Si se piensa en Brasil en automático la mente proyecta la imagen del Cristo Redentor de Río de Janeiro y por supuesto el carnaval, y es que resulta imposible no visualizar al país latinoamericano como el hogar de la mayor festividad del mundo.
La majestuosidad de los carros alegóricos, la energía inyectada en cada movimiento de samba y la euforia de los asistentes la convierten sin duda en la máxima fiesta del orbe; sin embargo, el carnaval no es exclusivo de la capital carioca y a lo largo y ancho del territorio brasileño lo único que se concibe en esa semana es fiesta y diversión.
Son las 15:30 horas del viernes 28 de febrero y las centrales de autobuses del país, mejor conocidas como Rodoviarias, lucen atiborradas de centenas de viajeros, principalmente jóvenes, quienes se preparan para disfrutar de los días feriados, cortesía del carnaval, ya que los negocios, instituciones educativas, bancarias y de gobierno prácticamente se paralizan por las festividades.
Son los días previos al inicio de la Cuaresma y aunque una parte de la población los utiliza para descansar, el resto los convierten en las horas más intensas del año, en donde la música, bailes, disfraces y alcohol están, literalmente, en cada calle.
Tras un viaje de poco más de tres horas, desde Sao Carlos a la ciudad de Sao Paulo se llegó el momento de que cuatro extranjeros (una alemana, una peruana, un italiano y un mexicano) experimentaran por primera vez la sensación de un carnaval, pero no el que se ubica en el Sambódromo sino el que se replica en las calle, conocidos como “blocos”.
En 2014 por primera vez de manera oficial, la ciudad de Sao Paulo, cuyos habitantes prefieren huir a las playas del estado o las ciudades del interior durante los días de carnaval, organizó un desfile similar al que se realiza en Río de Janeiro, sin embargo, los altos costos para ingresar al Sambódromo lo convirtieron prácticamente en un lujo al que pocos afortunados pudieron acceder.
Los precios de los boletos iban desde 150 reales (848 pesos mexicanos) hasta mil 700 reales (poco más de 9 mil 600 pesos mexicanos).
Aunado al alto costo de las entradas, brasileños y extranjeros prefieren sumergirse en las entrañas del carnaval de la calle, ese en el que se necesita boleto y está compuesto por los más tradicionales elementos brasileños: bailes al ritmo de samba y con sabor a cachaza.
Desde el arribo a la terminal de autobuses paulista el ambiente de fiesta y alegría se percibe entre los brasileños. El dinamismo de la ciudad más grande del país se acentúa durante los días de carnaval, pues se le suma la entrada de extranjeros y otras partes de la nación y la salida de los capitalinos.
Ni siquiera el clima traicionero de la octava ciudad más grande del mundo, que acaricia con momentos soleados y minutos después golpea con fuertes chubascos, frena los planes de los paulistas que se quedaron para disfrutar de las festividades en su ciudad.
“¿En dónde se van a concentrar las fiestas?”, pregunta de manera ingenua una extranjera que recién hizo su “check in” en el Hostal Uvaia, a lo que de manera sonriente, y con cierto tono de burla, uno de los dependientes respondió “en toda la ciudad, es carnaval”.
Y es que en efecto, la ciudad entera se convierte en una gran fiesta a la que todos están invitados, sin restricción de edad, sexo o clase social.
Es viernes 28 de febrero y por intereses de televisoras se determinó que la capital paulista exhibiera su desfile de carnaval los días 1 y 2 de marzo para dejar a Río de Janeiro las fechas 3 y 4 del mes.
Y aunque el llamado de las autoridades de turismo para disfrutar del primer desfile oficial de la ciudad fue llamativo, los habitantes optaron por los tradicionales blocos, en donde lo único prohibido es no dejarse envolver por la atmósfera de alegría.
Ubicados por toda la ciudad, las concentraciones más populosas por lo general se realizan en el centro de la ciudad, cerca de Vila Madalena, un emblemático barrio de la capital paulista que incluso dio el nombre a una telenovela en la década de los 90.
Para llegar ahí se requiere tomar alguna de las más de 12 líneas del Metro de Sao Paulo, en donde los festejos por el carnaval se registran hasta en los vagones del sistema de transporte.
