Hace cuatro años la vida de Miguel cambió por completo cuando nació su primera y pequeña hija Dayana. A su corta edad y en vez de andar de fiesta con sus amigos, prefirió adentrarse a la faceta como padre, la cual no cambia por nada.
Aunque al principio decidió formar una familia unida, con el paso del tiempo, las circunstancias entre él y su pareja no apremiaron, que cuando Dayana cumplió dos años decidieron separarse -hace dos años-.
Desde entonces, Miguel se convirtió en padre responsable de fin de semana, sin dejar de atender a su retoño de lunes a viernes.
Él trabaja durante la semana, pero desde el lunes ansía llegue el viernes o sábado para estar con su hija, escucharla reír y pasarla de lo mejor con ella.
A partir de que va por ella a casa de la madre, su día se ilumina. Dayana le imprime a su vida alegría por doquier y él trata de darle lo mismo a ella.
Tanto es el amor por su hija que no le importa renunciar a su vida social, entre otras cosas. La mayoría de las veces prefiere quedarse en casa para entregarle todo su tiempo a la pequeña.
“Mis amigos me invitan a salir pero les digo que no porque le quiero dedicar el 100 por ciento a Dayana; no voy con la idea de darle un juguete para que se entretenga mientras yo hago mis cosas”, expresó Miguel.
Con ese sentido de responsabilidad, pero sobre todo esa afinidad con los suyos, en especial a su primogénita, este papá joven hace lo posible por darle lo mejor.
Y aunque pareciera una tarea nada sencilla para Miguel, lo es. Le encantan los niños y recuerda que desde pequeño fungía como padre de sus sobrinos, pues estaban a su cuidado cuando jugaban en las calles.
Además, considera, es algo que trae nato, pues sus padres son maestros y él también desempeña esa labor en las aulas universitarias.
Reconoce que ser padre y maestro de escuela puede variar, pero el hecho de educar en cualquiera de las modalidades es fácil cuando se tiene la vocación.
Por lo tanto, encauzar a Dayana por el camino del bien, con riesgos o no por las decisiones que se tomen, es su principal objetivo, además de darle su cariño y atención.
Un papá de fin de semana
Al llegar el viernes, y si sale temprano de la empresa donde labora en el área de Contabilidad, Miguel va por Dayana, de lo contrario, lo hace hasta el sábado en la mañana.
En cuanto llega por ella, la sonrisa en los rostros de ambos, cuenta, se refleja en el rostro. No pueden evitar sentir felicidad cuando se ven.
Salen de casa de la madre con mochila en mano e inician una aventura inolvidable y algo exhausta. Pues está consciente que estar con su hija y agarrarle el paso, resulta más cansado que un juego de americano.
Pero no le importa, “doy todo por mi hija”, dijo el joven. Así que tras ir a desayunar, eligen su plan de entretenimiento y convivencia, en base a lo que Dayana quiera.
“Un fin de semana podemos ir de compras otro a practicar rapel, vamos piñatas, si tenemos compromiso, o hacemos cosas, según andemos en la cuestión económica y de gustos”, expresó.
Desde luego, él le hace ver qué se puede hacer o qué no, de acuerdo a las condiciones económicas, del clima o circunstancias que se presenten al momento.
“Lo que más disfrutamos es ir de compras, nos volvemos locos. Trato de llevarla un vez mal mes y le compro desde ropa, juguetes y uno que otro regalo, si se porta bien”, detalló.
Siempre hablo con ella. Le explico que todo tiene una razón de ser y aunque quizás sea muy pequeña para entender, sé que lo hace, por su comportamiento y actitudes.
“Es muy inteligente y aprende de lo que uno le dice, los niños absorben todo y no me queda duda con mi princesa, se que entiende”, manifestó.
Bajo esa dinámica, Miguel y Dayana, aprovechan el tiempo para divertirse a lo grande. Este papá joven, vuelve a ser niño, comentó.
Práctico pero no flojo
Durante los días que pasan juntos como padre e hija, Miguel enfrenta una serie de situaciones incómodas o bochornosas a la hora de arreglar a su retoño o llevarla a los sanitarios.
