Una hoja de color verde que describe los abusos, golpes, insultos y amenazas de muerte que recibió Deisy Madrid Orellana por parte de su esposo, Darwin Banegas Osorio, se convirtió en el pase que le permitió obtener una visa humanitaria del gobierno norteamericano para ella y sus dos hijas.
Esta hondureña originaria del municipio de Choloma, departamento de Cortés, al norte del país centroamericano y muy cerca de la costa, no es una migrante común. Salió de su país buscando salvar su vida.
El pasado 28 de julio, tras un viaje de tres mil 200 kilómetros hasta Reynosa, Deisy se armó de valor y junto con sus dos niñas caminó por el puente internacional que une a Reynosa con Hidalgo, Texas, hasta que llegó frente a un agente de Migración ante quien se identificó como una ciudadana hondureña, sin visa y dispuesta a entregarse para solicitar asilo humanitario.
Abrazando contra su pecho las hojas con la solicitud de asilo en el país más poderoso del mundo, la mujer de 32 años de edad permaneció por más de tres horas haciendo fila en el cruce internacional “Benito Juárez”.
Conforme avanzaba, el nerviosismo crecía, mientras esperaban llegar ante el agente migratorio al que expondría su caso.
Soportando los intensos rayos que el sol y el calor que azotaban al mediodía tamaulipeco, las tres mujeres se distraían observando asombradas las caudalosas aguas del río Bravo.
Pasaban los minutos y sus dudas salían a flote. Se encontraban a unos metros de lograr su sueño o, bien, que concluyera su ilusión de estar a salvo fuera de Honduras.
Conforme avanzaban las manecillas del reloj, todos los pensamientos de Deisy terminaban en la mismas direcciones: rechazo o aceptación por parte de las autoridades migratorias estadounidenses.
Scarlet, de seis años, y Lincy, de cuatro, cargaban unas pequeñas mochilas de color amarillo y rosa donde guardaban algunos juguetes y ropa. Su inocencia no les permitía comprender el paso que estaban dando junto con su madre al buscar refugio en la Unión Americana.
Después de la larga espera llegaron ante el agente de Migración, quien les solicitó sus documentos para ingresar legalmente a Estados Unidos, como comúnmente lo realizan con todos los extranjeros.
“Cuando llegamos nos pidió la visa pero le mostré la cédula hondureña y la hoja que había escrito, era lo único que llevábamos. Nos metieron a un cuatro y pidieron que llenara unas hojas con los datos personales”, recordó.
Luego de tres horas de espera fue sujeta a un arduo interrogatorio, mismo que empezó por los motivos que la obligaron a salir de su país e intentar ingresar a Estados Unidos sin documentos.
“Me tocó una policía muy ruda que quería intimidarme constantemente; me preguntaba la razón por la cuál venía de Honduras y me insistía cuestionándome por qué no me había cruzado con el coyote. Pero les aclaré que hice el viaje sola con mis hija desde mi país hasta ésta frontera”, narró.
Tras varios minutos de interrogatorio, las pasaron a otra sala donde les tomaron fotos y las llevaron una nueva revisión.
“Me tuvieron detenida con mis hijas toda esa tarde, noche y hasta el día siguiente a las diez de la mañana. Creí que nos iban a encerrar en una cárcel porque me pidieron firmar unos documentos, pero no les entendía pues todo estaba escrito en inglés”, indicó.
Por la mañana, después de 20 horas de detención, las trasladron a otro departamento de Migración y rápidamente les expidieron un permiso por un año de refugio humanitario para ingresar a Estados Unidos.
Momentos antes de que le entregaran el permiso, Deysi se mantenía angustiada, pero al mismo tiempo esperanzada; no estaba segura que fueran a otorgarle el asilo humanitario, lo que significaba ser repatriada a su país. Ese panorama no era tan malo ya que tendría la oportunidad de ver a sus cuatro hijos mayores que se quedaron en Honduras.
“Gracias a Dios me dieron el permiso. Desde que salí de mi país traía en mente no cruzar por el río Bravo por los peligros a los que expondría a mis hijas, por eso deseaba caminar por el puente buscando asilo. Ellos mismos llamaron a mi hermano que vive en Houston para que nos compraran los boletos de autobús”, mencionó.
Después del mediodía salieron con rumbo a Houston para reencontrarse con su hermano Nelson, quien tiene más de diez años de trabajar de forma ilegal.
