
En la emergencia sanitaria por el Covid-19 existen muchas clases de héroes. Están los que portan bata, mantienen las ciudades funcionando y quienes cuidan de la seguridad de las personas. A todos ellos hay que agregarle una categoría muy especial de heroínas: las mamás, quienes durante esta cuarentena han tenido que multiplicarse y convertirse en maestras y enfermeras. Aquí presentamos las conmovedoras historias de otro grupo de jefas de familia.
Y así cambió…
Por Samantha Moctezuma
Pasábamos en familia el puente de marzo del 2020, una fogata en el campo comiendo bombones y contando historias de terror y suspenso. Todo era felicidad.
Literal de un día para otro nos cambió la vida, regresamos a Monterrey con la noticia de que la pandemia nos había llegado tan cerca que había que tomar medidas extremas para cuidarnos.
17 de marzo del 2020: ya no salimos. Lo que eran nuestros días de un equipo loco de tres, se volvieron un reto dentro de casa. Ya no había salidas apresuradas al colegio, llegadas apresuradas al trabajo, comidas dentro de la camioneta mientras salía del cole, idas sobre horario al Tae kwon Do, llegadas en la noche a hacer tareas, bañarnos, cenar en familia y organizar todo para el día siguiente.
No, ya no había nada de eso. Todo lo que había era un reto, un reto de aprender a hacer home office siendo mamá, “miss” y haciendo labores propias del hogar al mismo tiempo; y tener todavía esa energía para jugar con mi hijo por las tardes. De verdad es todo un reto.
Inventamos mil juegos, compramos mil más, nos bañamos en la alberca, contamos por la ventana cuántos carros de qué color pasan para así ver quién gana. Como mamá ha habido días en los que me he quebrado y lo más hermoso de todo esto es que él, mi hijo de siete años, ha tenido en su hermosa inocencia y lo que puede entender de todo lo que está pasando, las mejores palabras para levantarme y decir “hoy es otro día más y será mejor que ayer”.
Nuestra vida ha dado un giro de 180 grados, tan acostumbrados a ser libres, a ir y venir, a abrazar, a tocar, a ser normal… hoy ya no es así. Hay días que no puedo encontrar el lado positivo de todo esto, pero en las noches veo los ojos de mi esposo, la sonrisa de mi hijo, la voz de mi familia al teléfono y tan solo ahí, en ese momento, es cuando digo que todo vale la pena.
Y sí, así cambió.
Es tiempo de estar juntos
Por Vanessa Martínez
Este periodo de cuarentena ha sido un gran espacio de reflexión para mí y mi familia, creo que siempre hay que ver lo positivo y lo que podemos aprender de cada experiencia.
En mi dinámica cotidiana de trabajo se me iba el día en trayectos, clases extracurriculares de mi hijo y no quedaba tiempo para lo más importante: la familia.
Estos días honestamente los he disfrutado al 100 por ciento, porque por fin tengo tiempo para estar con mi hijo, disfrutarlo, conocerlo a profundidad y poder entender sus verdaderas necesidades. En casa hemos visitado tierras fantásticas, pasado de un mundo prehistórico a una isla pirata, del espacio exterior a conocer los medios de transporte. En familia han sido momentos que vamos a atesorar toda la vida.
Ha sido difícil no poder estar cerca de las personas que tanto amo: mi mamá, mis hermanos y mis amistades. Los extraño muchísimo.
Hay días que aún en casa no me da el tiempo que quisiera para disfrutar a mi hijo, me levanto a las 6:00 a.m. y soy la última en ir a dormir, y el tiempo no me da tregua. Entre lo administrativo del trabajo y las tareas escolares se nos van días enteros.
El trabajo se ha convertido en horarios extensos que no acaban, entre juntas, grabar y editar videos, elaborar materiales didácticos para los alumnos y llevar un seguimiento de sus emociones y su sentir ante esta pandemia.
A todo esto se suman las tareas domésticas (que nunca terminan) y el buscar un equilibrio entre eso, el trabajo y la maternidad; todo ello se ha vuelto un reto en mi día a día.
