Habu es un legendario escalador a quien creyeron perdido durante años. Por accidente, cruza camino con el fotoperiodista Fukamashi, quien, al adentrarse en la vida del misterioso personaje, se fija la idea de reencontrarlo, pues es poseedor de una antigua reliquia que puede cambiar la historia del montañismo.
Patrick Imbert dirige La Cumbre de los Dioses soberbia animación francesa presentada en Netflix, basada en el manga de los artistas Taniguchi y Yomemakura. Toda la historia es de obsesión. Habu, un hombre solitario, decepcionado de él mismo, se apartó de todo. Decidió renunciar a su vida social con el único y exclusivo propósito de coronar el Monte Everest, la cumbre más elevada del planeta. Y en esa idea suicida, arrastra al fotógrafo, inconsciente de los límites que está dispuesto a rebasar el superdotado alpinista. Allá en lo alto, entre paredes de hielo, el aire escasea y ronda la asfixia. Pero entre más riesgosa es la misión, más se sienten atraídos hacia ella.
La animación 2D es un prodigio. Si bien el arte de la composición antropomórfica ha alcanzado niveles sublimes con creaciones digitales de Disney, Pixar, Illumination, DreamWorks, la productora Folivari alcanza otras dimensiones de una mayor profundidad sicológica con una precisa gesticulación corporal. Los personajes acusan estados emocionales complejos a causa de la empresa que están dispuestos a acometer. Es la misma firma que trajo la también excelsa animación Wolfwalkers: Espíritu de Lobo (Wolfwalkers, 2020). Son bellísimos los paisajes helados, a los que pueden acceder únicamente los dioses, y algunos mortales atrevidos.
Lo dice Habu: “Nadie puede entenderlo, más que quien lo vive”. El rudo alpinista ha pasado por dolorosas tragedias en la montaña. Cuando se practica el deporte con una dedicación total, los peligros son elevadísimos y él ha pagado un costo grande en integridad física y en afectos. Sin embargo, no puede detenerse y necesita buscar una y otra vez objetivos cada vez más retadores. La última frontera es el coloso de Nepal, que será como la rúbrica de una vida consagrada a las botas, mochilas, piolet, cuerdas.
Imbert privilegia las interrogantes. No ofrece respuestas a búsquedas que parecen carecer de sentido. En algún momento, los dos hombres se cuestionan que es lo que quieren encontrar, y ninguno ofrece respuestas. Uno quiere llegar al punto más alto del planeta y el otro atestiguar la hazaña. Pero, en realidad sus propósitos están ocultos quizás hasta para ellos mismos.
Aunque la relación es estrecha, estos hombres no son amigos. El periodista guarda una admiración secreta para el superatleta, pero no se lo expresa. En el momento culminante de la simbiosis, los dos se exponen al mayor de los peligros del ascenso. La milagrosa animación muestra con asombrosa elocuencia, instantes angustiosos en el que un diminuto ser humano se encuentra sometido a las monstruosas fuerzas de la naturaleza, en una de las geografías más inhóspitas.
Y es en esos momentos de mayor crispación, agobiados por la muerte que los acecha en la soledad de una ladera nevada y tormentosa, cuando resurge el sentimiento de la humanidad y la solidaridad, entre personas que únicamente se tienen una a la otra.
La Cumbre de los Dioses es una de las mejores cintas del presente año. Acerca con meticulosidad, casi de documental, a un deporte de temerarios, con grandes escenas de acción que, inteligentemente, se mezclan, aderezadas con dosis de ficción, en acontecimientos de la historia moderna.
Es trepidante.
@LucianoCamposG