
No superan los 15 años de edad y sus cortas vidas ya conocen a la perfección el drama del desplazamiento forzado por hambre y violencia.
Son niños, niñas y adolescentes haitianos cuya infancia ha sido trastocada por la migración y en lugar de pasar los días estudiando y jugando, son expuestos a asesinatos, secuestros, violaciones, asaltos y un sin fin de riesgos más por seguir a sus padres en busca de una mejor vida.
Con un PIB de mil 147 millones de dólares anuales, de acuerdo con el Banco Mundial, el país caribeño es el más pobre del hemisferio occidental, pero la desgracia que envuelve a su territorio va más allá del plano económico.
Y es que en los últimos años, la isla ha sido embestida por dos potentes terremotos (2010 y 2021), así como múltiples huracanes, que han dejado gran devastación y miseria.
A la fuerza de la naturaleza se le suma crisis sanitaria por el Covid-19, pero también la inestabilidad política, que tuvo su punto más álgido el pasado 5 de julio cuando un grupo de sujetos armados asesinó al entonces presidente Jovenel Moïse, provocando ingobernabilidad y caos social en el país.
Ante todos estos factores la única posibilidad que tienen muchos de los haitianos para sobrevivir es la migración, que incluso se convierte en el primer recuerdo de infancia o es su marca de nacimiento.
Miranda Merrinvil tiene 14 años de edad y desde que era pequeña los desplazamientos han acompañado su crecimiento y desarrollo. El primer destino fuera de su patria fue República Dominicana, a donde llegó en el vientre de su madre.
“Mis padres son haitianos, pero yo nací en República Dominicana”, mencionó.
La falta de empleo y la violencia orillaron a su familia a trasladarse al extremo oriente de la isla, aquel que constituye otra nación, otra cultura y otro idioma.
Y aunque sus condiciones mejoraron, los cuatro integrantes decidieron emprender un nuevo proceso de migración ahora para la América continental, específicamente a Chile, en donde Miranda ingresó a la escuela y aprendió español.
La infancia de la ahora adolescente haitiana tuvo como escenario la capital Santiago, lugar en el que jugó, aprendió y encontró amigos. Si tuviera una palabra para calificar sus p
A mediados de septiembre, Miranda llegó junto a sus padres y hermana a Monterrey, en donde su infancia se pausó, así como también sus sueños.
Y es que, en Chile, la adolescente se consideraba buena estudiante, ya que entre sus metas estaba convertirse en doctora, pero hoy, esos anhelos están “estancados” debajo de un toldo al exterior del centro para migrantes de Casa Indi de Monterrey, en donde desde hace semanas permanece a la espera de refugio.
Aquí no hay libros, no hay escuelas, no hay amigos, no hay juegos, ni siquiera libertad para un acto de rebeldía adolescente.
Miranda, como decenas de niños y adolescentes haitianos en Monterrey está “presa” en las inmediaciones de la ciudad a la espera de que se resuelva su situación migratoria. La “cárcel” al aire libre en la que habita es el resultado de una decisión tomada por sus padres, no por ella.
“Yo quisiera regresarme, yo era muy feliz en Chile. Le he dicho a mis papás que volvamos que no tendríamos que estar aquí, pero no se puede porque migración nos enviaría de regreso a Haití y no a Chile.
“Creo que nunca debimos de haber salido de Chile, allá por lo menos teníamos donde dormir, aquí ni siquiera eso. En Chile todo era mejor, en Chile no era así. Uno tenía casa, todo lo que queríamos en la vida lo teníamos allá. No sé qué le picó a mi mamá para venir acá”, aseveró la adolescente.
De entre los cientos de haitianos que llegaron a Monterrey, tanto para permanecer como para tomar un respiro, también está Delphin Wiss Clarencia de 14 años de edad, quien estrechó una amistad con Miranda.
Ambas adolescentes comparten, entre otras similitudes, que nacieron en Haití, crecieron en Chile y detuvieron su paso en México.
De complexión muy parecida, se les ve juntas casi todo el día: platican, deambulan, bromean y aspiran a que pronto podrán arreglar su situación en México o continuar su viaje rumbo a Estados Unidos.
La historia de Clarencia, como mejor la conocen, es casi una copia de la Miranda, en la que el hambre y la necesidad son los protagonistas e impulsores del desplazamiento.
Cuando apenas tenía uso de razón, la adolescente llegó a Chile junto a su familia para buscar empleo y mejor calidad de vida.
“Mi mamá dejó Haití porque quería una vida mejor para nosotros. Yo crecí fuera de mi país”, mencionó la originaria de Puerto Príncipe.
En Sudamérica la familia encontró refugio y con esfuerzo su situación comenzó a mejorar, pero, acorde con la adolescente, recientemente se anunciaron deportaciones masivas en el país, que lo llevó a una nueva “mudanza”.
