La lucha por la libertad de prensa tiene su origen en Inglaterra donde en 1644, John Milton publicó su famosa “Aeropagítica” y enseguida sus paisanos John Locke y Stuart Mill lograron su triunfo frente a los gobiernos monárquicos y sentaron las bases de la misma, como lo haría luego Estados Unidos y Francia, mientras que en México quedó establecida en la Constitución de 1917 en los artículos Sexto y Séptimo.
Sin embargo uno es el espíritu de la ley y otro el respeto a la práctica de la misma. Los gobiernos de todo el mundo se pavonean de atender el llamado de la UNESCO de respetar sus compromisos con la libertad de palabra, de información y de expresión, aboliendo cualquiera de las medidas que restringen estas libertades. Y hasta en los sistemas totalitarios, los tiranos de derecha o izquierda defienden este derecho humano básico, constitucional, fundamental e inherente y necesario a la naturaleza de las personas físicas y morales. Pero a la hora de la hora, en todos los tiempos, de una u otra forma los mismos que proclaman y dicen defender este puntal de toda democracia, terminan maltratándolo o nulificándolo por la incomodidad que les causa leer, ver y escuchar lo que a esos entes surgidos de la política electoral no les gusta o conviene.
El presidente de México Miguel Alemán Valdés buscó ser reconocido como un adalid del respeto a los periodistas y estableció el 7 de junio de 1951 el “Día de la Libertad de Prensa”, invitando a los dueños de los diarios a un banquete cada año para hacer entrega de los ignominiosos “premios de periodismo” que eran el resultado de una selección arbitraria del poder político a favor de los que lo adulaban y no lo criticaban. Así, ese respeto en forma disimulada y a veces exacerbada, fue el sello oficial en tiempos del partido hegemónico y casi único, a pesar de que el PRI nació en 1929 para hacer operante el conjunto de aspiraciones de los revolucionarios de 1910, especialmente el de acabar con la represión contra la prensa acentuada en el régimen de Porfirio Díaz, quien suponía los ataques contra su persona y su gobierno tenían la finalidad de la dádiva y por eso decía en sentido figurado: “Este pollo quiere maíz” . De ahí que una de sus fórmulas le dio muy buenos resultados al congraciarse con algunos periodistas por medio de las subvenciones, las canonjías, prebendas, buen trato y entrega de recursos pecuniarios. Y a los que no se sometían a su “buena voluntad”, les esperaba la intriga, la persecución, la cárcel o la muerte, al estilo del exterminio de todo enemigo, con una frase horrenda: “Mátalo y luego verigüas” que, cierta o no, se le atribuye a su feroz forma de deshacerse de los que le estorbaban.
Rafael Reyes Spíndola es proclamado el gran periodista que a fines de siglo 19 promovió el periodismo moderno, al aprovechar el paso de la prensa artesanal a la prensa industrial, pero la historia ha certificado con creces que su diario famoso y de gran éxito económico, “El Imparcial” no hacía honor a su encabezado, pues estaba subvencionado por el gobierno en turno y obedecía los dictados de Díaz y sus “científicos”. Mientras que en el panorama opuesto, la misma historia consigna los acosos y destierros de los editores y reporteros que no dejaban de ejercer la libre expresión de sus ideas sin importar si afectaban al dictador, y otros más sufrieron prisión y muerte por razones de hacer caso a su conciencia en el ejercicio de su oficio.
Los nuevos gobiernos del PRI fueron más sutiles en la vigilancia de libertad tan elemental en una sociedad civilizada, pero no dejaban de poner de rodillas a los periodistas que no les eran dóciles y sumisos. Sin embargo, el control se fortaleció durante los años cuarenta y cincuenta, porque el sector periodístico creció y se modernizó. Hubo un aumento en la circulación de los ejemplares y en la apertura de nuevos diarios y revistas, además de que sí ocurrieron excesos en los castigos a varios de los más atrevidos como al dueño de “Rotofoto” que tenía la intención de desmitificar y desacralizar la imagen de los políticos. Esta revista terminó distanciada del régimen de Lázaro Cárdenas y, como consecuencia, haciendo eco de las prácticas de Plutarco Elías Calles, el “Comité de Lucha contra la Prensa Reaccionaria” de la CTM incendió sus talleres.
