
En la emergencia sanitaria por el Covid-19 existen muchas clases de héroes. Están los que portan batas, mantienen las ciudades funcionando y quienes cuidan de la seguridad de las personas. A todos ellos hay que agregarle una categoría muy especial de heroínas: las mamás, quienes durante esta cuarentena han tenido que multiplicarse y convertirse en maestras y enfermeras. Aquí el testimonio de algunas de ellas.
Cuidar a tres ‘princesas’
Por Nallely Pillado
Soy mamá de 3 “princesas”: Lesly de 6, Nallely de 3 años y Julieta, la bebé de 8 meses de nacida. Soy profesionista con una ingeniería de Sistemas Computacionales. Pero también soy ama de casa, esposa y ahora hasta maestra.
Mis días con el confinamiento por el Coronavirus inician a las 7:30 horas preparando el desayuno, luego debo levantar niñas, arreglarlas, peinarlas y, ahora sí, comenzar a trabajar; una hora después y mi hija mayor Lesly arranca sus clases en línea a las 9 de la mañana.
Adaptarnos ha sido un poco complicado por el tema de que estoy laborando desde casa, además debo de preparar comida, las clases en línea, las tareas y la demanda de la bebé ya que aún estamos en el periodo de lactancia.
Durante este tiempo también tuve que aprender a convertirme en maestra, ya que mis niñas están en el colegio y a diario nos conectamos a las clases en mediante Internet.
Estas semanas han sido de total aprendizaje y adaptación, ya que a pesar de las estresadas que en el día nos damos, en mi familia también hemos tenido logros importantes.
A pesar de todas las actividades, complicaciones y sacrificios me siento satisfecha y contenta porque mi niña, la más grande, me dice que yo la enseñé a leer.
Otra tarea muy importante y difícil por el tema del Covid-19 es que mis niñas quieren salir y me piden que las lleve al parque, obviamente hago hasta lo imposible porque estén dentro de casa.
Para evitar que se fastidien por el encierro les hemos inventado de todo: picnic, hacemos pastelitos, cocinamos juntas, nos ponemos trabajar con las tareas de limpieza del hogar, además de jugar y así nos distraemos un poco ya que se que si es muy complicado para ellas entender que por su bien deben de estar reguardadas en nuestro hogar.
Afortunadamente cuento con todo el apoyo de mi esposo Raúl y a pesar de que los dos trabajamos en casa y a veces se complica porque tenemos en el mismo horario en las reuniones de trabajo, encontramos la forma de cuidar a la bebé y seguir con nuestras actividades de trabajo.
Espero que muy pronto se acabe todo esto para poder seguir nuestra vida normal. Algunos veces es muy pesado pues los días inician a las 7:30 horas y terminan a media noche, pero ha sido un logro familiar seguir cumpliendo con los compromisos laborales, nuestras hijas, nuestro hogar y fundamentalmente la salud de todos.
Mamá maestra de inglés y español
Por Mónica Zúñiga Martínez
Tengo que estar atenta a la hora en que inician las clases, eso sin descuidar el home office y peticiones de mis jefes de México y de Monterrey.
A la hora que se conecta mi hijo de cuatro años (que está en Preescolar 1), ya debo tener todo el material que piden (pintura, sopitas, material para decorar, pegamento), cosas que están en el colegio y que no nos dieron para trabajar en casa, así que tuve que comprar más, o sea otro gasto.
Ya que tengo el material, que piden un día antes, entramos a la clase que dura aproximadamente 45 minutos.
Tengo que estar atenta a las indicaciones de la “miss” e ir haciendo que mi hijo haga las actividades. Aunque son fáciles, quitan tiempo.
Para mi es complicado estar así, puede entrar una llamada o videollamada de mis jefes y tengo que contestar, además debo de estar pendiente de las dudas que puedan tener mis editores.
Después de tomar la clase siguen las actividades que dejan al iniciar el mes y otras tareas.
Mi hijo lleva materias en inglés y español, por lo tanto es demasiado trabajo por hacer. Hay días que no quiere y es una lucha constante para lograr que termine y así enviar evidencias a la “miss”.
Tengo otra hija de nueve años que está en tercero de primaria y aunque ella es más independiente, al final tengo que checar sus actividades de español e inglés que estén correctas para enviar evidencia antes de que acabe el día.
¡Ah! a todo eso hay que sumarle las tareas de casa y hacer comida.
Educar en tiempos del Coronavirus
Por Jessica González
Soy mamá en tiempos del Coronavirus, pero también esposa, empleada, hija, ama de casa, madre de familia, auxiliar de la “miss” del colegio, psicóloga (lo intento), compañera de juegos, la mala del cuento y todo lo que en esta cuarentena se pueda acumular.
