Cuando la pandemia de Influenza AH1N1 apareció en México, Daniela Castillo Loredo “resguardó” a sus hijos Diana y Ariel para evitar ser contagiados. Fueron semanas de encierro total hasta que el mundo exterior fue “seguro” una vez más.
Casi 11 años después, cuando una nueva crisis sanitaria azota al planeta, la vecina del municipio de Monterrey quisiera aislarlos nuevamente para protegerlos, pero es imposible… no por rebeldía sino por vocación: sus hijos son médicos y semanas atrás formaron parte del batallón de guerreros que combatieron directamente al peligroso Coronavirus.
Fueron noches de desvelo, en las que preocupación, ansiedad, coraje, indignación y miedo no le permitieron cerrar los ojos.
Y es que, Daniela nunca imaginó que una de las profesiones más nobles de la humanidad pudiera convertirse en un potencial riesgo para la salud, e incluso vida, de sus hijos. A partir de ese momento, acudir a laborar sería como arrojar una moneda al aire.
En febrero, Ariel de 25 años se mudó a Guadalajara para hacer su especialización en un hospital del IMSS de la capital tapatía. Para inicios del año, la llegada del virus a México ya era inminente y el joven regiomontano se encontró con una sorpresa al llegar al occidente.
El hospital en el que laboraría había sido convertido a nosocomio Covid. Es decir, que atendería exclusivamente pacientes contagiados del letal Coronavirus.
En Monterrey, con apenas días de diferencia, Diana de 26 años recibía la indicación de dejar el área de servicio social para trasladarse a urgencias del Hospital Universitario a recibir pacientes con síntomas del SARS-CoV-2.
Para febrero, Asia y Europa ya daban muestra de la fatalidad de la enfermedad y los testimonios de médicos contagiados en su lucha diaria se contaban por decenas.
En la mente de Daniela las notas internacionales sobre el riesgo de la profesión resonaron como un despertador a las 4 de la mañana: por más que deseara la seguridad de sus hijos ya no estaba en sus manos.
En su desesperación, la madre regiomontana incluso pensó en irse a Guadalajara para apoyar a Ariel, pero el médico en especialización la convenció de quedarse en Monterrey.
“Cuando yo me enteré de que al hospital de mi hijo lo habían hecho Covid, le dije que se viniera, que él no tenía que quedarse porque su especialización no tenía nada que ver con la enfermedad.
“Me dijo que no me preocupara, que solo atenderían pacientes como último recurso si faltaba personal médico. Aparte de que ya había visto los trajes y me dijo que estarían muy bien equipados.
“Al saber que entraba al área Covid, yo ya no pude dormir. Días después me enteré de que a mi hija le quitaron su plaza en servicio social y la cambiaron a urgencias del Hospital Universitario, prácticamente los dos al mismo tiempo”, sentenció la madre.
Aunque tanto Ariel como Diana trataron de no alarmarla, la preocupación de Daniela no desvaneció, por el contrario, aumentó cuando los medios reportaron los primeros ataques a personal médico en México.
El peligro ya no era solo al interior del hospital, ahora también existían un riesgo al exterior por el simple hecho de ser médicos.
“Cuando empezaron a hablar sobre los ataques me asusté mucho. Mi preocupación era que los atacaran, que les hicieran algo”, expresó Daniela.
La ignorancia se había aliado al Coronavirus para hacer más difícil la labor de los doctores, enfermeras, químicos, laboratoristas, asistentes, trabajadores sociales y hasta personal de intendencia. La discriminación también comenzó a aparecer.
“Me preocupaba mucho que a mi hijo en Guadalajara lo sacaran de la casa en donde estaba viviendo con otros compañeros por el temor del dueño o de los vecinos, aunque afortunadamente no pasó.
“Aquí con mi hija tuvimos que tomar medidas como irla a dejar e ir por ella al acabar sus turnos porque ella nos contaba como la miraban al caminar o si llegaba a un local a comprar cualquier cosa, a veces sentía que hasta la querían golpear”, indicó la madre regiomontana.
Como si la presión no fuera suficiente en ese momento, el 23 de mayo se registró un brote de Covid-19 en el Hospital Universitario, justo en el área en donde Diana laboraba y que dejó decenas de contagiados.
¿Se habrían cumplido los pronósticos negativos? se llegó a cuestionar Daniela luego de ver cómo su hija se aislaba en su cuarto para cumplir la cuarentena impuesta por las autoridades.
La preocupación ahora era temor de que el virus hubiera ingresado a casa y atacara a la familia.
“Sentí miedo de que la familia se hubiera contagiado. No sabía que hacer, lo primero que hice fue contar cuánto dinero me quedaba en la cartera porque no sabía cómo le íbamos a hacer”, mencionó Daniela.
Y aunque convivió con el contagio, afortunadamente Diana no contrajo la enfermedad; parecía que la suerte comenzaba a sonreírles después de semanas de desesperación.
Tras el brote de Coronavirus en el Hospital Universitario, una buena noticia se vislumbró en el panorama: la joven fue removida de urgencias y de vuelta a su servicio social.
Habían transcurrido casi tres meses desde la llegada de la pandemia a México y en Guadalajara, después de varios altibajos, Ariel también fue trasladado a otro hospital.
Antes de que ambos dijeran adiós a las áreas Covid, los dos coincidieron en un mensaje que, como madre, le provocó gran indignación y que al día de hoy sigue haciendo eco en su tranquilidad: la gente no se deja ayudar.
Ya lo dijeron el gobernador, Jaime Rodríguez Calderón, y el Secretario de Salud, Manuel de la O, en una de las ruedas de prensa para actualizar la cifra de contagios y muertes por Coronavirus: los doctores ya están cansados.
Han sido jornadas de ardua labor para proteger a una sociedad que no se cuida, pero que sí exige la mejor atención al ser contagiado.
“Cada vez que veo gente en la calle, veo a un riesgo para mis hijos. Me molesta ver mucha gente en la calle porque ellos no están considerando a mis hijos ni a los demás doctores”, puntualizó la madre de los médicos regiomontanos.