Los cantos, coreografías de canciones populares y gritos de pasajeros son tolerables por el resto de los ciudadanos y autoridades bajo el conocimiento de que durante el carnaval casi todo está permitido.
Tras un viaje de casi 25 minutos desde la Estación Ana Rosa de la línea verde del Metro finalmente llegamos a Vila Madalena, en donde el número de asistentas se cuentan por millares.
Jóvenes, adultos, familias completas, portando ropa casual o disfraces llamativos, todos descienden de la estación del Metro hacia la misma dirección: el afamado barrio, en donde ya existe una gran concentración de personas.
“¿En dónde queda el bloco de Vila Madalena?” intentamos preguntar en portugués a un grupo de jóvenes que no superaban los 19 años, a lo que respondieron “nosotros también lo estamos buscando, síganos”, cuya frase fue seguida por la tradicional pregunta “¿de dónde son?”.
Cientos de extranjeros llegan cada año al carnaval callejero que ofrecen muchas ciudades del país, siendo el de Sao Paulo, uno de los más llamativos por el número de asistentes.
Decir que se es extranjero en Brasil durante época de carnaval es casi motivo de condecoración para los nacionales, quienes tratarán de hacer sentir al foráneo como en casa. Definitivamente la amabilidad y calidez de su gente es un característico del país sudamericano.
Y tras una caminata de casi 20 minutos los ríos de gente comenzaron a brotar de las calles paulistas. No había factor de error, la música a alto volumen, los coloridos disfraces de algunos asistentes y la atmósfera de la mayor fiesta del mundo indicaban que habíamos llegado al bloco.
Como buenos anfitriones, las recomendaciones de los jóvenes nacionales no se hicieron esperar cuando un inexperto extranjero sacó su celular para enmarcar de manera digital aquella festiva postal.
“¡No!, nunca se les ocurra hacer eso otra vez, no pueden sacar sus celulares. Aquí se los van a robar, mucha gente nada más viene al carnaval para robar cosas”, exclamó el grupo de jóvenes.
Finalmente no todo podía ser perfecto en la mayor fiesta del orbe, en donde el alcohol también juega un papel importante en la amenización de los festejos.
Y es que a diferencia de México, en Brasil está permitido beber en las calles, por lo que la venta de alcohol es rentable en cada esquina.
El tráfico está paralizado, no hay automóvil que se atreva a cruzar las calles atiborradas por “enfiestados” asistentes, que seguramente provocarán un daño en su vehículo en caso de que lo intente.
Mientras transcurre el tiempo la gente va y viene, aún bajo la advertencia de los locales, las fotos comienzan a tomarse en todas las direcciones. Es necesario guardar el mayor número de recuerdos posibles desde las entrañas del carnaval callejero.
Aunque la lluvia intenta frenar la euforia de la fiesta, ésta apenas la ameniza, pues por 365 días los brasileños esperaron la llegada del carnaval y no habrá nada que les impida celebrarlo.
De pronto, el único vehículo permitido para transitar comienza su marcha. Se trata de la unidad que transporte la música tradicional y que ha sido decorada con llamativos colores para ser distinguida.
La fiesta ha comenzado, a partir de ese momento el peregrinar de los miles de brasileños será detrás del vehículo al ritmo de samba y siempre intentando mostrar sus mejores pasos.
Durante el carnaval todos son amigos del de a lado, el carnaval es la excusa perfecta para que la nación se una en un solo canto y a un solo ritmo por las calles de la ciudad.
A la par la travesía, cientos de residentes del área salen a los balcones de sus hogares para compartir la alegría de la fiesta, esa que se comparte también con los extranjeros.
Al sabor de la cachaza, la cerveza y el vino, miles de brasileños desfilan detrás del vehículo, en un ritual que también incluye intentar conquistar al sexo opuesto a base de besos, ya que finalmente según la tradición católica, son los últimos días para pecar, antes del inicio de la Cuaresma.
La fiesta callejera del carnaval se prolonga por horas, gente nueva arriba a la marcha y la procesión vuelve a comenzar. Los festejos de los blocos se disipan al son que la música indica, pero no importa ya qué tan pronto termine uno, otro estará por comenzar.
Así transcurren los días de carnaval en la capital paulista y ciudad más grande del hemisferio sur, en donde la mayor fiesta del mundo se vive con intensidad.