Adaptarnos a estar 24/7 en casa no es cosa fácil, piensas que todo será miel sobre hojuelas porque estás acostumbrada a una jornada laboral activa que te mantiene fuera de casa por casi 12 horas, cinco días de la semana, donde identificas áreas de oportunidad y resuelves, entregas reportes diarios, vives el estrés de los conflictos laborales, vas y vienes mil veces.
Entonces crees que quedarte en casa y hacer las “tareitas” del hogar y del colegio son pan comido, porque tendrás más tiempo libre para organizar y tener como relojito funcionando a la familia; permítanme decirles que no es así, no existe el tiempo libre cuando eres mamá y trabajadora.
El reto es mayor y aunque los días parecieran iguales, todos son diferentes: inicias con “¿qué van a desayunar?” y tu siguiente frase puede ser: “en un momento envío por correo el reporte”, es ahí cuando entra la adrenalina; rápido calienta las tortillas y ten listo el aguacate, el huevo, el queso y cualquier otro alimento que complemente el buffet de antojo de una niña de 4 años ¡ah! y no olvides la papilla de la bebé de 9 meses.
Son las 12:00 p.m., sentémonos a tomar una clase virtual de 20 minutos de inglés, fonética, matemáticas o español. ¿Acaso olvidaste educación física y sus calentamientos, bailes y circuitos?, ¿subiste las fotos de evidencia de las tareas de esta semana a la plataforma del colegio?
Terminó la clase: “gané”, dice orgullosa la pequeña alumna que entre llamadas de atención, aplausos y porras logró mantenerse atenta en una computadora; cambiamos el sombrero y empieza la jornada del home office, correos, WhatsApp, videollamadas, documentos de oficina, presentaciones, llamadas a jefes, directores, compañeros y en cada comunicación se escucha una pequeña vocecita que se acerca muy sigilosa al teléfono y dice “hola, ¿cómo te va?”, “¿quién eres?”, y empieza a subir la intensidad del “mami, mami, mami” y, de pronto y sin esperarlo, el llanto desconsolado de una bebé que quiere dormir.
Mientras escuchas las risas de la persona del otro lado del auricular sientes el estrés de tomar la decisión de si el trabajo se queda a medias o ignoras un momento los gritos de las niñas; es entonces cuando entiendes que el relojito soñado no será una realidad.
He aprendido a ser mamá y trabajadora al mismo tiempo, he aprendido de mis hijas y a estar consciente de que ellas me necesitan; he aprendido a valorar más el esfuerzo de mi esposo y de las personas que me rodean y a darles gracias por el apoyo que me brindan; valorar mi lugar de trabajo, el compromiso de mis jefes y compañeros; he aprendido que el estilo de vida cambió, sin embargo el amor por mi familia es aún mayor y reafirmo que por ellos me puedo dividir en mil; acepto que hay días buenos como los no tan buenos, pero es parte de este juego de roles que el 2020 nos ha hecho experimentar, aprender a vivir un día a la vez y siempre agradecer.
Ánimo súper mamás, a querernos mucho para reflejar ese cariño a los demás, a ser pacientes que todo esto pasará y la lección aprendida será increíble e inolvidable.
En cuarentena y sin cocina
Por Patricia Ruata
Yo creo que la cuarentena de la mujer promedio en México no está siendo fácil, ya que tenemos que ser madres, maestras, esposas, empleadas, y limpiar la casa el mismo día.
Es agotador, no me había cansado tanto físicamente en mucho tiempo.
Y a eso sumarle que me iban a cambiar la cocina y me la tumbaron ¡dos días antes de la pandemia!… fue la cereza del pastel.
Y aquí sigo, con la cocina incompleta.
Viéndolo positivamente, ya he bajado cinco kilos.
Estoy contando los días para que los niños salgan de vacaciones en la escuela.
Mis respetos para las que tienen más de tres hijos, un gran aplauso para ellas.
El alto costo del encierro
Por Marcela Torres
Es raro pensar en el término de cuarentena y no asociarlo a la maternidad. Hay muchas otras referencias de la cuarentena, especialmente en la Biblia: cuarenta días llovió en el diluvio que acabó con la tierra, por cuarenta años los israelitas erraron en el desierto, durante cuarenta días el gigante Goliat confrontó al pueblo de Israel, cuarenta días estuvo Jesús en el desierto antes de morir. Sin embargo, el periodo que comprende las cuarenta semanas que permiten la gestación de un bebé durante el embarazo, aunado a los cuarenta días de recuperación que sugieren a la madre, lo sentimos cercano, cotidiano y es parte de nuestro vocabulario. Ahora, la cuarentena será además utilizada para recordar este tiempo de aislamiento social debido al Covid-19, independientemente de si somos madres o no, o si el periodo son cuarenta días o más. Sin embargo, la incertidumbre que ahora vivimos definitivamente me hace recordar a ese sentimiento de convertirse en madre.
