- A homeless woman and her children sit outside a restaurant as she waits to receive a handout in Mexico City’s historic Zocalo Square December 10, 2008. Picture taken on Dec 10. REUTERS/Henry Romero(MEXICO)
Las personas en situación de calle, quienes tienen que pedir limosna para poder salir adelante, no solo tienen que combatir sus discapacidades, sino enfrascarse en verdaderas batallas en defensas de las esquina donde solicitan dinero y que son disputadas por otros personajes. En ocasiones, la violencia con la que se lucha por estos puntos, raya en lo preocupante.
Marco Antonio Navarro, conocido entre sus amigos como “El Tigre Toño”, es un invidente de 54 años oriundo de la ciudad de Monterrey quien tras ser golpeado en San Diego, California, perdió la vista. A partir de ahí su vida cambió por completo.
De lunes a domingo, desde las 7:00 hasta las 19:00 horas, se traslada desde la colonia Villa Olímpica hasta el cruce de la avenida Venustiano Carranza y la calle Padre Mier, rutina que ha seguido los últimos 23 años.
Acompañado de su bastón blanco y un bote, extiende su mano a los automovilistas y peatones para obtener su solvencia económica. Con el pasar del tiempo ha hecho amigos, quienes lo procuran y hasta le llevan agua y comida.
“Vivo con mi madre en una casa prestada por un familiar mío quien me facilita la renta en mil pesos y la única condición que me impone es que pague los servicios básicos: agua, luz y gas”, explicó.
En su juventud destacó como futbolista en equipos de la colonia y el llano, además tuvo la oportunidad de jugar en las inferiores del equipo de sus amores: los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL).
“No te voy a mentir, tenía cualidades y me encantaba el fútbol. Tuve la fortuna de jugar no solo en todo el estado, sino que también pisé campos a nivel nacional.
“A pesar que era mi más grande deseo ser futbolista profesional dejé la filial en 1982, había necesidades económicas que atender en casa. A mis 17 años y con la idea de salir adelante me fui de indocumentado a California, a San Diego, para cumplir el sueño americano”, relata.
Ya en tierras californianas, las cosas pintaban bien en la vida de Marco Antonio. Participó en múltiples oficios, desde trabajar en la cosecha, jardinería, pintar casas y hasta refacción de autos. “Ahí se iba a chambear”, dice entre risas.
Sin embargo, el 13 de abril de 1992, cuando tenía 27 años, sucedió algo que marcaría su vida para siempre, un hecho que él describe como “algo que jamás le desearía a alguien”.
“Salí de mi trabajo y justo a la vuelta vi una pandilla de chicanos, de pronto escuché que alguien gritó: ‘ahí viene’, fue ahí cuando un cabrón me golpeó con una llave de extensión en mi ojo izquierdo y me lo reventó.
“Procedieron a asaltarme, la golpiza siguió y el ojo derecho me lo desprendieron. Es triste saber que eso fue lo último que vi, no la debía o la temía y los malditos me agandallaron”, expresa de forma cabizbaja.
Tras el ataque recuerda que se encerró por dos años en su casa, debido a la “vergüenza” de su condición y que por mucho tiempo necesito estar acompañado para salir adelante.
“Lo que más extraño de ver es a mis seres queridos, desde mi madre hasta mis hermanos y amigos, los amo con todo mi ser.
“Otra cosa que añoro es mi querido fútbol, daría todo por volver a jugar una vez más, si me hubieran visto en la cancha sabrían que no es invento mío que pude llegar a primera división”, menciona con alegría.
PELEA POR LAS PLAZAS
El mayor problema que Marco Antonio ha enfrentado desde que es invidente es la agresión y “rivalidad” con personas como los limpiaparabrisas, malabaristas, escupe fuego, discapacitados y limosneros, quienes se disputan calles y avenidas concurridas en la zona metropolitana de Monterrey, como si se tratase de una “lucha de plazas”.
“Esta situación la he vivido desde que me iba a pedir dinero allá en el cruce de Garza Sada con Alfonso Reyes. Un día, unos limpiaparabrisas me abrieron la mochila con una navaja, y me amenazaron que a la otra se iban a ir sobre mí. Fue por ello que no regresé y decidí irme de ahí.