Y es que, aunque su mamá trabajaba en un mercado vendiendo productos de limpieza como papel y pañales, no contaba con residencia chilena, lo que se traduciría a una segura separación de madre e hija.
“Yo tenía residencia, pero mi mamá no la tiene y es muy difícil conseguirla, por eso quiso mejor salirse de Chile”, dijo Clarencia.
Desempolvando todos sus ahorros comenzó la nueva travesía con destino a Norteamérica, que obligó a la adolescente a despedirse de la vida como la conocía: no solo de la gente que la rodeaba sino de las comodidades en las que habitaba.
“Teníamos nuestra habitación, nuestra computadora, íbamos a la escuela. Aquí dormimos en el suelo. Yo también era muy feliz en Chile, no hubiera querido salir de ahí”, expresó.
Hoy, a casi tres semanas de haber ingresado a México, Clarencia está consciente de que un día para otro su familia decida volver a tomar maletas y continuar con su camino rumbo a Estados Unidos.
De concretarse, no será una noticia nueva, ya que durante toda su infancia la migración ha sido parte de su vida.
NIÑEZ VIAJERA
Al día, decenas de niñas, niños y adolescentes son “arrancados” de sus raíces para intentar crecer en otras naciones con mejores oportunidades de vida. En las últimas semanas miles de menores haitianos han ingreso junto a sus padres al país para tratar de “sembrar” estadía en Estados Unidos o México.
Sin embargo, la película que visualizaron al escapar de su país dista mucho de lo que viven hoy en las calles y albergues mexicanos.
Los caribeños más afortunados han podido refugiarse en algunos de los espacios pro migrantes de la zona metropolitana, aunque eso signifique hacinamiento.
Protegidos por la “burbuja” de la compasión, decenas de pequeños ven pasar los días y noches entre el comedor de Casa Indi, las paredes de la Parroquia Santa María Goretti y el asfalto que divide ambos inmuebles.
Con apenas semanas de nacidos o hasta 10 años de edad, los pequeños viven su infancia rodeados de gente desconocida, soportando las inclemencias del clima, intentando moverse en espacio reducido y con la incertidumbre de si el sueño de sus padres se cumplirá.
rimeros años de vida, esa sería feliz.
Sin embargo, como si de una Ley de la vida se tratara, la entrada de la adolescencia trajo nuevo proceso de migración para Miranda y su familia en 2021, cuando la crisis sanitaria por la pandemia los orilló nuevamente a desplazarse, pero ahora con destino al país de las barras y las estrellas.
Dejando atrás a sus amigos, vecinos, escuela, libros y recuerdos, la adolescente emprendió el viaje más dramático y crudo de su existencia, por los lugares más inhóspitos de Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y México.
En el trayecto, los ojos de esta menor de edad presenciaron violaciones, torturas y asesinatos, incluyendo la de su tío, quien no pudo escapar de la selva colombiana.
“En la selva de Colombia están violando a las niñas y a los niños. A nosotros afortunadamente no nos tocó, pero es muy feo todo esto. Mi tío quedó muerto allá en la selva, venía con nosotros y ya no pudo llegar”, relató la menor.
Violene Marseille llegó con sus dos hijos a la Sultana del Norte el pasado 19 de septiembre. Al igual que muchos haitianos que ya habían emigrado de la isla a Chile dejó el país sudamericano por el temor de las deportaciones y emprendió un viaje con destino a Estados Unidos, pero la situación en la frontera la detuvo en México.
Hoy, Jhon Terry de tres años y Rebeca de ocho no pueden llevar una infancia común: correr, gritar, jugar o llorar son actividades que están limitadas por los metros cuadrados de piso en donde están congregados.
De la educación ya ni se diga, en las últimas semanas los menores han visto más de cerca las armas de Fuerza Civil que algún pupitre o una libreta.
Por naturaleza los infantes son inquietos, pero aquí están orillados a comportarse y a no quejarse para no hacer más caótica la situación de los integrantes de la caravana.
Se trata de niños y niñas obligados a madurar en corto tiempo para sobrevivir a los desafíos de la migración; se trata de niños y niñas que han cruzado más fronteras que años cumplidos; se trata de niños y niñas que, sin pedirlo, encaran la vida como adultos.
ANUNCIAN VACUNACIÓN PARA MIGRANTES
No hay que olvidar el contexto internacional actual: las oleadas de migrantes se desarrollan en medio de la pandemia del Covid-19, que agrava la situación de los desplazados.
Por tal razón y para evitar que se conviertan en un problema de salud pública, el gobernador Samuel García, anunció el 14 de septiembre que los haitianos en Monterrey, así como la población privada de su libertad (reos), serán vacunados con el fármaco de AstraZeneca.
Lo anterior, luego de gestionar con el subsecretario de salud federal, Hugo López-Gattel, la llegada de 1.5 millones de biológicos a la entidad para continuar con el programa de inmunización de la Brigada Correcaminos.