Vivo en California, uno de los primeros estados en los Estados Unidos que declaró el estado de emergencia en el país. Era el 4 de marzo de 2020. Las noticias y los cambios fueron tan rápidos que no tuvimos oportunidad de reflexionar, simplemente tratamos de hacer lo que creímos más conveniente: nos quedamos en casa. Las restricciones no me parecieron tan mal en un principio. Como inmigrante estaba acostumbrada a vivir en cierta forma en aislamiento y hacía más de un año que experimentábamos con el de aprendizaje en casa. Según yo, nuestra dinámica no se vería muy afectada.
Pero mi hija mayor no lo estaba viviendo igual. Desde su mirada de apenas ocho años todo era más dramático y confuso. Y sí que lo es, pero uno como adulto trata de mantener la calma, por ellos, por los niños. En cuestión de días el panorama había cambiado. El Coronavirus era el centro de atención en todos los contextos, en las noticias, en las conversaciones e incluso en los silencios. Le dimos la información que teníamos, sin detallar en las grandes y dolorosas cifras, tratando de ver el lado positivo, por ellos, por los niños. Sus clases extras pronto empezaron a ser virtuales, al igual que la convivencia con los familiares y uno que otro amigo. Los parques ahora tenían cintas amarillas bloqueando los accesos. Ahora sólo yo salía de casa para hacer las compras, y todos usábamos cubrebocas. Sus responsabilidades se habían incrementado: ayudaba en las labores de la casa más a menudo y adquiría nuevas habilidades. Tratamos de mantener cierta rutina por nuestro bien, especialmente por el de ellos, los niños.
Pero esto no es sostenible por mucho tiempo, la preocupación es constante, la amenaza es real, la incertidumbre un miembro más de la familia y un día, mi pequeña se derrumbó. Varias noches no pudo conciliar el sueño, me dijo que soñaba con serpientes que entraban a la casa, tenía miedo de salir, me preguntaba cómo estaban los abuelos en México, qué significaba que cerraran las fronteras, por qué papi trabajaba desde casa, pero más tiempo; cómo están quienes se encuentran solos, enfermos o sin trabajo; quién cuidará de ella y su hermana si nosotros nos enfermamos. Lloró, lloramos juntas, porque no se puede fingir, por el bien de ellos, de los niños… hay que darles las herramientas que incluso nosotras no tenemos. Hablamos largo, nos abrazamos mucho, fuimos sinceras. Le di la única arma que yo tengo, aunque a veces no alcancemos a comprenderla.
Hoy la veo y me pone el ejemplo. Me abraza cada mañana y por las noches antes de dormir. Ha hecho sus tareas, escrito sus propios libros, inventado nuevos juegos. Hizo mi cumpleaños más alegre, juega con su hermana y llama con más frecuencia a los abuelos. Cada tarde “acompaña” a su amiga solitaria, y poco a poco está aprendiendo a nombrar eso que siente y que le es nuevo. Como todos, se entristece y diariamente desea que esto termine pronto; quiere regresar a la normalidad.
Y sí, hay más proyectos por hacer, más comidas por preparar, más cosas por limpiar; como mujeres cubrimos jornadas dobles de trabajo mientras tratamos además de estar ahí para nuestros seres queridos; para aquellos que están solos y quienes no pueden escapar de casa. Tratamos de sostenernos a nosotras mismas. Puede parecer simplista decir que mantengamos la calma, que está bien dejar de hacer y solo ser, que aprovechemos este tiempo para conocernos y reconocer a quienes tenemos cerca, que nos cuidemos y permitamos que otros nos cuiden. En realidad, ¿qué nos queda? Sentirnos afortunadas de vivir este momento en nuestra historia. Será un proceso doloroso –como el parto- pero la lluvia cesó, el pueblo llegó, el gigante cayó y Jesús resucitó. Quizá se necesiten más de cuarenta días, pero esta cuarentena nos trasformará cual bebés en gestación para regresar a ese lugar que añoramos, por tu bien y el de ellos, los niños.
“Soy la primera en despertar”
Por Gina Ramos
A partir del 18 de marzo mi vida cambió, mi rutina se modificó y mis hijas y yo nos subimos en un barco que a veces se tambalea tanto que parece que va a hundirse.
Antes de que el famoso Coronavirus nos obligara a quedarnos en casa, todo parecía funcionar en automático: preparar desayuno y lonche, arreglar y mandar niñas a la escuela, arreglarme e irme a trabajar, regresar a casa a dar de cenar y dormir a mis tres bebés era mi día a día; los fines de semana eran para ir a piñatas y pasear en familia y de pronto, todo esto que yo creía perfecto cambió radicalmente.