Definitivamente todo eso vale la pena cuando veo a Jorge mi hijo disfrutar las actividades que realizamos juntos y cómo valora el tiempo de calidad que ahora le puedo dar. Sé que el tiempo personal es importante para estar bien con nosotros mismos y cada día intento tener al menos 15 minutos para tomar un café y leer un buen libro, en ocasiones sin éxito.
Definitivamente el mundo me manda un mensaje: “es tiempo para estar juntos”, disfrutarnos, ya tendré el espacio para lo demás. Hay más tiempo que vida.
No niego que hay días difíciles. El cansancio, el encierro han hecho estragos también; pero no terminamos el día sin abrazarnos y decirnos lo mucho que nos amamos. Justo ese es el momento más valioso de nuestros días en casa.
La punta del iceberg
Por Emma Cerda
Y de repente, todo lo que pensabas que que tenías dominado resultó ser solo la punta del iceberg.
El “Vilus”, como le dice mi hijo, vino a cambiar toda la dinámica familiar y la monotonía que caracteriza a una familia clasemediera con ambas cabezas del hogar en el trabajo.
¿Por qué digo que es la punta del iceberg? Porque a veces no dimensionamos todo lo que hacemos y la capacidad del ser humano para adaptarse.
Ya no hay salidas apresuradas al tráfico ni carreras de 100 metros planos para alcanzar a ingresar al colegio, justo cuando sonó el timbre.
Ya no necesito ese café mañanero para “despertarme”, aunque ahora me levanto más temprano y me duermo más tarde.
Se me hacen eternas las labores del hogar, además de estar obligada a ser una novicia de la educación preescolar. Esto, claro, sin dejar de lado las actividades de “home office” que tengo que realizar.
Viviendo en un departamento, se complica un poco más la distribución de los espacios:
El comedor se convirtió en una extensión del colegio; hay una cantidad de libretas, libros y materiales didácticos que deberían estar en su nicho del salón.
Ahora la sala es el comedor, salón de clases de arte y zona de educación física; además de ser el espacio favorito de mi hijo. El ya dice que es “su sala” -aunque tiene su cuarto- prefiere estar en un lugar donde observe a su mamá; ahí puede ver el pasillo, que es mi ruta para llegar a la lavandería, mientras veo el teléfono y superviso que lo que sé estoy cocinando, no se me queme.
Me volví una experimentada usuaria de las aplicaciones para pedir el supermercado a domicilio. Pero uno de los placeres de ser señora es caminar cada pasillo y ver en todos los estantes qué ofrecen para hacer el mandado en quincena. Cómo extraño eso.
Siempre me consideré muy relajada en el manejo de la limpieza de los espacios: mientras se vieran “decentes”, era aceptable. Mi casa en estos momentos huele a cloro y eso me da una especie de paz interior.
Desde que empezó la “sana distancia” solo hemos salido a una casa que mis papás tienen en la zona conurbada. Mientras vamos en trayecto disfruto como nunca las vistas que regala la ciudad, el sol que “pica” y el sonido de los coches.
Miguel, mi hijo, reclama ver a Canelo, la mascota que tenemos ahí.
Esa casa es el punto de reunión de mi familia. Sigue siendo la hogareña finca que construyeron mis papás con mucho amor para sus nietos. Añoro los domingos donde mi papá, mi hermano y mi esposo se ponían a platicar frente al asador mientras los niños platicaban con su abuela de todas las peripecias de la semana.
Hoy mi hijo llora, me ruega ver a sus abuelos. Por más que le explique, el corazón de un crío de cuatro años explota de la tristeza de no poder abrazar a su abuela o ganarle a su abuelo el asiento del patriarca.
Miguel cambió la dinámica y empieza a adaptarse, aún cabizbajo, pide que hagamos videollamadas con sus abuelos para que él les cuente un cuento. Abuelito Güicho y abuelita Rosy esbozan grandes sonrisas y una que otra carcajada, mientras su nieto les cuenta por enésima vez “El cuento de la bruja”. Sé que también están ansiosos por volvernos a abrazar.