“No sorprende que la mayoría de ellos sean gente pedante y agresiva, pero ya llegar al punto de querer herirte de gravedad, no los comprendo. Todos ellos deberían aprovechar que están completos y buscar trabajos de verdad”, comenta.
Tras este incidente, decidió moverse al cruce de la avenida Venustiano Carranza y la calle Padre Mier. Marco Antonio recuerda la “bienvenida” que le dieron unos malabaristas para intimidarlo y le reiteraron múltiples veces que las agresiones aumentarían si no dejaba ese punto.
“Fueron unos auténticos hijos de la chingada. Tomaron mi bastón blanco y me lo aventaron bien lejos, afortunadamente un señor que estaba repartiendo periódicos vio, los encaró y me lo devolvieron. Recuerdo que me dijo: si esos culeros te vuelven a hacer algo me avisas y los aplaco.
“Pero ahí no paró la cosa, en época de frío regresaron, me arrojaron orines y se dieron a la fuga. Sentí mucha impotencia, pero sé que esas gentes no son más que unos cobardes”, reafirma.
Gracias a los gerentes de Banregio y Gorditas Doña Tota ubicados en esa esquina, recibió el apoyo para asentarse en este punto. Agrega que hasta la fecha procuran por él y pasan a saludarlo esporádicamente.
Otro subgrupo que se ha empeñado en “fregar” a Marco Antonio han sido los , limpiaparabrisas, con quienes ha tenido discusiones acaloradas y que de no ser por intervención de terceros, lo golpearían sin remordimiento alguno.
“Como muchos automovilistas, gasolineros y dueños de locales ya me conocen, procuran por mí. Ven cuando ese tipo de personas me rodean y van con la intención de lastimarme, les dicen que se larguen y sostienen que yo si tengo necesidad porque soy invidente. Se enojan pero a fin de cuentas me dejan en paz.
“Más allá que me defiendan o me protejan, me saca una sonrisa que se refieran a mi como Tigre Toño, me pregunten cómo estoy, me den unas monedas o me hagan un poco de plática. No podré verlos pero sé que son personas nobles de corazón”, señala de manera alegre.
Esta “lucha de plazas” que los subgrupos callejeros protagonizan, es una realidad que estas personas viven, donde buscan controlar un determinado punto de la ciudad.
“Puedo confirmar que si lo hacen, en todos mis años en la calle he escuchado todo tipo de argumentos, desde: este es mi punto y se chingan hasta aquellos que presumen los 10 o 20 años que llevan en sus lugares. No te voy a mentir, si están muy bravas las disputas, si a mí que soy discapacitado me tratan así, entre ellos las golpizas son lo mínimo.
“En mi opinión esas personas no necesitan hacer esto, les han ofrecido trabajo formal y no quieren, se sienten felices o realizados con las monedas que puedan conseguir por día. Si yo estuviera completo dejaría la vida callejera y tomaría uno de estos empleos e incluso seguiría en San Diego”, agrega.
A pesar de las malas experiencias, Marco Antonio destaca que tenía un amigo llamado José quien además de lavar carros, vendía flores a los transeúntes de la zona.
“Puedo considerar al buen José como un amigo, me ayudó desde un principio y jamás se aprovechó de mí. Como le iba bien por las dos actividades que hacía me regalaba agua y comida, también me ayudaba a cruzar calles y siempre se portó muy bien conmigo”, recuerda.
Sin embargo, tras un incidente provocado por una señora agresiva que también pedía dinero, su amigo pagó las consecuencias y las autoridades lo corrieron a la calle Matamoros.
“Era una señora en muletas con una pierna ortopédica, habían levantado reportes que andaba muy violenta y que estaba golpeando carros porque no conseguía las monedas que quería. Llegaron los oficiales y lo único que dijeron fue: por ella la van a llevar todos. Me pareció ridículo su argumento pero ya no les dije nada porque luego se iba a enojar.
“Y efectivamente así fue, no le hicieron nada a la mugrosa esa, hasta pareció que le tuvieron miedo. A ella la debieron haber subido a la patrulla y se desquitaron corriendo a José. Te aseguro que si él hubiera estado en esas condiciones nunca se habría comportado de esa manera”, expresa enojado.
