El centro elegido fue el Comedor de los Pobres: Padre Roberto Infante (unidad Guadalupe) de la asociación civil Juan XXIII al Servicio de los Pobres, organismo que por más de 50 años ha brindado alimento a los más desprotegidos.
Semanas atrás ya había contactado a los directivos del colectivo para conocer más sobre la noble labor de sus comedores y les solicité permitirme a mí y a la fotógrafa Andrea Jiménez ingresar a su programa de voluntarios para conocer a fondo su trabajo por un día.
La cita estaba pactada para el viernes 6 de diciembre, una fecha particularmente especial al ser el primer fin de semana de diciembre, mes en el que los voluntarios se incrementan como consecuencia de la armónica atmósfera navideña.
Y es que bien dicen que Navidad es tiempo de dar, pero más allá de los regalos y las cuestiones materiales, decenas de regiomontanos ofrecen su tiempo para apoyar organismos a favor de la comunidad.
VOLUNTARIO NAVIDEÑO
Después de 20 minutos de trayecto desde el Barrio Antiguo hasta la colonia Jardines de Casa Blanca, finalmente cerca de las 10:00 de la mañana llegamos a uno de los cuatro comedores con los que la asociación civil cuenta en la zona metropolitana de Monterrey
Enclavado en la calle Brígida García 115 al norte del municipio, el comedor representa para algunos la única seguridad de comida en el día en una zona en donde la pobreza pinta las fachadas de los hogares y el hambre viste a gran parte de su población.
Resguardado por una malla ciclónica, el edificio es probablemente el sitio más seguro del área, pues los vecinos saben que al interior de esas cuatro paredes, de lunes a sábado, se les ofrece una comida caliente y nutritiva, que les ayudar a aminorar los sinsabores de día a día.
Llegamos la mañana del viernes a las instalaciones del comedor, ahí ya nos esperaban Mirthala Quintanilla y Rosa María López, dos mujeres que fungen como cocineras y pilares operativas del centro, pero que con el paso de los años han adquirido otras funciones que más adelante les contaré.
Con un poco de nerviosismo me presenté como reportero y voluntario con la esperanza de que mis buenas intenciones no resultaran más un estorbo que un apoyo ante mi mínima experiencia como facilitador en organizaciones civiles.
Con una sonrisa en el rostro, Mirthala me introdujo al interior de las instalaciones, en donde ya aguardaba su compañera Rosy, como le dicen de cariño; ambas, con una amabilidad indescriptible, me dieron la bienvenida al centro mientras que se disponían a iniciar la preparación de los alimentos del día.
Los cuatro comedores de la asociación reciben voluntarios durante todo el año, pero es diciembre y abril cuando el número aumenta dado la carga de trabajo; sin embargo, ese viernes yo era el único.
“Navidad y el Día del Niño es cuando más voluntarios llegan. En estas fechas por lo general es cuando vienen más seguido, pero ya empezando el año son menos”, dijo Rossy.
Las labores para los voluntarios son generalmente sencillas: limpiar el piso, las mesas, los lavamanos, las puertas, los trastes y servir las comidas, por eso debo de reconocer que cuando recién entré al lugar pensé que mi estancia sería muy poco productiva, ya que que el centro se encontraba en impecables condiciones. Nunca imaginé que me tocaría darle el toque navideño al sitio.
Después de presentarme y hacer la pregunta de rigor “¿en qué les puedo ayudar?“ tanto Rosy como Mirthala coincidieron en que sería de mucha utilidad si sacaba de la bodega una tradicional corona de adviento para ensamblarla y colocarla posteriormente en la pared como parte de la decoración decembrina.
Y es que, en un rincón del comedor, el espíritu navideña ya efervecía con la instalación previa de un pinito, un Santa Claus y un ángel, todo con la intención de envolver a las menos afortunados en el ambiente de fiesta de la ciudad.
No es de extrañarse el por qué: muchas de las personas que acuden al centro no tendrán una velada especial el 24 y 31 de diciembre. incluso, para algunos, la única comida que probarán serán la que el Comedor de los Pobres: Padre Roberto Infante les ofrecerá por la tarde, ya que el centro también atiende esas dos fechas.
Luego de tres intentos fallidos para armar la corona de más de un metro de diámetro, por fin logré ensamblarla. Después de algunas indicaciones y con el apoyo de mi compañera fotógrafo Andrea Jiménez el ornamento quedó colgado en una de las paredes del centro.