Con el permiso brindado por el Servicio de Inmigración y Naturalización podrá residir durante un año en la Unión Americana, y le brinda la oportunidad de que una Corte Federal analice su caso para gestionarle una visa permanente a causa de la violencia intrafamiliar.
NUEVA VIDA
El camino de ocho horas desde McAllen hasta Houston, Texas, fue reconfortante y a la vez increíble para Daisy y sus hijas.
Elevando una plegaria daba gracias a Dios por la oportunidad que le habían dado las autoridades estadounidenses y le pedía siguiera cuidando su camino.
“Veníamos alegres y de repente tristes pensando en mis otros hijos. Eran sentimientos encontrados, pues por una parte deseaba estar protegida en Estados Unidos, y por otra me angustiaba pensar que mis otros hijos siguen cerca de su padre”, relató.
En el trayecto la mujer se encontraba nerviosa y las pequeñas agotadas, pero rápidamente se durmieron. Mientras tanto, ella observaba por la ventanilla del camión los paisajes, la siembra de algodón y algunos poblaciones muy diferentes a su país de origen.
Cuando el autobús se detuvo en Falfurrias, Texas, para la revisión de Migración, Deysi se asustó al ver a los agentes. Sin embargo solamente le pidieron sus documentos y no más preguntas.
Aún faltaban más de cuatro horas para llegar a su destino y reencontrarse, después de diez años, con su hermano Nelson y su familia.
Luego de recorrer más de 400 kilómetros, el panorama fue cambiando al entrar a la gran ciudad. Para Deysi y sus hijas fue impactante ver edificios altos, amplias carreteras, avenidas y puentes; el tráfico y luces a su arribo a Houston de noche.
En la central de autobuses ya esperaba impaciente su hermano, con quien se reencontró después de una década. Sólo sabía de él por llamadas telefónicas.
“El reencuentro estuvo lleno de alegría y lágrimas después de tantos años que no nos habíamos visto y nos volvíamos a encontrar. Mi hermano estaba muy contento que después de mucho tiempo, y un largo trayecto de Honduras hasta Estados Unidos, estuviéramos juntos nuevamente”, recordó.
Nelson y su esposa Iris llevaron a Deysi y las niñas a su modesto departamento donde les ofrecieron hospedaje.
Inmediatamente pidió el teléfono para llamar a sus hijos en Honduras y avisarles que les habían otorgado un permiso, y que estaban sanas y salvas en Houston,
hasta donde Hora Cero se trasladó para entrevistarla.
“Mi hermano me dice que me va a apoyar en todo lo que esté a su alcance para que salgamos adelante. Esa noche que llegamos casi no dormimos; estábamos platicando de tantas cosas: de la familia, del trayecto y de la suerte que tuve de llegar hasta aquí sin problemas”, dijo.
Y añadió: “Mi cuñada y mi hermano observaron los documentos que me entregaron en Migración y, según la traducción, me dice que me pudieran favorecer con la visa permanente”.
La suerte seguía del lado de Deysi. A los dos días de llegar a Houston consiguió un trabajo en un restaurante de comida hondureña como cocinera, donde gana lo suficiente para solventar los gastos de sus hijas.
“Aunque es complicado porque hay compañeras que algunas veces te tratan mal por ser nueva, y por no entender el idioma, me va bien y estoy ganando mi dinero”, dijo.
Su meta ahora es ahorrar para llevarse al resto de sus hijos a vivir con ella.
CAMINO A LA SALVACION
Con cada uno de los tres mil 800 kilómetros recorridos, crecía la preocupación de Deysi Maribel, pues en Honduras dejó a otros cuatro hijos mayores, quienes también fueron agredidos por su padre en repetidas ocasiones.
Maribel, Jeslin, Darwin, Annuar, de 17, 13, 11 y 9 años de edad, se mantienen escondidos de su progenitor en casa de unos tíos para evitar que su papá siguiera maltratándolos.
Huir de la violencia intrafamiliar que padeció por varios años al lado de su esposo no fue fácil. No podía viajar con todos sus hijos a falta de recursos económicos, sin embargo los problemas eran cada vez más frecuentes y se hacían insoportables.
Los golpes fueron más fuertes y dejaban heridas que tardaban varios días en sanar; además sus hijos ya eran víctimas también del alcoholismo de su padre.
Harta de los malos tratos, el 13 de junio pasado decidió salir de su pueblo natal con sus dos hijas más pequeñas y con solamente cuatro mil lempiras (dos mil 283 pesos), que consiguió mediante un préstamo.
