Día a día caminan por las calles de Monterrey ante miradas indiferentes, son como fantasmas que deambulan sin sentido, se trata de los indigentes o vagabundos que van por la mancha urbana perdidos pero que alguna vez formaron parte de la sociedad activa.
Y no es que hoy no sean parte de la vida en Monterrey, pero lo cierto es que ahora forman parte de un grupo que viven de la caridad de unos cuantos.
Hay quienes aún pueden buscar recuerdos en algún lugar de su memoria, pero otros simplemente se perdieron en el tiempo y las letras, que ahora les resulta difícil articular palabras para contar su historia.
Algunos con familia, esposas o hijos y otros simplemente se alejaron de sus padres para salir a vagar por el mundo.
Otros más, como en muchas historias amargas, se perdieron en el alcohol y las drogas, que después les fue difícil salir de ese mundo, dejándose llevar por el vicio.
En sus rostros se ve la huella que deja el sufrimiento, y es que la vida en las calles es demasiado dura para tratar de mostrar una cara sonriente, son muy pocos lo que lo logran.
Frío, hambre, calor en exceso, lluvia, son algunas inclemencias que sufren aquellos que por decisión propia salieron a vagar por el mundo.
Y es que muchos de ellos no sólo han vivido en Nuevo León, sino también han tenido la fortuna de conocer otras culturas como lo es la norteamericana.
‘TECATEMAN’
“Tecateman” tiene 78 años y es uno de los pocos que sabe sonreír a pesar de la dura vida que eligió desde hace más de 20 años, cuando decidió salirse de su casa en la colonia Azteca de Guadalupe para convertirse en el icónico personaje cuyo atuendo está elaborado con latas de la marca de cerveza.
Pero no siempre fue el “Tecate Men” -como él mismo se hace llamar-, que hoy camina por las calles de Morelos, Escobedo o Emilio Carranza en el Centro de Monterrey, alguna vez fue Manuel Salazar Chavarría.
A los 20 años viajó hasta Tijuana para ingresar a Estados Unidos por California, su anhelo era trabajar duro para juntar algo de dinero y después regresar a México con sus ahorros, y así fue.
Primero se internó en el vecino país del norte por la costa oeste trabajando en diversos establecimientos de San Ysidro, San Diego y Los Ángeles, posteriormente viajó a San Antonio Texas donde acomodaba carros en la concesionaria Pontiac.
“Cuando llegué a Tijuana no me fui con la bola, porque así era más fácil que nos detectara la migra, al llegar a la frontera me separé del grupo y crucé solo.
“Estando allá me puse a trabajar en una gasolinera, después en un restaurante en limpieza y así hasta que después me fui a San Antonio, en todo ese lapso duré ocho años”, platicó mientras se comía una concha del Súper Siete.
Como todo indocumentado que se va a Estados Unidos a tratar de prosperar, tuvo que aprender inglés, idioma que aún después de tantos años sin practicarlo todavía no olvida.
Manuel Salazar tiene 9 hermanos y 7 hermanas de los cuales ya fallecieron dos, pero como no siempre convivió con ellos, en su regreso a México la estancia fue difícil y llegaron los problemas.
Pero antes de dejarse llevar por su instinto primero trabajó en algunas gasolineras de Monterrey; aún recuerda que estuvo en la estación de Pino Suarez entre Padre Mier y Matamoros y otra más en Ruperto Martínez, cerca de la Alameda.
“También trabajé en talleres mecánicos, lavaba carburadores, reparaba fallas, cambiaba platinos, eso fue lo que aprendí”, contó mientras seguía moviendo el bigote adornado con el azúcar de la concha.
Llegó el día en que se cansó de formar parte de un sistema que considera que sólo sirve para enriquecer a algunos y decidió revelarse.
Motivado por vivir alejado de los problemas entre sus hermanos y aprovechando que la unión libre con su pareja fracasó, Manuel llegó a la Zona Rosa de Monterrey para adoptar su nueva identidad.
“Estoy en contra de pagar agua, luz, renta, porque uno está chingándose trabajando como burro para puros cabrones y luego todavía pagar servicios e impuestos, yo estoy en contra de eso, entonces me salí a la calle.