Sin embargo ha aprendido a salir de situaciones de apuro con inteligencia, e incluso, con mucha comicidad, pues le ve el lado bueno.
“Vestirla es fácil porque ella me ayuda a elegir su ropa, así que no tengo problema y aunque al peinarla batallo un poco, nunca sale de casa sin su chonguito; le hago uno muy básico”, dijo.
En caso de tener alguna fiesta o querer traerla “más bonita”, añadió, vamos a una estética y le hacen su trencita chonguitos o algo más mono.
“Depende lo que hagamos, porque si vamos a escalar o al rapel, le hago su chongo y le pongo su gorra, si es un día normal o de fiesta, la pongo guapa”, manifestó.
Una de las situaciones que lo pone en mayor aprieto, es cuando Dayana quiere hacer de sus necesidades, dijo.” Es lo más complejo, creo”, expresó.
“Llevarla a un baño de hombre no me gusta… no se me hace adecuado para una niña pero luego no puedo entrar al de mujeres pero me las ingenio”, señaló entre risas.
Mencionó que cuando hace de las suyas y entra al baño de mujeres, se le han quedado viendo muy feo algunas señoras pero de inmediato les explica la situación y terminan ayudándole.
“Es chistoso pero también penoso, se presta a mal interpretaciones pero todo se por ayudar a mi hija, no puedo permitir que se espera hasta llegar a casa para ir al baño; puede enfermar”, declaró.
En cuanto a la alimentación,no se complica la vida. Pueden ir a lugares de comida rápida pero saludables o comen en casa.
“Trato que coma bien y siempre le elijo platillo que lleven verduras y que tome jugos o aguas de sabores naturales, de pronto la chiflo con refresco pero es raro”, apuntó.
Le inculca una disciplina…
Aunque confesó que un principio quería tener un varón como hijo para trasmitirle el gusto por el fútbol americano Dayana lo ha conquistado.
Le da a conocer las actividades que él realiza, le da elección, y no le impone cosas pero intenta que como él, desde niña, empiece a ocupar su tiempo en cosas de provecho para sacar a flote sus habilidades.
“Yo juego americano, corro y escalo. Me ha visto hacer estas tres cosas y le gusta escalar, así de pequeña, me pide que la deje hacerlo, pero claro, la cuido para que no se lastime”, mencionó.
“Es una niña muy extrema”, reiteró el padre. Pero así como tiene ese perfil, también es muy femenina y aprende ballet. añadió.
Respecto al equipo explorador al que pertenece, Dayana es la más pequeña del grupo y que junto a su padre se adentra al deporte extremo.
“En cuanto al ballet, es muy lista, aprende rápido los pasos y se ve hermosa con su traje, mallas y zapatillas; como es ruda, es toda una señorita”, dijo.
A sus clases de baile clásico, la madre es quien se encarga de que su vestuario esté listo y llevarla a la academia. En ese sentido, tanto padre como madre, están el pendiente.
Pero no sólo ellos se interesan en las cosas de la niña. La madre y hermanas de Miguel, siguen sus pasos y hasta cuestionan sobre cómo le va en sus actividades.
La familia:
su principal apoyo
Miguel no está solo en su faceta como padre. Aunque cuenta con el respaldo de la madre de Dayana, cuando él y su hija están juntos, su madre y hermanas, son incondicionales.
“Ellas siempre están ahí pero trato de no molestarlas tanto. Yo tengo que hacerme cargo y hacer las cosas por mi cuenta”, dijo.
Conocen la dedicación con la que me desempeño como padre, que de pronto, hasta le dicen que por la noche cuidan a la menor para que salga con sus amigos.
“Salgo pocas veces pero cuando lo hago, ya es tarde porque la tengo que dejar dormidita, sino, me hace todo un drama”, mencionó.
A la pequeña le puede ver que su papi le dejará un momento. “Me parte el corazón verla llorar así que procuro no salir tanto, prefiero dormir con ella”, manifestó.
“Si algo he descubierto es que mi niña es celosa de mi tiempo y no me causa problema. le doy lo que necesite porque se lo merece y es mi adoración”, reiteró.