Y mientras las luces de la corona y el pinito se encendían, detrás de la barra, del lado de la cocina el olor a arroz, ensalada y flautas comenzaba a desprenderse de las cazuelas que a todo fuego cocinaba las 120 porciones que al día se preparan en la unidad Guadalupe
Los Comedores de los Pobres: Padre Roberto Infante son financiados en su totalidad por redes filantrópicas, Gobierno del Estado y personas morales y físicas. Por tal razón, es indispensable llevar un control del número total de platillos servidos cada día como evidencia para los aportadores.
Esa fue mi siguiente misión en el día: recibir a los comensales, darles la bienvenida y tomarles sus nombres y edades para llevar un registro de los asistentes. Eran cerca de las 11:45 de la mañana y algunas personas ya aguardaban al exterior del comedor.
“Pídeles que te den el nombre de ellos y si traen vasijas, pues también el de las vasijas“, fue la indicación que me dio Rosy, quien ante mi cara de desconocimiento aclaró: así se les dice cuando una persona va a llevar una porción extra para su casa para un familiar que no puede venir al centro porque es adulto mayor, está enfermo o no puede caminar.
Y es que, aunque el comedor sirve 80 porciones de comidas diarias, se preparan 120 precisamente para que nadie se quede sin alimento, ni siquiera aquellos que aguardan en casa a la espera de un platillo.
La atención en el comedor no se le niega a nadie, ni siquiera a las personas que se lleguen en estado inconveniente -bajo influjo del alcohol, drogas, insalubre o comportamiento incontrolable- pero para mantener la paz del sitio se les sirve en un lugar apartado del resto, tal y como lo marca el reglamento.
Entre los sectores más beneficiadas por el centro están la Fomerrey 18, Fomerrey 31, Nuevo Milenio (El Ranchito), Riberas de la Silla, Jardines del Río, Benito Juárez 400, Jardines de Casa Blanca y Nuevo San Miguel, entre otras.
Se llegaron las 12:00 horas y el grito “ya pásenle“ marcó la pauta para que de forma ordenada ingresaran niños, jóvenes, adultos y personas de la tercera a ocupar un lugar en el comedor, no sin antes darme sus nombres y edades.
Ni siquiera fue necesario que se los pidiera, las personas que acuden al centro lo hacen de manera habitual y ya conocen la dinámica.
Salvo algunas excepciones de migrantes o personas de otras zonas, por lo general, la gente que solicita la atención ya es conocida en la unidad Guadalupe al grado que han formado una especie de familia.
¿Recuerdan cuando les comenté que Mirthala y Rosy habían adquirido otras funciones a lo largo de los más de seis años que ambas tienen laborando en el centro? pues la confianza hacia las dos vecinas del municipio de Guadalupe es tal, que en ocasiones también fungen como consejeras de otras mujeres que atraviesan por situación complejas; de “mamás postiza“ para aquellos que buscan ser escuchados y hasta de “abuelas momentáneas“ para los más pequeños a quienes se les dibuja una sonrisa cuando en el menú se incluye alguna fritura.
Las historias que confluyen en las cuatro paredes del inmueble son bastas: desde el abandono de adultos mayores hasta violencia familiar, mismas que adquieren un toque de mayor nostalgia por las fechas que se aproximan.
Habían transcurrido apenas 20 minutos desde que el centro abrió sus puertas y ya la mayoría de las mesas estaban ocupadas.
Logré detectar que al menos una persona presentaba aliento alcohólico, no obstante se comportó de manera correcta y amena con el resto de los asistentes. Incluso, al final, se despidió agradecido en cuatro veces.
De acuerdo a cifras de la asociación civil Juan XXIII, en el comedor de Guadalupe, la composición de los beneficiados es la siguiente: 28 por ciento, tercera edad; 37 por ciento, señoras y señores; 8 por ciento jóvenes y 23 por ciento niñas y niños.
Dieron las 12:30, hora en se sirve la comida, pero antes Rosy pidió ponerse de pie para que los futuros comensales oraran y agradecieran los alimentos que se llevarían a la boca, todos mirando a una cruz que también pendía de la pared en donde la corona de adviento había sido colgada horas atrás.
Se llegó el momento de servir los platillos, Mirthala me pidió que sí podía colaborarles y con gusto acepté. Quería comprobar lo que momentos atrás ambas me habían dicho sobre la satisfacción que genera ayudar a los demás.
