Constantemente se escuchan o se perciben de los adultos mayores, comentarios de que “no tengo pensión o no me alcanza”. En ese sentido, se refleja que en la mayoría de las ocasiones llegar a la senectud representa, quizás, un riesgo.
De acuerdo a la Encuesta Nacional sobre el Envejecimiento en México (ENASEM) 2010, la situación de alta vulnerabilidad se presenta en las personas mayores de 65 años que se encuentran fuera de los esquemas institucionales de seguridad social y pensiones.
Datos estadísticos demuestran, además, que una de cada 5 personas del rango mencionado de edad, tiene alguna dificultad con las actividades básicas de la vida diaria como bañarse, vestirse, caminar, entre otras.
María Alejandro García de 63 años de edad y Julián Daniel Estrada Escalante con 84 años de vida, son dos, como seguramente muchos más, de los 407 278 adultos mayores- de 60 años y más- que residen en la entidad y son vulnerables.
No forman parte de los 9 de cada 10 adultos mayores, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía 2010, que cuentan con seguridad social y/o pensión.
Y aunque se sabe que el Gobierno Federal, Estatal y Municipal en Nuevo León como en otros Estados, implementa programas como el de “65 y Más”, queda en evidencia con testimonios como los de Doña María y Don Julián, de que los recursos-sistemas que se operan son “insuficientes”.
Las pensiones entregadas por el Gobierno, no cubren a personas como María por tener apenas 63 años, y por otro lado, los mil pesos cada dos meses, no les alcanza para los gastos del hogar, personales o de atención a la salud, que tienen que salir a trabajar de manera independiente.
‘ME AJUSTO A LO QUE ME DAN
Y SACO DE MI TRABAJO’
Don Julián sólo recibe un ingreso mayor -700 pesos cada dos meses- del programa “65 y más”, pero como no completa, hace mandados a conocidos de oficinas y su hermana le ayuda con los gastos de la casa.
“Vivo con la pensión que me da gobierno, aparte, mi hermana me ayuda con la renta de la casa y todos los días salgo a trabajar para ganarme uno centavitos más”, expresó Don Julián.
No es suficiente, pero aseguró, trata de ajustarse a lo que tiene en el bolsillo para subsanar los gatos de la casa, cosas personales, comida, y en cuanto a la atención médica, acude a donde la den de manera gratuita.
“No completo, es poco pero estiro los centavos. Por ejemplo, ahorita que salí a trabajar, a buscar a quién le hago mandados, traigo mi lonche para no gastarme lo que saque”, dijo.
Señaló que la situación se complica, cuando sus conocidos de oficinas o comercios no tienen trabajo para él. “Ahí no tengo ni cómo hacerle, hay días en los que no hago ni saco nada”, comentó.
“Lo bueno es que no soy vicioso, ni gasto en cosas innecesarias pero sé que tengo que ocuparme en algo y obtener ingreso para pagar los servicios de la casa”, manifestó.
Por otro lado, agregó Don Julián busca actividades para sentirse activo. No le gusta estar esperando a que hagan las cosas por él y señaló que como goza de buena salud, a sus 84 años no se queda de brazos cruzados.
“Hago lo que puedo y me permite mi vista porque ando un poco lastimado… de pronto veo muy bien pero luego me siento muy cansado de los ojos. Eso me pasa desde que dejé de trabajar en la joyería”, dijo.
Por más de 20 años se dedicó a fabricar anillos, esclavas, pulseras, dijes y lo que le pidieran en el taller de platería, donde laboró de manera informal.
“No tuve nunca ningún tipo de prestación y mucho menos derecho a pensión. Cuando las personas del Seguro Social llegaban al local, el dueño nos sacaba y hacía sus asuntos, nunca nos dio de alta ni nada”, manifestó.
Hoy sufre las secuelas de jornadas laborales extensas y por haber forzado tanto la vista al afinar los detalles de las joyas que fabricaba. Cuando no soporta el dolor de ojos, va a la Cruz Roja para atenderse.
“Gracias a Dios puedo acceder a este servicio porque si no, no sé qué sería de mí y de todas las personas que no tenemos manera de ir al seguro u otra institución”, expresó Don Julián.
