprenderse de él y la entendemos pero también debe cumplir sus deseos”, comentó.
“Le he dicho que debería traerlo para que esté tranquila de haber hecho lo que él pidió, pero sabemos que llegará ese día. Para ella y mi cuñado ha sido muy difícil todo lo que ha pasado; están muy decaídos desde entonces”, reiteró.
Ante ese panorama desalentador, Lucila procura visitar a su hermana para darle ánimos. Hace tres meses viajo a San Antonio y con tristeza reconoce que está muy acabada y deprimida.
“Su semblante es de dolor, sólo ella sabe lo que realmente siente porque no expresa nada y mi cuñado lo ha resentido más, pues le han dado tres embolias; la muerte de ‘Tito’ los ha dejado devastados”, dijo.
“Tito” no está en presencia física con ellos, sus cenizas reposan en la urna que se colocó en un lugar especial de la sala. Francisca y su esposo intentan sobrellevar su vida sin él, al igual que Lucila y Alberto.
“Cuando voy, además de invitar a salir a mi hermana y ayudarle en la casa me doy tiempo para estar con mi sobrino; disfruto ponerme en comunicación con él, le rezo y le digo: no te merecías esto, eres inocente”, reveló.
Y sí, no están tranquilas por la manera en que lo mataron, pero si algo le da consuelo es que está con su madre. “Él quería mucho a su abuela y tengo la certeza que se han encontrado en el camino”, comentó.
“Ella no hubiera soportado ver morir a ‘Tito’, era su adoración, por eso siempre reitero. Yo sé que él está contigo y que es inocente”, refirió.
Cada aniversario luctuoso de Leal García sus tías le hacen una misa en Monterrey y cada quien lo recuerda con cariño. El próximo mes de julio no será la excepción.
“EL GOBIERNO
NOS ABANDONÓ”
Reclamar no servirá de nada, no les regresará a “Tito”, reconocieron Lucila y Alberto, sin embargo, si algo les quedó claro durante los 17 años de la lucha por demostrar la inocencia de su sobrino, es que el Gobierno Mexicano los abandonó.
“Si el gobierno, Presidente y gobernador ayudaran, la esperanza hubiera sido más firme pero no lo hicieron, están ocupados en otras cosas menos importantes; cuando uno los necesita, no ayudan”, expresó Alberto.
En sus palabras y sentir no hay rencor, pero sí se imprime un tono de coraje ante la apatía que las autoridades mostraron ante el caso de Humberto Leal García, originario de Monterrey, Nuevo León.
Y es que en Alberto recayó la responsabilidad, cedida directamente por “Tito” para que lo ayudara a salir de prisión. “Él me lo pidió, depositó su confianza en mí e hicimos todo lo que pudimos”, reiteró.
Un peregrinar por dependencias y bufettes de abogados fue parte de las acciones que implementaron con tal de encontrar alternativas para apelar por el mexicano.
Cuatro días antes de la ejecución, tuvieron que interceptar al gobernador Rodrigo Medina de la Cruz a su llegada a la Macroplaza “porque nunca nos dio audiencia para hablar del asunto”, rememoró Alberto. Encuentro del que no hubo respuesta, aseguró.
“El único que nos abrió las puertas fue Canales, para empezar, nos dio muchas esperanzas. Quizás no solucionó el problema pero ayudó como pudo al contactarnos con abogados y asesores en la materia; por fortuna hubo más gente que nos tendió la mano”, declaró.
La ex alcaldesa de Guadalupe, Ivonne Álvarez, señaló el tío político de “Tito”, apoyó con boletos de autobús y/o avión para que acudieran a San Antonio o Huntsville a visitar a su sobrino.
Les llovieron ofertas de representantes legales estadounidenses y mexicanos. A quien le aceptaron la ayuda fue al doctor Lorenzo de Anda, dijo Alberto. Él llevó el caso desinteresadamente, pero a años de avanzado el proceso legal, intervino la Embajada de México y lo cesaron del asunto.
“Íbamos ganando el caso, según nos dijo el abogado, pero de pronto ya no se haría cargo. Al parecer los padres de Humberto tomaron la decisión de que lo revocaran pero nosotros hicimos nuestra lucha”, insistió.
Recalcó que nunca dejaron de buscar ayuda, fueron a Derechos Humanos y recurrieron a cuanta alternativa legal pudieron. “Nuestra esperanza era tan grande que cualquier cosa era una entrada a la libertad de Humberto”, mencionó.
“Sentí impotencia… sí, perdimos la batalla pero por luchar no quedó”, afirmó Alberto satisfecho.
“Son mentira, sus últimas palabras”
Entre otras de las cosas con las que Alberto y algunos de los familiares directos de “Tito” quedaron inconformes, son las supuestas últimas palabras del ejecutado antes de morir y que se dieron a conocer en los medios de comunicación.