Hablando de besos y abrazos, qué difícil es no poder hacerlo. No soy una persona de mostrar mis sentimientos con abrazos, pero extraño tanto poder decirle a las personas más estimadas un “te quiero” de esa manera tan singular.
Ahora sólo nos queda seguir explorando el iceberg. Adaptarnos a las nuevas circunstancias. No sé qué nos separe el destino, lo que sí sé es que nos estaban preparando para valorar más aquellas pequeñas cosas que teníamos y no aprovechamos.
Han sido grandes cambios
Por Aída Sustaita Villarreal
Ha sido de muchos cambios, empezando con que mi día es escuchar mínimo cada cinco minutos: ¡Mami, mami, mami!
Tengo que reconocer que mi tolerancia ha aumentado un máximo por ciento. Las tareas del hogar se incrementaron al tener que hacer más comidas y snacks al día, limpieza, recoger juguetes, acomodar y volver acomodar. Cuidar y atender niños, tratando también de controlar que no hagan tanto ruido porque su papá está trabajando en casa y aunque él está, no podemos interrumpir, distraer y menos entrar a su área de trabajo, sería un caos de brincos y corredera.
Ahora hasta ser maestra, investigar, tratar de poner dinámicas para que no sea tan aburrido que presten atención mis hijos de tres y cinco años, buscar momentos en que pueden captar mejor para hacer tareas. También aceptar que hay días que no puedo hacerlo.
Un día haciendo una encuesta a mi hijo donde le preguntaba si era buena maestra, muy sincero me dijo: ¡No! ¡No, no tanto! Después quiso componerle y dijo: ¡bueno, a veces! para mí fue aceptar esa sincera respuesta sin sentirme mal ni nada, así piensa y está bien, es muy valorada su sinceridad.
Unas horas después se acordó me buscó y me dijo: “Mami, ¡es que tu eres lo que eres!” Y yo pregunté: “¿a que te refieres?”, “Sí mami tu eres lo que eres ¡y eres mi mamá! ¡Tú no eres una maestra! ¡Eres mi mamá!”.
Ese comentario me hizo reflexionar que él no me vería como su maestra. A partir de ese día, cambiamos la manera de tratar de aprender, comprendí que lo que quiere es a su mamá, pero acordamos que aprenderíamos juntos y haríamos también responsabilidades de escuela, pero lo haríamos más jugando.
Desde ahí ha sido un reto más para mí el transmitirles a mis hijos cómo hacer sus tareas escolares de una manera que no sea estresante para ellos ni para mí. Sin duda, esto de ser maestra no es tan fácil. Sumándole las tareas del hogar con niños, tratando de incluirlos e inculcarles que colaboren en tareas de casa.
Me he vuelto en esta época una mujer multitareas y multipapeles: enfermera, ayudante, cocinera, niñera, animadora, diseñadora, aplicando la creatividad todo el tiempo, más ser esposa y muchos papeles más. Tratando de que funcione todo en casa y sintiendo en un día muchas emociones, trato de reconocer cada una y ponerle nombre, desde enojo, tristeza, incertidumbre, alegría, esperanza, desesperanza, soledad, desesperación y muchas más. Es mucho todo lo que nos puede afectar el encierro por esta situación de contingencia, no solo a las mamis, sino a cada miembro de la familia.
Como mamá entiendo que necesito mis espacios para buscar mi serenidad, pero a veces no es posible. Lo estoy intentando, sé que es pila para mí, hago algo que me gusta y hacía antes de esta situación que me da energía.
Levantarme más temprano que todos es mí única opción para ese espacio que necesito y vaya que me trae más calma, porque sé que si yo no me siento bien, no funciono igual y tampoco estoy bien para atender a los demás: mi familia.
A pesar de esto, me he dado cuenta que son más los momentos buenos con mi familia. No todos los días, no puede ser todo perfecto como cuento de hadas; es progreso, no perfección, pero sí siento que juntos estamos dispuestos a adaptarnos, aceptarnos y tolerarnos, ese es el amor verdadero. Unidos y ahora más tiempo que nunca, hemos obtenido mucho aprendizaje. Y eso creo que es lo que me ha dejado esta contingencia, con eso me quedo.