Ver a grupos de músicos callejeros, vestidos con camisa, pantalón, bota y sombrero vaquero ha sido una escena familiar que por más de dos décadas o menos han observado quienes transitan por la calle Cuauhtémoc al centro de Monterrey, cuando van camino a sus hogares o centros de trabajo.
Día a día, sin importar las inclemencias del clima, hombres de entre 30 y 60 años como Domingo Parra Aguilar, llegan a su “fuente de trabajo” para obtener un ingreso y solventar los gastos del hogar, pero en relación a otros años, cada vez tienen menos oportunidad de ir a una tocada.
Abrigado con chamarra y el peculiar atuendo norteño, el sexagenario esperaba que algún cliente se detuviera sobre la banqueta de un local, en la avenida Cuauhtémoc y Colón para solicitarle su servicio. Pero no fue así, desde las 18:00 horas “no ha caído ningún contrato”, dijo Domingo.
Mientras tanto y pese al frío de la noche, él tocaba el acordeón para animar a la gente que por ahí pasaba. Entonaba alguna melodía como las de “El Palomito”, entre otras para atraer a los clientes pero nada.
Y que escuchar las notas del acordeón, tololoche, o guitarra, sonidos distintivos de la música norteña, ya no es suficiente para los amantes de la música o de las fiestas.
“Desde hace 10 años, la llegada de los electrónicos, cintas, rockolas y karaokes nos han quitado la chamba. Por eso ha bajado nuestro trabajo y si nos contratan es por unas horas, no más porque quieren música versátil o los invitados prefieren cantar”, expresó Domingo.
Antes, recordó, “teníamos trabajo todos los días, era fácil que llegara, no uno, sino hasta varios clientes en un rato y ahora ni uno por día”, dijo.
En la actualidad, el único y posible día fuerte podría ser el sábado. “Si bien nos va, porque a veces ni ese día”, agregó. Sin embargo, todos los días Domingo sale de su hogar, ubicado en Apodaca, para ir a trabajar con la esperanza de que salga algo.
Cada día el panorama parece más desalentador, ya que llegan nuevos géneros musicales y diversidad de formas para reproducir la música, situación que deja en el olvido a los músicos callejeros de Cuauhtémoc.
“MALBARATAMOS NUESTRO OFICIO”
Domingo ha tenido que prestarse al regateo para poder obtener una ganancia en caso de que llegue algún cliente. De no ser así y dejar ir una tocada, otro músico podría aprovechar la situación.
“Uno tiene que agarrar lo que hay porque si no, sin eso nos quedamos y hay que llevar dinero a la casa para los gastos. La situación está muy difícil”, manifestó.
Él tiene una esposa e hijos que lo esperan en casa, y por la edad que tiene, reconoce que no le queda más que hacer que dedicarse a la música porque ya no es fácil lo contraten.
“Cuando tengo tocada, saco 800 pesos pero aún así el cliente dice: ‘traigo 600, si quiere”, así que no me queda más que aceptar porque si no, ni eso obtengo”, comentó.
Señaló que ahora más que nunca se da el regateo y como él, seguramente otros músicos no se niegan, debido a que tenemos que sacar para el chivo”, dijo.
El mes de diciembre pudiera ser un mes fuerte de trabajo para finalizar el año, pues la música norteña nunca pasa de moda, pero por ahora queda esperar las contrataciones.
“A ver si las empresas nos buscan como tiempo atrás que venían con semanas de anticipación y a vísperas de las posadas. Mínimo que nos contraten unas dos horas porque ya sabemos que para después usan las rockolas o karaokes”, apuntó.
Con ánimo, siguió parado en la orilla de la banqueta, tocando el acordeón para captar la atención de algún transeúnte y posible cliente.
El frío de la noche no le impedía poner ímpetu en su labor al tocar cada una de las teclas del instrumento con el que da ese toque especial a “Cómo voy a odiarte”.
REPERTORIO ACTUALIZADO
Para no perder vigencia y luchar contra los karaokes o rockolas, Domingo y su compañero Raúl con el que hace dueto en Jilgueros del Valle, han ampliado su repertorio con la música del momento, de famosas agrupaciones como Pesado e Intocable, por mencionar algunos.
“Nuestra música es la norteña, ranchera y corridos pero con tanta diversidad le hemos tenido que entrar a melodías de moda que sacamos con nuestros instrumentos, porque la gente las pide y estamos obligados a tocarle al cliente lo que solicite”, explicó.
Entre las melodías del momento, más solicitadas, destaca la música de cantina como las de Pesado, pero no se olvidan las tradicionales norteñas como “Casa Nueva”, entre otras de las que se acuerdan durante la tocada, que van desde rancheras a boleros.
Con tan sólo afinar su oído, Domingo y Raúl, ambos con 60 años de edad, sacan las melodías en sus instrumentos, pues aprendieron a tocar sin apoyo de un maestro.
“Escuchamos con atención las canciones originales e imitamos los sonidos con el tololoche, bajo sexto o acordeón, según sea el ritmo. Si tenemos alguna dificultad, entre todos los músicos nos apoyamos”, comentó.
En vista de que el trabajo está a la baja, ellos han tenido que mejorar o diversificar su estrategia publicitaria para contrataciones. Con lo poco o mucho que obtienen como ingreso, Domingo mandó a hacer un centenar de tarjetas de presentación.
“Reparto con conocidos y la gente que vea en los lugares por los que transito. Desde luego no falta la entrega de éstas en Cuauhtémoc para poder ganchar trabajo”, dijo.
Domingo reconoció que en la actualidad tienen que ponerse muy alertas para no dejar ir los clientes; “si ya estamos en nuestra fuente de trabajo no podemos sentarnos por mucho tiempo, tenemos que permanecer de pie y con instrumento en mano porque si no, otro nos puede ganar la chamba”.
“Es como un reglamento mostrar el instrumento e incluso tocar o cantar para atraer los clientes, además de estar parados sobre la banqueta. No importa haga frío o calor”, mencionó.
SI NO FUERA MÚSICO, SERÍA PASTOR DE GANADO
Hace 31 años, Domingo llegó a Monterrey, procedente del Valle de San Luis Potosí, donde desde niño se dedicó a pastorear ganado.
Pero en su tiempo libre imaginaba que cualquier pedazo de madera que se encontraba era una guitarra y se daba a la tarea de emitir sonidos y cantar.
“Siempre me gustó la música pero nunca se dio nada al respecto. Cuando llegue a Monterrey tuve que trabajar de paletero, en la construcción y otras cosas pero mis hermanos armaron un grupo y ahí aprendí a tocar al verlos y escucharlos; desde entonces me dedico a ello”, dijo Domingo.
Recuerda cuando llegó por primera vez a la fuente de Cuauhtémoc hace 20 años, cargando su bajo sexto, “había muchos músicos en esa calle y en el arco de Pino Suárez y Reforma, antes era un buen oficio”, expresó.
“Había demanda y mucha, eran otros tiempos. Ahora vengo por seis horas o poco más y si tengo o tenemos suerte, nos toca trabajar”, señaló.
Por ahora y por más de dos décadas, Domingo ha encontrado en este oficio una forma de mantenerse vivo en algo que le gusta y de lo que pude obtener un ingreso.
Cada día que pasa, sale de su casa con la esperanza de tener una o varias tocadas. Sin embargo, insistió que él como muchos de sus compañeros se sienten desplazados por los karaokes o rockolas.