
Desde hace días, la indignación nacional e internacional se ha centrado en el llamado Rancho Izaguirre, ubicado en el municipio de Teuchitlán, Jalisco, una población ubicada a una hora de Guadalajara.
De acuerdo con las autoridades, este lugar no solamente era utilizado como centro de entrenamiento para un grupo de la delincuencia organizada, sino también como el sitio donde eran asesinados, cremados y sepultados quienes no cumplían con las exigencias de los delincuentes.
Las imágenes de los más de 400 objetos personales, como zapatos, mochilas, fotografías, cartas y demás, que pertenecieron a quienes perdieron la vida en este sitio, han provocado la indignación mundial.
Colectivos de búsqueda de desaparecidos y autoridades han dado a conocer que este rancho era usado como sitio de reclutamiento del crimen organizado.
Según lo que se ha sabido, estos grupos atraían jóvenes con ofertas de empleo engañosas, donde les ofrecían sueldos atractivos.
Ya en el lugar, los jóvenes eran privados de su libertad y sometidos a prácticas inhumanas, incluidas torturas y coerción para atacarse entre los propios “reclutados”.
Es por ello que en el rancho había un área de entrenamiento táctico y otra de acondicionamiento físico, así como armas, chalecos y casquillos.
Sin embargo, las imágenes de mochilas, zapatos y otras prendas abandonadas, además de las historias de reclutamiento forzado, no son nuevas; en Tamaulipas las conocen muy bien.
Desde 1999, el fenómeno de los desaparecidos por la delincuencia organizada ha sido un cáncer recurrente en la frontera con Estados Unidos, y Hora Cero ha estado ahí para documentarlo.
En ese año, cuando los medios de comunicación no tenían en su agenda el tema de los desaparecidos por el crimen, dos periodistas de Hora Cero recorrieron Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas, recogiendo los desgarradores testimonios de las familias de aquellos cuyo paradero no se volvió a conocer.
El trabajo fue llamado “El otro rostro del narco” y detalló con crudeza los primeros testimonios de las familias de personas que un día fueron privadas de su libertad por grupos delincuenciales.
Desde entonces se supo que no se discriminaba: podían desaparecer policías, militares, integrantes de las bandas o personas que sencillamente estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado.
UNA RUTA NADA SANTA
Pocos años después, el tema volvió a sacudir a la opinión pública, y en 2010 la sociedad se horrorizó con el hallazgo de, al menos, 72 cadáveres en fosas ubicadas al interior de un rancho del municipio de San Fernando.
De acuerdo con las investigaciones, las víctimas eran migrantes que buscaban llegar a la frontera para intentar cruzar de manera ilegal a los Estados Unidos en busca del mal llamado “sueño americano”.
Muchos de los asesinados eran ciudadanos salvadoreños que fueron secuestrados por los grupos delincuenciales para intentar reclutarlos y que fueran parte de sus filas.
Los testimonios aseguran que, en estos lugares, los migrantes eran obligados a luchar entre ellos hasta la muerte.
En ese entonces, Hora Cero volvió a tratar el tema, pero ahora por medio de un documental denominado “De San Salvador a San Fernando. Una ruta nada santa”, en el que dos periodistas acudieron a Centroamérica para conocer las historias de algunas personas que murieron en ese rancho.
Su investigación los llevó a Peñitas, un minúsculo caserío enclavado en el extremo oriente de El Salvador, en la frontera con Honduras. Un poblado de hamacas en los cuartos y hormigas invadiendo los pisos durante el sopor de las tardes.
Sopor de puerto y sudor de costa que apenas se mitiga bajo la sombra de los almendros y tamarindos que resguardan, inmóviles, las 80 viviendas del lugar, en el municipio de Pasaquina.
A escasos 50 kilómetros de ahí se encuentra El Tablón, otro poblado cubierto por el mismo sol inclemente e idénticos aires de abandono. Es el departamento de La Unión.
Esta entidad está muy lejos de la vida moderna que transcurre en San Salvador.
