No creo que quien haya estado en Roma o la haya visto en el cine, documentales o en un video de los tantos que circulan en redes sociales, pueda imaginar lo que está sucediendo en la también llamada Ciudad Eterna a sólo un mes del descubrimiento del primer italiano contagiado por el Coronavirus o COVID-19, como es llamado técnicamente este violento y letal virus: la plaza de España, los Foros Imperiales, el Panteón, la Plaza Navona, la Fuente de Trevi, y la gran plaza de San Pedro, símbolo por antonomasia del cristianismo en el mundo, parecen un cementerio, no se ve un solo turista o romano de los miles o cientos de miles que diariamente invadían estos históricos monumentos desde hace decenios declarados Patrimonio mundial de la Humanidad.
Igual o quizá más desconcertante, al menos para los que vivimos en Roma, es ver el mismo espectáculo, por así llamarlo, en nuestros barrios. Desde hace ya más de una semana nadie sale de sus casas salvo para ir al supermercado, a la farmacia o para llevar a los perros a hacer sus necesidades, las únicas válidas justificaciones, ante policías y soldados, para nuestras eventuales salidas a la calle. Pero cuando estas salidas se dan, no más de dos veces al día, la gente sólo se entrecruza miradas y al máximo se saluda, manteniendo siempre una rigurosa distancia de no menos de un metro, distancia que se incrementa en los supermercados, en los cuales ahora son interminables las esperas y larguísimas las filas -en ocasiones llegan a dar la vuelta a la manzana-, porque las personas, los clientes, entran de cinco en cinco. En las farmacias se ha implementado mismo sistema, pero ahí las esperas y las filas son más cortas desde que se agotaron los tapabocas y los desinfectantes con los que hoy en día se debemos lavarnos las manos varias veces al día.
Impresionante es por otro lado ver los pocos, poquísimos vehículos que circulan en los innumerables barrios romanos, así como en las grandes, medianas y pequeñas arterias de la ciudad, porque los únicos vehículos autorizados para hacerlo son los que pertenecen al sistema de transporte colectivo de la ciudad, las patrullas, ambulancias y los vehículos militares.
En este desolador marco, no es menos impresionante saber la manera como la gente en Roma y en toda Italia ocupa su tiempo en esta obligado enclaustramiento en las casas. Los niños, por ejemplo, toman clases por Internet (a través de streaming y con el auxilio de las madres, que impiden que se distraigan, reciben clases de sus maestras); los profesores de las universidades siguen el mismo sistema con sus alumnos a los cuales también asesoran a través de Internet; quien lo puede hacer también trabaja con la computadora en su casa; muchas parejas se dedican por su parte a hacer una limpieza profunda de sus hogares, iniciativa que en otras condiciones jamás hubieran tomado. Interesante resulta asimismo la función que tienen en este momento las televisiones pública y privada: han elaborado una programación que según parece satisface a niños, jóvenes, adultos y gente de la tercera edad, porque hay programas para todos los gustos y edades.
Conmovedor es el único momento de socialización a nivel colectivo. Hace aproximadamente una semana a alguien se le ocurrió sacar al balcón las bocinas de un estéreo y hacer escuchar a todo volumen el himno nacional no sin antes invitar a los vecinos, que se habían asomado en ventanas y balcones, a cantarlo. Una vez que concluyó el himno esta persona pidió a los vecinos tributar un un caluroso aplauso a los médicos, enfermeras y voluntarios que combaten en primera línea en esta guerra desigual contra un enemigo visible sólo a través de un microscopio, mejor conocido como el COVID-19. A partir de ese día, por allá de las seis de la tarde, se repite este homenaje y acto de solidaridad en gran parte de Italia, conmoviendo hasta las personas más insensibles.
LAS MEDIDAS
El ejército de médicos, enfermeras, enfermeros, voluntarios y los aproximadamente 50 millones de italianos, que no salen de sus casas para evitar la proliferación de este virus, han comenzado a ver la primera tímida luz de esperanza. El pasado 22 de marzo, para sorpresa de todo el país, disminuyó por primera vez el número de muertos e infectados y aumentó el de las personas sanadas desde la aparición del COVID-19 en Italia.
“Los números de hoy son menores respecto de los de ayer, pero no debemos bajar la guardia, debemos continuar con las medidas adoptadas y respetar las indicaciones contenidas las mismas”, dijo ese día con sobrada razón Angelo Borrelli, el jefe de la Protección Civil.
Franco Locatelli, presidente del Consejo superior de sanidad, dijo “no podemos dejarnos llevar por fáciles entusiasmos ni sobrevaluar el dato registrado de hoy”, pero aún así reconoció la importancia de los datos registrados ese día los cuales, dijo, eran una señal que podría preanunciar que las medidas preventiva impuestas habían comenzando a dar sus frutos.
La prudencia de estos dos funcionarios estaba más que justificada. Días antes, vistos los escasos resultados obtenidos con las medidas adoptadas, comenzó a circular el rumor de que el gobierno preparaba otro decreto con medidas aún más restrictivas. El domingo 22 de marzo el Jefe de gobierno Giuseppe Conte anunció la promulgación de este decreto, que entró en vigor 24 horas después. La principal medida contenida en el mismo era un alto, un stop, a todo el sistema productivo italiano, salvo 80 empresas fundamentales para la sobrevivencia del país y de la población. Con esta generalizada inmovilidad del país el gobierno y los especialistas piensan frenar los contagios y muertes, las cuales desde hacía una semana habían aumentado de una manera más que preocupante.
Se trató de una medida de extrema urgencia no sólo por el aumento de muertos y contagios, ahora también en el Sur de Italia, sino porque los hospitales del Norte, que trabajan a su máxima capacidad, han agotado los instrumentos para hacer el test del Coronavirus, los tapabocas y sobre todo las máquinas con las que se hace respirar a los enfermos más graves. Éstas, en su mayoría personas mayores de 65 años, ya no eran curadas, porque se ha comenzado a dar preferencia a los enfermos más jóvenes, lo cual explica en alguna forma que casi el 90 % de las defunciones, a causa del Coronavirus, sean de personas ancianas.
El gran problema que enfrenta Italia y el mundo en esta guerra contra un enemigo malvado y traicionero llamado Coronavirus, es que todavía ahora no existe un arma para combatirlo eficaz y directamente. Mucho se ha hablado de el antiviral cubano llamado Interferón Alfa 2B, que la República China utilizó en su lucha, aún no concluida, en contra de este virus, pero la cuestión es que no es una medicina contra el Coronavirus, sino de un instrumento, por así llamarlo, que refuerza las defensas contra este mal, pero no cura. Cierto o falso lo anterior, la verdad de las cosas es que hace sólo unos días llegó a Italia un equipo médico cubano para poner al servicio del sector salud del país la experiencia acumulada en sus laboratorios y aquella otra asimilada recientemente en China. Este equipo de médicos cubanos, no está de más recordarlo, fue recibido con conmovedoras muestras de afecto tanto a su llegada al aeropuerto como en los hospitales, donde ya ahora trabaja intensamente.