La pandemia nos agarró en plena mudanza, si cambiar nuestros hábitos parecía complicado, hacerlo en una casa nueva, con vecinos desconocidos y cajas por todos lados convirtió en caóticos nuestros primeros días.
Recuerdo haber buscado en YouTube un video que pudiera explicar amigablemente a mis hijas lo que nos obligaba a estar en casa, ellas estaban sorprendidas pero al mismo tiempo se mostraron dispuestas a aprender las medidas de prevención y así empezamos nuestra nueva vida.
La primera en despertar sigo siendo yo, pero ahora no es para preparar lonches y uniformes, sino para adelantarle al trabajo que no puedo descuidar pues el ingreso es indispensable para sobrevivir; después despierta la primera de tres hijas, la bebé de apenas 11 meses que desde que abre los ojos demanda atención, luego la de cuatro años y finalmente la de dos; para las ocho de la mañana ya estamos terminando de desayunar y empiezan a sonar en el celular notificaciones con las tareas escolares del día ¡Ahora, además de ejercer mi profesión, también doy clases de maternal, de preescolar, de inglés, de música y de deportes! Apenas terminamos de hacer deberes escolares y las niñas tienen hambre ¡Dios! ¡Mamá, profesionista, maestra, cocinera y todo lo que implica estar en casa!
Confieso que este es el reto más grande que he enfrentado en mis 42 años de vida. Ser mamá y trabajar no era tan complejo hasta ahora que la computadora, los biberones, las crayolas, los sartenes y los sanitizantes comparten tiempo y espacio y son completamente mi responsabilidad. A veces llega la noche y no recuerdo si tuve tiempo de tomar una ducha, si me tomé mis medicamentos o si olvidé enviar alguna tarea o reporte a mi jefe.
¿Lo positivo? Creo que si el Covid-19 no hubiera llegado a Nuevo León, la convivencia con mis hijas no se hubiera dado de esta forma tan estrecha, que me hubiera perdido los primeros pasos de la más pequeña de mis hijas, que jamás hubiera hecho un alto en mi ajetreada vida para escuchar los miedos e inquietudes de mis hijas. Soy afortunada, tengo una familia, un trabajo que cuidar, un jefe comprensivo y muchos amigos y amigas que sin darse cuenta hacen que conserve la cordura. La vida nos obligó a hacer un alto en el camino para que recordemos que somos frágiles, que necesitamos de los demás, que debemos cuidar nuestro planeta y que siempre lo más importante es y será nuestra familia.
La difícil maternidad de contingencia
Por Xani Anahi Flores
Tu día empieza y ya estás cansada. Tu hijo de cinco años se metió en tu cama durante la madrugada y decidió dormir atravesado, pero sólo en tu espacio (por alguna razón el espacio del papá no es tan cómodo con el de mamá).
Te levantas de la cama, evitando a toda costa despertar al niño porque lo amas, pero también quieres tomarte un café mientras revisas los mensajes del grupo de WhatsApp de la familia, en paz, utilizando dos sillas del comedor pues, aunque te acabas de levantar, te siguen doliendo los pies del día anterior.
Tu primer trago es maravilloso, te saca por un instante de ese comedor, hasta que bajas la taza y te encuentras con vasos y platos que el duende de la loza sucia dejó sobre la mesa. Al mismo tiempo llegan a tu mente tantas palabras y sólo susurras “por todos los cielos, esto nunca se termina”. Dejas la taza en la mesa, llevas los artículos sucios a la tarja y encuentras más. Regresas al café, pues ya llevas 10 semanas viviendo lo mismo y las primeras tres tomabas café frío. No más.
Los hijos empiezan a despertar. La inmensa ventaja que yo tengo es que los dos menores se escolarizan en casa y el mayor está de vacaciones de la preparatoria. Ya ni te preocupas por lo que lleguen a desayunar. Si al principio había waffles, hot cakes, omelettes, barras de avena, pastel… ya no más, que agarren lo que vean o se les antoje, al fin que se están levantando tan tarde que en dos horas más ya estarás preparando alimentos.
Cocinar, lavar loza, lavar ropa, doblar ropa, barrer, trapear, lavar baños, lavar patio, regar plantas, alimentar perros, alimentar hijos, pensar en una… sí, en todo esto tienes que ver la manera de pensar en ti. Si la pareja es comprensiva y empática, se facilita un poco ese trabajo, pero muchas veces llegas a esconderte de todos para poder dedicarte tiempo (no me avergüenza, sí lo he hecho y varias veces).