A partir de 1935 tuvieron a su servicio la empresa paraestatal PIPSA (Productora e Importadora de Papel, S.A.) como medida de presión frente a la cobertura informativa, ya que le retiraba insumo tan decisivo en la elaboración de diarios y revistas a quienes les incomodaban o se portaban rebeldes y desobedientes o se los vendía con precio más alto, mientras que casi se lo regalaba o se los almacenaba sin cargo extra a los llamados “periódicos nacionales”, que de nacionales no tenían nada porque eran meros medios capitalinos, muy cercanos al poder político, al que algunos dueños de ellos le sacaban raja para obtener créditos blandos, concesiones o permisos para otros negocios y para no pagar impuestos y tener derecho de picaporte con el que mandaba en Palacio Nacional y vivía en Los Pinos. El periodismo era nada más el ariete que les permitía enriquecerse a sus anchas por otras vías comerciales, aunque la libertad de prensa fuera pisoteada. Carlos de Nigris fue un tipo que personifica al periodista mercenario de esas fechas en Excélsior, que estaba también a los pies del poder.
Los tabloides y revistas, además de tener un rápido éxito económico, lograron grandes tirajes y una conexión más directa con los lectores. Por eso los periodistas tabasqueños Regino Hernández Llergo y José Pagés Llergo fundaron “Hoy” en 1937. Y hacia 1943 José Pagés se convirtió en el director de la misma, luego de ser corresponsal, y ambos periodistas vendieron su parte accionaria de la publicación al empresario Manuel Suárez en ese mismo año. Dos meses después fundaron la revista “Mañana”. Pero el 25 de abril de 1953, aún siendo Pagés Llergo director de “Hoy”, se publicó en el número 844 una fotografía en donde se mostraba a Beatriz Alemán, hija del ex presidente Miguel Alemán Valdés, y a su esposo Carlos Girón Peltier en el cabaret parisino Carroll’s, observando ambos a la bailarina Simone Claris. La fotografía mostraba a un sonriente Girón y a su esposa enfadada. Debido a las restricciones y al control mediático que el partido gobernante ejercía sobre la prensa, la publicación de la fotografía costó a Pagés la renuncia del semanario. Entonces, siguiendo la línea conceptual del cabezal de ambas revistas, Pagés se dedicó a la creación de la revista “Siempre!”. Y en el primer número, Pagés decidió publicar de nuevo la fotografía, pero con una disculpa al pie de la foto, que decía:
“¿Pero qué de malo tiene esta foto? Sólo publicamos esta foto porque a ella está estrechamente vinculado el nacimiento de Siempre!. De no haber existido un fotógrafo en París en el momento preciso en que ocurría esta escena, es seguro que esta revista no hubiera visto la luz jamás. Siempre! quiere, sin embargo, aclarar que, al ser publicada esta foto por José Pagés Llergo, no hubo —no podía haber— la más leve intención de molestar a nadie. Si alguien quiso juzgar con criterio político lo que sólo era un documento periodístico, es cosa fuera del dominio del ayer director de Hoy, hoy director de Siempre!. A la dama, que es doña Beatriz Alemán de Girón, y a don Carlos Girón Peltier, nuestros respetos”.
Más tarde, con el pegue de la radio y el nacimiento de la TV, durante el gobierno de Adolfo López Mateos (1958-1964) se expidió la Ley Federal de Radio y Televisión que encargó a la Secretaría de Gobernación el control y la vigilancia de las transmisiones de ambos medios. El objetivo de dicha ley fue garantizar el respeto a la vida privada, la dignidad personal y a la moral. Las disposiciones normativas fueron garantizando que el gobierno pudiera ejercer control sobre las publicaciones y los contenidos de radio y televisión. La paz y la estabilidad social se convirtieron en los pilares discursivos para defender la censura y autocensura.