Fue así que inicié con la repartición de los platillos en el orden que las encargadas me lo solicitaron: primero niños y después adultos.
No fue necesario esperar mucho tiempo para corroborar sus dichos, desde el primer “gracias“ de un niño de cinco años, que con mirada inocente y sonrisa entusiasta, abre su corazón para agradecer supe que había valido la pena.
Contrario a lo que pude haber pensado antes de ofrecerme como voluntario, la gente sabe comportarse, es ordenada, recoge su plato después de comer y siempre se despide con un “gracias“ y “Dios lo bendiga“ como aquel que sabe que, en efecto, hay mucha bondad en la labor de la asociación.
Aquel viernes fueron cerca de 80 platillos los que se sirvieron, algunos de ellos en la modalidad de “vasijas”.
Se llegaron la 1:30 de la tarde y después de apoyarlos en la limpieza de los platos, Mirthala y Rosy indicaron que era todo. Por reglamento, el comedor cierra a las 2:00 de la tarde y aunque hacía falta barrera, ya tenían una persona encargada. Se trata de un “voluntario permanente“ que en realidad es un beneficiado del comedor, pero que en su afán de agradecer, las apoya en ciertas actividades.
Agradecido por el apoyo y la oportunidad de serles útil en el comedor, me despedí de ambas usando nuevamente la frase: espero haberlas apoyado más que estorbado, a lo que respondieron que por más mínimo que sea la ayuda siempre es un gran apoyo para el comedor.
“Por ejemplo tú ahorita que nos ayudaste con la corona de adviento nos ayudaste mucho porque si no la hubieras puesto tú, nos hubiéramos tenido que quedar a ponerle nosotros y la verdad es que no sabemos.
“Por lo general es un chico el que nos ayuda a ponerle, pero hoy solo vino de entrada por salida, así que muchas gracias“, dijo Mirthala.
Sin más que decir, me despedí de Rosy y Mirthala, esperando no ser el único que las acompañe como voluntario en estas fechas decembrinas, en las que puede ayudar dando tiempo.
Historia de los comedores
El inicio de los comedores de los pobres se remonta a octubre de 1979 cuando, en vida, el padre Roberto Infante abrió oficialmente el primer centro para alimentar a los más desprotegidos en la colonia Industrial de Monterrey, aunque su labor ya había iniciado cinco años atrás.
De acuerdo a Gabriela Reyna, directora de la asociación civil Juan XXIII, que opera los comedores, los centros llevan 55 años ofreciendo comida de manera ininterrumpida y gratuita a los más necesitados tal y como marca su misión.
Tras una larga estancia en la colonia industrial los comedores del Padre Roberto Infante se mudaron a otros municipios de la zona metropolitana. En 2005 llegó a Escobedo en Privada Grafito 301 de la colonia Pedregal del Topo Chico; en 2008 a García en Colima 101 de la colonia Alfonso Martínez Domínguez; en 2013 a Guadalupe en Brígida García 115 sur de la colonia Jardines de Casa Blanca y en 2014 a Monterrey en el Macrocentro Comunitario de la colonia Independencia.
En promedio, los comedores de los pobres sirven de 8 mil a 8 mil 500 platillos al mes, mismos que han sacado a muchos niños de la desnutrición en zonas vulnerables.
De acuerdo a cifras de la asociación, el presupuesto mensual de la obra social ronda los 180 mil pesos, que incluyen los alimentos, el salario de los 13 empleados -de los cuales ocho son cocineras- y pago de servicios como luz, agua y gas.
Las donaciones pueden ser en especie, ya que reciben toda clase de alimento que pueda ser utilizado para la preparación de los platillos así como alimentos ya procesados que pueda ser servido directamente a los comensales.
El donativo económico se puede hacer en las oficinas de la asociación ubicadas en Benito Juárez y 15 de mayor en la zona centro de Monterrey o bien por medio de las siguientes cuentas bancarias: En Ban Bajío al número de cuenta 14597637 o Afirme al 101118754.
Incluso, con motivo de la temporada decembrina, los comedores lanzaron la campaña “Padrino Navideño”.
Los montos que se piden son de 250 pesos para ocho platillos; 500 para 15 platillos; 1 mil para 30 platillos y 1 mil 500 para 50 platillos.
Además de las donaciones, los comedores también cuentan con el programa de recolección de pet en el que los beneficiados acuden con sus botellas de plástico para intercambiarlo por despensa como frijol, arroz, verduras, pan, cereal o leche.