El cierre de la antigua cárcel de Nuevo León no sólo representó un cambio de vida para quienes están ahí presos y sus familiares, también sacudió el estilo de vida de cientos de residentes de las calles aledañas y comerciantes de distintos productos quienes ahora buscan la forma de adaptarse a su nueva realidad, sin la romería que representaban los días de visita. Donde también buscan acostumbrarse, es afuera de los nuevos penales de Apodaca, donde se germina un nuevo estilo de nueva vida alrededor de estos centros penitenciarios.
Por Berenice Rojas
El exterior del antiguo penal del Topo Chico luce tranquilo para ser un viernes por la tarde, la gente llega en el vagón del Metro a la estación Penitenciaria, algunos bajan para seguir su trayecto, otros siguen viajando.
De vez en cuando se escuchan las sirenas de las patrullas en la avenida Rodrigo Gómez; el tráfico es fluido; en la reja del Palacio del Poder Judicial hay un pequeño letrero que anuncia el horario de visitas guiadas al interior de la ex cárcel.
En la entrada del Topo Chico hay dos elementos de Fuerza Civil. La calle Cuautla está casi vacía pero ahí se encuentra Crescenciano, un elotero que aprovecha que no hay gente para comer un poco de su producto, un lujo que puede darse ahora que tiene mucho más tiempo libre debido al desplome de su clientela, generado por el cierre del centro penitenciario.
“Vendía de mil a mil 500 pesos al día, ahorita ya solo como unos 700 pesos”, explicó.
En la esquina se encuentra un hombre quien cuida y lava autos; prefiere omitir su nombre, pero asegura que sus ingresos bajaron a partir del cierre del Penal.
“Bajaron mucho las ventas, a todos nos afectó y ya casi se terminan los recorridos y va a venir menos gente, como sea voy a seguir aquí, porque están los del Palacio y es menos trabajo, pero saco al menos para comer; por semana sacaba unos mil pesos y ya me bajo la mitad.
“Aquí había muchos vendedores, eran como unos 40 locatarios y se fueron, rentaban ropa, faldas, tenis, huaraches o lo que necesitara la gente para entrar a la visita pero se terminó y se fueron todos”, dijo.
Cruzando la avenida Rodrigo Gómez, sobre la calle Penitenciaria, se encuentra la taquería de Pedro, quien raíz del cierre del Topo Chico tuvo que despedir a sus trabajadores y administrar el negocio con ayuda de su familia.
“Desde que se cerró el Topo carecemos de clientela porque quienes consumían eran los que venían de visita, los que, aparte, llevaban comida a sus familiares. Ahora con las visitas de los que vienen hacer el recorrido todavía no vemos mejoría, esperemos que más adelante mejore.
“No sé si sea una crisis general o nada más local, pero si de aquí a enero las cosas no cambian vamos a tener que tomar decisiones como cerrar el local, porque con este negocio, aunque no haya gente, tenemos que tener las luces prendidas, los insumos son los mismos.
“A los demás locatarios les afectó porque siempre había gente transitando por esta cuadra, ahorita ya no hay nada, se fue hasta el personal de seguridad quienes venían o les mandábamos de 10 a 15 pedidos por día en el penal”, afirmó.
Sobre la calle Próceres y la avenida Rodrigo Gómez se encuentra el puesto de pan que atiende María, ella lleva 12 años en ese lugar y reconoce que sus ventas también han ido a la baja, sin embrago considera que ahora el ambiente alrededor es más ‘relajado’ y los rondines de la policía han disminuido.
Adentro del Mercado Rodrigo Gómez se encuentra María Teresa, a diferencia de los otros comerciantes, sus ventas (las costuras), no dependían del Penal del Topo Chico, ella es una de las pocas que no se ve tan afectada e inclusive considera que fue mucho mejor para todos.
“De cierta forma si benefició, la gente alrededor ya estaba muy nerviosa. Aquí paso de todo bloqueo, balaceras y enfrentamientos de 15 minutos.
“Hemos sufrido, hemos batallado pero Dios no nos abandona”, agregó.
Lo que por 76 años fue un escenario de motines, riñas y decenas de muertes, será derrumbado para que se construyan un parque público y un edificio para el Archivo General del Estado.
María Teresa espera que con este nuevo proyecto pueda revivir el mercado, pues de 215 locales, sólo 15 de ellos están abiertos.
Por su parte Pedro se ilusiona un poco que habrá un parque.
”Según lo que leímos del proyecto es muy bueno pero no sabemos hasta cuando lo van a consolidar”, sentenció.
EL OTRO PENAL
A 20 kilómetros de distancia, por el entronque Laredo-Salinas Victoria, se encuentran los dos nuevos Centros de Readaptación Social de Apodaca, donde el escenario es completamente distinto.
Oscar, Evaristo y Tere, son algunos de 40 comerciantes que decidieron acudir a las inmediaciones del penal para seguirse ganando la vida.
El motor de los traileros, que pasan a unos cuantos metros de distancia de los humildes puestos que instalaron estas personas, apenas permiten escuchar las palabras de Oscar, un hombre que tiene 10 años laborando como paquetero.
Su tejabán es austero, solo tiene una mesa de dos metros y encima de ellas unas bolsas y un termo grande de café. Bajo la mesa guarda las bolsas de los clientes a quienes les cobra por cuidárselas.