“Fíjate lo que pasó, yo quería ser alguien diferente a todos los que andan pidiendo dinero y luego vi un bote de Tecate tirado, lo levanté y me los empecé a poner”, platicó orgulloso de su armadura.
Y aunque actualmente ya sólo utiliza una gorra adornada con las latas de cerveza, hubo un tiempo en que portaba toda una vestimenta de ese material.
“Antes me vestía todo, tenía una bicicleta chopper y también la adornaba con los botes de Tecate.
“La gente me dice que soy un personaje y le gusta tomarse fotos conmigo, yo no sabía que era un ícono, pero para mí es muy bonito porque conozco personas”, dijo sonriente.
Su peculiaridad lo llevó no sólo a ganarse unos pesos por cada foto que se sacaba, sino hasta ingresar a las carreras de automovilismo del Gran Premio de Monterrey que formaba parte del Cart/Champ Car World Series.
En todo este tiempo la marca Tecate jamás se ha acercado con Manuel Salazar para ofrecerle algún tipo de ayuda, cuestión que a “Tecateman” no le quita el sueño.
Aunque aceptó que si alguien le invita una cerveza si se la toma con gusto, aseguró que nunca fue borracho y la vestimenta sólo es para diferenciarse del resto de los vagabundos.
Manuel sigue paseando sin faltarle el respeto a nadie y al contrario, si alguien lo aborda el responde con gusto.
Ahora sólo espera pasar a mejor vida, como considera a la muerte, para por fin descansar en paz sin tener que vagar por las calles empujando ese viejo carrito de supermercado atiborrado de cachivaches.
UN BOXEADOR EDUCADO
Por la zona de Condominios Constitución deambula otro personaje de la mancha urbana que aunque no pareciera, alguna vez formó una familia.
Se trata de Leopoldo, un vagabundo quien también merodea los alrededores de la Clínica 2 del IMSS y Gine.
Antes de comenzar a platicar su historia él se encontraba, haciendo lo que en el box se conoce como sombra, tirando golpes al aire y discutiendo con un adversario imaginario.
Y aunque pareciera una persona violenta, Leopoldo siempre se dirige a las personas con respeto.
“Tendrás una moneda de cinco pesos que me regales por favor”, se escuchó mientras una mujer pasaba por la banqueta de la calle Florencio Antillón.
En ese momento fue ignorado, pero él siguió en su rutina de tirar golpes al aire y combatiendo con su contrincante imaginario.
Contrario a “Tecateman”, Leopoldo tiene algunos periodos de demencia y no recuerda bien su pasado, pero haciendo un esfuerzo, contó algunos aspectos de su vida antes de terminar vagando por las calles.
De niño vivió en la colonia Sierra Ventana, en la punta de la Loma Larga, al sur de Monterrey y creció como como un vecino más de ese lugar, en medio de carencias y violencia.
Pero algo que recuerda con exactitud es cuando iba a practicar box con los jóvenes de su colonia y otras aledañas que llegaban al gimnasio de la CNOP, hoy Filiberto Sagrero, para subirse al ring.
También sabe que tuvo 10 hijos pero no recuerda sus nombres, sólo los lleva en su corazón hasta que deje de latir.
Cuando vivió con ellos, trabajó en la construcción pegando bloques, afinando paredes, vaciando losas, todo lo relacionado con la albañilería él lo hacía.
Siempre trató de permanecer en forma y eso lo lograba trabajando duramente durante largas jornadas, no importaba el esfuerzo con tal de llevar el sustento a su casa.
Pero el destino le tenía preparado un golpe duro y al dejarse llevar por el alcohol, también fue arrastrado a las entrañas de la ciudad en donde ahora sufre y es víctima del rechazo de las personas.
Tal vez sea su aspecto desaseado, su larga cabellera que luce mechones de cabello endurecidos por la mugre lo que lo hace ser menospreciado por las personas que transitan por los Condominios.
Hoy tiene 62 años, de los cuales los últimos 14 según sus cuentas, ha vivido en la zona de Condominios y Gine, en donde todos los días camina y descansa balo la sombra de algún árbol o negocio.
