
Toño quedó ciego a los 27 años durante su estancia en Los Ángeles, California, cuando camino del trabajo a casa, un grupo de pandilleros lo asaltaron, lo golpearon fuertemente en el rostro que le destrozaron la retina y córnea de sus ojos.
Adolorido por los golpes, y sin tener visibilidad alguna, intentó ponerse de pie; no podía, recordó. De pronto, recibió auxilió. Sus amigos con los que compartía casa lo encontraron tirado sobre el pavimento.
“Me ayudaron a levantarme y le preguntaron qué había pasado. Les expliqué y en eso me llevaron al hospital. Iba tan mal que me internaron por casi 4 días, incluso me sometieron a una cirugía pero no lograron salvarme la vista”, expresó Navarro.
Desde aquel 13 de abril de 1992 su vida cambió. Jamás imaginó que un suceso inesperado, como lo fue el atraco de los delincuentes, lo llevará a perder la vista.
“No sabía qué iba a ser de mí, tenía sentimientos encontrados. Fue un golpe muy duro aceptar que no había solución al momento y saber que nunca más volvería a ver”, manifestó.
El destino le tenía deparado algo nuevo. Los médicos lo dieron de alta del hospital, le diagnosticaron ceguera permanente aunque le orientaron a superar el obstáculo con optimismo.
En mayo, Toño regresó a Monterrey a casa de su madre. Necesitaba del apoyo de la familia para sortear la discapacidad visual, de la que aún no estaba convencido.
Antes de quedarse ciego, Toño tuvo la dicha de conocer paisajes hermosos, disfrutar la luz del sol, los anocheceres, ver a sus familiares y amigos, así como mirar jugar a sus Tigres”, equipo de futbol del que es aficionado.
PARECÍA QUE TODO
ESTABA PERDIDO
La ceguera lo introdujo en una terrible depresión. No quería salir de su casa, aunado a que tenía que estar en recuperación por la cirugía a la que se sometió.
“Me la pasé encerrado, estaba deprimido, no sabía qué y cómo le iba a hacer para seguir mi camino y volver a ser el de antes. A veces ni quería estar en este mundo”, dijo Toño.
Pensaba que iba a ser un peso para su familia, creyó que todos los proyectos familiares y de pareja no los iba a poder lograr. “Es muy largo y difícil de salir”, cuenta. Siempre había podido hacer sus propias actividades.
“Fueron dos años en casa, sin salir ni nada. Pero me desesperé tanto, que un día me desperté con ánimos de hacer algo por mí. Comprendí que no podía quedarme cruzado de brazos; quería valerme por mí mismo”, señaló.
Así, buscó una escuela para invidentes en la ciudad, donde conoció a personas en su misma condición o en peor situación. Su finalidad era aprender a ser ciego.
“Dios me ayudó a tomar la decisión. Era necesario, me estaba muriendo en vida. No quería nada pero al mismo tiempo quería retomar mi vida. Lo bueno fue que reaccioné a tiempo”, manifestó.
UNA LUZ EN EL CAMINO…
Con la ayuda de sus hermanos y madre, Toño fue a una escuela de invidentes. Su motivación era tal, que con gusto se atrevió a romper con las limitantes que le aquejaban.
“Aprendí Braille y a desarrollar el sentido del olfato, tacto y oído para reconocer mi entorno. Con ellos puedo saber qué hay a mi alrededor, cómo son, demás, al tiempo de que pongo en marcha mi imaginación”, detalló.
Ahora considera que el oído es su mayor sentido. Gracias a la escucha, este hombre sabe cuándo debe cruzar una calle, oye el partido de su equipo favorito. Conoce a las personas por su timbre de voz, entre otras cosas.
“Pero eso no es todo, cuando palpo con mis manos o con el bastón, tengo mayor alcance para saber dónde estoy o qué hay a mi paso que pudiera obstaculizar mi andar”, explicó.
“Bastonear” se ha vuelto su mejor estrategia para valerse por sí mismo. Paso a paso, es su apoyo conocer donde está situado. Ya sea su habitación, la calle o cualquier lugar.
“Me salía de la casa, caminaba lento y avanzaba para conocer de nuevo mi colonia, y así, poco a poco, me fui a la parada del camión, me subía al transporte, hice de todo, aunque también tropecé mucho”, platicó.
No negó que al principio tuvo miedo a caerse o a perderse. Sin embargo, si no hacía eso, ahorita siguiera recostado en su cama y entre las cuatro paredes de su cuarto, en el hogar que habita en Guadalupe, Nuevo León.
¡A TRABAJAR DIGNAMENTE!
Desde hace 17 años y luego de haber aprendido a ser independiente y aceptar su ceguera, Toño decidió trabajar. Buscó empleo pero no fue fácil conseguirlo por su discapacidad.
Cuando finalmente se colocó en una empacadora, se aprovecharon de su condición y no le pagaban lo justo. Desde entonces, pedir ayuda en las calles, es una manera digna para él de obtener ingresos.
Todos los días sale de su casa para tomar dos rutas de transporte urbano que lo dejarán en el cruce de la calle Padre Mier y Venustiano Carranza. Su “trabajo”, como él lo llama, no es tan sencillo.