Despertar con su princesa un domingo es lo mejor. “Que abra sus ojitos, se sorprenda al verme, me abrace y me diga te amo; es maravilloso”, expresó.
Diversión y aprendizaje juntos
Reír, correr por lo pasillos de los centros comerciales son parte del entretenimiento que ellos tienen pero sentimientos como el miedo, que a veces Dayana manifiesta, representa un proceso de aprendizaje.
“La pasamos bien pero en ocasiones siente miedo como cuando escala, entre otras cosas, pero yo le digo que eso no existe”, respondió.
El padre, la acerca a la realidad. Le explica que hay situaciones que dependen del manejo que uno tenga de ellas y cuando se hacen sólo, se aprende más.
“Se que es muy chica pero desde ahorita uno puede enseñarle a que haga las cosas por su propio pie, con riesgos y sus consecuencias pero no dejo de supervisarla”, comentó.
Le digo lo que he aprendido pero hay más ocasiones en las que ella me enseña cosas que no tienen precio. “Al adecuarme a su edad, no me interesa que la gente piense que soy un inmaduro”, dijo.
“Puedo seguir jugando y correteando con ella donde sea y eso no me hace menos. Creo que cuando uno deja de ser niño, se pierde todo”, señaló.
En ese sentido, Miguel se remontó a hace cuatro años, cuando nació su hija. “Me cambió la vida y fue para bien, ser padre es una experiencia maravillosa”, dijo.
Tan satisfactorio ha sido ser padre que entre semana cuando no está cerca de su hija o no la ve entre semana, “no se qué hacer”.
“Se me hace eterno que llegué el viernes y a veces ando triste pero le marco a diario y estoy al pendiente de lo que se le ofrezca a ella o a su madre; estoy siempre para mi niña”, puntualizó.
SER PADRE NO
SE LE DIFICULTA
Su empatía con los niños y la educación que le dieron sus padres han sido elementos fundamentales para que ser padre no le resulte complejo.
“Todo se lo debo a mis padres ellos me enseñaron a ser independiente pero también cooperativo con los míos y que más con mi hija”, expresó.
Por otro lado, la convivencia con sus primos o sobrinos menores, le sirvió mucho, pues mientras jugaban, él los cuidaba.
“Creo que en aquel tiempo hasta fungí como padre. Si no hacían caso, les decía que no iba a ver dulces pero también les explicaba el porqué de lo negativo de sus actitudes; eso hago ahora con mi hija para enseñarle sobre lo bueno o malo”, consideró.
Su desempeño como docente en la universidad, oficio de vocación y que también desemepeñan sus tutores, es una arma más que le facilita ser papá.
“Se me hace es algo que traigo nato. Soy papá joven y no me preocupa, decidí tener hijos cuando quisé y eso no lo cambio por nada”, manifestó.
Ser padre no tiene una explicación precisa, “ es todo para mí, exclamó. “Implica responsabilidad porque hay una vida que depende de ti pero es un compromiso que cumplo con orgullo”, reiteró Miguel.
“Es el mejor regalo que me ha dado la vida y recibir sus besos, abrazos el te amo, me llena. Por eso cada día que pasa, ansío sea sábado o domingo para estar a su lado”, finalizó.
Paternidad, entre la tragedia
y la esperanza
por Martín Fuentes
Cada que Luis Miguel Godoy ve a su hijo su hijo recuerda que es todo lo que tiene en el mundo. Pensó que tendría una familia numerosa, al estilo de sus abuelos, pero “uno propone y Dios dispone”, dice con un dejo de resignación.
Se casó en 2007 con Ana Lucía. Fue una boda “de rancho”, recuerda el Ingeniero Civil.
“Nos casamos en casa de mis abuelos, en Morelia. Nunca me había sentido más feliz en la vida. Pensé que iba a ser como de telenovela: la pareja se casa y vive feliz para siempre, pero la realidad es muy dura”.
Junto a Ana Lucía vivió tres años de felicidad total. Cuando ella le dijo que estaba embarazada, Luis Miguel creyó que ese primogénito era el principio de una gran familia.