Desafortunadamente por no haber concluido la educación básica, Don Julián aprendió del oficio de fundir plata para crear joyas. Poco a poco la experiencia lo llevó a desempeñarse en ese trabajo, sin pensar en el futuro.
“Era lo que sabía hacer y la que había para trabajar. No me quedó de otra y por eso estuve tanto tiempo ahí. Al menos sacaba para vivir. Aunque me hubiera gustado contar con todas las prestaciones”, apuntó.
Hoy por hoy, Don Julián sale adelante con lo que poco o mucho que tiene. Sale a buscar una manera de obtener algo de dinero, de la forma más decente que considera y no de sólo pedir o estirar la mano.
Vive sólo en una casa pequeña en la colonia Independencia, de donde sale cada día hacia el centro para “trabajar”-como él le llama a su quehacer, con la gente que le da para que vaya a pagar los servicios de las oficinas o traer refrescos-.
EL AUTOEMPLEO: INGRESO EXTRA
De acuerdo a la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), tan sólo en el segundo trimestre de 2012, en Nuevo León el 30.0 por ciento de los adultos mayores realizaron una actividad económica o buscaron trabajo, de éstos, 95.4 por ciento estuvieron ocupados y 4.6 por ciento desocupados.
Por grupos de edad, en los adultos mayores de 60 a 64 años la tasa específica de participación económica es 44.0 por ciento, en tanto que para 75 años y más, tal como en el caso del grupo de edad en la que entraría Don Julián, es 12.5 por ciento.
Por otra parte, la Población no Económicamente Activa (PNEA) en el Estado asciende a 346 081 personas -70 por ciento de este grupo de edad- entre las cuales, María Alejandro García no trabaja por cuestiones de salud- tiene azúcar- y mejor cuida a su nieta en casa.
Por ese tipo de inactividad, se tiene que 53.5 por ciento se dedica a los quehaceres del hogar; 0.6 son personas con alguna limitación física o mental permanente que les impide trabajar; 0.1 son estudiantes y finalmente 12.3 por ciento está en otra actividad no económica.
A diferencia de otros grupos de edad, la población ocupada de 60 años y más se caracteriza por trabajar de manera independiente (53.6 por ciento), tal como Don Julián, y el esposo de Doña María, quien corta zacate en casas ajenas. Mientras que el 46.4 por ciento trabaja de manera subordinada y remunerada.
Entre los que trabajan de manera independiente, son empleadores 14.9 por ciento y la gran mayoría equivalente al 85.1 por ciento trabaja por cuenta propia… aspecto en que se ubicaría a Don Julián.
Un perfil laboral de los trabajadores por cuenta propia que tienen 60 años y más indica que 76.5 por ciento trabajan en el sector informal o en la agricultura de auto subsistencia y 23.5 por ciento labora en empresas y negocios.
‘VIVIMOS AL DÍA’
María Alejandro García de 63 años de edad, junto con su marido, no tiene pensión porque siempre trabajaron en la informalidad. Por ahora ella cuida a su nieta, y su esposo de 77 años ofrece el servicio de podar el zacate de los jardines, con el fin de tener dinero extra al apoyo que cada dos meses les llega del Gobierno Estatal.
“La pasamos con los 700 pesos que nos da el gobierno para despensa, tratamos de vivir con eso, y lo que mi esposo pueda conseguir, cuando sale a cortar zacate en las casas porque hay gastos que cubrir”, expresó Doña María.
La situación no es tan fácil, como se ve o parece. Existen días en que al esposo de Doña María no le sale ningún trabajo. “No lo tiene seguro y las cosas empeoran cuando alguno de los dos enfermamos”, dijo.
“Vivimos el día. Si alguno se pone mal, las cosas se complican si no hay dinero, pero aquí estamos echándole ganas y haciendo la lucha como podamos porque no podemos estar sin hacer nada”, reconoció.
Aunque cada dos meses a su esposo le llega la pensión de gobierno, ella piensa que si el rango de cobertura del programa alcanzara a personas de menos de 65, el monto total entre los dos sería mejor y les daría para estar mejor.
“Yo no entro porque no tengo los 65 y entiendo. Lo bueno es que cada primer día del mes nos llega el recurso y nos alivianamos un poco. Estamos a expensas de eso porque yo no puedo trabajar, tengo azúcar”, señaló.
