Alejado del vanguardismo y ajetreo de las grandes ciudades paulistas, una historia distinta se escribe en las comunidades rurales del estado más rico de Brasil: São Paulo, en donde el ritmo de vida tiene permiso de desacelerarse, pero no de detenerse.
Considerada la entidad más poderos del gigante latinoamericano, cuya economía incluso supera a la de cualquier país de América del Sur, el estado de São Paulo es famoso por su desarrollo industrial, así como por sus prósperos campos, en donde predomina la producción de caña, café, algodón y naranja.
Al igual que la mayoría de los países de la región, desde 1965 la mitad de la población de Brasil ya había sobrepasado el umbral de urbanización. Sin embargo, el crecimiento económico acelerado que la nación ha registrado recientemente ha impulsado aún más la transición de pueblos a ciudades.
Son las 18:00 horas, tiempo de Brasil y el sol aún baña con intensidad a las ciudades y las miles de hectáreas de siembras paulistas, con la diferencia de que el dinamismo que se vive en “la ciudad que no puede parar”, como llaman los brasileños a São Paulo, contrasta con la placentera tranquilidad a las afueras de la capital y el resto de las ciudades.
A casi 530 kilómetros de la que también es considerada la octava ciudad más grande del mundo se ubica Macaubal, una callada comunidad que apenas sobrepasa los 7 mil habitantes, pero que contribuye al desarrollo del país gracias a los campos de cultivo y crianza de ganado.
Unidos por las Rodovías Washington Luis, Feliciano Salles da Cunha Y Jamil Chamas, el bullicio de la urbe se disipa y da entrada a la vida campirana de la industrializada nación.
En Macaubal, el verde de los campos se acentúa gracias a los cultivos de caña y maíz que junto con la ganadería se convierte en el sustento de las familias de las comunidades rurales.
Ahí, en donde convive la siembra y crianza de ganado para el autoconsumo con la producción masiva controlada por empresas mundiales, el tiempo parece haberse detenido.
Cada mañana, Osni Evangelista de Souza, de 48 años, se levanta a temprana hora y junto a su esposa e hijos comienza las labores en los terrenos familiares que consisten en la producción de leche.
Por casi ya cinco décadas el agricultor ha vivido en una hacienda de Macaubal, en donde la vida transcurre al ritmo que dicte cada habitante, no la agenda citadina.
“La rutina en el campo es normal: ordeñar a las vacas, plantar, cosechar, el trabajo normal. Me gusta mucho la agricultura. Nos levantamos a las 5 de la mañana a ordeñar a las vacas, cuidar el ganado, alimentarlo. Regresamos a la hora de comida al hogar, tomamos una siesta y en la tarde volvemos a ordeñar a las vacas y es todo”, mencionó el agricultor.
El poco pero suficiente alumbrado público del municipio regala a sus habitantes en verano una perfecta vista de las estrellas y constelaciones, mientras que la brisa de la noche amortigua un poco el intenso calor de la tarde.
En la comunidad, el sonido de la naturaleza propicia una sinfónica perfecta integrada por los sonidos de animales, de los cuerpos de agua y el andar de las copas de los árboles.
Para el mediano productor, la vida en el campo es perfecta.
“No veo desventajas de vivir en el campo. Esta paz y esta tranquilidad me gustan. Tal vez hay algunas dificultades porque tenemos que trabajar bajo el sol fuerte, pero otras cosas lo compensas. No cambiaría esto por nada, por nada”, señaló Evangelista de Souza.
Distantes de la exclusiva avenida Paulista, ubicada en la capital del estado y considerada una de las 10 calles más lujosas del mundo, los cientos de hectáreas ejidales de Macaubal se unen por caminos de terracería.
Las labores en el campo no siempre son sencillas, en ocasiones las inclemencias del tiempo azotan con fuerza a los trabajadores del campo, quienes tienen que sortear la lluvia y el sol.
Aún así, las familias de Macaubal viven contentas mientras el crecimiento urbano del país latinoamericano no los alcance.
Y es que acorde a Evangelista de Souza el número de agricultores va en disminución, debido a que la mayoría de los productores se mudaron a las ciudades, atraídos por el crecimiento urbano del país.
“Todo indica que las granjas familiares van a desaparecer. Eso es cierto, pequeños y medianos agricultores van a desaparecer. Yo soy un pequeño agricultor. Las granjas pequeñas y medianas dependen exclusivamente de las familias, dependen de sus familias y sus empleos. Las que van a continuar son las grandes granjas de cultivo”, mencionó Osni Evangelista.
Pero Macaubal todavía regala postales campiranas, aderezadas con tecnología: por las mañanas aún es posible apreciar a los habitantes del campo intentando pescar en el lago local o laborando arriba de los modernos tractores.
Otros ejemplos de ello son Alcir Teodoro de Carualho y Antonio Da Silva, trabajadores del campo de Macaubal, quienes como la mayoría, disfrutan estar alejados de las grandes urbes brasileñas y prefieren la vida campirana que regala la pequeña ciudad de Macaubal.
Antonio Da Silva es agricultor y Alcir es chofer de transporte para un productor mayor con tierras en la comunidad.
Ambos, saben que la vida en el campo puede tornarse complicada en ocasiones, pero coinciden en que no emigrarían a las ciudades porque se sienten conformes viviendo en la zona rural del país.