Tienes a tus hijos en casa todo el día y todo el día la casa parece una olla al fuego, con granos de maíz reventando. Parece que parpadeas y toda la zona despejada dejó de existir. ¿Dónde rayos estaba ese calcetín hace tres minutos? ¡Caray! ¿En qué momento comieron galletas? ¡La mesa aún no se seca y ya está pegajosa de nuevo! Te quieres arrancar el cabello o exponer tu ira con aullidos de dolor y furia, pero ellos son inteligentes, uno sobre todo. El más pequeño ve tu cara que se desfigura y tus manos que se van a la cabeza. Hace 30 segundos ninguno estaba junto a ti, de pronto tienes al de cinco abrazando tu pierna diciéndote “mamá, te amo, eres muy bonita”… con un demonio, no puedes ni enojarte.
10 semanas de vivir 24 horas con tus hijos.
10 semanas de empezar a notar cosas que no habías visto.
10 semanas donde descubres la otra cara de esos compañeros de encierro.
Estás cansada, quieres salir y ver amigas o simplemente ir al supermercado con los chicos para hacer algo diferente o que te ayuden a juntar las cosas más rápido. Los ves colaborar a su manera y a regañadientes, pero colaboran. Si cumplieron años durante la contingencia te duele su festejo minúsculo, obligatorio por la seguridad de todos (incluye la de tus hijos). Te esfuerzas todos los días por tratar de crear distracciones, entre juegos de mesa, videojuegos, videollamadas con las abuelas, hornear galletas o pastel, ver una película… todo sirve.
Los puedes ver crecer.
Quieres quedarte encerrada en la recámara, leyendo o viendo alguna película (obvio, de adultos, ya no quieres ver infantiles), pero estás aprendiendo tanto de tus hijos que esos 20 minutos que querías sola, los recibes en tu recámara, se acuestan junto a ti y comparten más sobre ellos, con otra energía. Están contentos de poder compartir esa parte de ellos contigo. Uno te comparte los memes que la chica que le gusta le envía. El otro te enseña videos de recetas que quiere preparar. El último te cuenta una historia de Mario Kart y el Paquicefalosaurio.
Gracias por este tiempo congelado para aprender sobre todos nosotros.
Conservar la cordura
Por Oriana Hernández Salinas
Al terminar la cuarentena no seré una de esas personas que aprendieron otro idioma, descubrieron nuevas recetas, o por fin lograron tener una figura escultural. Me basta con conservar la cordura, mantener la paz en casa, y preservar la inocencia y grandeza del alma de mi hija, pues -como a muchas- el encierro al que nos ha llevado este bicho arrogante que hasta corona porta, me ha obligado a asegurarme de que estemos bien en lo esencial, y lo demás ya es ganancia.
Mientras trato de escribir estas palabras, mi hija me platica sobre la agenda de juegos que ha preparado para nosotros, en la que el tiempo para cumplir con mis actividades laborales, preparar alimentos, hacer la limpieza de la casa, surtir medicamentos y super para mi madre, o sacar adelante el ciclo escolar, no figura. De tiempo personal ni hablar. Tiene cinco años y para ella lo importante en la vida es jugar.
Y yo quiero jugar y juego, mientras me desgasto día a día y las pastillas para la cabeza, la espalda, grandes cantidades de café y algunas copas de vino son mis aliados para lograr robarle horas al sueño, horas que me permiten despejarme un poco con mi marido, y terminar los proyectos que mis dos trabajos demandan. Sí, tengo dos trabajos.
Es verdad que, a costa de discusiones y recordatorios constantes, he logrado que tanto mi esposo como mi hija cooperen en ciertas labores del hogar. He tenido más éxito con la niña que con el marido, ella aprende rápido y a él le cuesta desaprender. Además, ella no considera que “me ayuda”, él sí.
Y es que el confinamiento ha evidenciado más que nunca la gran desigualdad que vivimos las mujeres en los múltiples ámbitos de la vida. En una lucha que por años hemos sostenido, las mujeres seguimos perdiendo.
Aunque mi marido ya participa más en el hogar, y apoya con algunos asuntos de la escuela de la peque y las compras de la casa, considerando la gran cantidad de tareas que hay que realizar para mantener a flote a la familia, su participación es mínima. Sin embargo, traer el sustento es una carga compartida, que se agrega a la larga lista de obligaciones por cumplir, llámense las tareas del hogar, la crianza, o la ahora conocida como “carga mental”.
Ha anochecido. Sirvo una copa de vino y me resigno al desvelo, mientras las canas se abren paso por mi cabeza, sin oportunidad para disimularlas. Comienzo a parecerme a Pancho Villa pues el tiempo transcurre inexorablemente, y los trabajos (sí, los dos) me esperan aun en domingo. He de terminar el proyecto laboral que una vocecita ansiosa de jugar interrumpió, a la cual seguí porque no estoy dispuesta a dejar que un bicho nos termine de aplastar.
