Fueron 146 kilómetros de carretera partiendo desde Palenque, luego de poco más de dos horas de trayecto, el retén instalado por nativos sobre el entronque San Javier, anunció que finalmente habíamos llegado a nuestro destino: la comunidad de Lacanjá Chansayab. Ubicada en uno de los puntos más vírgenes de la selva chiapaneca, la mística de la antigua cultura maya revive en cada uno de los lacandones de la congregación, quienes resguardan sigilosamente los vestigios de sus ancestros y la belleza natural que los rodea.
El recelo con el que los lacandones custodian su territorio, cultura y costumbres es sólo equiparable al orgullo con el que lo muestran a los turistas que ya obtuvieron autorización para ingresar.
“¿Hacia dónde se dirigen? Primero tienen que pagar la cuota de la comunidad para entrar”, cuestionó un lacandón, quien abordo de un taxi fue el encargado de recibir el pago y por 35 pesos más por persona nos trasladó al interior de la abundante selva para llegar a uno de los 12 campamentos ecológicos que alberga la comunidad.
No se trata de un negocio particular, la cuota que cada visitante paga para ingresar a Lacanjá van directamente a la cooperativa comunitaria encargada de administrar los recursos del lugar, bajo la filosofía del bien común.
Y es que aquí nada es de nadie y todo es de todos. Legalmente nadie tiene propiedades en la comunidad lacandona, pero moralmente todos están obligados a proteger hasta donde puedan ver y más allá, ya que el respeto a su entorno natural y cultural es total.
“La selva te da todo, pero también te puede quitar la vida si no la respetas”, comentó Alejandro Chankin, oriundo de la zona y guía acreditado por la Secretaría de Turismo, quien conoce a la selva como la palma de su mano.
En Lacanjá existe la armonía perfecta entre hombre y naturaleza, una relación que nació desde tiempos ancestrales y que permanece a pesar de la influencia nacional y extranjera que cada vez se cuela más en los senderos de la jungla.
LA COMUNIDAD
Los lacandones son una comunidad que conserva las costumbres milenarias de sus antepasados, pero actualmente enfrentan una lucha para que las nuevas generaciones no pierdan la esencia de sus raíces.
La cabellera larga y la túnica blanca son dos de las características visuales más representativas de los lugareños, sin embargo, cada vez es más común que los jóvenes deciden vestirse con ropa de civil y cabello corto, una situación que preocupa a los nativos de mayor edad, pues temen que sus costumbres se pierdan por la influencia popular.
El mayor miedo recae en la pérdida del dialecto maya lacandón, pues aunque todavía es la lengua en que se comunica la mayoría, el español poco a poco acapara terreno, incluso es posible ver a jóvenes escuchar música en inglés.
“Es decisión de ellos si quieren vestir como lacandones, pero creo que sí debemos buscar una manera para que no se pierdan nuestras costumbres, sobre todo el dialecto”, aseveró Alejandro Chankin, un claro ejemplo del individuo lacandón, servicial, simpático y trabajador.
En Lacanjá no hay señal de celular, mucho menos de internet, no existen teléfonos, sólo una caseta comunitaria, pero sus habitantes están muy lejos de sentirse aislados, ya que la naturaleza les provee de todo lo que necesitan: comida, agua, refugio, trabajo y diversión.
Pocas veces los pobladores abandonan la comunidad, en la mayoría de las ocasiones por cuestiones de trabajo y por cortas temporadas como en invierno, cuando algunos emigran a ciudades cercanas como Palenque y San Cristóbal de las Casas para vender sus artesanías. En menor medida los estudios son el motivo de partir, ya que no todos los habitantes de Lacanjá deciden estudiar bachillerato o ser profesionistas y el lugar no cuenta con la infraestructura educativa de este tipo.
Los lacandones viven de trabajar sus tierras, del turismo, de la orfebrería y sobre todo del respeto que le profesan a la naturaleza, en la comunidad no está permitido criar animales, la carne que consumen es la que les regala la selva, a través de la cacería, o en su defecto la compran en localidades cercanas cuando su economía se los permite.
Sus casas, artículos de trabajo, muebles, casi todo, está fabricado con las bondades de la jungla, nunca dañando el equilibrio natural del ecosistema.
UN DÍA PARA EXPERIMENTAR
Ubicada en los márgenes de la Reserva de la Biósfera de los Montes Azules, la comunidad de Lacanjá alberga cascadas, ríos, vegetación exuberante, fauna salvaje y zonas arqueológicas exploradas y sin explorar, que en conjunto la convierten en una de las áreas más enigmáticas del país.
Son las 8:00 horas en el campamento Cueva del Tejón, los finos rayos de sol apenas y se pueden percibir en la lejanía. El abundante follaje de los arboles regala un abrigo natural a cada rincón de la selva, que comienza actividades desde temprana hora.
Bajo previa cita acudimos al campamento Lacandón para realizar una de las actividades que la comunidad ofrece a los visitantes y con la que obtienen ingresos: el rafting.