Aquí los relojes bostezan su aburrimiento, y el tiempo se escurre entre las manecillas, entre las moscas zumbando, pasa a un lado de las motonetas convertidas en taxis y se acumula en los ancianos que sobreviven como pueden.
De ahí salieron algunos que vieron truncado su sueño de llegar a Estados Unidos y, en cambio, perdieron la vida asesinados por los grupos criminales que azotaron a Tamaulipas.
Este trabajo no solamente fue presentado en México y otras partes del mundo, sino que también fue reconocido por la Sociedad Interamericana de Prensa con el Premio a la Excelencia Periodística, un logro que pocas empresas noticiosas del país y el mundo pueden presumir.
LOS HIJOS DE SAN LUIS DE LA PAZ
Un año después, también en San Fernando, las autoridades encontraron otro predio, ahora con 200 cuerpos de personas asesinadas por la delincuencia organizada.
Las instalaciones del Servicio Forense de Matamoros fueron el destino no solamente de los cuerpos rescatados de las fosas clandestinas, sino de cientos de personas provenientes de todos los puntos del país que esperaban encontrar ahí a su familiar desaparecido.
Entre ellos se encontraban cuatro hombres originarios de un pueblo llamado San Luis de la Paz, Guanajuato, que decidieron emprender un viaje en busca de 17 de los suyos desaparecidos cuando iban en ruta hacia Estados Unidos.
Esta población, ubicada en el centro de México, pertenece a Guanajuato, el Estado que ocupa el tercer lugar nacional como expulsor de migrantes hacia el vecino del norte.
Aquí nacieron y crecieron José Manuel Pérez Guerrero, Valentín Alamilla Camacho, Fernando Guzmán Ramírez, Alejandro Castillo Ramírez, Samuel Guzmán Castañeda, Ricardo Salazar Sánchez, Héctor Castillo Salazar, Miguel Ángel Ramírez Araiza, Mariano Luna Jiménez, Gregorio Coronilla Luna, Antonio Coronilla Luna, Isidro González Coronilla, Ángel Padrón Sandoval, José Luis Duarte Cruz, Juan Manuel Duarte Cruz, José García Morales y José Humberto Morín López.
Ellos salieron el 21 de marzo de 2011 con destino final Houston, Texas, para encontrarse con familiares que trabajaban como indocumentados; sin embargo, desaparecieron en alguna parte de la ruta.
Fue entonces cuando el pueblo, reunido en una improvisada asamblea, decidió que el jueves 7 de abril enviarían cuatro emisarios a Tamaulipas a buscar noticias de sus desaparecidos; a hurgar entre los cadáveres encontrados.
Raúl Pérez, Erick Salazar, Hugo Guzmán Ramírez y Hugo Coronilla llegaron al forense de Matamoros con una carpeta con fotografías, copias de actas de nacimiento y credenciales de elector. Los cuatro viajaron hacia Matamoros, Tamaulipas.
Tras varios días en la frontera y luego de luchar contra la burocracia e ineficacia de una autoridad que no estaba lista para lidiar con una crisis humanitaria de esta magnitud, los hombres regresaron a su pueblo con las manos vacías.
Sin embargo, sus esperanzas no murieron. Meses después, un grupo de mujeres viajó con Hora Cero a la Ciudad de México buscando obtener respuestas de la entonces Procuraduría General de la República y la Policía Federal calderonista.
Al final, tanto los hombres como las mujeres se quedaron esperando respuestas. Nadie ha podido informarles cuál fue el destino de sus seres queridos.
De nueva cuenta, este suplicio fue mostrado por Hora Cero en el documental Las Fosas, mismo que fue presentado a nivel nacional e internacional, además de que fue Selección Oficial del Festival New Filmmakers de la ciudad de Nueva York.
Tristemente, más de una década después de haber iniciado su búsqueda, las fichas de los hombres de San Luis de la Paz desaparecidos en ruta a la frontera aparecieron pegadas en carteles en algunas calles del centro de Monterrey. En todos los casos, las imágenes se veían junto a la palabra “Desaparecido”.
Estos documentales están disponibles para verse en el perfil de Hora Cero Films en YouTube.