
Un domingo reciente conocí a Gustavo, un taxista mexicano que por su forma de vestir era evidente que tenía muy pocos días de haber llegado a Canadá. Sin una chamarra ni calzado adecuados para protegerse del invierno en el Este del país, el inmigrante yucateco me contó que decidió abandonarlo todo para buscar una mejor oportunidad de vida.
Gustavo es uno de los miles, si, miles de mexicanos que tras la reapertura de la frontera después de la pandemia están llegando a Canadá; la mayoría lo hacen aprovechando el acuerdo migratorio en el que no se requiere visa, solamente se necesita tramitar en línea una autorización electrónica de viaje (ETA). De acuerdo a estadísticas Canadá, solo en diciembre del 2022 se reportó que 49 mil ciudadanos mexicanos ingresaron al país, más del doble de los 22 mil que habían entrado en diciembre del 2021.
Después de vivir 14 años en este país puedo decir que las dinámicas de migración de mexicanos a Canadá se dividen en tres grandes grupos: los que migran por trabajo, los que migran por estudios y los que migran por seguridad. Por lo menos una o dos veces por semana, en charlas telefónicas con mis padres me comentan que en periódicos de Monterrey aparece publicidad en la que se anima e invita a mexicanos a que emigren a Canadá con la promesa de un renovado sueño de progreso. De forma ordenada, miles de trabajadores agrícolas temporales vienen y van cada año. De forma irregular, muchos vienen como turistas y se suman a la economía subterránea que se alimenta con trabajos en limpieza y construcción particularmente en grandes ciudades como Vancouver, Toronto, Calgary o Montreal.
Gustavo es uno de los que entró como turista. En Yucatán contrató a una “agencia de viajes”, una de muchas que operan en todo el país, que más bien son organizaciones de tráfico de personas que ya tienen montada una infraestructura ilegal en Canadá, en la que les ofrecen “servicios” como vivienda y contactos para empleo sin necesidad de contar con la autorización migratoria adecuada. En varias ocasiones, las autoridades locales han detectado que una vez que los migrantes llegan al país son sujetos a abusos de parte de quienes los reciben.
En noviembre del año pasado, un ciudadano mexicano denunció ante la policía en los suburbios de Toronto los maltratos que recibió por parte de un grupo de personas que los mantenían hacinados en condiciones insalubres, los obligaban a trabajar largas jornadas en granjas, bodegas y fábricas con sueldos miserables, además de sufrir vejaciones que incluso llegaron a los ataques sexuales en contra de migrantes femeninas. La investigación, llamada “proyecto norte”, se extendió por varios meses y culminó el ocho de febrero con redadas en tres ciudades en las que se rescataron 64 ciudadanos mexicanos en condiciones de explotación. Cinco personas, tres mexicanos y dos canadienses, fueron arrestados y enfrentan 44 cargos criminales. Dos hombres de origen hispano escaparon.
El 14 de septiembre del 2022, tras una redada en contra de la producción ilegal de marihuana en el sur de la provincia de Ontario, la policía informó que como parte de las actividades criminales se encontró que parte de los empleados eran extranjeros que usaban hoteles y bodegas para empaquetar la droga. Ocho días después, el 22 de septiembre, el consulado de México en Toronto informó del “rescate” de 49 ciudadanos localizados en una bodega abandonada al norte de la ciudad.
En octubre 3, la policía en la región de Niagara anunció la localización y aseguramiento de 14 mujeres mexicanas que aparentemente eran sometidas a tráfico humano. En algunas conversaciones que he tenido con agentes policiacos me han dicho que existen sospechas de que grupos del crimen organizado en México están ya involucrados en controlar el flujo de trabajadores ilegales a Canadá.
Algunos mexicanos que llegan a Canadá y se dan cuenta que las condiciones para los trabajadores indocumentados son complejas y muy diferentes a lo que se cree deciden cruzar la frontera sur e ingresar a los Estados Unidos, donde el sistema de integración para los hispanohablantes es mucho más extenso, y las oportunidades de lograr un empleo sin documentos son más elevadas. En octubre del 2022, Estadísticas Canadá reportó 39.2 millones de habitantes, cantidad muy por debajo de los 334.4 millones que viven en los Estados Unidos, donde estimaciones a enero del 2022 consideraban que 11.3 millones no cuentan con autorización migratoria; en Canadá no existe un numero oficial estimado de población indocumentada.
Aprovechando que la vigilancia en la frontera Estados Unidos-Canadá es mucho más relajada que en la frontera México-Estados Unidos, los inmigrantes cruzan a pie, pero no todos lo logran. El 19 de febrero, José León Cervantes, de 45 años de edad, murió después de caminar por el paso fronterizo de Stanstead, al oeste de la provincia de Quebec, buscando llegar a los Estados Unidos con temperaturas por debajo de los cero grados centígrados.
The Journal of Montreal publicó una conversación con Leos Reyes, hija de la víctima, quien aseguró que su padre le pagó 3 mil 200 dólares a un traficante para que lo cruzara a los Estados Unidos. María Constante Zamora, de origen ecuatoriano, fue arrestada por su supuesta participación en el traslado de León Cervantes, quien según la patrulla fronteriza estaba oculto en un árbol y cayó cuando lo descubrieron los agentes migratorios.
En una entrevista con el portal de noticias mychamplaincalleynews.com, Robert García, jefe de sector de la patrulla fronteriza en el área de Swanton, Vermont -la frontera donde León Cervantes murió- informó que en enero se rompió un récord histórico de detenciones de indocumentados cruzando desde Canadá: 367 en enero y 111 en la primera semana de febrero. Entre octubre del 2022 y enero del 2023, del total de aseguramientos de indocumentados 945 fueron ciudadanos mexicanos, 216 de Haiti o Guatemala y apenas 16 canadienses.
“Muchas veces se trata de un caso de tráfico, y/o de personas queriendo ser cruzadas ilegalmente al país”, García indicó.
El flujo de indocumentados propició ya la creación de un grupo de legisladores republicanos representantes de la región norte de los Estados Unidos que se enfocará en crimen, migración y seguridad nacional.
Durante mi conversación con Gustavo supe que no habla inglés, que nunca ha trabajado en construcción o limpieza, y que las personas con las que lo enviaron a vivir de la agencia de viajes toman mucho alcohol cada fin se semana. Terminamos de hablar, lo oriento sobre cómo utilizar el transporte público para que regrese a la vivienda, y nos despedimos con un saludo a la distancia, el arriba del camión y yo esperando cruzar la calle.
Una parte de mi quisiera haberle dicho que mejor se regresara a su tierra, que aquí, sin documentos adecuados habría mucho sufrimiento. La otra parte desearía aplaudir su sacrificio y animarlo a que siguiera adelante por el futuro de su familia. Ya no pude decirle nada, porque me quedé atrapado pensando en su chamarra, muy ligera y muy maltratada para resistir la tormenta invernal que llegó, con ráfagas de hasta 70 kilómetros por hora y 50 centímetros de nieve, tres días después. La chamarra es una pieza de ropa tan indispensable como el inglés o el francés, o tan necesaria como una visa de trabajo para poder sobrevivir en Canadá.
Ojalá que Gustavo los tuviera.