El 3 de junio del 2020 fue un día que jamás olvidaré. Además de cumplir nueve meses trabajando en el mundo del periodismo, de los cuales casi tres han sido dedicados al Coronavirus, exactamente a las 23:13 horas me llegó un mensaje que me dejó atónito: mi resultado de la prueba del Covid-19 era positivo.
De todas las preguntas que me pude llegar a hacer en ese momento, la que menos me hacía era ¿cómo me contagié? Mi principal preocupación fueron mis padres, ya que al pertenecer al rango de adultos mayores, corrían el mayor riesgo. Las estadísticas a nivel mundial en los rubros de muertes y contagios lo constataban.
Al ver la confirmación me quedé en blanco, no sabía qué decir o pensar. Mi celular se me cayó de las manos, quedando en la cama. Una vez que recuperé el sentido, tomé una captura de pantalla y la envié al grupo de mi familia, amigos, a mi novia y al trabajo (en ese orden). En menos de un minuto hubo respuesta de los cuatro.
De inmediato recibí mensajes de apoyo de su parte, mil preguntas me llegaron y traté de responder a todas. Si bien no contaba con todas las respuestas, al menos podía garantizarles que me aislaría y los mantendría al tanto de mi estado de salud.
Acto seguido subí la captura a mi Instagram. Sin embargo, mi hermano vio la historia y de inmediato me pidió que la bajara, argumentando que “allá afuera hay mucho desenfrenado” que podría agredirnos y tras solo 15 minutos de subirla, la eliminé.
Si bien no vivo en Yucatán o en el Estado de México, entidades donde la gente ha sido muy agresiva con todo lo relacionado al virus y donde además afirman que no existe, su argumento me convenció a no exponerlos, aunado a que el antecedente más vergonzoso en Nuevo León relacionado a la pandemia fue cuando quemaron el nuevo hospital de Sabinas Hidalgo, exclusivo para pacientes Covid-19.
Gracias a que desde el 14 de marzo, fecha que comenzó la etapa de “periodismo en tiempos de Coronavirus”, he respetado la cuarentena, no salí a ninguna reunión o tuve contacto con alguno de mis amigos, sabía que podía descartar ese riesgo.
El jueves 4 de junio inició mi periodo de cuarentena, que solía transcurrir en el cuarto de mi hermano, el cual estaba utilizando por que el aire acondicionado de mi habitación se encontraba descompuesto.
Mi lugar de encierro está equipado con lo siguiente: su propio baño, un balcón para tomar sol y aire fresco, una cama “King Size” con edredones blancos, un “sofá cama” azul, una bicicleta elíptica, una pantalla de 32 pulgadas y un Xbox One que me proporcionaría entretenimiento por medio de videojuegos, YouTube y Netflix.
En el transcurso de mi primer día de encierro conversé con gente de la Secretaría de Salud y al platicarles que vivía con mis padres me consiguieron tres pruebas en los Laboratorios Moreira sin costo alguno.
Por su parte, la familia de mi novia no dudó ni un solo segundo y horas después de compartirles mi caso, se realizaron la prueba en los Laboratorios BSH y de jueves a viernes fueron confirmados como negativos, lo que me relajó profundamente y me evitó “fregarlos”, cuando en todo momento habían respetado la cuarentena.
Afortunadamente en casa no me ha faltado nada, mis padres me entregan el desayuno, comida y cena a través de una bandeja, tocan la puerta y se alejan para que yo la introduzca a mi cuarto. Eso sí, mi consumo de frutas y té ha aumentado considerablemente.
Para mantener una limpieza correcta y constante de mi área me proporcionaron spray desinfectante para sanitizar los artículos que más toco (controles, computadora, manijas), además de cloro y Fabuloso para trapear el piso y desinfectar el baño.
He de reconocer que por salud mental y para darme mi primer descanso desde que inició la contingencia, traté de desconectarme dos días de todo tipo de noticias. El gusto me duró bastante y el viernes muy por encima me enteré que Nuevo León logró el “tres de tres”: rompió todos los récords negativos en materia de Coronavirus.
Reconozco que en el tiempo que llevo aislado me he preguntado: “¿cómo le han hecho todas esas personas para soportar el encierro? Y eso que tengo a mi favor todos esos años donde mi vida social era de nula a escasa, y que me han ayudado a no perder la cabeza estando “atrapado” en un cuarto.
Al día que escribo esto continuó siendo asintomático, sin dolores de cabeza, complicaciones respiratorias o cualquier tipo de tos. Espero mantenerme así durante todo mi tratamiento y no preocupar a propios y extraños.
Además, concluyo lo siguiente: el Coronavirus sí existe y puedo afirmar que esté el tiempo que esté encerrado no moriré por aburrimiento ni por el virus, y una vez que sume a la cifra de pacientes dados de alta tendré que “reactivar” mi deber y labor de informar.