Pero no sólo su amor por la vida campirana une a estos tres macaubalenses, también existe algo más que los afianza como amigos: la pasión por el futbol, el deporte nacional que alcanza hasta el más recóndito lugar del gigante “verdeamarela”.
PASIÓN POR FUTBOL
Macaubal se ubica en la región noroeste del estado paulista, a más de cinco horas de distancia de la capital São Paulo; sin embargo, comparte una peculiaridad con el resto de las comunidades rurales del país: que por más escondido que se localice, todos han sido atrapados por el encanto del balompié y este municipio no es la excepción.
Aún con el trabajo forzado que exige la vida en el campo, los macaubalenses se toman un tiempo para disfrutar de su deporte favorito, el futbol, el mismo que los colocará a su nación en los ojos del mundo a partir del 12 de junio de 2014, cuando el silbatazo inicial del Mundial 2014 se dé en el casi terminado estadio de São Paulo, denominado Arena Corinthians.
“Ya tenemos el espacio para mirar el Mundial”, se escucha en la vivienda de la familia Gabriel da Silva, en donde su pasión por el futbol no se puede ocultar, especialmente por el equipo de sus amores, el Corinthians de São Paulo.
La sala de esta familia es prácticamente un santuario del equipo paulista, ese que ha sido campeón en cinco ocasiones en la Liga Nacional de Brasil.
Aquí el futbol es tradición y en un evento tan importante como el Mundial parecería que todos deberían estar entusiasmados con albergar la Copa, pero no es así.
Para los pobladores de la comunidad, quienes día a día trabajan de sol a sol para vivir, el gasto excesivo para la construcción de estadios debería de ser destinado a la mejoría de los sistemas de educación y salud.
La idea de que su equipo Brasil se corone campeón en casa por supuesto que emociona, pero no al grado de intentar asistir a los estadios para presencial algún juego oficial.
En su lugar, los habitantes de Macaubal ya tienen preparado un espacio en casa en el que disfrutarán de los encuentros mundialistas por televisión.
Y es que las condiciones económicas no sólo limitan la recreación, en ocasiones la vida en el campo también pueden frenar algunos sueños de grandeza.
SUEÑOS MUNDIALISTAS
Como la mayoría de los jóvenes brasileños, Mateus de Oliveira Chagas soñó de pequeño con convertirse en un astro del futbol.
Aficionado al balompié, desde la infancia, el chico de 15 años, habitante de Macaubal, disfrutó del juego de la pelota con amigos en los campos de tierra de la comunidad rural, mientras que en su mente, el sueño de jugar en una cancha profesional persistía.
“Sí me gusta mucho el futbol, pero no todo, sólo algunas partes. Hay cosas que no me gustan, me gusta jugarlo entre amigos, sin competir, porque cuando uno compite el futbol es sólo pelea, esas son las cosas que no me agradan”, mencionó el joven.
“Por supuesto que pensé en ser jugador profesional. Me gustaba jugar como defensa. Quería convertirme en un jugador de futbol, pero me di cuenta que en un poco difícil, más porque descubrí que no era tan bueno para el futbol, no tengo tantas habilidades y eso lo hizo más complicado”, agregó.
Con el paso del tiempo, los sueños de convertirse en un astro del balompié se fueron disminuyendo para Mateus, ya que intentar serlo también requería de dejar a sus padres para mudarse a una ciudad, ya que en el campo no existen esas oportunidades.
“Ya no quise, primero porque me di cuenta que no tenía las habilidades. Además porque tienes que estar totalmente enfocado en eso, tienes que vivir lejos de tus padres, buscar en dónde vivir en la ciudad. Creo que es muy complicado”, mencionó Mateus.
Y es que aunque el municipio de Macaubal tiene una escuela de futbol, a la cual ya acudió, los jugadores que ahí se forman sólo juegan en ligas locales.
Admirador del argentino Leo Messi y el brasileño Alexandre Pato, el joven prefirió abandonar su anhelo de ser un jugador profesional y de “ganar mucho dinero” por la falta de habilidades y la lejanía de las escuelas de futbol.
“Sí creo que es más difícil viviendo en el campo porque los otros chicos viven más cerca de los grandes equipos. Si viviera en Río Preto podría ser porque ahí está el América de Río Preto, que es un equipo profesional. En Mirassol también hay un equipo profesional. Creo que si hubiera vivido ahí, hubiera sido más fácil, pero como vivo en el interior del estado es un poco más complicado. En São Paulo, es obvio que tú puedes serlo, ahí está el Corinthians, Palmeiras, São Paulo. Creo que en las ciudades pequeñas es más difícil convertirse en un jugador profesional”, aseveró el joven.
Y aunque la vida como futbolista se frenó para Mateus, algunos de sus amigos de infancia siguen en el sueño de pisar otro tipo de campo.
“Uno de mis amigos, que estudiaba conmigo el año pasado se fue a la ciudad de Monte Azul para entrar a una escuela de futbol ahí porque quiere convertirse en jugador profesional. Antes había ido a Mogi-Mirim para hacer una prueba pero no fue seleccionado. Supongo que le está yendo bien en Monte Azul porque no ha regresado”, comentó.
Ahora, Mateus se dedica únicamente a sus estudios de secundaria y piensa continuar una carrera técnica relacionada con la agricultura.
Y aunque en su momento el joven soñó con pisar una cancha profesional, por hoy se conformará con ver el Mundial 2014 desde casa.