Más allá del cansancio excesivo y el agotamiento abrumador, el ataque furioso de las vasijas sucias, la reproducción espontánea de la ropa en el cesto, la interrupción de la junta virtual matutina por una chiquita que en ese preciso momento descubre que tiene hambre o el ladrido de la perra, o los rituales de desinfección después de cada inevitable salida, quiero pensar en la cuarentena como una manifestación de amor.
Seguramente al terminar todo esto, recordaré ese momento de quiebre donde el llanto fluye como ojo de agua en temporada de lluvias, en la soledad y en silencio, o abrazada a una niña que llora porque quiere correr libre por el parque, y no puede.
Mientras tanto, ejercitaré la paciencia, buscaré completar la tarea inacabada, dejaré que el piso se quede sin trapear, mantendré la cordura, miraré a los míos con amor.
No es el home office, es la equidad y la flexibilidad
Por Yenisey Valles Acosta
Hablar de home office está de moda. Y no es solo porque se convirtió en la realidad cotidiana de quienes viven (vivimos) la cuarentena desde el privilegio, sino también porque es visto y deseado como la panacea de la conciliación familiar y laboral.
A raíz de su incorporación en la Ley Federal del Trabajo, en el verano del 2019, el home office se volvió un tema aspiracional y las empresas lo presumen como parte de sus prestaciones. Efectivamente, hay un sustento para ello, pues está documentado que los niveles de satisfacción y retención laboral aumentan con este esquema.
Tras 10 años haciendo home office, reconozco que me he visto favorecida con su libertad de movimientos y flexibilidad de horarios. Además, es muy satisfactorio trabajar por objetivos, no por cantidad de horas.
Sin embargo, como mamá de dos niñas pequeñas, sé que el trabajo desde casa -por sí solo- está lejos de ser la solución para conciliar la vida familiar y laboral. Sencillamente, porque la clonación no figura todavía entre las habilidades que podemos desarrollar las mamás.
De verdad, muchas veces pensé que clonarme sería la única forma de atender a mis hijas y, al mismo tiempo, ser productiva en mi trabajo (de tener la casa como espejo, mejor ni hablo, porque ya hace mucho que, por salud mental, está fuera de la lista de prioridades).
Con los años, comprendí que medidas como el home office y la disposición de guarderías facilitan la conciliación familiar y laboral, pero hay dos factores críticos, que deben ir juntos para funcionar como pinza: la repartición equitativa de labores en el hogar y la flexibilidad laboral.
No hay esquema laboral que sea suficientemente bueno, ni centros de educación inicial que alcancen, si los hombres no asumen ya la parte que les toca en el trabajo doméstico. Es decir, si cada uno de los adultos en casa no realizan activamente sus responsabilidades, de la manera más equitativa posible y sin distinciones de género.
No se trata de ayudar a mamá o a la abuela, sino de actuar como integrantes funcionales y responsables de la familia. Tampoco hablo de esperar instrucciones, sino de adoptar una actitud proactiva para que la carga mental no recaiga sobre una sola persona, como si la única adulta en casa fuera ella.
Por otro lado, los centros laborales también deben hacer lo suyo y contemplar la posibilidad de proporcionar horarios flexibles, tanto para hombres como para mujeres. Este cambio de enfoque implica que los trabajos se midan por objetivos, no por número de horas en la oficina o frente a la computadora. Y que los sueldos dependan de la productividad, no del género.
Para que las empresas comiencen a realizar este cambio, se necesita el apoyo del gobierno, con políticas y leyes que favorezcan la anhelada conciliación familiar y laboral.
Cuando estos dos aspectos -equidad en casa y flexibilidad en el trabajo- se combinan, la vida se hace más fácil no solo para las mamás, sino también para los niños, porque baja el nivel de estrés en la familia.
Dicho esto, tengo que reconocer también que un desafío en mi caso ha sido darme cuenta de que no soy la única que puede realizar las tareas domésticas de manera correcta… y que mientras no me pueda clonar, debo seguir trabajando por soltar el control y dejar que la vida de la casa fluya así, en familia.
Cambiar para sobrevivir
Por Rubí Aguilar Díaz
Soy Rubí, tengo 37 años de edad y soy la mamá de Mateo de 11 y Julia de 3 años. Mi vida ha tenido que modificarse pues tenemos un negocio familiar, pero hemos tenido que cambiar un poco de giro, estamos ahorita tratando de sacar los gastos y las necesidades básicas.
Tenemos un taller de pintura donde doy clases a niños y adultos, pero hemos tenido que empezar a vender kits de pinturas; mi esposo Humberto se dedica a la fabricación de la luneta, mi hijo Mateo nos ayuda a empacar y yo me encargo de los dibujos y la combinación de pinturas.
Las ventas han disminuido, es por eso que decidimos ampliar nuestro mercado, antes solo hacíamos un tipo de kit con imágenes de pinturas clásicas, pero ahorita ya hacemos lo que nos pidan, para no vernos afectados con las ventas.