Desde hace tiempo, Doña María dice que está de “arrimada” con sus hijas. Le ayuda a una de ellas a cuidar a su nieta porque desde casa, tiene la oportunidad de descansar si se siente mal.
“A veces me cansó mucho, me pongo débil, y en casa es más fácil recostarme o dormir junto con la niña. Comemos juntas, jugamos un rato y ya se nos va el día”, explicó.
Aquellos años de energía y salud al por mayor han pasado, pero no por ello no puede seguir una vida activa. “Lo bueno es que convivo con mi nieta y hago el quehacer de la casa, así no me aburro ni me siento inútil”, comentó.
“Batallamos mi esposo y yo pero hacemos la lucha. Yo le ayudo a mi hija, él sale a buscar un trabajito o buscamos opciones para no estar sin quehacer y sin dinero”, aseveró.
Ante ese panorama, ella comentó que el tiempo se pasó tan rápido que no pensó en el futuro incierto que le dejaría trabajar en la informalidad.
“Los años pasan y una por necesidad se emplea donde le den oportunidad, lamentablemente nunca tuvimos buenas condiciones de trabajo y por eso ahora no tenemos pensión ni nada”, finalizó.
Ella y su esposo viven solos en casa. Van y vienen con sus dos hijas, quienes les apoyan con algo de dinero pero saben que ellas tienen sus propios gastos.
“No es una responsabilidad de ellas ni del gobierno mantenernos pero su ayuda no nos viene mal. Pero también nosotros como podemos, conseguimos lo que nos falta”, reiteró.
‘LA ANCIANIDAD NOS DEBE DIGNIFICAR, NO DENIGRAR’
Partiendo de la frase: “nunca ante el poder ni el oro del odio me arrodillo, aunque me agobie el padecer tirano, me muero de hambre pero no me humillo, seré cadáver pero no gusano”… Rafael Esteva Rito de 83 años no se atreve a solicitar los apoyos económicos que otorgan diversidad de instituciones a las personas de la tercera edad.
Y no es que tenga suficiente dinero guardado o tenga una pensión, sino que trabaja en un negocio familiar, y además, desde joven se fijó una filosofía de vida, basada en lo positivo, aunado a un alto concepto de la dignidad humana en base a la experiencia.
“No tengo pensión ni he estado asegurado pero vivo feliz. No la vivo tan difícil como muchos de mi edad o menos. Desde siempre me discipliné para no estar inactivo, que aún trabajo. Soy comerciante y me valgo por mí mismo”, expresó Don Rafael.
Manifestó que ante su ímpetu positivo de la vida, pese a las adversidades, a sus 83 años siente que su corazón y alma se revitalizan cada vez más, y por consecuencia, para él no existe la ancianidad.
“Anciano es aquel que por sí sólo se acompleja porque el espíritu del ser humano es el mismo. El asunto es que la persona duela de esa mentalidad, la atrofie, la destruya, conmiserándose a sí mismo al pensar; es que a mí no me ayudan”, explicó.
En ese sentido y de manera filosófica, porque se considera una persona autodidacta, que gusta de la literatura y la compara con la realidad, señaló que “la senectud es un algo que en lugar de denigrar tanto al hombre como a la mujer, los debe dignificar”.
“Personas de mi edad, menores o mayores, deben sentirse orgullosos por llegar a esa edad, no tanto para conmiserarse, sino para presentarse ante los ojos de esa juventud que nos precede como los verdaderos pilares, sobre quienes deben apoyarse”, dijo.
Reconoció que en la vida se está sujeto a dos corrientes: positivo y negativo. Pero añadió que hay que saberse preparar para que cuando aquello que muchos llaman fracasos, “que no lo son, luche uno mismo por salir adelante”, dijo Don Rafael.
“Tenemos la máxima computadora en nuestros hombros, arriba, ahí encerrada; es nuestro cerebro. Hagámoslo funcionar”, manifestó el longevo, quien físicamente no se ve como tal.
Pero a veces también lo pone a descansar- el cerebro-, que durante una mañana fresca acude a la Plaza Zaragoza a disfrutar del aire y la naturaleza.