Un camión gris estacionado bajo el puente del crucero de la avenida Gonzalitos y Fco. I. Madero se ha convertido desde hace 10 meses en el hogar de doña María Josefa Pérez, de 80 años y don Modesto Sotero Jiménez Vara, de 82 años.
Procedentes de San Rafael de Galena, los ancianos llegaron hace 8 años – enero de 2005- a Monterrey con el objetivo de tramitar la CURP, pero jamás pensaron que el destino les tuviera deparado quedarse en la ciudad.
El deceso de su hermana fue el primer golpe duro para doña Josefa, y horas después, de aquella madrugada del 21 de febrero a don Modesto le sorprendió una embolia.
En medio del dolor y la preocupación, doña Josefa hizo frente a su situación; dio eterna sepultura a su hermana, junto con los sobrinos y se ocupó de don Modesto, ya que estuvo tres meses en estado vegetal y fue sometido a una cirugía.
El longevo logró recuperarse aunque perdió el habla por las secuelas del derrame, y desde entonces, ha venido luchando por retomar su vida, en medida de lo posible con ayuda de su esposa.
En vista de que él tuvo que seguir en revisión médica y ya no tenían recursos para regresar al pueblo de donde llegaron, se quedaron a “trabajar” en el crucero; piden ayuda económica a los automovilistas y transeúntes.
Apoyados de unas andaderas, ambos se posesionan de los carriles de ida y vuelta del crucero con la esperanza de que los conductores les brinden ayuda, peses a las inclemencias del tiempo.
Pero lo que ninguno de ellos se imagina es que a unos metros de distancia se encuentra el humilde hogar de los ancianos.
Entre decenas de autos, destaca el camión o casa gris que doña Josefa y don Modesto acondicionaron como su hogar.
Aunque fueron sucesos fuertes los que cambiaron sus vidas y al principio se las veían difíciles, viven felices en su casa móvil, estacionada bajo el puente.
AQUÍ VIVIMOS FELICES
La puerta de la casa está abierta, los franeleros que limpian los autos del estacionamiento cuidan desde lo lejos que nadie entre al camión gris.
De frente, el ventanal principal da vista al interior. El tablero del auto se convirtió en la cocina, pues ahí se observan vasijas, trastes y comida enlatada.
La caja del camión es la cama; está repleta de colchonetas y cobijas para ahuyentar el frío. Una cómoda y unos estantes del lado izquierdo, sirven para guardar los artículos de aseo personal y ropa.
La pared de lado derecho sirve como perchero, ahí están colgados bolsos, gorros o sombreros y algo de ropa.
Las ventanas del “cuarto” tienen cortinas, cuando ellos gustan las abren o cierran para dejar pasar los destellos de luz del sol.
“Aquí tenemos todo lo que necesitamos y vivimos felices. El frío no se siente porque nos cobijamos, nos abrazamos muy bien y listo”, expresó doña Josefa.
Pero dentro de la “felicidad” que esta pareja de ancianos dice tener, destaca el abandono y soledad en que se encuentran ya que no tuvieron hijos y sus familiares más cercanos no los apoyan. Viven de la caridad.
VIVEN DE LA CARIDAD Y SON SUS PROPIOS JEFES
Doña Josefa y don Modesto no cuentan con un empleo formal, pero cada día que pasa se levantan a la hora que pueden para salir a “trabajar”.
Independientemente del clima, cada mañana la pareja sale de su “hogar” con una andadera. De ella se apoyan para colectar dinero en el crucero de la avenida Gonzalitos y Francisco I. Madero.
La situación ha resultado un fracaso para la longeva, pues desde la enfermedad de su marido ya no pudieron dedicarse a la venta de tacos y se han dedicado a pedir dinero en la calle.
“Gracias a Dios la gente nos ayuda y poco a poco completamos para nuestros gastos, en medida de lo posible. Les agradecemos en verdad todo su apoyo”, expresó doña Josefa.
Aunque tienen motivos para vivir de la caridad, ya que tienen que comer y cubrir otros gastos, cuando hace mucho frío o les aqueja algún problema de salud, se dan el lujo de faltar a su trabajo.
“Cuando podemos y sabemos que no tenemos para comer o algo, salimos al crucero pero hay veces que si no tenemos ganas, no nos levantamos; el único patrón que tenemos somos nosotros y nuestro señor Jesucristo”, dijo.
Los ancianos aprovechan desde la mañana para tomar los dos sentidos del crucero y pedir dinero. Esperan que el semáforo marque alto con la luz roja y se acercan a los automovilistas.
“Hay personas de buen corazón que nos apoyan y la verdad cada moneda que nos dan, representa mucho para nosotros”, comentó la mujer.
Mientras ellos “laboran a escasos metros de su hogar”, lo observan a cada momento para vigilar que nadie entre o tome sus pertenencias.
“Estamos en todo, no podemos perder nuestra casita o pocas cosas que tenemos. Aquí nos quedamos desde hace tiempo porque está cerca el hospital por si uno de los dos nos ponemos mal”, contó ella.
Aunque se exponen al sol o al frío todo casi el día, al llegar al atardecer regresan a su humilde morada para comer o recostarse y reafirmaron: “estamos a gusto así y vivimos felices”, afirmaron.
FUTURO INCIERTO PERO CON AMOR Y DE LA MANO DE DIOS
Que vivan en un camión bajo un puente no es un secreto, algunos ya lo saben e incluso les han brindado ayuda, pero a lo que sí se niegan ellos es abandonar su “casa”.
“Aquí tenemos lo necesario, respecto al aseo personal, podemos ir a un cuartito que rentamos con mi cuñado pero tratamos de estar más tiempo aquí por si enfermamos”, manifestó.
Aferrados a “jugársela”, cómo dijo la anciana, siguen su vida en su camión gris, bajo el puente. “Sólo Dios decidirá nuestras vidas y nosotros esperamos que sea su voluntad”, expresó con fe doña Josefa.
Su esposo asentó con la cabeza, pues apenas puede articular algunas palabras. Tras la embolia que se le presentó hace años, perdió el habla.
Sin embargo el amor que los une es más fuerte que las cosas negativas que los rodean. “Amor espera, yo te doy de comer”, le dijo a su esposo, cuando intentaba deshojar unos tamales que les regalaron para comer.
Ese apoyo para don Modesto lo da con todo su corazón, tras los 46 años de convivencia han aprendido a entregar todo el uno del otro.
“Tenemos 46 años juntos y nunca nos hemos separado, hemos sobrevivido muchas situaciones y así seguiremos, ¿verdad amor?”, dijo ella.
Lo anterior deja en claro la filosofía sobre el amor de pareja que tiene doña Josefa: “somos una sola carne”. Jamás pensaron que aquel encuentro en San Felipe Torres Mochas, Guanajuato, les depararía una vida juntos.
Las fiestas patronales fueron el punto de reunión inesperado, donde la pareja se conoció mientras ella trabajaba vendiendo figuras artesanales y él como chofer de camiones de carga.
“Nos flechamos, comenzamos a salir para tratarnos y luego nos juntamos. A los 10 años de vivir juntos, nos casamos pero nunca tuvimos hijos”, reveló la anciana.
El próximo 2 de febrero ambos estarán de manteles largos; ella cumplirá 81 años y el 83. La vida con amor y dentro de un camión es suficiente para ellos.