Pero más allá de la actividad deportiva el recorrido en balsa se convierte en un espectáculo natural a la vista y al oído. La majestuosidad de los árboles, que llegan a alcanzar hasta 60 metros de altura, se conjuga a la perfección con la orquesta involuntaria de sonidos provocada por la fauna y el cauce de ríos.
Luego de recibir las instrucciones de Alejandro y Sacarías, dos lacandones que laboran para la compañía Jaguar Ojo Anudado, la aventura comenzó: desde el primer segundo en que se ingresa al río Lacanjá la naturaleza impone su dominio y la adrenalina se apodera del visitante.
La tranquilidad del río es sólo una muestra de la armonía natural de la selva, pero los recordatorios de su poderío son constantes en cada cascada que succiona y avienta con fuerza todo lo que se le atraviesa. Cualquier movimiento en falso pasará factura, pero también todo buen trabajo tendrá como recompensa las aguas cristalinas de las manantiales casi al final del recorrido.
La travesía del rafting es única, ninguna fotografía se equipara a la que perciben los propios ojos, pues son kilómetros y kilómetros cuadrados de abundante flora y de vida salvaje que a pesar de los años se mantiene intacta.
Después de poco más de dos horas de trayecto, de sortear obstáculos y vencer miedos sobre la corriente del río Lacanjá, la aventura acuática quedó atrás para adentrarnos en la jungla que nos conectaría a la carretera con que lleva a una de las zonas arqueológicas más conocidas de Lacanjá: Bonampak, famosa por sus “muros pintados”, que de hecho, ese es su significado en maya.
Localizada cerca de la frontera con Guatemala, este sitio transporta a sus visitantes a los tiempos del imperio, gracias a las múltiples pinturas que retratan aspectos de la vida cotidiana de la ancestral comunidad guerrera.
Resulta imposible para el visitante no envolverse en la atmósfera de misticismo que impera en sus tres estelas y en cada estructura que lo conforma.
Y aunque el tiempo nunca será suficiente para descifrar las enigmáticas edificaciones mayas, cerca de dos horas es tiempo aceptable para apreciar cada tesoro de esta cultura.
Lacanjá alberga vestigios únicos sin explorar en el interior de su selva, por lo que otra actividad que no puede faltar en el itinerario del visitante es una caminata por el corazón de la jungla.
Son las 15:00 horas, la humedad y el calor sofocan el ambiente, pero en poco tiempo el sol nuevamente se perderá entre la inmensidad de los árboles.
Nos adentramos a la selva, acompañados de Alejandro, el camino está trazado de principio a fin, pero sólo los guías acreditados pueden dirigir una caminata, pues hay que recordar que es tan amable como peligrosa.
La fauna en forma de pequeños insectos comienza a hacer su aparición, mientras que los monos sólo reproducen sonidos que se escuchan a lo lejos, a la par que los diferentes brazos de ríos que se tienen que cruzar antes de llegar al destino final, la Cascada de las Golondrinas, lugar en donde las aves anidan durante la noche.
El camino está dominado por gigantescos árboles, pero ninguno como la ceiba, que se impone ante el resto al alcanzar los más de 60 metros de altura, al grado de que incluso uno de ellos es usado como mirador.
Tras una caminata de casi 40 minutos, la fuerza de la caída del agua anunció que habíamos llegamos a las cascadas y que el espectáculo estaba a punto de comenzar.
Mientras el sol se escondía, las frías aguas del área daban la bienvenida a decenas de golondrinas que llegaban a refugiarse de la oscuridad ante la mirada asombrada de visitantes, fue una atracción natural que a diario te ofrece la Selva Lacandona.
La noche cubrió a la selva con su manto, lo que significaba que era el momento ideal para regresar al campamento mientras descubríamos los secretos que fielmente guarda la jungla en la complicidad de la oscuridad.
Adentrarse a Lacanjá significa olvidarse de los problemas cotidianos y sumergirse en una aventura única e inolvidable que te brinda la oportunidad de conocer, amar y respetar a la naturaleza en cualquier entorno, así lo definió Ignacio Martínez, uno de los visitantes satisfechos con su estancia en esta mágica comunidad del sureste mexicano.
“El lugar es ideal para desconectarse del mundo citadino, adentrarte a la selva y sentirte parte de ella, que combinado con la aventura y el trato de los habitantes de la comunidad hacen que sea una experiencia única e inolvidable”, enfatizó.
Datos a saber de Lacanjá:
:: Un visitante no puede cazar ni pescar en Lacanjá; en caso de hacerlo será remitido por los nativos a las autoridades federales.
:: Los lugareños no pueden comercializar los recursos naturales de la comunidad, pues serían sancionados.
:: Existen cerca de 12 campamentos ecológicos para albergar a turistas.
:: Existen en la comunidad vestigios mayas aún sin explorar.
:: La religión católica no tiene mucha penetración en la comunidad.