Pero apareció un rebelde de rebeldes: el caricaturista más ilustre de México, Rius, fue uno de los que sufrió en esa época el golpe gubernamental, ya que al crear “Los Supermachos”, con una circulación semanal de 250 mil ejemplares, pronto se convirtió en una afrenta para el presidente Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970). Por eso, un día, presionado por el gobierno, el editor le quitó los personajes a RIUS y la revista, con un tono menos agresivo, continuó editándose por varios años más. Pero el incansable monero volvió a atacar. Y en el difícil año de 1968 regresó a los puestos de periódicos con “Los Agachados”, una publicación irreverente e incisiva, en la que, con un lenguaje sencillo y coloquial, abordó todos los temas imaginables y que sirvió como base para su vasta producción bibliográfica, hasta que se dejó de publicar en 1981.
Hubo otros sucesos vergonzosos de los medios de la época, como el silencio de Televisa durante la masacre del 2 de octubre de 1968 y la desinformación o manipulación de los impresos que no se atrevían a ofender al señor presidente, incluido, por su tibieza, Excélsior, dirigido por Julio Scherer, quien indudablemente fue víctima en julio de 1976 del manotazo de Luis Echevería para correrlo del diario, con el pretexto del malestar de algunos de sus reporteros y personal de talleres que no lo querían y en una junta bien orquestada fue echado a la calle.
Don Daniel Cossío Villegas, un intelectual de renombre y colaborador de diarios, sufrió lo indecible por su atrevimiento de hablarle de tú al poder y corregir sus errores, pero no fue el único, pues, entre otros, también Armando Ayala Anguiano pasó apuros porque no se contuvo para ejercer la libertad que requería publicar sus reportajes insólitos en la revista “Contenido”, que fundó en 1963.
MANUEL BARTLETT EL REPRESOR
Julio Scherer, fundador del semanario “Proceso”, a su salida de Excélsior en 1976, pasó por una prueba dura frente al poder omnipresente del gobierno priísta en 1984, y silenció un reportaje de fondo de su revista por temor a las represalias, y grande fue su desconcierto cuando se enteró que la revista “Contenido”, de Armando Ayala Anguiano, sí lo publicó con gran despliegue. No le quedó más que narrar, dos años después, la anécdota en un libro titulado “Los Presidentes”.
Ocurrió que una familia mexicana se fue a vivir a una comuna religiosa en Venezuela. Al entonces secretario de Gobernación, el hoy “eterno” Manuel Bartlett, le pareció mal y convenció a los padres (su cuñado y su hermana) de que volvieran con sus hijos. Como los dos se negaron, consiguió que los deportaran. El reportaje estaba listo. Pero al enterarse el político que lo iba a publicar “Proceso”, envió con Julio al director de la Policía Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez a convencerlo por las buenas y, si no, bajo amenazas de que no saliera ni una letra del caso que ya estaba en la voz pública de boca en boca. El miedo obtuvo su cancelación.
Pero Julio consideró luego un error haber sido sometido por Zorrilla Pérez, quien ya cargaba en su conciencia el asesinado del periodista Manuel Buendía el 30 de mayo de ese año de 1984, por el que después pagaría una larga condena al comprobársele su delito. Pero más le dolió a Scherer que la revista “Contenido” sí haya ganado la exclusiva con su reportaje “Los mexicanos que buscan a Dios en Venezuela” (septiembre de 1984). Todo porque Bartlett se enteró tarde de que las prensas ya habían hecho lo suyo y las páginas eran saboreadas por los ávidos lectores.
No le quedó más que ponerle lupa al atrevido periodismo de Armando Ayala Anguiano y cuando éste publicó fotografías de José López Portillo, ex presidente de México, boxeando, toreando, tirando con arco y hasta tocando la mandolina, con desparpajo exhibicionista, Bartlett llamó a los socios del periodista (Miguel Alemán Velasco y Romulo O’Farril Jr.) y los intimidó con una posible clausura. Asustados le pidieron al director que dejara de publicar asuntos y personajes políticos. Pero éste prefirió renunciar y en abril del 85 no apareció el número correspondiente pues se mostró decidido a fundar otra revista, ante lo cual se rindieron sus socios y “Contenido” siguió adelante, hasta la fecha, con sus trabajos de fondo, pésele a quien le pese.
Así se las gastaban los gobiernos del PRI en ese tiempo, al grado de que en 1990, el intelectual con vocación política Mario Vargas Llosa fue invitado por el poeta Octavio Paz a dictar una conferencia en la que grabó para siempre su frase simbólica: “México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México”.