“Tuve muchos problemas de violencia doméstica y amenazas de muerte con mi pareja; lo denuncié varias veces pero seguía molestándonos y tuve que salirme de mi casa con mis hijos”, refirió.
Tomando a sus dos hijas de la mano y cargando un morral con algunas prendas, salieron en autobús y recorrieron los primeros 180 kilómetros hasta Santa Rosa de Copán, para posteriormente trasbordar y continuar a Guatemala, sumando 320 kilómetros más de su migración que apenas iniciaba.
En la frontera de su vecino país se le complicó la situación por no traer documentos de las menores, siendo necesario pagar para que le dejaran pasar con sus hijas. En la ciudad de Guatemala buscaron un hotel económico para pasar la noche y que las pequeñas descansaran.
Por la mañana salieron directo para cruzar hacia México y llegar a Palenque, en Chiapas, donde después de nueve horas de camino y 650 kilómetros recorridos descansaron en un refugio para migrantes.
Al día siguiente tomaron otro autobús hacia Coatzacoalcos, Veracruz; de ahí continuaron su camino por carretera y después de nueve horas llegaron a Pachuca, Hidalgo.
Al llegar a esa región ya no traían dinero. Fue necesario quedarse ocho días en un albergue y esperar a que les enviaran un poco de efectivo para seguir el viaje.
Su hija mayor le envió solamente lo suficiente para trasladarse a San Luis Potosí. Tras recorrer 430 kilómetros más durante cinco horas, nuevamente estaban sin un centavo, por eso se tuvieron que refugiar por 15 días en un albergue. Sin embargo ya se encontraban más cerca de llegar a la frontera norte.
“Mi hermano Nelson me hizo el favor de enviarme dinero para continuar el trayecto. Por más que quise hacerlo rendir teníamos que pasar hambres, pero no quería que mis hijas se malpasaran. Fué un viaje muy sufrido por falta de recursos, aunque era un sacrificio necesario y que al final valió la pena”, recordó.
El 7 julio salieron directo a Reynosa y algunos malestares acompañaban a la hondureña, sin embargo creía que se trataba del cansancio del largo trayecto, la falta de alimentos y preocupaciones. No obstante se trataba de un embarazo de cuatro meses.
Afortunadamente éste sería el último tramo por recorrer para llegar al río Bravo, la frontera natural que divide México de Estados Unidos.
Tras nueve horas y más de 700 kilómetros de viaje llegaron a la central camionera y buscaron un albergue para migrantes.
Después de tres mil 200 kilómetros recorridos en 15 días, por fin Deysi y sus hijas estaban a un paso de cumplir su sueño.
“Fueron muchos los riesgos en el camino, recorriendo muchas ciudades en un largo tiempo. Pero Dios no nos dejó de su mano, siempre estuvo con nosotros porque nunca nos bajaron en los retenes y no pasamos peligros”, comentó.
En la Casa del Migrante de Nuestra Señora de Guadalupe se mantuvieron por más de 21 días. Durante su estancia en la frontera tamaulipeca recibieron techo, alimentación, vestido, calzado, atención médica y apoyo moral por parte de las encargadas.
A pesar de estar cada vez más cerca de lograr su objetivo, Deysi estaba invadida por la tristeza al encontrarse tan lejos del resto de sus hijos.
Entre lágrimas mencionó que es difícil estar separada de ellos, pensando que su padre los encuentre y los quiera golpear.
“Ellos están escondidos con unos familiares, y espero que con la bendición de Dios pueda traérmelos a Estados Unidos para estar todos juntos e iniciar una nueva vida”, comentó.
Y agregó: “Día a día y minuto a minuto pienso en ellos, y se me parte el corazón no tenerlos conmigo. Pero era urgente que saliera de mi país, porque si me quedaba, mi esposo me iba a matar”, dijo.
La hondureña que apenas rebasa los 30 años dijo que hará hasta lo imposible para evitar traerlos con un ‘coyote’ es muy costoso porque cobra de cuatro mil a seis mil dólares por persona, además de los peligrosos que enfrentarían.
La vida de Deysi cambió radicalmente en pocos días. De vivir en uno de los países más peligrosos y pobres de Centroamérica, obtuvo un asilo humanitario que le permitirá a ella, y a sus dos pequeñas hijas, residir en el país más poderoso del mundo. v