“He batallado mucho para tener empleo formal y esto -pedir apoyo- me ha servido para subsistir. Aunque no es fácil pedir en los cruceros porque mucha gente cree que uno engaña y finge estar ciego”, expresó.
Mencionó que hay gente que le ha encimado el carro para ponerlo a prueba. Por otro lado, lo han asaltado, y además, está expuesto al sol o al frío por largas horas.
“Uno se arriesga mucho pero tengo que hacerlo, no me dan trabajo donde sea. A personas como a mí nos discriminan mucho o abusan de nosotros y no se vale. Aquí no batallo y claro, no es cómodo pero al menos creo que no robo ni estafo; es una manera digna de trabajar”, recalcó.
Su jornada va de las 9:00 horas a las 18:00 horas, según el clima, y lo que junte de recursos, porque hay ocasiones en las que apenas le alcanza para “echarme un taco”, agregó.
“La gente no suelta dinero así nomás porque sí, pero hay quienes con un peso o dos ayudan. Voy juntando y con eso puedo comer en el día y guardo algo para los gastos”, especificó.
CONTAR, ESCUCHAR Y SENTIR… HACER FRENTE A LA DISCAPACIDAD
Ver al invidente en el crucero trae consigo un esfuerzo. Seleccionar la ropa que portará en el día, caminar de su casa a la parada del camión, subir y saber dónde se bajará, es complicado.
“Mi madre y familiares me describen la ropa, después yo aprendo a identificarla al tocarla y sentir su textura. Así combino la camisa con el pantalón y los zapatos”, indicó.
Elegir la vestimenta “no es tan difícil porque la tengo en casa”, añadió, pero andar en la calle a veces me causa tensión porque puede estar diferente, el pavimento puede tener baches o qué sé yo.
“Ya que estoy vestido, salgo de mi casa, camino unas tres cuadras y llego a la parada de la ruta. Lo sé, porque cuento los pasos y escucho cuando se acerca el camión; el motor se oye diferente al de un carro. Ya conozco los sonidos”, describió.
Durante el trayecto, siente y cuenta las vueltas a la derecha o izquierda, según el caso, hasta llegar a un número determinado, con el que sabe que ya está en Padre Mier. Claro, a veces cuestiona al chofer o pasajero de al lado sobre el sitio por el que transitan.
El viaje finaliza en la calle Venustiano Carranza. Ahí, como el día que lo entrevistamos. Se coloca su cachucha para cubrirse del sol, e inicia su jornada, aunque las calles de una ciudad como Monterrey, entre otras, no sean amigables para un ciego.
Las calles están desniveladas, los semáforos no tiene sonidos para guiar al que quiere cruzar y no hay señalética en Braille. Sin sus ojos y hacer único uso de sus oídos y tacto, apoyado del bastón, pasa auto por auto para solicitar una cooperación.
El silencio del motor le anuncia que el semáforo está en rojo y es tiempo para acercarse a los automovilistas. A unos segundos, el arranque del vehículo le indica que el señalamiento está en verde. Se retira con cautela y regresa a la banqueta.
AÑORA HABER CONOCIDO A SUS HIJOS DESDE PEQUEÑOS
La historia de Toño como la de cualquier invidente ciego no es tan trágica. Destacó que pese a su discapacidad visual y haber pensado que su vida no prosperaría, se realizó como padre.
“Tuve mi primer esposa, con la que procreé un hijo e hija. A los años encontré a mi segunda esposa y tengo una pequeña. Por diversas situaciones las cosas con ambas no funcionaron. Sin embargo, adoro a mis hijos y doy gracias a Dios por ellos”, dijo.
Comentó que cuando ellas -sus ex esposas- lo conocieron, aceptaron con su ceguera. Sé que a lo mejor para ellas no fue fácil, pero como ya era yo independiente, no batallaron tanto. “Nos enamoramos e hicimos nuestra familia”, reconoció.
Actualmente sus hijos son unos adolescentes. No los conoce con certeza físicamente, pero su madre le ha ido detallando la evolución que estos han tenido desde su infancia a la fecha. Además, les acaricia su rostro y así trata de identificarlos.
“Mi mamá me los describe y los escucho atentamente cuando habló con ellos. Pero no voy a dejar de añorar el poder haberlos visto cuando eran unos pequeños y observar su crecimiento. Agradezco entiendan mi caso y siempre les digo que los quiero mucho”, señaló conmovido.
La memoria visual que obtuvo cuando sus ojos vieron todo, sigue vigente. Por ello, dice él: “la imaginación lo supera todo”. Sus ojos están hacia arriba, como ese reflejo condicionado al recordar o imaginar lo que escucha, oye o siente. Sus hijos son su principal motivación de vida.
Luego de la plática, cruza con cuidado la calle para situarse bajo el semáforo. La luz roja y el descanso de los autos le dan pauta a pararse al costado de uno de ellos y pedir una moneda al conductor.
El atardecer se asomaba en el cielo. En unas horas Toño partió a su casa para descansar un rato, tomar una ducha y escuchar las noticias más actuales de sus “Tigres”. Espera con ansias el próximo juego.