“Yo siempre quise tener muchos hijos… seis o siete… ya no se usan las familias grandes, pero los Godoy así somos. Mis abuelos tuvieron nueve hijos; yo tengo siete hermanos”.
Pero Ana Lucía falleció poco después de un año de haber dar a luz a su bebé. Fue un accidente de auto. Viajaba sola por una carretera de Michoacán; había ido a visitar a su mamá que estaba enferma y dejó al pequeño Luisito con sus suegros porque estaba un poco agripado, total no iba a demorar más de tres horas, pero nunca regresó.
“Son momentos muy difíciles”, revela Luis Miguel. “Te sientes impotente, lleno de coraje… maldices y quieres que todo sea un mal sueño, una pesadilla. Cuando despiertas es peor todavía”.
Consiguió trabajo en una empresa de Monterrey y se mudó con su pequeño hijo. Dos de sus hermanas mayores viven en La Sultana del Norte y fueron sus primeros apoyos en la difícil tarea de ser padre soltero.
“Ana Lucía murió el año pasado, todo es muy reciente y yo quería poner distancia. No podía seguir viviendo en Michoacán. Mi mamá viajó conmigo, pero no podía quedarse mucho tiempo; ella tiene sus cosas también”.
Luis Miguel tuvo que aprender a ser madre y padre, claro que la experiencia de sus hermanas ha sido fundamental.
“Ellas me han echado mucho la mano, pero al final sólo somos mi hijo y yo, aunque no me dejan para nada. Mi hermana Matilde, que también fue como una madre para mí, se queda con el niño todo el día.
“Yo me voy temprano al trabajo y paso a dejar a Luisito a su casa; salgo y me voy corriendo por él. Matilde insiste en que nos quedemos a vivir con ella y su familia, pero no creo que sea correcto. Luisito tiene a su padre, tiene dónde vivir y ahí solitos nos las arreglamos”.
En casi un año Luis Miguel aprendió a bañar a su hijo, a prepararle sus papillas, tés, mamilas, a detectar cuando algo le incomoda y dice orgullosamente que su hijo está “bien chulo”.
“Está igualito a su mamá…”, asegura
Su otra hermana, María Luisa, también le da un gran apoyo.
“Fue ella quien me enseñó a cambiarlo, a darle sus mamilas y a dormirlo porque tiene su chiste ¿eh? La verdad, aunque no me gusta dar molestias no sé qué haría sin ellas… son como ángeles guardianes para mí”, asegura.
La familia de su esposa también le echa la mano
“Yo pensé que mis suegros y mis cuñados no iban a querer que me trajera al niño a Monterrey, pero la verdad su apoyo ha sido increíble. Mi suegra se acaba de ir; pasó un mes aquí, con nosotros, cuidando y gozando de su nieto. Ya les prometí que vamos a pasar Navidad con ellos”, revela.
Presente y futuro
Luis Miguel tiene 31 años y nunca esperó que su vida diera un giro de 180 grados; a veces piensa que todo es un mal sueño, pero cuando su hijo lo despierta a mitad de la noche se da cuenta de que está viviendo una realidad entre trágica y feliz.
“Mi vida está dividida en dos. Me duele mucho haber enviudado tan pronto… bueno, nunca pensé que eso me iba a ocurrir”, acepta, “uno se casa pensando que va a ser para toda la vida, y si no fuera así, pensarías que tu matrimonio iba a terminar porque te aburriste o te enamoraste de alguien más, no porque tu esposa se muere”.
Pero acepta que también fue recompensado con un hijo que se ha convertido en su razón de vivir y en el mayor tesoro de su existencia.
“Si Luis no estuviera conmigo no sé qué habría sido de mí porque no me resigno, pero cuando lo veo en su cuna o cuando se queda dormidito junto a mí en la cama pienso que vale la pena luchar”.
Aún es prematuro, dice, pensar siquiera en casarse otra vez.
“No estoy listo para volver a amar…”.
Lo que sí desea con locura es que Luisito crezca.
“Estoy ansioso por jugar con él al futbol, que sea fan del Monarcas, que estudie una carrera y que se convierta en hombre. En este momento ese es mi sueño, que mi hijo se realice, ese es mi mejor regalo como padre”.