PERCEPCIÓN DE LOS INVIDENTES
Una de las adversidades que Marco Antonio enfrenta en su día a día es utilizar el transporte público para sus traslados. Explica que batalla bastante para que los choferes le permitan subirse a las unidades.
“Es muy difícil la verdad, ya sea al 214 o el Playa, que son los que me llevan a mis destinos, el trato va desde ser negligentes hasta groseros. No necesito verlos para saber que a muchos de ellos les molesta darme la oportunidad de abordar el camión, ni que fuera un peligro.
“Me gustaría invitar a cualquier persona normal a que se suba conmigo, para que vea que no le van a hacer el feo, sea cual sea su oficio o presión, no se vale que conmigo si se porten pedantes.
“Otra que me aplican cuando logro subir es que no me bajan donde se los pido. En ocasiones me dejan varias cuadras antes de la ubicación que les comento y hay veces que justo donde bajo hay charcos de lodo, caigo redondito en ellos y llego a casa todo enlodado, ahí te encargo lo que tardo en limpiarme”, explica con descontento.
Respecto a los prejuicios que la “gente normal” tiene respecto a los invidentes, Marco Antonio señala que es discriminatoria la percepción que esas personas tienen de ellos.
“Nos minimizan por nuestra discapacidad, son incontables las veces que he escuchado a los peatones decir: ay mira un cieguito, vámonos para el otro lado. Lo peor es cuando los padres de familia lo hacen en frente de los niños, ni que la ceguera se contagiara.
“Ojalá algún día todos esos que hacen comentarios despectivos de los invidentes estén en nuestros zapatos, para que vean lo que se siente perder la vista y como a sus alrededores los hacen menos”, afirma.
Antes de irse a comer, Marco Antonio comparte unas palabras tanto a los jóvenes como a aquellos que aún tienen prejuicios cuando se topan a un invidente.
“No caigan en los vicios y hagan lo mejor que se puede hacer: el deporte, es salud y como bien dicen: mente sana en cuerpo sano. Es triste escuchar casos de muchachos que su vida se va al carajo por sucumbir a malas decisiones como las pandillas o las adicciones.
“No nos discriminen, seremos ciegos pero también sentimos como la gente normal. Y si quieren conocer al Tigre Toño, el amigo de todos, ya saben dónde encontrarme”, finaliza.
El bastón blanco
El 15 de octubre se celebra El Día Internacional del Bastón Blanco, Este instrumento les permite a las personas con discapacidad visual desplazarse en forma autónoma. Sus características de diseño y técnica de manejo facilitan el rastreo y detección oportuna de obstáculos que se encuentran a ras del suelo.
Además del Bastón Blanco plegable, también existen otros modelos que son completamente rígidos y con la empuñadura curveada. Deben llegar a la altura del esternón y la medida varía de acuerdo a la estatura. Hay bastones de 1.05, 1.10, 1.15 y 1.20 metros.
Las técnicas que se utilizan para que la persona con discapacidad visual pueda desplazarse son tres: Técnica de Hoover, donde él bastón debe moverse realizando un semicírculo de derecha a izquierda, con el solo movimiento de la muñeca; la punta del bastón debe tocar el piso en los dos extremos del semicírculo.
La técnica de deslizamiento permite a la persona con discapacidad visual desplazarse por sitios cerrados, el bastón deberá ir colocado en posición diagonal con la punta en el borde que está entre la pared y el suelo, sin realizar ningún toque.
Por último, la técnica de toque, se toma el bastón en forma de agarre ubicándolo al frente y al centro del cuerpo en forma paralela, dando dos o tres toques.
Un poco de conciencia
A continuación, algunas de las recomendaciones de como dirigirse a una persona con discapacidad visual:
Cuando se encuentre con una persona con discapacidad visual, pregúntele si necesita ayuda.
Si necesita brindarle información acerca de una dirección, indíquesela en forma precisa utilizando términos claros como “derecha”, “izquierda”, “delante”, etc., evitando las palabras “acá”, “allá”, etc.
Si la persona con discapacidad visual va acompañada de un perro guía, no toque ni acaricie al perro porque está trabajando.
Si una persona con discapacidad visual te solicita ayuda para desplazarse, ofrécele el brazo y camina por delante de esta forma podrá percibir si acelera.