Probablemente, además de los golpes de la vida, un impacto en su cabeza le pudo causar una lesión para que decidiera ser un ciudadano invisible ante la sociedad.
“Es difícil vivir en la calle, sufro el rechazo de algunas personas”, comentó al momento que soltó una expresión de risa burlona, como recordando anécdotas humillantes.
Así es como Leopoldo pasa sus días en calles de Monterrey y como planea seguir viviendo pues ya se encuentra retirado del trabajo.
‘ME GUSTÓ EL VICIO’
Quien no reparó en decir que su vida como vagabundo se debe a las drogas y el alcohol, fue Erasmo Félix Rendón Gordillo, quien desde los 16 años decidió salirse de su casa en Oaxaca para viajar a Estados Unidos en busca de una mejor vida.
Desde siempre, o al menos desde que recuerda, le gustó el alcohol y esa misma condición hizo que sus padres no lo tomaran en cuenta, pues consideraban que sería una persona sin oficio ni beneficio.
“A los 16 años me salí de mi casa, me fui a Nueva York y ahí trabajé en todo lo que tiene que ver con la construcción.
“Fueron cinco años los que estuve mandando dinero a mi familia, a pesar de que no me querían, pero lamentablemente probé las drogas y me ganché”, contó sin remordimientos.
Antes de verse en cada esquina empinándose una botella de licor, caminó por el Central Park, por Times Square, aprendió inglés y su andar dio un pequeño giro hasta que se perdió.
La mejor vida que buscaba pronto se convirtió en un infierno que lo atrapó y hasta la fecha no lo ha dejado salir.
“Después de los cinco años estuve hundido en las drogas, en el crack, hasta que me deportaron. Ya tengo un año viviendo en las calles de Monterrey”, detalló mientras estaba con sus amigos degustando una botella de licor.
En su peregrinar por las calles de asfalto, le ha tocado vivir toda clase de experiencias, desde inclemencias del clima, hasta asesinatos entre sus mismos “amigos”.
“Vivir en la calle es otro pedo, una vez estando en medio de la borrachera me tocó ver cuando dos camaradas empezaron a pelear y uno de repente sacó un cuchillo y bolas, se chingó al otro”, contó sin sentir algún tipo de pena o miedo.
Incluso él constantemente participa en peleas y es por eso que no puede estar en un mismo lugar durante mucho tiempo.
La higiene no es un tema que le preocupe por buscar la bebida junto a sus compañeros, pero dijo que cuando se acuerdan o realmente no aguantan su propio olor, corren a los ríos para darse un chapuzón.
“No puedo regresar a Oaxaca por fallas, no puedo estar en un punto porque luego luego salen broncas, por eso ando para todos lados y como aquí es muy grande, me muevo para donde sea”, explicó después de secarse los labios de esa bebida que él considera exquisita.
Aunque en algún momento de su vida planea regresar a trabajar y vivir bajo un techo y cuatro paredes, mientras disfruta de su vicio y se pasea por las calles pidiendo una moneda a cuantas personas ve pasar a su lado.
“Tengo que tener mucha fuerza de voluntad, a veces si me pongo a pensar para que me la paso sufriendo tanto, pero es que el vicio y las drogas me ganan”, dijo con cierta pena.
LOS ‘FANTASMAS’
Así como Manuel, Leopoldo y Erasmo pudieron contar sus historias, hay otros que simplemente vagan perdidos sin expresar una sola palabra, incluso ni para pedir dinero.
Simplemente caminan por las calles deteniendo sus holgadas y sucias ropas que en ocasiones pueden ser enormes y se les caen, haciendo sus necesidades en lugares públicos y viviendo como zombies sin hacer notar su presencia.
Hora Cero lo constató porque al intentar hablar con otros más, sólo seguían su marcha con la mirada perdida sin decir una sola palabra.
Sobre la calle Benito Juárez, en Doctor Coss y la plaza Hidalgo, hay unos cuantos que no quieren convivir con las personas.
Se la pasan hurgando en la basura buscando bocados desechados por otros y tomando agua de las fuentes.
Hay quienes se pasean con animales juntando basura de las calles haciendo una buena obra retirando los desechos, pero siempre apáticos a las demás personas que en ocasiones ellos también ven con desprecio.