Hemos tratado de economizar, en realidad estamos ganando muy poco por cada kit pero sabemos que la situación está muy difícil y de tener algo a nada, al menos tener un poco.
Ni yo ni mis hijos hemos salido desde el 14 de marzo, a veces mi esposo hace unas vueltas, pero nadie entra a la casa, afuera tenemos el tapete con cloro, los billetes los lavamos por precaución, las cosas del súper las pedimos a domicilio y cuando llegan se quedan afuera y las lavamos, no hemos visto ni a mis papás ni a mis suegros, ¡vaya que sí hemos sido muy exagerados!
Mi esposo y yo somos muy iguales, estamos involucrados en el mismo negocio, él es más académico y se encarga de revisar las tareas de Mateo, yo soy más de buscar soluciones y oportunidades, mi esposo me ayuda mucho en ese aspecto, en todo me apoya y hacemos buen equipo.
Mateo ha desarrollado más su creatividad, ha hecho muchas cosas manuales a escala, aprende a tocar la guitarra mientras que Julia ya está muy avanzada en dibujo para su edad; estamos muy involucrados en el aspecto creativo y los niños tienen el material a la mano y lo utilizan.
Ha sido divertido, no es para nada un fastidio. Hemos adquirido una rutina donde combinamos las labores de la casa, el trabajo y los niños. Pusimos un huerto, nos hemos mantenidos ocupados. La verdad la carga no ha sido pesada porque nos ayudamos todos, a veces mi esposo cocina y yo lavo los platos, todos estamos involucrados al cien en labores del hogar y el trabajo.
Nunca hemos sido de calle, somos una familia más de hogar, pero lo que más extrañamos son las visitas a los abuelos, al inicio cuando ya se hablaba de salir me sentí un poco mal porque sabía que iba a regresar a la rutina y eso de andar apresurada todo el día.
Ahorita dentro de lo que cabe estamos bien y siento que estamos un poco mejor pues hacemos las cosas sin prisa y les pones más atención a los hijos. Lo único que nos preocupa es lo económico y la salud de nuestros familiares, pero mientras haya salud y algo de trabajo, lo demás sale sobrando.
En lo personal me he sentido muy satisfecha con el apoyo que tengo de mi esposo y mi hijo, siempre cuento con su respaldo.
Me siento muy satisfecha, esto ha sido un aprendizaje para todos.
Una mamá ‘multiusos’
Por Paola Almaraz Ochoa
Soy mamá de dos príncipes: Héctor Hugo de 4 años años y Marco Sebastián de 9 meses, que hacen que en 24 horas experimente una montaña rusa de emociones.
Un día “normal” inicia cuando los niños están dormidos para revisar las redes sociales y los periódicos, ya que por mi trabajo como editora debo estar enterada de lo más que pueda. Enciendo la televisión con volumen bajo para monitorear los noticieros nacionales y con laptop en mano aprovecho el tiempo en actualizar la página web o subir videos.
Cuando despiertan los niños ya logré avanzar y es hora de preparar el almuerzo. El bebé lo que le ponga, pero el mayor es quisquilloso y necesito armarle un súper menú. Al mismo tiempo estoy atenta a los chats del trabajo revisando las notas que envían los reporteros, y también a la televisión, Twitter, Facebook, TikTok e Instagram para encontrar notas y videos virales que se deben de programar durante el día laboral.
A las 10:30 tomamos la clase en línea de Héctor Hugo y es primordial tener los libros y materiales para adelantar las demás tareas de Inglés, Fonética, Matemáticas, Español y hasta de Educación Física.
Estudié Periodismo, nunca pasó por mi mente ser Educadora, y en este tiempo he sacado paciencia e ingenio para hacer los trabajos del jardín de niños. Algunos días soy la maestra consentidora y en otros la bruja malvada del cuento.
Mientras mis hijos juegan yo redacto y reviso notas escuchando a Plim Plim, Pocoyó, Trepsi el payaso o la Gallina Pintadita.
Al mediodía nos conectamos de nuevo a las clases en la computadora. Justo en ese momento el pequeño tiene sueño y llora por la “Operación Bubi”, es decir que quiere que mamá lo alimente para la siesta.
A la 1:00 pm con bebé dormido y Héctor Hugo entretenido preparo los alimentos para cuando llega mi esposo de la oficina, sin antes pasar por el filtro de sanitización. Fuera zapatos cubrebocas, lavado de manos y gel antibacterial antes de ingresar a nuestro hogar.
A las 6:00 PM termina mi jornada laboral, sin embargo con la pandemia del Coronavirus debo de estar atenta a las 7:00 al reporte nacional o por si ocurre algo relevante en el ámbito noticioso.