“Por años no pensé que merecía ningún tipo de perdón. Me responsabilizo totalmente por esto”… revelaron de manera textual en prensa escrita y televisión.
Recordando esas revelaciones Alberto dijo: “yo estoy muy molesto, cómo informan eso si no lo grabaron, ¿o quién entró y grabó?, pregunto. ¡Que él dijo que era culpable, ¡no!, son mentiras”.
Aún se cuestiona de dónde pusieron esas palabras y menciona que hay cosas que no están en su lugar. “Que no engañen a la gente con cosas que no son”, sugirió.
Al insistirle sobre las verdaderas y últimas palabras de su sobrino, comentó: “si digo que no es porque no. Ya no queremos entrar en detalles”.
Al menos, agregó, lo de la última cena es cierto, “a él le encantaba la carne asada, el pollo frito y el pico de gallo; de eso no digo nada”, reiteró.
La verdad sólo la saben quienes atestiguaron su muerte, en este caso Ángela, una amiga de Humberto, entre otros y lo que él escribió en vida en un diario, desde el inicio de su caso, texto que hoy conservan como un tesoro.
“El hecho ya está consumado, ya no vamos a solucionar nada ni queremos entrar en una guerra de qué es cierto o no: la historia real quedó en el baúl de los recuerdos y el caso quedó cerrado para nosotros”, manifestó.
Alberto y Lucila coincidieron que han aprendido a vivir con el dolor, las heridas de injusticia y los deseos de ver a su sobrino regresar a casa, sonriente, como cuando llegaba a visitarlos en Navidad o Año Nuevo.
“Ya no podemos cambiar nada”, dijeron.
“ERA BUEN MUCHACHO, BROMISTA Y QUERÍA FORMAR SU FAMILIA”
Desde hace dos años sólo queda el recuerdo de aquel niño y joven bromista o alegre, quien hasta en sus últimos días en prisión, fue honesto, trabajador y mantuvo el buen humor.
“A él se lo llevaron muy pequeño, tenía cuatro años cuando emigraron a San Antonio, Texas, pero a su corta edad siempre sonreía y bromeaba, cualidades que nunca desaparecieron. Incluso en sus cartas o llamadas contaba algo chistoso”, expresó Lucila.
Por su alta estatura -1.90-, agregó Alberto, impactaba en cuanto lo tuvieras enfrente. “Le gustaba vestir vaquero; pantalón, camisa de color negro, sus botas y sombrero. Siempre andaba arreglado”.
Ambos reiteraron una y otra vez que su sobrino “fue un buen muchacho”. Tenía el gusto por el dibujo y lo hacía bien. “A su mamá le decía que cuando saliera, pintaría una Virgen de Guadalupe en su cuarto”, comentó la tía.
La habilidad por el dibujo no la heredó de nadie, añadió ella, pero seguramente la adquirió durante sus años de escolaridad en la primaria y secundaria, estudios que cursó en Texas.
Y aunque no continuó con la preparatoria y universidad, se adentró al mundo laboral junto a su padre. “Aprendió de mecánica por su padre y le gustaba lo que hacía, tanto, que aún estando encarcelado, le dijo a su padre que en cuanto lo dejaran libre regresaría a ayudarle”, mencionó Alberto.
Y no sólo eso quería hacer “Tito”, ente sus grandes anhelos quedó pendiente formar una familia.
“Él tenía su novia, era una chica de San Antonio. Lo espero por años pero finalmente se alejó e hizo su vida, fue lo último que supimos, y pues él encerrado ya no logró hacer realidad su sueño”, dijo Lucila.
LES HEREDÓ UN TRABAJO ARTESANAL
“Tito” ya no está pero durante su estancia en una celda aprovechó para echar a andar su creatividad e imaginación con algunas de las actividades recreativas y culturales que le permitieron realizar como parte de su rehabilitación.
Hace 10 años, él hizo un alhajero que forró con figuras de palillos de madera, pieza en la que seguramente guardó todos sus sueños y metas a cumplir y que, sin pensarlo, dejó como herencia a sus seres queridos.
“Lo conservamos con mucho cariño, no queremos que se maltrate ni nada, que lo tenemos guardado bajo llave; es una gran herencia”, expresaron Lucila y Karla Mayela Rodríguez García, esta última prima de “Tito”.
La llegada de ese regalo fue emotiva. “Cuando nos dijeron del paquete y lo abrimos, encontramos también una carta, en eso el teléfono sonó y era él; yo contesté, aún recuerdo le emoción que sentí. Me saludó y me dijo que se acodaba mucho de mí, fue rápido porque iba a hablar con todos”, recuerda.
Desde aquel 7 de julio de 2011 jamás escucharán o leerán en palabras de “Tito” un ¿cómo estás? “Hicimos lo que pudimos y creemos en su inocencia”, puntualizaron Alberto, Lucila y Karla.