“Ya llevo como 10 años allá (en el Topo Chico), apenas nos cambiaron y estamos aquí trabajando, tuvimos problemas cuando nos pusimos enfrente del penal pues nos dijeron que nos moviéramos aquí debajo de los árboles.
“Esta calmado, es que nosotros ya teníamos clientes allá (en el Topo Chico) y apenas los estamos recuperando, aquí estamos desde las cuatro de la mañana sábado y domingo y entre semana llegamos desde cinco y media y hasta que se vaya el ultimo cliente”, afirmó.
Unos pasos más adelante, en una camioneta tipo Van marca Chevrolet, se encuentra Evaristo, quien le quito a la unidad los asientos de atrás “para tener más espacio” y pueda guardar más paquetes de los visitantes a la cárcel.
“Ya llevamos un buen rato, 20 años más o menos, de las ventas pues ahí vamos, saliendo poco a poco, obviamente no es como la de allá, sí disminuyo un poco”, dijo.
Mientras un tráiler pasa sonando el claxon, Alicia, una de las clientas de Evaristo, se pega un poco más a la orilla de la carretera que, sabe, es peligrosa, algo que no preocupa al comerciante.
“Peligro hay donde quiera, pero le tenemos que buscar, es nuestro trabajo.
“Hemos respetado el protocolo que no nos quieren cerca, vinieron amablemente y nos pidieron que nos retiráramos, por eso estamos aquí”, afirmó.
Al igual que Oscar, indicó que los clientes fueron quienes les pidieron instalarse en este lugar, ya que sienten más seguridad dejar sus pertenencias con ellos que con el personal del penal.
“Los mismos clientes fueron los que nos dijeron que viniéramos aquí, ganamos apenas para subsistir, cobramos barato pero vivimos al día y lo que sacamos lo vamos invirtiendo, obviamente el consumo es más por la gasolina, nos queda más retirado, pero voy a seguir respetando el precio; esto ya es más un servicio para la gente que viene al penal”, comentó.
Alicia agregó que ellos están prestando un servicio muy importante a las personas que vienen a visitar a sus familiares presos.
“No nos conviene que los quiten, nosotros les tenemos confianza y si se van ¿en dónde dejamos nuestras pertenencias? nosotros tenemos que cargar con el celular y la credencial y si nos pasa algo cómo nos identificamos o cómo nos comunicamos.
“Que les asignen un puesto y si no se puede a todos, que sea solo algunos, los de más confianza, con él (Evaristo) he dejado dinero y nunca se me ha perdido nada, solo tengo 6 meses conociéndolo, pero al principio traía el dinero del abogado y nunca se me perdió nada. Las primeras veces que venimos de visita se nos perdieron pertenencias, ahí las dejábamos en un rincón”, dijo Alicia.
Del otro lado de la carretera se encuentra el puesto de Tere, su puesto es más amplio que el de Oscar y Evaristo.
Tere tiene una carpa de tres metros de largo por dos de ancho, ella vende productos de limpieza, cigarros y dulces, además de que tiene en ganchos ropa que pueden utilizar la gente para ingresar a la visita.
“Tenemos 9 años trabajando en esto pero aquí estamos batallando porque no tenemos permiso, ya le dimos vuelta al cuadro y terminamos poniéndonos aquí”.
“Nos pusimos frente al penal y de ahí nos quitaron, nos fuimos más para allá hasta Soriana y de ahí nos quitaron porque van a construir un puente peatonal.
“No hay permiso porque es una carretera, en esta acera de aquí tenemos un buen margen para la bajada del camión y para que la gente pueda caminar por aquí, pero allá enfrente no hay margen para las personas, corremos peligro allá”, comentó.
Consciente de que las autoridades no les otorgarán un permiso para instalarse en esta zona por ser una carretera con un alto flujo vehicular, lo que representa un peligro para ellos y las personas que transiten por el área, Tere buscará otras alternativas para subsistir.
“El estar aquí todos no significa que tengamos permiso. Aún no llegamos a un acuerdo porque el permiso no lo hay, aquí estamos corriendo el riesgo de que a cualquier ratito vengan a movernos porque es un peligro”, sentenció.
Detrás del puesto de Tere hay una cerca y ella buscará la forma de rentar una parte de ese predio, sin embargo, la idea no es tan buena.
“A muchas personas se les hace más fácil caminar hacia Soriana, y aprovechan la vuelta porque dejan ahí sus cosas en paquetería y compran lo que tiene que traer a sus familiares.
“Otra opción será irnos a los mercaditos, estamos conscientes de que nos van a quitar dinero pero este es nuestro único medio de subsistir, yo de aquí vivo.
“Durante tiempo que estuve afuera del penal de Topo Chico las cosas eran muy diferentes, porque ahí estábamos dentro de la colonia y estábamos afuera del penal pero cercano a todo”, comentó.
Es casi medio día y aunque el clima marca 25 grados el ambiente se siente fresco, a lo lejos se puede ver la gente cruzar la avenida ‘toreando’, los carros y tráilers.
“Ya cuando terminen el puente, no pondrán en riesgo su vida y podrán llegar a visitar a sus reos con bien”, señaló Tere.