En la noche la preparación de la cena y las labores de limpieza que nunca terminan y menos con los incansables “huracanes categoría 10”.
En conclusión han sido semanas de pesadas con miedo y algunas veces incertidumbre por el cambio tan drástico en nuestra rutina, pero también son días para aprender, reflexionar y valorar todo lo que tenemos a nuestro alrededor, principalmente la salud y el bienestar de nuestra familia.
Todo es prueba y error
Por Diana Uribe
La verdad estamos acostumbrados a estar encerrados, no se nota mucho la diferencia, pero sí se me ha cargado mucho la mano en cuestión de horarios, tengo que organizarme y hacer prueba y error para poder cumplir con todo a la vez; también desde que inició la pandemia he puesto alarmas para programar mi itinerario.
Mis hijos primero no se hacían la idea de que yo los iba a educar. Para hacer las cosas bien tuve que apartarles el celular, la tablet y todo aquello que los pudiera desconcentrar. Cuando les encargaba tareas al principio no me querían hacer caso, después empezaba a jugar con ellos y les hablaba de una forma más sensible y poco a poco accedían a realizar sus deberes.
Hasta el día de hoy les cuesta verme como su maestra. A pesar de que les dije: “mamá les va a explicar y decir lo que tienen que hacer”, se me hace muy complicado que ellos me vean de esa manera.
Debo aceptar que no tengo la preparación para fungir como maestra, pero sí el entusiasmo para enseñarles, entonces busco la manera para que ellos puedan llevar a cabo las tareas que requieran, ya que lo que más necesitan los niños es aprender.
Con todas estas nuevas responsabilidades no he descuidado las mías, no dejo de estudiar porque sigo tomando cursos y atiendo tanto mi negocio como mi pasatiempo de pinturas. Ya en la noche cuando están distraídos o se van a dormir yo reanudo mis actividades.
Mis hijos extrañan salir al parque a jugar y ver a sus amiguitos, eso que ni qué, pero como están acostumbrados al encierro puedo decir que no les ha afectado tanto como a otros pequeños.
Lo que si debo recalcar es la situación de mi hijo mayor, que ha sufrido ya que no ve a su psicóloga. Iba dos veces a la semana pues tiene síndrome de Asperger, él la necesita como un apoyo para su desarrollo, al no tenerla le está afectando y sí extrañamos llevarlo.
Lo más positivo que me ha dejado el encierro es estar y conocer más a mis hijos. Todo ese tiempo no es suficiente, aunque estés concentrado y sin salir si no te organizas o no tienes iniciativa no lograrás nada; por increíble que parezca al estar encerrado el tiempo pasa muy rápido.
Los niños no se van acordar del encierro, sino de lo que pasaron junto a sus papás y creo firmemente que esa convivencia será su mayor recuerdo. A pesar de que antes de todo esto era muy miedosa para sacar a los niños por el tema de la inseguridad, hemos sabido sacarle provecho a la situación.
Son días extraños
Por Jen Treviño
Días divertidos, días cansados, días de mucho estrés, días aburridos, días de aprendizajes, días en los que te crees súper chef y tratas de hacer la receta que viste en Internet. En otros días quieres hacer manualidades que se ven fáciles y terminas haciendo inventos, días donde el miedo, la preocupación y la incertidumbre te ganan.
Han sido días muy diferentes donde te despiertas y no sabes qué va a suceder. Solamente tienes la certeza de que tienes que sacar tu máximo en esas 24 horas para lograr en casa un día más ameno y que la energía de todos esté balanceada.
Las labores del hogar siempre han sido cansadas porque nunca termina el trabajo. Mi jornada empieza a las 6:30 horas y termina hasta que todos estén dormidos; aún en la noche y madrugada sigues al pendiente.
En esta cuarentena el trabajo se duplicó, pero no importa con tal de estar en casa con salud. Mi día comienza con las actividades y pendientes que hago normalmente en la casa, y le sumo otras, entre ellas las clases virtuales de mi hijo, las tareas, cocinar más, limpiar más ya que todo el día estamos en casa, y aprovechar para hacer lo que antes nunca te dabas el tiempo. En la noche termino rendida y cansada, y es el momento en el que puedo meditar, repasar mi día, y agarrar energía para el siguiente.
Tenemos 70 días haciendo cuarentena y la verdad es que he aprendido mucho, más que darme tiempo de hacer cosas que me gustan, he aprendido algo que sé que va mejorar mi vida y es el valorar, agradecer, a vivir y a disfrutar cada momento. También a ser más humana e invertir mi tiempo en mi familia.
Todo este trabajo extra ha valido la pena.
Sin embargo, espero con ansías ese día en que pueda salir al parque con mi esposo y mi hijo para disfrutarlo igual que ellos.